miércoles, enero 10, 2007

La Naranja Mecánica revisitada

alex.jpgNo recuerdo ahora el detalle exacto pero hace algunas semanas leí un comentario sobre La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange) que me llamó la atención. Desafortunadamente, no guardé el link, pero iba en torno a lo que el autor llamaba “la violencia gratuita” de la película. El comentario me pareció curioso porque era algo escrito en medio de esta “era moderna” en la que convivimos con la violencia de tal manera que ya es parte de nuestra vida.

Por casualidad, metida en una librería donde tenía que recoger un libro que me habían enviado, vi la novela de Anthony Burguess y aunque el precio estaba bastante violento, lo compré empujada por la motivación que me dejó el comentario y porque siempre he querido leer este libro. Luego, aprovechando las vacaciones en que me dio un frenesí por alquilar DVD’s, encontré la película de Stanley Kubrick y la alquilé.

Verla fue como no haberla visto, como si fuera una película nueva. Casi la tenía borrada de la memoria (y me convencí de que volver a leer ciertos libros y ver algunas películas, es un ejercicio valioso, no solamente para refrescar la memoria o para comprender mejor las cosas, sino también para confirmar que algunas propuestas no pierden vigencia a través del tiempo).




No recuerdo cuándo vi por primera vez la película pero recordaba realmente pocas cosas. Lo que sí: el Korova Milk Bar y su alucinante decoración. O la escena en la que Alex (soberbiamente interpretado por Malcom McDowell), se levanta a un par de muchachas y se las lleva a su cuarto (la escena transcurre a velocidad acelerada).

Me pareció muy interesante la lectura que puede hacerse de la película en estos tiempos. Recordemos: Alex es un joven antisocial que con un grupo de amigos o “droogies” les encanta agredir, matar, violar, golpear, robar. Su desprecio por los demás seres humanos es profundo. En algún momento termina en la cárcel. Y dentro de la cárcel se ofrece como voluntario para recibir un “tratamiento” que le permitirá “curar sus instintos criminales” y poder ser liberado. Alex está seguro de que no hay nada sobre la faz de la tierra que pueda cambiar su naturaleza criminal, pero accede a recibir el tratamiento como una táctica para salir de la cárcel.

El “tratamiento” consiste en inyecciones de “la droga #114” y luego, ser colocado con una camisa de fuerza y un artefacto que mantiene sus ojos abiertos frente a una pantalla en la cual se están transmitiendo diversas imágenes violentas; violaciones, asesinatos, asesinos en serie, masacres, todo pasa ante los ojos abiertos de Alex. A cada escena, la droga inyectada le provoca una reacción de malestar físico insoportable. El tratamiento dura varios días, pero el momento culminante es cuando ve unas escenas de Hitler mientras suena música de Beethoven. Alex AMA a Beethoven. Y Alex siente una auténtica indignación al ver imágenes tan asquerosas atadas a música tan sublime (sic).

Finalmente cuando sale de la cárcel, cuando él cree que su vida transcurrirá igual que antes, nota los efectos del tratamiento. No puede defenderse cuando es agredido, no puede agredir cuando siente rabia pues de inmediato siente ese tremendo malestar físico que lo dobla y lo paraliza hasta el asco. Incluso cuando vuelve a escuchar música de Beethoven, su reacción es de una desesperación tal que prefiere saltar por una ventana antes que seguir escuchando.

El tratamiento recibido por Alex me hizo pensar en que, de alguna manera, todos estamos siendo sometidos al mismo: estamos obligados a ver por todos los medios posibles violencia, a rozarnos con ella, a relacionarnos con ella. Pero como no contamos con la droga #114, nuestras reacciones son muy diferentes: hay gente que ante la violencia está absolutamente anestesiada y ya no puede ni reaccionar, la violencia los deja indiferentes. Hay gente a quien la violencia le despierta instintos agresivos o les da ideas de cómo agredir. A otros, les llega a saturar tanto que les causa mucho rechazo, como a Alex tras su programación.

Sin embargo, el tratamiento planteado en La Naranja Mecánica tiene una falla pues elimina las opciones, la moral, la ética, la capacidad de discernir y de optar por una reacción. Alex no puede defenderse cuando es apaleado por sus ex droogies y por un grupo de indigentes (uno de los cuales, había sido agredido por Alex y sus droogies). Y defenderse debería ser una reacción natural, pero gracias a la programación, Alex es incapaz de moverse, de evadir los golpes, ni siquiera de huir.

El mismo Anthony Burguess, autor de la novela, habla sobre este tema en el prólogo a la edición en español:



… por definición, el ser humano está dotado de libre albedrío y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos), le dará cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como ser totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección moral. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades morales. De eso hablan los noticiarios televisivos. Desgraciadamente hay en nosotros tanto pecado original que el mal nos parece atractivo. Destruir es más fácil y mucho más espectacular que crear.


¿Tiene entonces el criminal “cura”? ¿No será una ingenuidad pensar que el mal puede ser eliminado? Al final de la película, Alex fantasea con una orgía monumental y piensa “estoy curado”. Su “cura” era volver a ser “his good old self”, o sea, el mismo pervertido de siempre.

En el libro hay un capítulo que fue omitido en la película. En ese capítulo Alex ya es un adulto y la violencia ha terminado por aburrirlo, pensando que es mejor dedicar su energía a cosas constructivas. Cosas como casarse y tener hijos, mientras ve con vergüenza su pasado. (No he leído el libro todavía, pero Burguess habla sobre ese capítulo extensamente en el prólogo de la edición que tengo, pues fue suprimido porque al editor de Nueva York no le gustaba. Ay, estos editores… Y Burguess, que necesitaba dinero y no era conocido en esa época, aceptó la eliminación del capítulo por temor a que no le publicaran el libro. La edición que tengo viene con el famoso capítulo 21, el suprimido).

La película es de 1971, el libro de 1961 (la edición incompleta) y 1962 (la versión completa, editada en Inglaterra). Cuarenta y tantos años después, la historia tiene una vigencia perturbadora. ¿Violencia gratuita? No lo creo. En aquel momento sería algo así como una advertencia, una prefiguración del futuro. Y, hello, el futuro nos alcanzó.

martes, enero 09, 2007

Asfalto, un road poem (Luis Chaves)

chaves.jpgSi existen el road-movie y el road-novel, ¿por qué no un road-poem? Por lo menos eso es lo que nos propone Luis Chaves con su libro Asfalto, un road poem, de reciente publicación en Ediciones Perro Azul de Costa Rica.

A través de sus 31 textos acompañamos a una pareja en un viaje por carretera. Pero intuimos que las cosas no están bien entre hombre y mujer y que casi con toda certeza, aquel viaje representa un distanciamiento, una despedida. Que después de este viaje no habrá otros. Tampoco habrá reconciliación ni retorno. Para los viajeros todo está perdido; lo intuyen, pero no lo dicen. Sin embargo, lo exudan en sus actos, sus palabras, sus silencios. El viaje se suaviza un poco ante la presencia de un autoestopista que acompaña a la pareja por un rato. Y luego, de nuevo la soledad compartida, los silencios, los hoteles, los baños en las gasolineras, el diario de ella, los pensamientos de él.

Es muy difícil calificar estos textos y decir que son poemas. Pero la verdad es me tienen muy sin cuidado las etiquetas y las definiciones. En todo caso, es prosa que, a partir de las descripciones, va conformando un ánimo triste en el lector, a pesar de algunos chispazos de humor y de la identificación que podemos sentir con algunos detalles, cosas que todos hacemos, decimos o sentimos en esos largos y monótonos viajes en automóvil.




Pero Chaves no solamente acude a la prosa. En “Dos secuencias” , los hechos se mezclan con sonido y resultan en esto:



Secuencia A

Audio 1: Viento que entra por la ventana.

Audio 2: Mano que sale por la ventana y juega con la resistencia del viento. Hace movimiento de olas, de serpientes marinas. Movimientos del mar. En el aire.

Audio 3: Con audio 1 de fondo, ella tararea la canción de un grupo del britpop de inicios de los 90.

Audio 4: Con audio 1 y 3 de fondo, el copiloto ronca.



Secuencia B

Audio 1: Nuevamente, varios minutos de aire atravesado a 95 km/h. La mano fuera de la ventana. El mar en el aire.



La música y los sonidos ambiente ocupan un lugar primordial:



Wild Thing, The Kinks; Trance Europe Express, Sr. Coconut remix; del rock clásico a la música electrónica sin ningún tipo de amortiguamiento, en seco. La camiseta con la leyenda Fuck Trance, ahora enfundada en el respaldar del asiento, por el calor. (“Tres Tripping Tigres”).


No hay redención posible, la separación es inminente y, aunque no se dice expresamente sabemos que al regresar, todo estará consumado. Un adiós más para anestesiar las emociones.

En lo personal, me ha resultado muy grata esta exploración de Chaves en la prosa, que sin embargo no pierde su esencia poética. La calidad escurridiza en la poesía bien puede encontrarse enterrada más allá de las palabras y las emociones descritas. Más que eso, es de esperar que la poesía nos provoque emociones, nos remita a las capas de cebolla de nuestra interioridad, capas que, de tan delgadas, a veces nos parecen invisibles o inexistentes. Asfalto logra sin duda hacernos recordar chispazos de nuestras propias vidas y viajes, de todos esos road-poems que llevamos guardados en la memoria.

Luis Chaves logra con este libro sorprender de nuevo por la novedad de su propuesta y reafirmar la seriedad con la que se toma el oficio.





Interesados en este libro, pueden escribir a Ediciones Perro Azul, perroazuloso@hotmail.com o al fax (506) 280-7990.