La nebulosa de los primeros días. La nebulosa de los meses anteriores. Todo va pasando.
Se reordena, se apacigua, se aclara.
No hay mucho todavía qué decir.
Siento que las primeras semanas, al regresar al Salvador, fueron intensas, veloces, empeñadas en correr y aclarar ese caos inicial del arribo. Tratando de establecer sobre todo una domesticidad elemental pero funcional para poder retomar la vida. Tratando además de aprehender las experiencias de los últimos 5 años y de asimilar lo que implica el regreso.
Se dice fácil, regresar. Pero ¿a qué regresé? Es mi país, cierto, pero es uno bastante defectuoso. Ya sé a lo que vuelvo y el panorama no es paradisíaco. Por lo demás, aquí no tenía una base de operaciones, es decir, casa. Y he tenido que empezar de cero otra vez más.
“¿Ya estás instalada?” es la pregunta que se me ha hecho con más frecuencia en el último mes y medio. No sé bien qué quieren decir con eso. Tengo un techo, sí, y una cama, ajá, y una cocinita eléctrica prestada, también, y recuperé mis libros y los junté con los que traía y recuperé dos que tres papeles que tenía guardados para novelas por escribir. Eso es todo lo que tengo, eso es todo lo que hay. Si a eso le podemos llamar “estar instalado”, no sé.
La casa permanecerá bastante vacía durante meses. No hay manera financiera posible para que sea de otro modo. No quiero endeudarme, y además odio comprar las cosas a crédito, así es que viviremos en un estado espartano de cosas durante un buen rato.
Trato de tomármelo muy zen. Recuerdo los días de cuando hice el Camino de Santiago. Durante esa caminata, mi mundo era lo poquito que llevaba en la mochila. Valorabas una buena cama, una ducha caliente, un vaso de agua, una comida suculenta y sustentadora. Reconectabas con vos mismo y con las cosas más simples de la vida. El andar despojado te hacía pensar mejor.
Algo así pasa ahora. Valoro una buena comida. Un jugo frío. Un asiento cómodo. Una mesa para comer. Lo que más extraño es la comodidad, pero aprendo que siempre hay alguna manera de resolver todo. También extraño el televisor (sí, no me avergüenza ni un ápice decir que me gusta ver televisión, sobre todo películas y documentales. Si uno es selectivo con lo que mira, pueden encontrarse joyas en lo que llaman "la caja boba").
A veces, sólo a veces, pasa por mi mente la idea de continuar viviendo así “para siempre”. Sin refrigerador, sin más muebles. Creo que muchas veces nos llenamos de cosas inútiles y que hay que valorar qué es lo que realmente queremos y/o necesitamos. Bueno, la refri no es inútil, sobre todo en un país de clima cálido como el nuestro, pero mal que bien la he ido pasando sin ella.
Un par de gentes me insisten en que “para salir del paso”, compre una mesa plástica, de esas que hay en todas partes. Resulta que le tengo aversión al plástico, resulta que esas mesas y sus sillas no me gustan para nada. No. No quiero. Sobre todo, no quiero quedarme después con una mesa plástica que no me gusta. Ya no quiero cosas (ni gentes) que no me gusten en mi vida, ni cosas que me saquen del paso. Prefiero el vacío.
Otra gente me pregunta si ya estoy escribiendo, si voy a dar talleres. También me hacen preguntas mucho más complejas, realmente imposibles de contestar. Un avión aterriza en un aeropuerto y llega a la terminal en unos cuantos minutos. Pero para una persona ese “aterrizaje” tarda bastante más tiempo. Los pensamientos, las emociones, las expectativas, los recuerdos, las preguntas, las ansiedades... todo eso se revuelve con el equipaje de vida que ya de por sí cargamos. No sé cuándo voy a terminar de aterrizar, de llegar, de regresar. El cuerpo llega primero, pero el alma viene después (lo dijo alguien, no recuerdo quien, ni siquiera si era así textual, ni siquiera si es un recuerdo que me estoy inventando, pero vale la idea).
Las cosas, como dije al principio, apenas van asentándose. Apenas. Eso, junto a 5 brutales migrañas en el lapso de un mes (dos la semana pasada), no ayudan mucho a pensar.
Pero ahí vamos. Viviendo el día a día. Ésa es la única estrategia. Vivir el día, el ahora. Lo demás llegará en su momento justo.
(En la foto, el librero de la sala-comedor, finalmente arreglado. Quedaron por fuera varios libros; como ya me lo había indicado mi ojo, necesito otro...).