viernes, abril 30, 2010

Nuevas definiciones de "dolor"

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La luz está compuesta por finas navajas voladoras que rasgan, al contacto, tus glóbulos oculares.

Tu cabeza es yunque para un martillo. Caja de percusión para todo ritmo.

El sonido es un fluir de agujas invisibles que pincha tus tímpanos.

Cierras los ojos y tienes alucinaciones geométricas y de colores estridentes. Serían bellas las alucinaciones si no dolieran tanto.


Duermes y la oscuridad del sueño se llena de incongruencias que provocan angustia. Un sueño pastoso, profundo, incómodo.

Alucinas. Imaginas cosas. Piensas: si la cabeza pudiera desatornillarse, la dejarías puesta sobre el librero, hasta que pasara el dolor.

Pero luego, tendrías que deshacerte también del asco en el pecho, ése que no te permite comer ni un bocado.

Ves luces. Ves círculos morados y franjas azul cobalto.

El dolor es la suave sábana que acaricia tus órganos y que te permite percibir formas exactas: reconoces la redondez de tus ojos, la profundidad de tus cuencas, la profundidad y las curvas del cerebro.

Sabes que va a llover. La presión del agua en las nubes es la misma presión que sientes en tu cabeza. El dolor no va a ceder hasta que ceda el agua, es decir, hasta que caiga una buena, fuerte, feroz tormenta.

Por qué sientes en tu cabeza la presión de las nubes, no lo sabes. Te preguntas si eres pariente de las nubes. Te preguntas si tu cabeza es una nube. Y si tu cabeza es una nube, ¿son tus palabras agua? ¿Son tus pensamientos agua? ¿Es llorar llover?

La migraña es un camino lleno de piedras duras, secas, filosas. Algo así como caminar descalzo dentro de un cuento de Juan Rulfo. Espinarse. Y doler. Cortarse. Y doler. Tropezar. Y doler. Caerse. Y doler. Dormir. Y doler. Soñar. Y doler.



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miércoles, abril 28, 2010

Cuando me asomo por la ventanilla del avión

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Pienso en los viajes hechos antes. En la geografía de formas y colores que he visto desde arriba. Charcos negros en medio de parches blancos sobre Canadá. El río Misisipi, con todas sus vertientes y pantanos. Ver el Golfo de México desde la cabina de mando del avión (hace algunos años, en algún vuelo, me invitó el capitán a ver el mar desde ahí. Ninguna “mala intención”, es que alguien le dijo que en su avión iba una escritora “famosa” que resulté ser yo).

Ver el mundo desde el avión te hace comprender algunos cuadros de Georgia O’Keffee.

Pienso en la gente que quiero. Imagino qué estarán haciendo. Imagino que les contaré de este viaje al regreso. Me pregunto si ellos me estarán imaginando a mí sentada en este avión.


Pienso en las nubes. Las veo. Conozco la explicación científica del cómo se forman y de lo que son en realidad. Pero para mí siguen estando hechas de un material innominado que, si pudiéramos tocarlo, si pudiéramos caminar sobre ellas, serían de una suavidad seductora y narcótica.

Veo en la distancia y entre las formas de las nubes distingo a un cerdo, a un cisne y a King Kong viendo hacia el sol.

Me pregunto si al morir los animales se convierten en nubes. Me pregunto si por aquí estarán los espíritus de todos mis gatos muertos, convertidos en nubes blancas, limpias, luminosas.

Pero ya lo sé. Los gatos no se convierten en nubes cuando mueren, sino que se van al Valle de los Gatos, a vivir entre árboles y prados soleados, a ser felinamente felices por el resto de la eternidad. Allí me iré yo también, a pastorear gatos para siempre.




Veo entre las nubes, unas con la forma de la nebulosa de Los Pilares de la Creación. Pienso en la nebulosa. Cuando la vi por primera vez pensé que ésa era la foto de Dios. El origen y el misterio del mundo están ahí.

Nosotros somos tan diminutos, casi nada, pero nuestra arrogancia es tan gigantesca.

Entonces veo estas nubes desde la ventanilla del avión. Veo el cielo de un azul casi lavanda. Because the sky is blue it makes me cry. Se me llenan de agua los ojos.


Me trastorna tanta belleza. Y pienso que el mundo es bello.

Pienso en tierra. En esos amigos que pensé antes. En esa gente que amo. En ellos que me aman con todo y mis defectos (que no son pocos / los defectos, no los que me aman, ésos son los menos). Pero así me quieren, me aceptan y están conmigo.

Pienso en alguna gente muy especial que ha entrado a mi vida, como si fueran ángeles. Más de alguno ha sido un ángel enviado para ayudarme aunque sólo sea con una palabra de aliento. Hay gente que no entiende que a veces, cuando todo se desmorona alrededor, una palabra de aliento, una palabra de afecto, un mínimo gesto es tan grande que te levanta del suelo.

Esos ángeles son los que más aprecio porque, por experiencia lo sé, están un tiempo muy, pero muy breve en tu vida. Luego se van a seguir haciendo el bien donde corresponda.

Veo ese paisaje tan sencillo, cambiante, no permanente, un paisaje que ha sido visto por miles de seres que han viajado en aviones, que ha sido contemplado desde tiempos inmemoriales por millones de seres desde la tierra y desde el mar y por un puñado de astronautas cuando han salido más allá. Un paisaje tan sencillo y tan común como un montón de nubes.

Y no comprendo, de veras que no comprendo, por qué estamos empeñados en destruir tanta belleza.



(Escrito en el aeropuerto de México D.F., 15 de abril 2010, durante una espera de 5 horas antes de tomar el avión a Veracruz. La foto la tomé desde el avión, volcanes mexicanos que no sé cómo se llaman).



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