viernes, agosto 29, 2008

"La ciudad", Konstantin Kavafis

A veces uno lee un poema y dice "qué bueno". Luego, mucho tiempo después, uno lee el mismo poema, y nos sigue pareciendo "bueno", pero las circunstancias y la experiencia nos hacen comprender realmente la magnitud de su significado. Eso me pasó a mí esta semana releyendo esto de Kavafis.





Dices "Iré a otra tierra, hacia otro mar

y una ciudad mejor con certeza hallaré.

Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,

y muere mi corazón


lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.

Donde vuelvo mis ojos sólo veo

las oscuras ruinas de mi vida

y los muchos años que aquí pasé o destruí".

No hallarás otra tierra ni otra mar.

La ciudad irá en ti siempre. Volverás

a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;

en la misma casa encanecerás.

Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques


-no hay-,

ni caminos ni barco para ti.

La vida que aquí perdiste

la has destruido en toda la tierra.





(Traducción de José María Álvarez,

Poesías completas, Ediciones Hiperión, Madrid 1982).

jueves, agosto 28, 2008

Leyendo "La sirena", un cuento de Ray Bradbury

No me gusta ir al banco. De hecho, si hay algo que me desagrada hacer es gestiones y papeleos de cualquier tipo. Pero de un tiempo para acá, cuando voy al banco o a cualquier lugar donde sé que hay que esperar, hay algo “positivo” para mí: el tiempo de espera (que por lo general suele ser de una media hora) es casi que del poco tiempo “libre” que tengo para leer. Leer literatura, claro está.

Un día de estos tuve que ir al banco a hacer un reclamo pues me estaban cobrando dos veces más una compra que hice en el super. O sea, si no reclamaba, me la cobraban tres veces.

Un nuevo sistema de numeración para atender a los clientes en el Banco Nacional de San Pedro, menos que agilizar los trámites, ha hecho los tiempos de espera algo más largos pero también impredecibles, porque los números otorgados tienen combinaciones de números y letras y es algo así como una lotería saber cuál es el que sigue, pues no tienen un orden estrictamente numérico ni alfabético. Todo lo cual no me molestó en absoluto. Tenía conmigo Las doradas manzanas al sol de Ray Bradbury, que me lo encontré en liquidación a un precio de tirarse al suelo y tener risa convulsiva.

El primer cuento de ese libro se llama “La sirena”. Y qué cuento más precioso y a la vez, tan triste. Daban ganas de pararse en una silla, detener al banco completo y leerles el cuento para que todos lloráramos al unísono y volviéramos a sentirnos vivos, para que pensáramos en el amor, en la soledad y en el dolor de estar solos... ya me miraba sacada por los guardias con camisa de fuerza derechito para el manicomio o por lo menos para la Oficina de Investigaciones Judiciales (OIJ), como sospechosa de distraer a todos para seguramente planear un robo, o algo así.




No voy a decir de qué va el cuento, porque está tan bien escrito que lo que yo pueda decir al respecto no le haría justicia alguna. Mejor léanlo. No encontré una versión idéntica a la de mi ejemplar, que está en Minotauro, con traducción de Francisco Abelenda. Pero se podrán hacer una idea.

Nada más les reproduzco un fragmento (versión Abelenda). Y cuando lean el cuento completo, vuelvan y me cuentan.



–Los misterios del mar –dijo McDunn pensativamente-. ¿Pensaste alguna vez que el mar es como un enorme copo de nieve? Se mueve y crece con mil formas y colores, siempre distintos. Es raro. Una noche, hace años, yo estaba aquí solo, cuando todos los peces del mar salieron ahí a la superficie. Algo los hizo subir y quedarse flotando en las aguas, como temblando y mirando la luz del faro que caía sobre ellos, roja, blanca, roja, blanca, de modo que yo podía verles los ojitos. Me quedé helado. Eran como una gran cola de pavo real, y se quedaron ahí hasta la medianoche. Luego, casi sin ruido, desaparecieron. Un millón de peces desapareció. Imaginé que quizás, de algún modo, vinieron en peregrinación. Raro, pero piensa qué debe parecerles una torre que se alza veinte metros sobre las aguas, y el dios-luz que sale del faro, y la torre que se anuncia a sí misma con una voz de monstruo. Nunca volvieron aquellos peces, ¿pero no se te ocurre que creyeron ver a Dios?

martes, agosto 26, 2008

En Nicaragua

Portada nuevo amanecer 23082008.jpgEl fin de semana pasado fui honrada con ser portada del suplemento "Nuevo Amanecer Cultural" de El Nuevo Diario de Nicaragua, uno de los suplementos con los que colaboré bastante durante mis años de habitar en aquel país.

El motivo de la portada fue la reproducción del generoso comentario que hiciera Lilian Fernández Hall sobre mi reciente libro El Diablo sabe mi nombre y también el comunicado de prensa de Uruk Editores de Costa Rica, sobre su exportación de libros por la región.


Por ello y desde aquí, mis agradecimientos a Eunice Shade, a Lilian Fernández y al "Nuevo Amanecer" por las gestiones y la deferencia.

lunes, agosto 25, 2008

El camino

8011.jpgHacer cine en Centro América es una hazaña tan grande, que cuando alguien se aventura a filmar un largometraje, son muchas las expectativas sobre el resultado. Es una constante en dichas hazañas la limitación de medios, sobre todo económicos, que a veces alargan durante mucho tiempo las producciones o limitan algunos asuntos de calidad estrictamente técnica. Hay buenas ideas, buenas historias. Hay también personal calificado y con el talento para llevar a cabo tales empresas.

Cada película filmada y producida en Centro América resulta en ese sentido un auténtico triunfo. Pero eso no la exime de los posibles fallos y limitaciones del resultado final. Hay quienes tienden a ser muy benévolos y disculpar todo tipo de errores. Se hizo la película y es lo que importa, no el resultado, parece ser el lema de algunos. Para otros, la temática planteada puede ser el punto de disculpa.

En el caso de El Camino, de la costarricense Ishtar Yasin, las expectativas eran mucho más altas, debido a que primero se estrenó en varios países y festivales de cine alrededor del mundo y no es hasta un año después de su producción final que la película se estrena en Costa Rica. En algún momento pensé que quizás la estrategia partía de aquel lamentable dicho nuestro de que “nadie es profeta en su tierra” y que Yasin sentía necesidad de validar su película en el extranjero para estrenarla finalmente en Costa Rica. Esto son meras especulaciones mías, conste. Porque la verdad ignoro por qué se estrenó tan tarde acá. En todo caso, me fui con la mejor de las intenciones al cine. Pero salí bastante decepcionada.




El camino narra la historia de Saslaya, una niña que decide un día, cansada de los acosos sexuales de su abuelo, irse de Nicaragua a Costa Rica a buscar a su madre, quien habría migrado varios años antes y de quien apenas tienen noticia. La niña se lleva a su hermano Darío, quien es mudo. El padre de los niños murió hace mucho y parece no haber más familiares. Juntos, los niños comienzan un viaje atravesando Nicaragua, enfrentando diversas circunstancias y conociendo numerosas personas, algunas de las cuales tendrán (predeciblemente) influencia en los sucesos finales de la historia.


La película descansa más en imágenes que en diálogos, y esto puede hacer que el ritmo de la película sea algo lento. A pesar de ello, la trama se transmite bien. Creo que la pobreza de las condiciones de vida de miles de nicaragüenses queda bien retratada y para ello no se utiliza un discurso lloricón. Hasta allí estamos bien.

Sin embargo, hay ciertos recursos y elementos visuales utilizados en la película que me parecieron lugares comunes. Por ejemplo, cada vez que Saslaya llega con Darío a algún lugar, siempre hay una feria, una fiesta, una banda tocando música, etc. Parecería que nuestros países viven en una perpetua parranda. El simple transporte de una virgen en el barco que viaja a San Carlos de Nicaragua, se transforma en procesión (con banda de música y cohetes incluidos) llegando a puerto, y culmina con una quema de incienso que deja la pantalla en blanco durante un tiempo demasiado largo para mi gusto.

Y luego hay un recurso que sinceramente no me gustó para nada. Un par de hombres encuentran una mesa cualquiera en el botadero de Acahualinca de Managua, y se la llevan. A esos hombres los estaremos viendo en varios momentos de la película, es decir, atraviesan toda Nicaragua con esa mesa vieja y hasta cruzan ilegalmente la frontera tica con la mesa. Como recurso visual es válido, pero creo que se les pasó la mano, porque era algo absolutamente ilógico ir a sacar una mesa vieja de un botadero de basura y cruzar con eso todo un país y hasta la frontera. Ya cuando vi esa escena estuve a punto de irme.

Quizás, en el fondo y ahora que lo pienso, la película esté más dirigida a un público foráneo que a uno local (y quizás por eso la paciencia de presentarla tanto tiempo después en Costa Rica). Es decir, el intento es el de hablar sobre los efectos de las migraciones en los seres que quedan atrás, en las familias incompletas, en los dramas de los niños que tienen que crecer sin sus padres a merced de situaciones que son amenazantes para ellos.

Luego de todas las buenas opiniones sobre El camino y el par de premios que la película ha ganado, me queda un sabor contradictorio. Es un triunfo, es cierto, y un gran esfuerzo, haberla filmado. Pero en lo personal, la película no me tocó pese a mi profundo interés en el tema de las migraciones, pese a conocer Nicaragua y vivir en Costa Rica. Faltó algo o quizás hubo demasiado. El final se me hizo muy predecible.

Pero no me hagan caso. Como escritora creo que estoy demasiado conciente de los andamiajes y las estructuras de las historias como para dejarme llevar por sus finales o intenciones. Véanla y me comparten su opinión.