lunes, noviembre 01, 2010

Felicidad Nacional Bruta

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El discurso que más me llamó la atención de los pronunciados en la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado mes de septiembre, fue el de Jigme Thinley, Primer Ministro de Bután.

Mientras todos los demás líderes analizaban los obstáculos para alcanzar las Objetivos de Desarrollo del Milenio, que deben lograrse para el 2015, el Primer Ministro Thinley proponía que se agregara un noveno objetivo: la felicidad. Cuando propuso esto, en el plenario se escucharon algunas risas. Pero el Primer Ministro, quien sonrió ante la reacción de los presentes, estaba hablando muy en serio.

“A medida que las personas superan las amenazas de la supervivencia básica, ¿cuál será nuestro esfuerzo colectivo como sociedad progresiva? ¿Debemos seguir creyendo que la vida humana debe gastarse trabajando para lograr un mayor ingreso económico para poder consumir más a costa de las relaciones, la paz y la estabilidad ecológica? ¿Vamos a aceptar como inevitables las causas de depresión, suicidio, desintegración de la comunidad y la creciente criminalidad? (...) ¿No podemos encontrar una manera de salirnos del fuego de la codicia que nos consume y que está siendo alimentado por los medios y pagado por la industria y el comercio que crecen con fuerza en un imprudente consumismo? ¿Y no deberíamos esperar que la búsqueda de tal estado de bienestar afine la mente, discipline el cuerpo y conserve el ambiente dador de vida?”, preguntó en su discurso.

La felicidad, explicó Thinley, aunque represente una meta aislada es una que contiene a todos los otros ocho Objetivos del Milenio. “La inclusión de la felicidad (...) confirmaría que estamos preocupados por la calidad de vida, por añadir significado y valor a la vida. Su inclusión destacaría la viabilidad de avanzar hacia un esfuerzo humano más responsable que incluya la promesa de una búsqueda significativa de realización y de felicidad”.



Los ocho Objetivos del Milenio (erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la educación primaria universal, promover la igualdad de géneros y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una alianza mundial para el desarrollo), no estarían para nada reñidos con la propuesta de Bután. “Ya que el deseo supremo de todo ser humano es la felicidad, debe ser un propósito de desarrollo crear todas las condiciones que la posibiliten”, recalcó en su discurso.

La propuesta no es descabellada ni un mero discurso protocolario o simbólico. En 1972, el entonces Rey de Bután Jigme Singye Wangchuck planteó el concepto de Felicidad Nacional Bruta (FNB) como un término complementario al Producto Interno Bruto. Lo que comenzó como un concepto basado en la práctica del budismo, vino poco a poco a convertirse en una tesis sustentada por diversos estudios científicos y económicos, que ha trascendido fronteras y que gana adeptos día a día.

La FNB sirve para medir la calidad de vida de los seres humanos desde un concepto holístico que ampara no solamente elementos de bienestar material, sino también de bienestar personal. Lo que promueve es que el verdadero desarrollo humano reside en el desarrollo material y espiritual, y que ambos son complementarios y mutuos. Sus cuatro pilares son la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de los valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.

La salud física, mental y espiritual, el balance del tiempo entre trabajo y esparcimiento, las condiciones de vida, la buena gobernabilidad, la educación, la vitalidad social y comunitaria, la vitalidad cultural y la vitalidad ecológica son los pilares específicos en que descansa este índice. Sin embargo, debido a que la FNB lidia con aspectos subjetivos y variables, su medición no puede realizarse de manera cuantitativa, aunque sí pueden medirse los factores que la alteran.

La propuesta del Primer Ministro Thinley me llamó la atención por su audacia. En estos tiempos en que nos abruman los conflictos sociales y en que el concepto de desarrollo está meramente enfocado en la consecución de bienes materiales a través del aumento de las ganancias económicas, y a medida que el entorno nos impone conductas consumistas, donde “tener” significa estatus y aceptación social, pensar en la felicidad como una meta del milenio nos lleva a hacer una pausa y reflexionar sobre lo que realmente estamos haciendo con nuestras vidas.

Esta preocupación se está haciendo escuchar cada día más desde diferentes sectores. El escritor libanés Amin Maalouf, ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010, en el discurso que pronunciara al recibir el reconocimiento el pasado 22 de octubre, aunque no habla directamente sobre la felicidad, plantea interrogantes similares.


Reflexionando sobre el papel de la cultura en la sociedad moderna (y recordemos que la cultura es un componente importante de la FNB), Maalouf preguntó: “¿Quiénes somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué pretendemos construir? ¿Qué sociedad? ¿Qué civilización? ¿Y basados en qué valores? ¿Cómo usar los recursos gigantescos que nos brinda la ciencia? ¿Cómo convertirlos en herramientas de libertad y no de servidumbre? Este papel de la cultura es aún más crucial en épocas descarriadas. Y la nuestra es una época descarriada. Si nos descuidamos, este siglo recién empezado será un siglo de retroceso ético; lo digo con pena, pero no lo digo a la ligera. Será un siglo de progresos científicos y tecnológicos, no cabe duda. Pero será también un siglo de retroceso ético. Se recrudecen las afirmaciones identitarias, violentas y retrógradas en muchísimas ocasiones; se debilita la solidaridad entre naciones y dentro de las naciones; se erosionan los valores democráticos; se recurre con excesiva frecuencia a las operaciones militares y a los estados de excepción... Abundan los síntomas”.

¿Cabe, dentro de un panorama tan oscuro y complejo como el actual, preguntarse por la felicidad y plantear su consecución? Me parece que sí. Pero por su calidad subjetiva y variable pareciera que la felicidad es imposible de alcanzar como una meta generalizada.

No cabe duda que cada uno de nosotros, a nivel individual, tiene su propia idea sobre el tema. A lo largo de la historia, diferentes pensadores han enunciado sus propias definiciones de la felicidad individual y colectiva. Pero reflexionar sobre ello es importante porque nos puede encarrilar de nuevo hacia la búsqueda de los valores humanos, cada día más difusos.

“El dinero no trae la felicidad, pero ayuda”, dice un conocido dicho. Pero el hiperconsumismo actual ha hecho parecer que la felicidad radica meramente en tener capacidad de compra. La bonanza económica de algunos cuantos ha generado avaricia y codicia. Y eso ha marcado la sobre explotación de los recursos naturales y de las personas mismas.

Como individuos es claro que nuestra felicidad pasa por variables muy complejas y diferentes. Uniformar y pretender que una definición sea aplicable en general es difícil. Por lo demás, no puede pensarse tampoco que la felicidad es un estado permanente del ser, ya que la misma dinámica e interacción constante con los demás seres humanos supone siempre retos y dificultades a superar. Y de eso finalmente se trata la vida, que es una constante escuela de aprendizaje.

Es un tema del que hablo en mis talleres literarios: traten de escribir un cuento o una novela donde todos los personajes son felices todo el tiempo y terminarán con una historia aburrida y sin sentido, porque nada va a pasar nunca si todos son felices siempre. Las historias que contamos, al igual que la vida misma, pasan por los personajes superando dificultades y situaciones para conseguir una meta y cambiando o por lo menos aprendiendo a madurar en el proceso.

La felicidad puede ser una utopía, sobre todo si la consideramos como un estado permanente del ser. Pero la actitud con la que asumimos la vida cotidiana, y cómo nos relacionamos con nuestro entorno, pueden brindar la solidez y la sabiduría interior necesarias para no dejarse abatir por las dificultades.


Integrar la felicidad como el noveno Objetivo del Milenio y analizar el PIB complementado con la FNB, pueden servir para darle a todas estas metas un cariz realmente humano. Porque junto al hiperconsumismo, parece que también crece una tendencia de corrección política que se queda en el análisis superficial y que se mide estrictamente por la frialdad de los números, conformándose con cantidad pero olvidando lo más importante: la calidad.

Ninguna sociedad puede impulsar cambios si no se comienza por cambiar el interior de cada individuo. La búsqueda de la FNB podría suponer exactamente eso. Más aún, adoptarla como un medidor permanente podría sacudir a cada uno en la reflexión que nos permita reconocer, buscar y alcanzar no sólo la felicidad individual, sino, a través de ella, lograr compasión por todos los seres vivos. Y mediante ello, lograr el mejoramiento de la sociedad.


(Publicado en revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, domingo 31 de octubre 2010).


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