A las 13:21 de la tarde me encontraba en el gimnasio. El gym está ubicado en el cuarto piso del Mall San Pedro, si no me equivoco, uno de los primeros malls construidos acá en San José.
Estaba a punto de sentarme en una máquina para ejercitar deltoides, pero alguien había dejado puestos dos discos de 45 libras y el entrenador comenzó a quitarlos para poner los de 25 que yo iba a ocupar. Sacó el primer disco y cuando iba a ponerlo en el mueble donde se colocan, el suelo vibró. No me asusté. Eso suele ocurrir cuando los “samsones” que entrenan tiran las barras con los pesos con demasiada fuerza. Me di vuelta para ver quién había sido el que había tirado algo y vi que el entrenador todavía tenía el disco entre las manos.
Nos quedamos viendo. La vibración continuaba con algo de fuerza, era oscilante, pero de pronto la sacudida tomó una fuerza tremenda. Mi primer impulso fue salir del gym, pero... sentí que era inútil: estaba en el cuarto piso de un edificio, y no había para dónde salir más que al parqueo del mall. Así es que decidí quedarme donde estaba. El entrenador todavía puso el disco en el mueble correspondiente.
La remezón aumentó. Era impresionante. El gym está forrado de espejos y el techo es de concreto (en algún momento fue de hecho, parte del parqueo). Eso me tranquilizó un poco, pues pensé que estaría reforzado como para soportar el peso de los vehículos. Pero también pensé que, si aquello se caía, estábamos fritos. O mejor dicho, simple y sencillamente, aplastados. ¿Pero qué hacer?
Me invadió una extraña resignación. Nada qué hacer/quedarse quieto/esperar/om tare tutare ture soha/si se empieza a caer el techo, ahí sí, buscar qué hacer.
La sacudida era tan fuerte que me tuve que agarrar de algo y lo único que tenía a la mano era, ejem, el entrenador, con su cuerpo de concurso y sus músculos de acero. La entrenadora de planta le advertía a la gente que se alejara de los espejos, pero de hecho, la mayoría de los que estaban salieron del lugar.
El sismo parecía no terminar jamás. Siempre tiene uno esa sensación, de que los terremotos son eternos. Creo que pasó apenas un minuto.
Desde donde estábamos, vimos que caía polvo de la sección de cardiovasculares. Yo miraba las vigas de concreto, buscando rajaduras, grietas, alguna señal que me advirtiera que ya, estábamos en las últimas.
Por suerte no pasó. Lo que pasó, por fin, fue el sismo. Aunque no estábamos seguros. Uno siempre queda con la sensación de que el temblor continúa. En lo personal siento que es como una especie de electricidad que le queda a uno por dentro y te hace seguir vibrando, dando la impresión que el asunto continúa.
Poco a poco nos atrevimos a caminar, a fingir normalidad. El entrenador intentó llamar a su casa por el celular para chequear si su familia estaba bien. Me dijo que su madre y su hermana se ponen histéricas con los temblores. Yo me fui caminando detrás de él y salimos al parqueo. Al fondo había unas 50 o más personas aglomeradas, todos intentando hablar por sus celulares. No había señal.
Junto al gym está una de las dos plantas de cine del mall. Se rompieron un par de marquesinas y también parte de la decoración. Del lado del parqueo que da a la calle entraba una gran nube de polvo.
Como buena salvadoreña, nuestra vasta experiencia con terremotos me decía “esto no fue un temblor cualquiera”. Pero era imposible obtener noticias y de remate, se fue la luz. El mall activa la planta de emergencia.
Casi todos los que estaban en el gym se fueron. Yo no sabía muy bien qué hacer. Salir a la calle y que me agarrara otra remezón, no me agradaba la idea. Quedarme y pasar adentro de aquel cajón de concreto una nueva sacudida, tampoco. En todo caso, decidí quedarme, pero la verdad es que sin mucho ánimo. Terminé pronto mis ejercicios y salí.
No había elevadores funcionando, pese a que se había restablecido el servicio eléctrico. Bajé por las escaleras. Al llegar a la primera planta, vi varios negocios cerrados y los pasillos casi sin gente. Afuera del mall, mucha, pero mucha gente congregada. Empleados con uniformes, gente intentando comunicarse por celular y el tráfico aunque poco se notaba algo descontrolado, con buses, carros y motos, encaramándose incluso en aceras (sin mayor necesidad), como con prisa por llegar a alguna parte.
Mientras caminaba a mi morada, examinaba y miraba dónde podía colocarme en caso de otro temblor fuerte. Iba por la principal de San Pedro, toda llena de postes de luz y teléfono, edificios y una calle altamente transitada. Pensé en la Loli, seguramente algo sacada de onda. Y estaba segura que se habrían caído los libros de un librero que tengo, que no es muy estable.
Al fin llegué y en efecto, libros en el suelo. Pero no se miraba nada roto ni rajado. De inmediato a la tele a ver noticias: 6.2 en la escala de Richter (aunque por lo superficial de la profundidad, se sintió como de magnitud 8).
Pasó algo curioso. Desde hacía unos días andaba con la curiosidad de meterme a Twitter. Y aunque había leído algunas páginas, no me terminaba de convencer. Me preguntaba qué haría yo con Twitter. Abrí mi cuenta y pensé que haría como un experimento. Probaría unos días a ver qué ondas. Luego pensé que el Twitter podría ser un refuerzo del blog. Me imaginaba poniendo los enlaces de cosas interesantes leídas y algunas cosas cotidianas, no sabía. En fin, que el terremoto me sirvió para estrenarlo. Iba posteando notas de la información que iba saliendo, lo cual se convirtió en algo útil, siendo que la red telefónica tardó bastante en volver (sólo había internet).
Varios amigos me escribieron preguntando cómo estaba, qué había pasado. Y para no repetir el cuento mil veces, los mandé a mi Twitter (igual que lo hice con la nota que puse en el blog).
A la hora de escribir esta nota han pasado ya más de mil réplicas, de magnitud entre 2.2 y 4.2. Algunas, las más fuertes, se han sentido. Hasta el momento hay 4 muertos, varios heridos, pérdidas estructurales, deslizamientos de tierra, hundimientos, casas soterradas. Se teme que, a medida que se pueda acceder a zonas que quedaron aisladas, se vayan a encontrar más víctimas. Inevitable recordar los terremotos del 2001 en El Salvador.
Imposible hacer nada en toda la tarde. Hojeé algún libro, vi las noticias y más nada. Es el cuarto terremoto que paso en mi vida, pero uno jamás se acostumbra. Por cierto, es mi segundo en Costa Rica. Estaba casualmente acá en noviembre del 2004, cuando fue el de Parrita/Quepos, que curiosamente fue de la misma magnitud que éste, 6.2, pero definitivamente el de hoy fue el peor de todos los que he vivido.