jueves, septiembre 25, 2008

Water

Water.jpgSegún las Leyes de Manú, al morir su esposo una viuda tiene tres opciones: ser quemada con su esposo, dedicarse a una vida de contemplación o casarse con el hermano menor del esposo muerto.

Muchas de ellas son llevadas por las propias familias a casas de viudas donde deberán vivir el resto de su vida natural, raparse el pelo, vestir siempre con saris blancos, no comer comida frita ni dulces, no reír, no jugar, no cantar y por supuesto, no volver a amar a ningún hombre y mucho menos pensar en casarse. Su contacto social es restringido y el simple hecho de tropezarse con alguien “ensucia” a la otra persona. Para su manutención (y la de la casa) deberán pedir limosna en las afueras de los templos. Parte de ese dinero deberán ahorrarlo para ser incineradas cuando les llegue la muerte.

Pero la estricta observación de la reglas no impide que haya un espacio para la doble moral y de ciertas prácticas que, seguramente, no son bien vistas por las mismas leyes que dictan tan estricta observancia para las viudas...

En la película Water de la directora india Deepa Mehta, se examina esta forma de vida a través de la historia de Chuyia, una niña de 9 años cuyo esposo, considerablemente mayor que ella, muere. Para la niña la separación de su familia, la imposición de severas prohibiciones que chocan totalmente con su condición infantil, la amargura y el desaliento que reina entre las viudas de la casa a donde es llevada y la perspectiva de tener que pasar el resto de su vida en aquel encierro, despiertan en ella una natural rebeldía.




Ambientada en 1938 en Varanasi, la ciudad sagrada a la orilla del río Ganges, Water cuenta con muchos detalles que hacen de ésta una película digna de verse. La fotografía es exquisita, llena de colorido y detalles. La música fabulosa. Hay ciertos diálogos, preguntas sin respuesta, que lo dejan a uno pensando mucho.

Me gustó en particular la presencia de Gandhi a través de las expectativas de los personajes. Es decir, la discusión y referencias a Gandhi y su lucha vista desde las diferentes clases sociales y formas de pensamiento de la época, crean una comprensión más directa de lo que llegó a significar para los indios su movimiento de resistencia pasiva. Para las viudas, la lucha de Gandhi representaba la posibilidad de romper con tradiciones que, luego de dos mil años, se han convertido en letra muerta.

Narayan, uno de los personajes de la historia y perteneciente a la casta de los brahmanes, habla con crudeza en algún momento sobre las miserables conveniencias económicas que significa para las familias de las castas más bajas depositar a sus viudas en una casa, desentendiéndose de ella por el resto de su vida: significa el ahorro de una cama, de cuatro saris y algunas monedas para su alimentación.

La presencia del agua y la motivación para su título son más que evidentes. El agua sagrada del Ganges donde las viudas se bañan, lavan su ropa y donde sus cenizas son depositadas al morir, sus aguas que son llevada para bendecir a las viudas agonizantes, las lluvias monzónicas y, por qué no, el agua del llanto de una tradición por demás injusta. Irónicamente, mientras observaba esta película, caía una lluvia con ímpetus monzónicos en San Salvador.

Water es sin duda una fuertísima crítica a un estado de cosas que continúa hasta el presente: según el censo del 2001, en la India existían 34 millones de viudas, muchas de las cuales continuaban (y seguramente continúan) viviendo en las condiciones descritas por la película.

martes, septiembre 23, 2008

Inventario de viaje

El taxi pedido por teléfono que nunca llega.

Caminar incrédula por el aeropuerto. Ganas, inconmensurables ganas de ir.

Escucho claramente maullar a la Loli, tanto así que en automático, me agacho para acariciarla. Pero ella no está allí.

Requesón, empanadas de frijoles, chilate con nuégados, sopa de chipilín, pupusas de queso con loroco.

Refresco de ensalada en El café de Don Pedro.

El mar. Las olas como un mantra en movimiento, cuya constancia te hace entrar en trance.


Cangrejos ermitaños cargando sus casas en la noche.

Luna llena en el mar. Hace frío.

Desconexión. Todo está lejos. Nada está aquí, está “allá”; no ocurre aquí, ocurre “allá”, tan lejos que no me toca.

Estar ante un librero y que te digan “agarrá los libros que querrás”. Y sentirme como niña en dulcería, y por supuesto, tomar libros.

Dormir la siesta rodeada de los libros recibidos, como un niño cuando duerme con los juguetes recién recibidos en Navidad.

Leer El pozo de Juan Carlos Onetti.

Historias tristes de suicidios.


Historias tristes de desamores.

Terracita con bolas de alcanfor para espantar murciélagos.

Reencuentros. Personas, lugares, palabras, acentos, fisonomías, olores, formas, colores.




El bálsamo de los amigos, en particular, de aquellos que no te juzgan ni te critican y que nada más te quieren. Nada más te quieren.

La esperanza que nunca perece.

El estridente eco de mi risa.

Ideas que pugnan por ser escritas. Semillas. Reconocimiento de un ambiente estéril. Reconocimiento de rincones oscuros a los cuales preferiría no regresar.

Noticias de gente que no está.


Preguntas y conceptos formulados por otros y que me hacen pensar en cosas. En muchas cosas, no siempre agradables.

La ilusión de un espacio. No un espacio. Una casa. No una casa, un hogar. Imaginar a la Loli y a mí en ese hogar.

Reconocer los síntomas del ciclo que termina.

El deseo, el ferviente deseo de llegar. De ya no moverme.

Cansancio. Euforia. Tranquilidad. Optimismo. Serenidad. Envidia. Dudas.

Frustración. Mucha. Profunda, rotunda, desanimante frustración.

Llanto hasta las 3 de la madrugada.

Pantagruélica cena en Mandarin Garden con Salvador y Jorge.

Cafés en horas impropias. Es decir, casi a medianoche. Y sin embargo poder dormir.


Comer de todo, como si fuéramos inmortales.

El mercado como un museo. Como un recordatorio de lo que soy.

San Simón. Oraciones. La iglesia del Calvario.

Copal de las Guatemalas.

La iglesia de la Candelaria, rodeada de huelepegas.

El recuerdo de mi padre.

Mi biblioteca esperándome. Yo extrañando mi biblioteca.

En busca de una botella de Tanqueray. El vodka, no el gin.

Fotos. Odio que me tomen fotos.


No hay ostras en El Palmarcito.

Escenas imaginarias en El Sunzal.

Superlativa sorpresa al encontrar La niña del pelo raro de David Foster Wallace.

Un gran ausente.

Las tentaciones vienen en forma de libro: Lobo Antunes. Bulgakov. Si cuando vuelva en un par de meses los encuentro son míos, me digo.

La serenidad y la sabiduría de Mauricio.

Los rizos de María. Su cariño que desarma.


La infinita paciencia de Mildred. Y de Pedro.

Los ex compañeros de armas.

Intercambio de confidencias con Beatriz.

Una foto de hace tanto tiempo atrás. Cuando era joven, infeliz e indocumentada. Sobre todo infeliz.

Nostalgias.

Una novela imaginaria que se va armando sola. Ahora sólo falta escribirla en esta dimensión.

Espinas, dardos, palabras que hieren.

La lluvia de madrugada.

Los grillos en la noche.


Canarios cantando sobre el alambre de navajas.

Caminar bajo la lluvia y recordar otra caminata bajo la lluvia en otra ciudad cuyo nombre es mejor no mencionar.

Algo de ansiedad. Y el silencio ajeno.

Dar un voto de confianza. El receptor del voto de confianza no lo sabe.

Si el miedo no existiera.

Si el orgullo no existiera.

Repito: la esperanza nunca perece.

Ganas, muchas ganas de escribir.

Ganas, muchas ganas de leer. Literatura, claro.


Alguien junto a mí en el avión que me reconoce por la foto de la columna.

Dolores Escudos que corre maullando, entre jubilosa y quejumbrosa, a recibirme. Sus grandes ojos amarillos que me miran una y otra vez, incrédula, como diciendo “volviste, volviste”. Su sentarse encima de mí. Su felpudo cuerpo incapaz de contener tanta alegría. El ronroneo. La caricia.

En menos de un mes, nuevo viaje.

Soñar otros viajes. Más viajes. Nuevos viajes.

Soñar llegar.