lunes, enero 14, 2008

Os saludo rompiendo la pluma: Emilio Salgari

salgari_emilio.jpgEl 25 de noviembre de 1911, un hombre de 48 años se dirige a un barranco en el Valle di San Martino, cerca de Turín, Italia. El lugar está lleno de buenos recuerdos. Ahí cerca había vivido un tiempo con sus hijos y su amadísima esposa, en la Via Guastella. En aquel lugar, lo recuerda claramente, la familia entera iba a cortar flores. Desayunaban por ahí cerca. Era un pequeño lujo que podían darse, a pesar de la dramática estrechez económica.

Cuando saca el cuchillo, no puede evitar pensar en piratas y sultanes, en tigres y selvas, en barcos y palacios, en lugares exóticos a los que el común de la gente jamás viajará. Ni él tampoco. Piensa en su amada esposa Aída, en sus hijos a los que apenas podrá heredar 150 liras. Confía en que habrá seres bondadosos que cuidarán de ellos.



Cuando cumplió 16 años, el joven Salgari se mudó de su natal Verona a Venecia, para ingresar al Real Instituto Técnico Naval “P. Sarpi”. Su plan era obtener el título de capitán de gran cabotaje pero nunca lo logró. Y es de ahí en adelante donde la vida misma de Salgari se confunde entre la realidad y la fantasía.

En sus memorias, Emilio Salgari asegura haber realizado una serie de viajes por la India, Malasia, Borneo y el Pacífico Sur en los que pasaron toda suerte de sucesos y conoció a las más disímiles personas, quienes se convertirían, más adelante, en el pasto nutricio de sus novelas de aventuras. La verdad aparenta haber sido mucho más sencilla. Se cree que Salgari, quien tenía una fantasía bastante exacerbada, quien era un lector incansable y que para algunos no era más que un mitómano, en realidad no llegó a ser más que un marino que realizara poquísimos viajes como parte de su aprendizaje naval y un viaje como pasajero en un barco mercante que navegó durante tres meses en el mar Adriático.





Sea cual sea la realidad de los hechos, hacia 1883 comenzó a publicar sus relatos y novelas de aventuras, los cuales tuvieron buena aceptación entre el público lector, aunque los críticos lo calificaran como “escritor menor”. Llegó incluso a batirse en duelo con un periodista que despreciaba sus escritos. Al periodista le quedó una cicatriz de por vida en el rostro y Salgari tuvo que cumplir prisión durante un tiempo. De nuevo, esa inexactitud entre la realidad y la fantasía que pueblan sus datos no permite establecer cuánto tiempo estuvo en la cárcel, unas fuentes dicen que fueron 50 días, otras (posiblemente alentadas por Salgari mismo) dicen que fue medio año.

Al salir de la cárcel sigue escribiendo. Logra su primer contrato editorial en Génova, en condiciones desventajosas a nivel económico, lo cual no amilana al escritor. Ante su creciente popularidad, alimenta la certeza de que podrá vivir holgadamente de sus derechos de autor. Se casa con una actriz de teatro, Ida Peruzzi, a la que llamará cariñosamente Aída, en honor al personaje de Verdi. Tienen 4 hijos, se van a vivir a Turín.

Los años siguientes son de mucho trabajo, pero sobre todo, de grandes aprietos económicos debido a malos contratos editoriales. Uno de dichos contratos lo obligaba a entregar tres novelas al año, en exclusiva, y para lo cual recibiría tres mil liras anuales. “El pan, había que ganarse el pan. El editor me lanzó, es verdad, con deslumbradoras cubiertas, pero vendía ejemplar tras ejemplar y yo... yo me atareaba en emborronar cuartillas y cuartillas para ganar lo indispensable para no morir de hambre”, escribiría Salgari al justificar aquellos pésimos acuerdos. Sin embargo, su hijo Nadir Salgari, en el epílogo a las memorias de su padre, advierte que el escritor no aceptaba consejo acerca de aquellos contratos y que además sentía gran desprecio por el dinero.

Salgari escribe días y a veces noches enteras, para cumplir con sus editores. El incansable esfuerzo por llevar una vida digna para él y su familia lo agota moral y físicamente. Rompe con la editorial, firma con otra, se muda con toda su familia a Génova, retorna a Turín. La situación, lejos de mejorar, empeora cada día, pese a que su fama como escritor se consolida y sus novelas se venden fácilmente. Algunos de sus libros alcanzan tirajes de 100,000 ejemplares, cifra extraordinaria para aquella época. Sus novelas se tornan tan populares que surgen un montón de imitadores esperando alcanzar la popularidad de Salgari. Nadie sospecha el verdadero drama que vive el autor.

En 1910 intenta suicidarse. Se apuñala el corazón con un cuchillo. Milagrosamente sobrevive, pero su ánimo y el de su familia están seriamente afectados. Hacia finales de ese mismo año, Aída pierde la razón y no hay más remedio que internarla en el hospital psiquiátrico de Collegno. “He perdido cuanto más tenía de querido, ¡mi Aída! Aquella que todo lo compartió conmigo, aquella que sufrió con mis pesares, mi inspiradora, mi amiga, mi alma... Me siento perder, mi vida declina, ha llegado el fin, ha llegado el fin”, escribe en sus memorias.

Destruido emocionalmente, sin saber cómo enfrentar las circunstancias ni cómo sacar adelante tanto los gastos cotidianos como los de su mujer en el hospital, decide hacer algo que, espera, pueda voltear las circunstancias a favor de los suyos, a pesar de su propia vida.



Emilio Salgari escribió 3 notas antes de su suicidio. La primera dirigida a los directores de los periódicos de Turín:

“Vencido por todo tipo de desgracias, reducido a miseria a pesar del enorme trabajo, con mi mujer loca en el hospital, a la que no puedo pagar sus gastos, me quito la vida. Tengo muchos admiradores en Europa y América. Les pido señores directores, que abran una suscripción para sacar de la miseria a mis cuatro hijos y pagar los gastos de mi mujer mientras esté en el hospital. Debería haber tenido otra situación y suerte, debido a mi nombre. Estoy seguro que ustedes, señores directores, ayudarán a mis desgraciados hijos y a mi mujer. Con las gracias más sentidas, me despido”.



La segunda carta para sus hijos:

“Queridos hijos: Soy un vencido. La locura de vuestra madre me ha partido el corazón y todas mis fuerzas. Yo espero que los millones de mis admiradores, a los que durante años he distraído e instruido, os saldrán al encuentro. Os dejo sólo 150 liras, más un crédito de 600 liras, que recogeréis de la señora Nusshaumar. Os dejo la dirección. Que me entierren como pobre, ya que estoy arruinado. Manteneos buenos y honestos y pensad, en cuanto podáis, en ayudar a vuestra madre. Os besa a todos, con el corazón sangrando, vuestro desgraciado padre”.



La tercera y más brutal, a sus editores, a los que culpa sin sombra de duda de todas sus desgracias:

“A vosotros, que os habéis enriquecido con mi sudor manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi-miseria o algo peor, pido sólo que, en compensación de las ganancias que os he proporcionado, paguéis los gastos de mi entierro. Os saludo rompiendo la pluma”.



Así, un desesperado Emilio Salgari hunde el cuchillo hasta el fondo de su vientre, intentando simular el rito japonés del harakiri, pero no logrando más que desgarrar sus intestinos y desangrarse hasta morir. En la tarde de aquel mismo día, su cadáver fue encontrado con el rostro vuelto hacia el cielo.

El suicidio se convertiría de esa manera en una presencia permanente en la familia Salgari. Cuando Emilio contaba con apenas 7 años, su padre se había suicidado. Posteriormente, dos de los cuatro hijos del escritor también se suicidarían: Romero en 1931 y Omar en 1963.






(Publicado en C.A. 21, parte 7 de la serie El Club de los Escritores Suicidas).

1 comentario:

Jahcinth dijo...

Saludos y Bienvenidos a mi espacio en este nuevo año

Espero que disfruten de todo el material de lectura disponible.

Si desean opinar opinen, pero en sí, no es necesario que dejen comentarios, porque casi a nadie visito con el fin de corresponder comentarios

Gracias