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martes, mayo 04, 2010
lunes, mayo 03, 2010
La piedra de los sueños
Mientras iba en el asiento de atrás del diminuto carro del Consulado de El Salvador en el puerto mexicano de Veracruz, mientras miraba las calles desconocidas para mí hasta aquella noche, me pregunté cuántos salvadoreños estarían residiendo en aquel lugar como para que el gobierno mantuviera ahí un consulado.
“En realidad son pocos” me dijo Claudia Zaldaña de Sifontes, Cónsul de El Salvador en Veracruz, quien había llegado a traerme al aeropuerto. “Lo que hacemos sobre todo es apoyar a los compatriotas migrantes que pasan por aquí”.
Como resultado de un cambio de rutas en el flujo de migrantes centroamericanos hacia el norte, Veracruz se ha convertido en los últimos años en un paso obligado para quienes quieren llegar a los Estados Unidos. Abordando diferentes trenes desde Chiapas a Tabasco, de Tabasco a Veracruz y de allí al D.F. para luego enrumbar hacia Ciudad Juárez u otros puntos de la frontera norte, miles de centroamericanos se lanzan en la búsqueda del así llamado “sueño americano”, aunque lo que tengan que pasar para lograrlo sea una auténtica pesadilla. Y buena parte de esa pesadilla la viven en México.
Desde abusos de parte de las autoridades, extorsiones, secuestros, trabajos forzados, robos y violaciones hasta mutilaciones o la misma muerte cuando caen del tren, los peligros a los que se encuentran expuestos los migrantes en su paso por México son frecuentes y variados.
Buena parte del trabajo consular consiste en velar por los compatriotas que son “asegurados” por las autoridades mexicanas y que entran en proceso de deportación, así como darle seguimiento a los casos de salvadoreños mutilados o repatriar los cuerpos de los que mueren al caer del tren.
La actual Cónsul tiene poco más de un mes de haber llegado a Veracruz y ya le tocaron un par de casos bastante complejos. El primero, el de cuatro niños que viajaban con un coyote cuando fueron capturados en un autobús mexicano por no llevar documentación de ningún tipo. Los menores, dos niñas y dos niños, viajaban solos aunque se cree que el coyote que los llevaba “se hizo el loco” cuando el bus fue interceptado.
Los menores habían salido de Santa Ana el 10 de marzo y el 21 fueron detenidos en el estado de Veracruz. Mientras se desarrolló todo el trámite de deportación, el consulado se encargó de notificar a sus familiares en el país y de velar por su bienestar.
Los migrantes tienen que permanecer durante el tiempo que duren los trámites en el lugar de resguardo de las instalaciones del Instituto Nacional de Migración, INAMI, que no cuentan con espacio suficiente. Los niños mencionados fueron puestos juntos en una misma estación migratoria. Durante las noches se les dejaba salir al corredor a ver televisión, pero pasaban dormidos la mayor parte del día por no tener nada qué hacer.
Finalmente regresaron al país después de la Semana Santa. Viajaron en compañía de dos oficiales migratorios certificados como Oficiales de Protección a la Infancia, OPI, de México, y aquí fueron entregados a sus respectivos familiares, con intermediación de la Dirección de Gestión Humanitaria de la Cancillería y el ISNA.
Sólo entre enero y abril de este año, 17 niñas y 13 niños, fueron repatriados a El Salvador desde México. Se estima que un coyote o pollero, puede llegar a cobrar hasta 8 mil dólares por llevar niños hasta los Estados Unidos, pagándose la mitad al inicio del viaje y la otra mitad al ser entregado el menor, por lo general a alguno de sus padres, quienes son los que mandan a traer a sus hijos de esa manera.
El Consulado de El Salvador en Veracruz es de hecho un consulado conjunto que, con la representación de Guatemala, a través de su Cónsul General Cristy Andrino Matta, comparten además de las instalaciones en la Plaza Acuario algunos casos a resolver, como cuando en marzo de este año, un grupo de migrantes de diferentes nacionalidades centroamericanas, entre ellos cinco mujeres salvadoreñas y una guatemalteca, fueron rescatados en la localidad de Tierra Blanca, donde permanecían secuestrados por una banda delincuencial.
Una ley en México le permite a los extranjeros indocumentados, víctimas de algún delito, optar por obtener un permiso migratorio para residir temporalmente en México, siempre y cuando hagan la denuncia contra los maleantes y atestigüen contra ellos en un juicio. Aunque muchas veces los indocumentados prefieren no hacer la denuncia por temor a las represalias, de las cinco salvadoreñas, cuatro accedieron a hacerlo. La que no accedió, una muchacha de 18 años, prefirió la deportación, aunque se supone que intentará hacer el viaje hacia el norte de nuevo.
Las cuatro denunciantes fueron resguardadas por varias semanas en la estación migratoria de Veracruz y justo en el mismo lugar, se mantuvo en detención a uno de los miembros de la banda que las había secuestrado. Después de amenazas y de situaciones incómodas, a petición de los consulados, las mujeres fueron trasladadas a Acayucan, una población a varios kilómetros al sur del puerto, para continuar con el proceso de averiguación previa y de la obtención de la documentación migratoria prometida, momento en el cual serán dejadas en libertad.
Una de las mujeres, a quien llamaremos “Rosita”, contó que el grupo estuvo secuestrado 34 días, tiempo durante el cual fueron obligados a realizar trabajos forzados. A ella, uno de los de la banda la utilizaba como “chola”, es decir, se la llevaba en una camioneta a hacer las cobranzas de sus extorsiones, mientras trasladaba en el vehículo dinero y armas. El temor a morir era constante para ella, consciente como estaba que si los encontraba la policía, podría no sólo ser acusada de complicidad sino que podría morir en un enfrentamiento armado.
Este grupo de mujeres piensa que si llegaron hasta allí y sobrevivieron al secuestro, nada peor podrá pasarles. Pero la verdadera intención detrás de obtener su permiso migratorio está en seguir intentando llegar a la frontera norte y lograr el cruce final.
Lo más desconcertante para la Cónsul Zaldaña fue cuando le preguntó a Rosita si no conocía los peligros a los que estaba expuesta cuando emprendió el viaje. Rosita le dijo que no, que jamás se hubiera imaginado todo lo que le había pasado. Que en El Salvador nadie le había advertido que las cosas son así en el camino. Que sabía que el viaje era duro, pero no que su vida correría peligro de manera permanente.
¿Por qué emprendieron el viaje? Las cuatro mujeres, todas madres que habían dejado sus hijos bajo responsabilidad de otras personas, estaban en serios apuros económicos en su lugar de origen, el departamento de Santa Ana, y no tuvieron otra opción.
Para el Consulado de Guatemala, las labores son similares. La Cónsul Andrino me habla también de la atención y el seguimiento que debe dársele a los que quedan mutilados por el tren. Los tratamientos de recuperación y los mecanismos para obtener una prótesis (que para los indocumentados es gratis), pueden tardar varios meses y el consulado tiene que velar por las condiciones de vida de los migrantes, funcionando como enlace entre ellos y sus familiares en Guatemala.
En estos casos, los familiares se miran obligados a enviar dinero para comprarles alimentos y para procurar algún alojamiento. Los albergues para migrantes permiten que los viajeros permanezcan un máximo de tres días, pero la permanencia de los indocumentados mutilados puede ser muy larga, como es el caso de un muchacho guatemalteco a quien el tren le cercenó un pie y que tendrá que esperar 6 meses para recibir su prótesis.
Desafortunadamente, las condiciones para este tipo de trabajo son difíciles y de recursos limitados. La gestión del Consulado Conjunto permite garantizar y sobre todo llegar a acuerdos con diferentes instancias mexicanas, para garantizar que a las personas indocumentadas se les permita estar en las mejores condiciones posibles y que se respeten su integridad y sus derechos humanos.
Se estima que un promedio de entre 200 a 300 personas salen a diario de El Salvador con rumbo a los Estados Unidos. La gran mayoría intenta hacerlo por tierra, emprendiendo un viaje largo y en condiciones de extremo peligro.
Unos llegarán, pero muchos más morirán en el camino, serán asaltados, secuestrados, violados, asesinados, perderán alguno de sus miembros o la vida misma en el trayecto. Otros serán deportados. De ellos pocos permanecerán en El Salvador. Porque lo más común es que incluso, en la frontera misma, cuando son devueltos por tierra a Guatemala o a El Salvador, den la vuelta ahí mismo, descaradamente, para volver a entrar. Para volver a probar. Para volver a empujar, con el afán de Sísifo, la piedra de su sueño. Un sueño que dejará parte de sus añicos en el idílico puerto de Veracruz.
(Publicado en la revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 2 de mayo 2010).