No todo ha sido aplausos y sonrisas por la petición de perdón emitida por el presidente Mauricio Funes el pasado sábado. Tengo la impresión de que, por un lado, la noticia ha pasado con algo de indiferencia por muchos sectores. Los periódicos de derecha, por ejemplo, apenas comentan el asunto.
Hubo además declaraciones desafortunadas por parte del ex-presidente Armando Calderón Sol diciendo que por un lado, el presidente Funes no debía pedir perdón en nombre del Estado porque la guerra la provocó la guerrilla, no el Estado, y por lo demás, que dicho discurso no tendría trascendencia alguna; por su parte el ex-presidente Cristiani dijo que estaba bien que lo hubiera hecho, pero que él (Cristiani) ya había pedido perdón pero que a todos se les había olvidado (sic).
Tengo la impresión de que la opinión generalizada es que el perdón está incompleto. Por un lado, porque se esperaba que el presidente, representando al FMLN como partido de gobierno, también pidiera perdón en nombre de la guerrilla por los abusos y los crímenes cometidos durante la guerra. Esto pese a que el vice-presidente Salvador Sánchez Cerén hiciera dicha petición a nombre del FMLN en otro de los actos de celebración de la firma de los Acuerdos de Paz. La formulación exacta de sus palabras parece no haber satisfecho a muchos. Menos reiterativo que el presidente Funes, Sánchez Cerén se limitó en el último párrafo de su discurso a decir: “A todas las víctimas del conflicto, a todos sus familiares, a sus hijos e hijas, el FMLN les pide perdón, y a todo el pueblo salvadoreño afectado por nuestras acciones militares”. Y consideran como acto de reparación a las víctimas su trabajo político a lo largo de los 18 años transcurridos.
Por otro lado también he escuchado (o más bien leído en varios blogs, Twitter y Facebook), que el perdón queda incompleto si no va acompañado de acciones que lleven a la justicia a los responsables de todos los crímenes y abusos. Y aunque Funes ha dicho que la Ley de Amnistía no será abolida, el llevar a los tribunales a los diferentes responsables de asesinatos, torturas y desapariciones sigue siendo un deseo latente de justicia entre los salvadoreños, porque la impunidad ha sido una constante en este país desde siempre.
Creo también que hay un fuerte sector que, aunque aparenta indiferencia ante las celebraciones por la firma de los Acuerdos de Paz, siente más bien que hablar de “paz” no deja de ser una fuerte ironía, cuando el país se debate en una ola de violencia y criminalidad nunca antes vista. Porque para la guerra (y quizás exceptuando los días de la ofensiva final del Frente), se sabía dónde de dónde venían los balazos. Pero ahora no se sabe dónde puede quedar uno. Con un vergonzoso promedio de entre 12 a 14 homicidios diarios y con el agravante de actos que van escalando en violencia, como el hecho de que se lancen granadas a lugares públicos, como ocurrió el mismo sábado y donde hubo 20 heridos y un muerto, es difícil sentir, convencernos, darnos cuenta y mucho menos decir que aquí “estamos en paz”.
Si bien es importante la declaración de Funes (porque jamás nadie en la historia del país había tenido un discurso conciliatorio de ninguna índole), todas las heridas que están abiertas y supurantes, podríamos decir que desde las masacres de 1932, y que tampoco fueron incluidas en la petición de perdón, pueden encontrar en las palabras de Funes un leve bálsamo. Pero el bálsamo no es la cura.
El proceso de recuperación de la sociedad salvadoreña será largo y complejo, sobre todo por la profunda y compleja polarización política del país, en el cual discursos como el de Funes el sábado siempre dejan inconformes a muchos.