viernes, enero 18, 2008

Robo de correo electrónico

Robo de correo electrónico

Hace cosa de un mes recibí un correo de una amiga. En el correo decía que se había ido al África en un programa de ayuda a muchachos con Sida y que se había quedado trabada en Nigeria porque dejó su bolso en un taxi, perdiendo todos sus papeles, dinero, etc. Necesitaba una ayuda de 4 mil dólares para pagar el hotel donde estaba hospedada, reponer su pasaporte, y comer. Que le enviara el dinero vía Money Gram o Western Union.

Como sé que mi amiga B. está casada, tiene dos hijos y vive en España, me parecía extraño que de pronto se fuera al África. Pero el otro detalle raro del correo era que estaba en inglés. B. lo habla, es cierto, pero no nos escribiría a los amigos en inglés... Sin embargo, el mensaje venía firmado con su nombre y apellido.

Pensé que quizás era en realidad un pedido de auxilio de alguna cercana amiga de B. y que B. nos había reenviado el mensaje buscando cómo ayudar a la amiga en África. Pero luego, era extraño que si así fuera, B. no hubiera incluido una explicación o nota personal.

El caso es que, como leí el mensaje de noche, me quedé pensando en eso y concluí que al día siguiente le escribiría a B. para preguntarle de qué iba aquel asunto.

No hubo necesidad de escribirle. Al día siguiente recibí un correo de ella advirtiendo que lo de la mujer en África se trataba nada más y nada menos que alguien había robado su cuenta de correo electrónico (con todo y contraseña) y estaba escribiéndole a toda su lista de direcciones pidiendo plata.




El robo habría sido así: como la dirección era de Yahoo, días antes le habían enviado algún correo supuestamente de la administración de Yahoo, pidiendo la información de la cuenta, contraseña incluida, pues estaban confirmando si las cuentas estaban en uso o no. B., confiada, envió su información. Y cuando quiso accesar a su cuenta, resultó que cambiaron la contraseña y ella ya no podía entrar ni a su propio correo. Luego se dio cuenta del correo de la estafa.

B. se sintió muy mal por su inocencia pero hay que admitir que hoy en día los estafadores se están esmerando para conseguir nuestra información confidencial en internet.

Algo quizás similar me hubiera pasado. Un día recibí un correo de Gmail diciéndome que si no hacía click en el enlace adjunto y reconfirmaba toda mi información, cancelarían mi cuenta de correo en 30 días. Pero el correo venía en portugués... y eso me hizo sospechar, así es que no hice caso. Volví a recibir el mismo otro par de veces y lo envié a la administración de Gmail, reportando el asunto. Por supuesto que Gmail no había enviado dicho correo.

Varios sitios de seguridad electrónica han hecho hincapié últimamente en que cada día será más difícil que se nos contagie un virus que destruya nuestro disco duro o nos haga perder nuestra información, como fue moda durante un tiempo, y que ahora los delincuentes cibernéticos están más empeñados en lograr nuestra información personal, desde claves a cuentas bancarias, números de tarjetas, de seguro social, y hasta nuestra humilde cuenta de correo electrónico para poder estafarnos o realizar estafas a nuestro nombre.

Todos hemos recibido correos en que nos dicen que hemos ganado un premio de lotería electrónica, o que Fulano de Tal nos escribe para pedirnos nuestra ayuda urgentísima para liberar una millonada que tiene trabada en un banco africano o que un desconocido sujeto decidió heredarnos precisamente a nosotros, que ni sabemos quién era, algunos buenos millones de dólares y varios timos por el estilo. También están los correos enviados a nombres de Bancos que dicen que perdieron su archivo de datos y están reconfirmando informaciones. En fin, las estafas electrónicas están a la orden del día.

Comparto la experiencia desagradable de mi amiga para que estén alertas y para que incrementen sus niveles de malicia y desconfianza. Desafortunadamente no todo es sonrisas en internet, o como me dijo alguien una vez “internet es gratis, algún tipo de peaje hay que pagar”. Ese “peaje” son todos esos estafadores y enfermos mentales de diferentes categorías que muchas veces hacen que uno tenga ganas de apagar la red y no volver a ella nunca más.

miércoles, enero 16, 2008

La historia de Oscar, el perro, y Arthur, el gato

oscardogarthur.jpg





Esta historia es verídica y ocurrió los primeros días de este año en la localidad de Wigan, Great Manchester, Inglaterra. En el hogar del matrimonio de Mavis y Robert Bell, vivían en plena armonía un perro y un gato. El perro se llama Oscar, tiene 18 meses y es un Lancashire Heeler. El gato se llamaba Arthur, era blanco, grandote y tenía 17 años. Ambos eran inseparables. Dormían juntos en un cestito. Jamás peleaban. Y el gato hasta le ayudaba al perro a subirse al sofá para hacer sus siestas, puesto que la raza del perro es bastante enana.

El gato un día se murió. Y el matrimonio Bell lo enterró. Oscar por supuesto, acudió al entierro. Y todos se fueron a dormir.


Durante la noche, Oscar se escabulló por la puertecita del gato hacia el jardín. Buscó el lugar donde estaba enterrado Arthur. Comenzó a escarbar hasta encontrar el cuerpo de su amigo. Sacó al gato fuera del hoyo. Tomando en consideración la diferencia de tamaño entre el gato y el perro, es de suponer el esfuerzo físico descomunal que esto le supuso a Oscar. Lo arrastró luego hasta la casa. Lo metió adentro por la puertecita del gato. Lo puso en el cestito donde ambos dormían. Luego, como el gato estaba lleno de tierra y despeinado de toda la maniobra, Oscar se dedicó buena parte de la noche a limpiarlo a lengüetazos.

A la mañana siguiente, cuando el matrimonio Bell se levantó, cuál fue la conmovedora sorpresa al encontrar a Oscar bien dormidito junto a su queridísimo amigo Arthur. Lo que más admiraban los Bell era que el gato estuviera tan pero tan limpio.

Así es que volvieron a enterrar a Arthur en un lugar más “seguro” y le llevaron a Oscar un nuevo gatito al que llaman Limpet. Y Oscar lo cuida y lo sobreprotege, aunque suponemos que el amor por su amigo Arthur pervive en su corazoncito canino.

Cada vez que sé de una historia así, daría mi reino por saber lo que pensaba el perro y qué lo hizo decidir hacer todo lo que hizo. Esto para todos aquellos miserables que insisten en que los animales no tienen sentimientos... guau guau, miau miau.

martes, enero 15, 2008

El Orfanato

orfanato.jpgLaura regresa a lo que fuera su hogar de infancia, un orfanato. Compra el caserón, se instala allí con su esposo Carlos y su pequeño hijo Simón y planea abrir un hogar para cuidar niños con limitaciones físicas. Pero muy pronto comienzan a pasar cosas extrañas y además, Simón insiste en que juega con unos amigos imaginarios...

El Orfanato es el primer largometraje del director Juan Antonio Bayona y viene a ser una refrescante visita al género del misterio y el horror. Lo que me sorprendió en particular es que los elementos con los que crea la tensión en el espectador no son extraordinarios ni novedosos. Rincones oscuros, puertas que se abren con chirridos, maderas que crujen al caminar, música dramática: uno espera en cualquier momento que ocurra algo (que aparezca una mano peluda o un monstruo de facciones aterradoras), pero las más de las veces no pasa nada. Y entonces, cuando tenemos la guardia baja, ya pegaste el primer grito del susto.

El director va construyendo en el espectador una tensión que no da tregua, desde los primeros momentos de la película y realmente uno está a la expectativa de “algo” porque sospecha que en efecto, algo no anda bien, aunque no tenemos la menor idea de qué.

La composición del terror que va armando el director se basa más en lo sugerido y en las piezas que poco a poco se nos van presentando en la historia. Pero no es un terror (como desafortunadamente ocurre en tantas películas actuales), basado en lo escabroso o grotesco. Es algo mucho más fino y construido muy meticulosamente aprovechando todo tipo de elementos (claroscuros, espacios, ruidos, etc.)

Esa tensión es intensa y constante como ya mencioné. Y me ocurrió lo que no recuerdo haber vivido jamás en ninguna película: ¡la gente pegaba unos gritos tremendos! No, yo no grité, pero sí confieso haber pegado mis 3 o 4 brincos en algunas escenas y me pasé con una tensión casi insoportable durante toda la película. ¿Qué más puede uno pedir de una peli de miedo y misterio?


Pero ciertamente la película ofrece mucho más. Hay muy buenos momentos fotográficos. Las escenas de exteriores tiene momentos preciosos. Y también la fotografía (con un constante uso del claroscuro en interiores) es de los elementos que construyen el misterio. Muy buena la escena a nivel fotográfico de cuando Laura va bajando las escaleras a lo que es “la casa de Tomás” (toda la gente del cine en ese momento le gritaba a Laura “¡noooo, no bajés!”).

Belén Rueda está super bien en el papel de Laura. Y luego tenemos un par de sorpresivas presencias, como la de Geraldine Chaplin como una medium que intenta ayudar a Laura y Carlos, y la de Edgar Vivar (conocido y constante cómplice de Chespirito) como parte del equipo de la medium.

Lo único que en lo personal no me gustó fue el final. Me pareció que rompió con toda lo dark y la carga de tensión que llevaba la película desde el comienzo. Pero bueno, puedo comprender la intención del director al hacerlo de esa manera.

No puedo hablar más de esta historia primero para no arruinarles el cuento, pero sobre todo porque El Orfanato es una experiencia que debe vivirse. Si le gusta sentir que se le paran los pelos de la nuca, pegar brincos del miedo y experimentar un salón oscuro lleno de gritones miedosos, no deje de verla. Y lo mejor es que vaya acompañado.

Y ciertamente, quedo a la espera de más películas de este excelente director.

lunes, enero 14, 2008

Os saludo rompiendo la pluma: Emilio Salgari

salgari_emilio.jpgEl 25 de noviembre de 1911, un hombre de 48 años se dirige a un barranco en el Valle di San Martino, cerca de Turín, Italia. El lugar está lleno de buenos recuerdos. Ahí cerca había vivido un tiempo con sus hijos y su amadísima esposa, en la Via Guastella. En aquel lugar, lo recuerda claramente, la familia entera iba a cortar flores. Desayunaban por ahí cerca. Era un pequeño lujo que podían darse, a pesar de la dramática estrechez económica.

Cuando saca el cuchillo, no puede evitar pensar en piratas y sultanes, en tigres y selvas, en barcos y palacios, en lugares exóticos a los que el común de la gente jamás viajará. Ni él tampoco. Piensa en su amada esposa Aída, en sus hijos a los que apenas podrá heredar 150 liras. Confía en que habrá seres bondadosos que cuidarán de ellos.



Cuando cumplió 16 años, el joven Salgari se mudó de su natal Verona a Venecia, para ingresar al Real Instituto Técnico Naval “P. Sarpi”. Su plan era obtener el título de capitán de gran cabotaje pero nunca lo logró. Y es de ahí en adelante donde la vida misma de Salgari se confunde entre la realidad y la fantasía.

En sus memorias, Emilio Salgari asegura haber realizado una serie de viajes por la India, Malasia, Borneo y el Pacífico Sur en los que pasaron toda suerte de sucesos y conoció a las más disímiles personas, quienes se convertirían, más adelante, en el pasto nutricio de sus novelas de aventuras. La verdad aparenta haber sido mucho más sencilla. Se cree que Salgari, quien tenía una fantasía bastante exacerbada, quien era un lector incansable y que para algunos no era más que un mitómano, en realidad no llegó a ser más que un marino que realizara poquísimos viajes como parte de su aprendizaje naval y un viaje como pasajero en un barco mercante que navegó durante tres meses en el mar Adriático.





Sea cual sea la realidad de los hechos, hacia 1883 comenzó a publicar sus relatos y novelas de aventuras, los cuales tuvieron buena aceptación entre el público lector, aunque los críticos lo calificaran como “escritor menor”. Llegó incluso a batirse en duelo con un periodista que despreciaba sus escritos. Al periodista le quedó una cicatriz de por vida en el rostro y Salgari tuvo que cumplir prisión durante un tiempo. De nuevo, esa inexactitud entre la realidad y la fantasía que pueblan sus datos no permite establecer cuánto tiempo estuvo en la cárcel, unas fuentes dicen que fueron 50 días, otras (posiblemente alentadas por Salgari mismo) dicen que fue medio año.

Al salir de la cárcel sigue escribiendo. Logra su primer contrato editorial en Génova, en condiciones desventajosas a nivel económico, lo cual no amilana al escritor. Ante su creciente popularidad, alimenta la certeza de que podrá vivir holgadamente de sus derechos de autor. Se casa con una actriz de teatro, Ida Peruzzi, a la que llamará cariñosamente Aída, en honor al personaje de Verdi. Tienen 4 hijos, se van a vivir a Turín.

Los años siguientes son de mucho trabajo, pero sobre todo, de grandes aprietos económicos debido a malos contratos editoriales. Uno de dichos contratos lo obligaba a entregar tres novelas al año, en exclusiva, y para lo cual recibiría tres mil liras anuales. “El pan, había que ganarse el pan. El editor me lanzó, es verdad, con deslumbradoras cubiertas, pero vendía ejemplar tras ejemplar y yo... yo me atareaba en emborronar cuartillas y cuartillas para ganar lo indispensable para no morir de hambre”, escribiría Salgari al justificar aquellos pésimos acuerdos. Sin embargo, su hijo Nadir Salgari, en el epílogo a las memorias de su padre, advierte que el escritor no aceptaba consejo acerca de aquellos contratos y que además sentía gran desprecio por el dinero.

Salgari escribe días y a veces noches enteras, para cumplir con sus editores. El incansable esfuerzo por llevar una vida digna para él y su familia lo agota moral y físicamente. Rompe con la editorial, firma con otra, se muda con toda su familia a Génova, retorna a Turín. La situación, lejos de mejorar, empeora cada día, pese a que su fama como escritor se consolida y sus novelas se venden fácilmente. Algunos de sus libros alcanzan tirajes de 100,000 ejemplares, cifra extraordinaria para aquella época. Sus novelas se tornan tan populares que surgen un montón de imitadores esperando alcanzar la popularidad de Salgari. Nadie sospecha el verdadero drama que vive el autor.

En 1910 intenta suicidarse. Se apuñala el corazón con un cuchillo. Milagrosamente sobrevive, pero su ánimo y el de su familia están seriamente afectados. Hacia finales de ese mismo año, Aída pierde la razón y no hay más remedio que internarla en el hospital psiquiátrico de Collegno. “He perdido cuanto más tenía de querido, ¡mi Aída! Aquella que todo lo compartió conmigo, aquella que sufrió con mis pesares, mi inspiradora, mi amiga, mi alma... Me siento perder, mi vida declina, ha llegado el fin, ha llegado el fin”, escribe en sus memorias.

Destruido emocionalmente, sin saber cómo enfrentar las circunstancias ni cómo sacar adelante tanto los gastos cotidianos como los de su mujer en el hospital, decide hacer algo que, espera, pueda voltear las circunstancias a favor de los suyos, a pesar de su propia vida.



Emilio Salgari escribió 3 notas antes de su suicidio. La primera dirigida a los directores de los periódicos de Turín:

“Vencido por todo tipo de desgracias, reducido a miseria a pesar del enorme trabajo, con mi mujer loca en el hospital, a la que no puedo pagar sus gastos, me quito la vida. Tengo muchos admiradores en Europa y América. Les pido señores directores, que abran una suscripción para sacar de la miseria a mis cuatro hijos y pagar los gastos de mi mujer mientras esté en el hospital. Debería haber tenido otra situación y suerte, debido a mi nombre. Estoy seguro que ustedes, señores directores, ayudarán a mis desgraciados hijos y a mi mujer. Con las gracias más sentidas, me despido”.



La segunda carta para sus hijos:

“Queridos hijos: Soy un vencido. La locura de vuestra madre me ha partido el corazón y todas mis fuerzas. Yo espero que los millones de mis admiradores, a los que durante años he distraído e instruido, os saldrán al encuentro. Os dejo sólo 150 liras, más un crédito de 600 liras, que recogeréis de la señora Nusshaumar. Os dejo la dirección. Que me entierren como pobre, ya que estoy arruinado. Manteneos buenos y honestos y pensad, en cuanto podáis, en ayudar a vuestra madre. Os besa a todos, con el corazón sangrando, vuestro desgraciado padre”.



La tercera y más brutal, a sus editores, a los que culpa sin sombra de duda de todas sus desgracias:

“A vosotros, que os habéis enriquecido con mi sudor manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi-miseria o algo peor, pido sólo que, en compensación de las ganancias que os he proporcionado, paguéis los gastos de mi entierro. Os saludo rompiendo la pluma”.



Así, un desesperado Emilio Salgari hunde el cuchillo hasta el fondo de su vientre, intentando simular el rito japonés del harakiri, pero no logrando más que desgarrar sus intestinos y desangrarse hasta morir. En la tarde de aquel mismo día, su cadáver fue encontrado con el rostro vuelto hacia el cielo.

El suicidio se convertiría de esa manera en una presencia permanente en la familia Salgari. Cuando Emilio contaba con apenas 7 años, su padre se había suicidado. Posteriormente, dos de los cuatro hijos del escritor también se suicidarían: Romero en 1931 y Omar en 1963.






(Publicado en C.A. 21, parte 7 de la serie El Club de los Escritores Suicidas).