martes, diciembre 22, 2009

La historia del camello que llora

camello.jpgLa historia del camello que llora retrata a una familia en el sur de Mongolia, en el desierto de Gobi, que se dedica a la crianza de ovejas y camellos. Es la primavera y las camellas y ovejas están en época de parto. La última camella tiene dificultades para parir. Pasa dos días en labor de parto y la familia tiene que ayudarla. El recién nacido camellito es blanco, pero la madre rechaza al crío.

La familia teme que el camellito muera. ¿Qué se puede hacer? Intentan varias cosas pero nada funciona, así es que el último recurso es un ritual en que es necesario traer a un violinista de una aldea cercana, que le tocará una canción a la camella. Se supone que, si el ritual funciona, la camella llorará y terminará aceptando al crío.

Sería comprensible que esta película, de producción alemana, no fuera del gusto general. Es extremadamente sencilla, y a ratos parecería ser un documental al que le falta información y explicaciones. A eso tiene que agregarse que no todo lo que se habla en mongol es subtitulado, así es que de pronto uno se queda “aleluya”, imaginando de qué pueden ir los diálogos.


Me parece valioso de esta película el retrato de la vida cotidiana de una familia en condiciones que quizás, para los consumados consumistas occidentales que somos, nos parecerían insufribles. Una vida en el desierto, en una tienda, sin electricidad y sin cientos de las supuestas comodidades que tenemos, que al final no son más que necesidades impuestas por empresas empeñadas en vendernos chucherías.

Los 2 hijos pequeños de la familia son los encargados de ir a la aldea a buscar al violinista y con ello, se nota la diferencia entre vivir aislados en el desierto y el relativo progreso en la aldea. Ahí venden las baterías para el radio que el abuelo les encarga a los muchachos. Ahí hay televisores que pueden verse con antenas parabólicas. Ahí la gente se viste con ropas occidentales y andan en motos y quedan viendo a los muchachos que llegan en camello y en sus trajes tradicionales... Cuando el niño menor regresa y habla del televisor y le pide a su padre uno, el abuelo reacciona de inmediato diciendo que no lo necesitan, que ésas son “cosas del demonio”.

Otro de los sub-temas que destacan en esta película es la relación de respeto que se tiene con los animales. En condiciones extremas como las de esta familia, cada animal representa parte del ingreso económico y de la sobrevivencia del grupo. El pelo sirve para lana, la leche es bebida (y sacrificada, como hace la abuela que, cada mañana, lanza a los 4 vientos un trago de leche para los espíritus), el animal en sí sirve como medio de transporte y carga.

La escena del ritual en particular es conmovedora. La joven madre de la familia le canta (con una voz verdaderamente preciosa), a la camella, mientras el violinista toca su instrumento (que en realidad no parece violín y sólo tiene 2 cuerdas).

En fin, una historia absolutamente diferente, a un ritmo lento pero que nos remite a lo básico de la vida y que me dejó pensando en cómo lo elemental de la cotidianidad, cómo el despojarnos de “todos los adornos” y extras innecesarios de los que nos rodeamos, nos puede reconectar con los animales, la naturaleza, los demás seres humanos pero sobre todo, con nosotros mismos.

lunes, diciembre 21, 2009

Poco a poco...

Copia  de IMG_1727.JPGA veces temo que no me va a alcanzar la vida para terminar de leer todos los libros que componen mi biblioteca ni otros tantos que, seguramente, todavía vendrán a incorporarse a este océano de letras en el que vivo nadando.

Pero verlos, tenerlos, representa la esperanza de eso, de leer y de vivir.

Intento organizar los libros y parece una tarea interminable. Un librero ya está lleno y aunque el librero más grande falta por llenarse, a ojo de buen cubero, sé que necesito otro librero más.

Ha sido un regocijo reunir los libros. Verlos. También ha sido distracción: voy ordenando los libros y me detengo a releer subrayados, poemas, páginas o pasajes que me gustaron, que me siguen gustando.


Tuve que organizar una sección de “hospital de libros”. Libros que se han estropeado por el paso del tiempo y un par de traslados involuntarios mientras yo no estuve. Libros que perdieron tapas o que se partieron o se deshojaron. Deberán pasar cirugías reconstructivas.

El paciente más grave de ese hospital es Tres Tristes Tigres de Cabrera Infante. La edición, en verdad, fue defectuosa desde el comienzo. Siempre se le zafaban páginas. Ya sufrió un par de cirugías plásticas y remiendos. Pero ahora está hecha una sopa de páginas sueltas y leerlo sería incómodo. Ni siquiera sé todavía si todas las páginas están ahí. De repente encontraba una página de un libro en medio de otros. Leía y lo identificaba de inmediato e iba juntando las páginas sueltas en un montoncito... Hay que conseguir una nueva edición.

Hay un libro francamente perdido: el primer volumen de mi Diccionario de mitología clásica fue comido por el comején. Podría enojarme o ponerme a llorar ante la pérdida, si no fuera por el fascinante diseño interior que dejaron los animalitos en su comilona. Surcos y diseños, como si se tratara de papel picado. De alguna manera lo es.

Otro libro que apareció comido fue Q, la novela escrita por el colectivo italiano que se amparó bajo el seudónimo de Luther Blisset. Ambos libros fueron comidos por comejenes ticos. En el mueble donde estaban puestos había comején. Yo las escuchaba comer de noche, pero pensé que se comían la madera del mueble, no mis libros. Ese lo dejé en CR. Q puedo bajarlo gratis de internet. Del Diccionario picado apenas me di cuenta ayer y reponerlo creo que es imposible. Y es un diccionario que uso con mucha frecuencia. Habrá también que buscar otro.


Muchas ganas de leer y releer. Y contenta al ver el primer librero, ya ordenado.