viernes, agosto 08, 2008

Para leer y escuchar

-"De cuando la literatura era peligrosa" de Horacio Castellanos Moya en Babelia.



-"El futuro no es nuestro: narradores de Latinoamérica nacidos entre 1970 y 1980", en Pie de Página. Selección de Diego Trelles Paz.



-Una cancioncita para conjurar el pasado: "Hurdy Gurdy Man" de Donovan.







-Una cancioncita para conjurar los amores imposibles: "Love is a losing game" de Amy Winehouse (con dedicatoria especial para JL).





jueves, agosto 07, 2008

Paprika

paprika.jpgLos amigos del animé estarán de fiesta este mes de agosto pues Cinemax estará presentando, cada miércoles, una película de este género tan popular.

La primera, presentada anoche, fue Paprika de Satoshi Kon. Kon es el escritor y director de otros populares animés como Tokyo Godfather’s y el primer segmento de Memorîzu, que hemos comentado por aquí antes.


Paprika es una historia “simple” con una representación tremendamente compleja: el DC Mini, una máquina en fase experimental que permitiría a terapeutas entrar en los sueños de sus pacientes para ayudarles a sanar patologías psiquiátricas, ha sido robado. El ladrón está interviniendo en los sueños de los científicos, pero también en los de otros, incluso en los sueños colectivos. No sólo hay que descubrir al ladrón, sino por supuesto, detenerlo.

Me parece que éste es el animé más complejo que yo haya visto y confieso que hubo momentos en que me perdí, pero creo que ésa es un poco la intención del director. Donde el espectador se pierde es en saber cuál es la realidad y cuál el mundo de los sueños, qué es lo que se sueña en lucidez y qué en el dormir, cuáles son nuestros íntimos sueños individuales y su simbología personal que solamente nosotros podemos comprender, y cuáles son los sueños de la colectividad (sea del grupo familiar, de los amigos, de los colegas, de los habitantes de la ciudad).




Sin duda, Paprika destaca por su abundante y excelsa representación visual. Si en otros animés el cuidado del detalle es lo que destaca, acá es la abundancia de figuras, sobre todo en los segmentos en que hay algo así como un desfile de personajes soñados, donde pueden verse todo tipo de figuras, muchas de ellas conocidas como representativas de la cultura japonesa: maneki nekus, ranas, muñecas, robots desfilan con frecuencia junto a los personajes que, en el mundo onírico, buscan resolver quién ha robado el DC Mini.

Sin embargo, me parece que lo mejor de la película es ese ir y venir entre la realidad y el sueño y el no poder saber, en casi toda la película, cuándo se estaba “en lo real”. Muchas veces, ni los personajes mismos lo saben. Así mismo, los desdoblamientos y las verdaderas naturalezas personales, que parecen ser las que ocurren allá, al otro lado de la realidad, nos recuerdan todos los pliegues que cada quien guarda y tiene, y que quizás apenas deja salir en el mundo no real.

Paprika plantea la importancia que tiene “el otro mundo”, es decir, aquel que ocurre en nuestro subconsciente, en nuestras noches, ese mundo donde nos desdoblamos, somos y no somos nosotros, un mundo que debe tomarse con tanta seriedad y considerarlo tan real, como éste en el que creemos estár lúcidos y despiertos. El obrar a nivel conciente en ese mundo de sueños hace referencia sin duda también a los viajes astrales y por lo tanto, la insinuación de un contenido esotérico de la experiencia del sueño no puede excluirse de este animé.


Pregúnteselo: ¿está usted realmente despierto? ¿O es este momento el sueño de usted mismo?





Las siguientes películas a presentarse serán:

Miércoles 13: Appleseed

Miércoles 20: Metrópolis (¡altamente recomendable!)

Miércoles 27: Tekkonkinkreet


Busque su programación local para los horarios. En Centro América correrán en el horario estelar de las 9 p.m. en Cinemax.

martes, agosto 05, 2008

Confesiones de una insomne crónica

Siempre he dicho, medio en broma y medio en serio, que yo nací con insomnio. No es una exageración. Muchos de mis primeros recuerdos son mi cuarto infantil, en la oscuridad, de noche, el silencio de una casa donde todos duermen, la angustia de saber que están pasando las horas, y que ese silencio crece y es interrumpido sólo por el incesante cantar de los grillos. Es casi inexplicable la sensación de melancolía que me producía escuchar un carro pasando en la carretera y cuyos faroles hacían crecer sombras de luz en mi cuarto, sombras que se tornaban gigantescas a medida que el carro se acercaba a mi ventana que daba a la calle, y que disminuían, junto con el ruido del motor que se alejaba, dejándome otra vez en la oscuridad y en mis angustias.

Mi madre me enviaba a la cama a las 8 porque, viviendo en Los Planes de Renderos, debía levantarme a las 5 y media de la mañana para poder estar en el colegio a las 7, aunque las clases comenzaran a las 7 y media. En casa, eso de la puntualidad se tomaba con tal severidad que no tuve más remedio que asimilarla y convertirla en un vicio que mantengo hasta el día de hoy. Por eso de mí se dirá cualquier cosa, menos que soy impuntual.

Mientras yo estaba en mi cama intentando sin éxito alguno dormir, escuchaba los programas de televisión que mis padres miraban en la sala. Mi padre se acostaba antes y mi madre se quedaba despierta, muchas veces hasta las 10 u 11 de la noche. Entonces ella apagaba la luz de la sala y se acostaba, y la casa toda se llenaba de oscuridad y silencio.




Quizás por eso tampoco me gustó la oscuridad que se convirtió en uno de mis grandes terrores infantiles. Mi terror era superlativo. Entrar a un cuarto oscuro me causaba taquicardia y un vacío en el pecho. No me gustaba sentarme al borde de la cama y que mis piernas quedaran colgando a merced de ese espacio oscuro entre la cama y el suelo. Imaginaba que allí, justo debajo de mi cama, había una puerta invisible desde la cual el diablo mismo podía salir a jalarme por los pies o por lo menos asustarme tocándome con una mano peluda.

Con los años y con mucha dificultad, fui superando el horror a la oscuridad, pero jamás el insomnio, que fue mi secreto infantil mejor guardado y que se ha convertido en un compañero fiel de toda mi vida, algo con lo que he aprendido a convivir. Cada tanto reaparece y cada crisis es diferente.


De hecho nunca duermo bien y tengo hábitos de sueño fuera de lo común. Por lo general me acuesto a las 10, paso media hora o más pensando tonteras antes de dormir. Duermo 30 minutos, despierto y vuelvo a dormir. En el transcurso de la noche me despierto por lo menos dos o tres veces. Y en dependencia del lugar donde viva, depende la hora de mi despertar. Cuando vivía en Managua, por ejemplo, era imposible dormir después de las 6 de la mañana, porque a esa hora ya hacía calor.

¿Poner la cabeza sobre la almohada y quedar dormida de inmediato? Ignoro lo que es eso. ¿Dormir ocho horas corridas? Casi nunca me pasa, y cuando ocurre, me asusto y pienso que algo anda mal. Cuando llego a un lugar nuevo, esa primera noche no puedo dormir porque no conozco el lugar, los ruidos ni me acomodo a la cama desconocida. No puedo dormir en un cuarto completamente oscuro, siempre tiene que haber algo de luz reflejada del exterior.

Cualquier cosa, por minúscula que sea, me despierta de inmediato. Me puede despertar, por ejemplo, el olor de una cucaracha en el cuarto. Sí, el simple olor. O que se vaya la luz en la noche mientras duermo (cesan ciertos sonidos como la refrigeradora y ese cambio del sonido al silencio, me despierta). Tengo lo que se llama “un oído de tísico” pero también soy “la princesa del guisante”. Si la cama no está bien, no puedo dormir.

Mi peor crisis de insomnio duró seis meses y fue en 1987. Dormía un promedio de 3 a 4 horas, en una buena noche 5, cada 48 horas. Es decir, pasaba una noche en blanco, a la noche siguiente dormía un poco, y así.

Desde hace casi dos meses tengo otra crisis de insomnio. Aunque la verdad es que desde que vivo en Costa Rica, hace tres años y medio, duermo pésimo. Vivo junto a una calle conocida como “la Calle de la Amargura”, llena de cantinas que ponen música a todo volumen y que no terminan la parranda hasta las 2 de la mañana. Entonces los borrachos salen de los bares, suenan las alarmas de los carros, rugen motos, hay gritos, peleas, a veces hasta tiros. Pensar en dormir bien antes de las 3 de la mañana es una quimera. Además, tengo una cama de preso. Es decir, una cama tan angosta que no puedo ni dar una vuelta. Y yo me muevo mucho toda la noche al punto que no es raro que me caiga de la cama. Por eso siempre compro camas anchas, la más grande que pueda encontrar.

He probado todo tipo de yerbas y remedios para el sueño. He contado ovejitas y he repetido mantras hindúes que se supone garantizan el sueño. Nada ha funcionado. Y me niego a tomar pastillas, porque no creo en la medicina alopática.

Escribo esto al filo de una medianoche más en que el sueño es un animal al que acecho con paciencia desde la cueva de mi insomnio. Mientras espero, invento y me cuento a mí misma historias igual que hacía cuando niña, para distraerme. Quizás eso contribuyó para que fuera escritora, porque nunca duermo realmente bien y porque la noche exalta hasta la lucidez y el delirio la mente del insomne.



(Publicado ayer en Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica de El Salvador. Por cierto, ya puede verse la revista en formato e-paper o pdf, algo que recomiendo, pues la diagramación de la revista es de primera).

lunes, agosto 04, 2008

El Diablo sabe mi nombre en Guatemala

present.jpg



Un libro escrito por una salvadoreña, publicado en Costa Rica, presentado en Guatemala por un escritor nicaragüense, ¿habría algo más centroamericano que eso? Fue la acertada reflexión que hizo Raúl Figueroa Sarti, presidendete de Filgua, en las palabras de inauguración formal del Encuentro de Escritores el pasado 28 de julio, minutos antes de la presentación de El Diablo sabe mi nombre.

Sergio Ramírez retomó un poco esa idea de Figueroa, señalando mis años de vivir en Nicaragua y que ya casi sólo me hacía falta irme a vivir a Guatemala también (algo que, lo dije en voz alta, no había que descartar...). Sergio hizo varios comentarios sobre el libro y algunos cuentos en particular.

En realidad lo que habíamos organizado inicialmente para después del comentario de Sergio, era un conversatorio con Javier Payeras y José Luis Perdomo (quien desafortunadamente, por motivos de fuerza mayor, no pudo asistir). Pero Payeras, escritor guatemalteco, optó por comentar también sobre cada uno de los cuentos.

El súbito e inesperado cambio de planes me dejó sin idea de qué decir y supongo que me vi más bien torpe y balbuceante, para lo cual se me ocurrió que, dado que todavía teníamos tiempo, podría leer un par de cuentos, cosa que hice. “El placer” y “Yo, cocodrilo” fueron los seleccionados.


Luego, vinillos de honor y firma de libros en el stand de Fondo de Cultura Económica, quien distribuirá los libros en Guatemala (para los guatemaltecos que lo busquen, podrán encontrar El Diablo sabe mi nombre en cualquier librería donde se distribuye FCE). Hablando con el representante de FCE en Guatemala, él viaja para El Salvador en la segunda quincena de agosto para llevar el libro. Estará disponible en La Ceiba y la UCA. La presentación la estamos preparando para fines de noviembre pues la haremos coincidir con otro par de cosas que ya se sabrán en su momento.




No sé por qué he regresado bastante torpe a Costa Rica. Fueron poco menos de 100 horas las que pasé en Guatemala, pero fueron bien fuertes para mí. Siento como que pasó un siglo, como que regresé a un lugar al que no reconozco (¿en realidad lo conozco?). La cabeza la tengo llena de impresiones y pensamientos, pero lo más difícil ha sido sentarme a escribirlas.

El insomnio allá me pegó bien pero bien duro y apenas dormí una o dos horas por noche. Demasiadas emociones supongo. Reencuentros, personas nuevas que conocí, nuevos amigos, amigos antiguos.

Me siento agotada, pero debe tener que ver con la gripe que me dio la semana antes de salir, el insomnio acumulado de los últimos 3 meses, el exceso de trabajo de los últimos 2 meses y esas 4 noches sin casi dormir en Guate.

¿La Feria del Libro? Bien en lo que cabe. No compré ni un sólo libro. En realidad, aunque me moví por los stands, no vi libros, admito. Uno, porque recién hubo la Feria del Libro acá en Costa Rica. Dos, porque no tenía dinero y andar viendo libros sin poderlos comprar me parece masoquista. Tres, porque cuando veo demasiados libros en un mismo lugar me causa angustia y luego empacho. Cuatro, porque tengo un cerro de libros pendientes por leer y estoy tratando de contenerme de acumular más. Pero hablaré más de la Filgua esta semana.



Guatemala es un lugar al que siempre he querido muchísimo. Por varios motivos. Guatemala es, por ejemplo, un lugar muy significativo para mi carrera de escritora. Fue donde gané mi premio más importante, donde tengo publicados un par de libros, uno de ellos en la ya mítica Editorial X (y qué orgullo me produce siempre haber podido ser parte de ese proyecto). El otro en Alfaguara, un paso sin duda importante para mí.


Pero además, Guatemala alberga amistades a las que quiero con un particular cariño, ése que se conserva intacto a través del tiempo, el espacio y el silencio. Sé también que en Guatemala hay gente que me quiere bien, gente que me quiere mucho y lectores que me han seguido la pista a través de libros, muchos de ellos pirateados, o a través del blog. Muchos se acercaron a decirme lo contentos que estaban de que volviera a publicar después de tanto tiempo.

En fin, para mí ir a Guatemala no es más que un viaje a la reconfirmación de mis afectos, un lugar en el que me siento querida, apreciada y amparada, y eso es mucho decir en un mundo tan árido, violento y seco.

A todas las personas que se acercaron a decirme cosas estimulantes sobre mis libros, a los que me contaron historias personales, a quienes intentaron complacer mis deseos (entre ellos un voraz antojo de mole de plátano que ya no pudo realizarse), a quienes no me encontraron o no quisieron acercarse por algún sentido de la pena o la timidez (no muerdo, lo juro), a todos los que estuvieron ahí nada más que porque gustan de mis libros, a los periodistas que me entrevistaron, a todos ustedes les doy un muy sincero y emocionado GRACIAS.



(En la foto, de izquierda a derecha: Óscar Castillo, editor de Uruk, Sergio Ramírez, yo y Javier Payeras).