sábado, noviembre 26, 2005

Los misteriosos caminos de la creatividad

Injusta me pareció la nota de la semana pasada sobre una exposición de pinturas hechas por el poeta Derek Walcott y actualmente exhibiéndose en Nueva York.
La nota, publicada en el New York Times, From the mind of a poet, turning words to images, y firmada por Ken Johnson, afirma que de haber un Nóbel para artes plásticas, definitivamente no se lo darían a Walcott, no sólo porque ya ganó el Nóbel de Literatura en 1992, sino porque sus cuadros no son nada extraordinarios. (La ilustración de esta nota es uno de dichos cuadros). Creo que hay un ángulo del asunto que el Sr. Johnson no contempla en su nota.
Independientemente de la calidad o no de los cuadros de Walcott, sus cuadros son interesantes por el personaje que los pinta, por ser quien es. Y también y precisamente, por ser poeta. No es novedoso que artistas conocidos por una disciplina se dediquen paralelamente a cultivar otras áreas creativas, sin afán de ser profesionales en ella. Quizás a veces no lo hacen de manera tan brillante como sí hacen lo que los llevó a la palestra pública, pero creo que eso no anula sus demás procesos creativos. Gao Xingjian y Günter Grass, otro par de Nóbeles de Literatura, también pintan. No se me ocurren por el momento más ejemplos de escritores (o pintores o actores o músicos) que de pronto exploran otras áreas.
Para mí ha sido complementario, en algún momento de mi vida, pintar. De hecho me ha servido muchísimo cuando he estado con la mente en blanco, o con el famoso bloqueo que nos agarra a veces a los escritores. O por lo contrario, cuando he estado en etapas de excesiva creatividad. Por ejemplo, cuando escribí A-B-Sudario, tenía dos mesas de trabajo. En una escribía la novela, en la otra pintaba. Cuando me trababa en algo de la novela, me iba a pintar un par de horas y entonces se me ocurría otra idea y volvía a escribir otro par de horas, y así.
Jamás tendría la pretensión de exponer en público mis cuadros (ni siquiera los tenía colgados en mi casa, a excepción de uno, y eso en mi estudio donde prácticamente nadie entraba). Por ahora me ha dado por la fotografía, quizás en el alboroto del juguete nuevo, aunque también creo que me sirve en este momento en que no estoy escribiendo y en que no tengo las condiciones adecuadas para pintar (el lugar donde vivo es minúsculo y además con una ventana alta que no permite buena ventilación o luz).
El caso es que cuando uno ya está en el tren de la creatividad, el cuerpo mismo pide seguir haciendo algo, creando, pensando, desarrollando ideas, imaginando, probando, explorando, viendo el arte de los demás. Porque escribir (como todo proceso creativo) no se limita al instante en que uno anota palabras, redacta párrafos. Hay mucho más trabajo detrás. Y lo mismo ocurre con la pintura (cuando uno tiene "la visión" de una imagen que uno quiere reproducir en un lienzo) o en el baile (cuando uno escucha una melodía y "mira" la manera en que podrá bailarse y escenificarse) o en la actuación (cuando uno siente algo así como "el estar invadido" por otro ente, el personaje que uno va a encarnar).
Por otro lado, me parece que todas las áreas artísticas están interconectadas, y de todas se aprende algo nuevo mediante su ejercicio directo, al mismo tiempo que complementan el oficio principal (llamémoslo así). La construcción de un personaje en actuación es similar a la construcción del personaje en una novela. La selección de los colores al pintar me obliga a definir texturas, tonos, sombras, luces, algo que luego uno intenta abarcar en palabras y que es, me parece, de lo más difícil de hacer (describir una luz, un olor, un algo intangible... por lo menos a mí me cuesta horrores).
Lo cierto es que la creatividad del ser humano tiene un único límite: nosotros mismos. No temamos explorar senderos alternos a nuestra ruta principal.