martes, diciembre 09, 2008

Sergio Ramírez en la Feria del Libro de Guadalajara y el veto del gobierno de Nicaragua

Ya saben que, como eran los 80 años de Carlos Fuentes, hubo una actividad llamada "Los amigos de Carlos Fuentes" en la Feria del Libro de Guadalajara de este año. Les comparto la intervención de Sergio Ramírez, dura casi 10 minutos pero se las super recomiendo, no sólo por el humor sino sobre todo por el respeto y el auténtico cariño que dejan entrever sus palabras.

Escuchándolo hablar (y pensando en todos los "papás literarios" de tantos de nosotros que estaban ahí, compartiendo mesa), pensaba en lo maravilloso de ese momento, en el sentido de que por sobre los nombres, las vanidades o la misma literatura, a todos ellos los ha mantenido unidos la amistad. Que es lo más importante de todo. Incluso que la literatura misma.

Mientras tanto, el actual gobierno de Nicaragua vetó un prólogo que escribió Sergio para la edición de una antología del poeta Carlos Martínez Rivas. La actitud del gobierno nicaragüense ha despertado tal indignación a nivel internacional que El País (quien editaría la antología), decidió no publicarla, y varios intelectuales han manifestado su apoyo a Ramírez y firmado un comunicado de protesta por este acto de censura.





lunes, diciembre 08, 2008

en El Faro

Jacinta Escudos en una plática en La Ventana, publicada en El Faro.

El derecho al ocio

Pareciera que de todo se nos inculca y habla en la vida menos del derecho a descansar. Desde niños se nos dice que debemos trabajar, estudiar, acumular, proveer, invertir, consumir, tener. La vida completa es un continuo hacer. Siempre hay que “estar ocupado”, haciendo algo. Y cuando nos detenemos un rato a no hacer nada o a hacer algo que pensamos no es productivo, útil o “importante”, nos invade la culpa. Dicha culpa es una conducta aprendida, impuesta por nuestros padres, nuestros maestros o por el entorno mismo: no hacer nada “útil” es señalado como pereza, y la pereza es la madre de todos los vicios, según reza un conocido dicho.

Hay gente que posterga sus vacaciones una y otra vez. Creen que su trabajo y su posición en la vida son “demasiado importantes y vitales” y que si se ausentan, las cosas pueden salirse de control, desordenarse, atrasarse. Ya puestos en vacaciones, hay muchos que nada más hacen la pantomima: se llevan la computadora portátil a la playa, están chequeando sus correos en un café Internet, duermen con el celular debajo de la almohada porque puede haber “una emergencia” o “aprovechan” ese tiempo que supuestamente debería ser para descansar y reponer energías en hacer cosas pendientes o algún trabajo extra para poder aumentar el ingreso mensual.

Hay gente que de veras no puede desconectarse nunca, que vive a un ritmo interno acelerado, enajenado, y en cuya prisa interior se desarrolla una falsa identificación entre lo que se hace y lo que se es. Y digo “falsa identificación” porque hay gente que cree que es lo que representa, es decir, una imagen, un status, un trabajo, un ingreso económico o una posición social dentro del enmarañado escenario de la vida.

¿Cuántas personas se deprimen tanto al retirarse de sus trabajos que al poco tiempo terminan enfermos y hasta muertos porque no saben qué hacer con sus horas ni con su vida, porque consideran que si ya no “trabajan” ya no son “importantes”, ya no son “alguien”? ¿Cuánta gente vive con culpa los días en que se enferma o en los que no le dio la gana hacer absolutamente nada y se sentó a ver televisión, a mecerse en una hamaca a pensar o a soñar despierto? ¿Será quizás que preferimos estar atados a ese torbellino de actividades porque nos da miedo quedarnos a solas con nosotros mismos y escuchar nuestra voz interior? ¿A qué se dedicaría la humanidad si no existiera eso que llamamos trabajo?




Hay actividades del ser humano que son menospreciadas por considerarse “inútiles”, como el arte o el deporte, actividades que supuestamente tienen menos valor o importancia porque no constituyen parte de ninguna cadena de producción (léase: producir ganancias económicas).

Precisamente es la sociedad productiva la que nos ha impuesto conductas que distorsionan el verdadero sentido de la vida. Si bien es cierto dedicarse a un trabajo que satisfaga nuestras necesidades básicas es algo necesario, se constituye en un verdadero privilegio el poder hacer lo que nos gusta en la vida y vivir de ello con dignidad. O de trabajar en algo que realmente nos apasione y que sea, más que un trabajo, un mecanismo de realización personal y de puesta en función de nuestros talentos. Desafortunadamente, los trabajos que ejercemos para ganar nuestro sustento son, las más de las veces, verdaderas formas de esclavitud, donde vendemos nuestra salud física y mental pero sobre todo, nuestro tiempo (y por ende, nuestra vida). O sea, le vendemos nuestra vida a extraños para poder comer y mantener a los nuestros.

Es entonces cuando el ocio resulta más importante. Un elemento indispensable para no perder la cordura, para mantener el balance, para liberarnos del stress de un trabajo que poco o nada tiene que ver con nosotros, con nuestra esencia, con nuestros talentos, con nuestro potencial. Un espacio que nos permita no desperdiciarnos a nosotros mismos en nuestro brevísimo paso por el mundo.

Pero ojo: no confundamos ocio con pereza. Hay que considerar el ocio como un espacio necesario para balancear el trajín cotidiano y procurarnos actividades que contribuyan a nuestro crecimiento intelectual, creativo y espiritual. No sólo hay que aprender a desconectarnos del trabajo y de sus obligaciones, sino que también tenemos que aprender a descansar, a relajarnos, a dejar el trabajo en el lugar donde pertenece: en la oficina, en la fábrica, en el negocio o donde sea que realicemos nuestras labores.

El mundo no se acabará si dejamos de leer correos electrónicos durante una semana o dos o, por lo menos, los fines de semana. Absolutamente nada terrible va a ocurrir si dejamos el teléfono celular en casa o lo apagamos mientras hacemos la siesta. Y no somos tan increíblemente importantes como para que no podamos desaparecernos unas horas o unos días para hacer algo absolutamente placentero.

Aristóteles decía que el trabajo y el descanso son necesarios pero consideraba que el descanso era preferible. El reposo o el cese de las actividades, a lo que Aristóteles también llamaba “juego”, proporciona alivio para el intelecto fatigado: “El juego es principalmente útil en medio del trabajo. El hombre que trabaja tiene necesidad de descanso, y el juego no tiene otro objeto que el procurarlo. El trabajo produce siempre fatiga y una fuerte tensión de nuestras facultades, y es preciso, por lo mismo, saber emplear oportunamente el juego como un remedio saludable. El movimiento que el juego proporciona afloja el espíritu y le procura descanso mediante el placer que causa”.

Según el filósofo, el ocio puede asegurarnos el placer, el bienestar y la felicidad. Pero éstos son “bienes” que están al alcance únicamente de aquellas personas que aprenden a estar descansadas. Y sus reflexiones son tan válidas hoy como lo fueron en su tiempo: ¿Realmente somos más felices mientras más trabajamos, mientras más bienes acumulamos, mientras más logramos a nivel social? ¿Puede haber calidad de vida en una sociedad cuyos individuos viven estresados, angustiados pero sobre todo, cansados?



(Publicada domingo 7 de diciembre en Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica).

lunes, diciembre 01, 2008

Texto de la presentación

Una versión resumida de la presentación que hizo la Dra. María Tenorio, sobre mi libro.

miércoles, octubre 22, 2008

Las obras completas de Billy el Niño, Michael Ondaatje

bylly.jpgDespués de 11 semanas de leer informes de trabajo (o sea, nada literario), y 29 novelas aspirantes a ganar un concurso, lo primero que sentí necesidad urgente de hacer al terminar fue de leer un libro. O sea, leer para saborear de nuevo el gran placer de leer literatura. Tomar un libro publicado que no tuviera que leerlo con todas las alarmas encendidas, corrigiendo estilo, descubriendo valores o fortalezas, entramados o técnicas, para someterlas a un ranking de categorías en un concurso.

Tomé dos libros simultáneamente. Uno lo terminé en el aeropuerto, a la ida, porque me cambiaron de vuelo y salí un par de horas después de lo programado. El otro todavía no lo termino pero es maravilloso y muy pronto hablaré de él, quizás la próxima semana pues me falta poco para concluirlo.

El libro que terminé fue Las obras completas de Billy el Niño de Michael Ondaatje. Primera (y única) queja: ¿A quién se le ocurre traducir Billy The Kid como “Billy el Niño”? Lo siento pero Billy The Kid es The Kid aquí y en la Cochinchina.

Michael Ondaatje, para quienes todavía no han tenido el gusto de leerlo, escribió El paciente inglés, la novela sobre la cual se basó la famosa película.


En Las obras completas..., Ondaatje hace un recuento peculiar sobre la vida del famoso bandido. Una especie de aproximación biográfica que combina varios géneros: poesía, prosa, entrevistas, declaraciones de quienes lo conocieron e incluso algunas fotografías y dibujos que ilustran pasajes y momentos de la vida de Billy The Kid. Difícil encasillarla o definirla, imposible llamarla novela o cuentos o poemas. Pero eso es precisamente lo que más me gusta de este libro, su indefinición y por ende, su carácter experimental, rompedor de esquemas. El autor escribe la historia utilizando los recursos estilísticos que mejor le permiten abarcar su trama.

No creo que haya que ser ni conocedor ni admirador del personaje para gustar este libro tan delicadamente escrito. Y me parece espectacular que la crudeza de la vida del oeste pueda ser descrita de una manera tan exquisita como lo hace el autor. Ondaatje nos aproxima, sin duda, al lado humano y solitario del personaje. Sus relaciones, la persecución que de él hace Pat Garrett, detalles de vida que, reales o no, contribuyen a la formación del mito del pistolero que, con apenas veintiún años de vida, se convirtió en una leyenda de la que se escribe y habla aún en nuestros tiempos.

Si quiere leer las primeras páginas de este libro, entre aquí.

martes, octubre 21, 2008

Ya llegué de donde andaba...

¿A dónde estaba? En Panamá.



¿Qué andaba haciendo? Fui jurado de la sección novela del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, que se otorga cada año en diferentes géneros narrativos.



¿De cuánto es la bolsa de dicho premio? 15 mil dólares en cada género.



¿Quién organiza? El INAC (Instituto Nacional de Cultura de Panamá).



¿Resultado de la experiencia como jurado? Es la primera vez que soy jurado en algún concurso. Aunque ya se me había pedido en otras ocasiones, no había aceptado por motivos que ahora no recuerdo. Al fin me animé a hacerlo. Fue un poco de locura de parte mía haberlo hecho. Lo digo en buen ánimo. Estaba con una cantidad de trabajo realmente abrumadora en ese período y aceptar esto implicó invertir absolutamente cualquier segundo desocupado para leer las 29 novelas que compitieron. Por esos días fue cuando dije que no iba a postear por acá tan seguido. Me tocó leer las 29 novelas en 11 semanas, que fue el tiempo que tuve entre que las recibí y la fecha del viaje. Casi todas las novelas pasaban de las 200-250 páginas, unas alcanzaban casi las 300.




La variedad de calidades (desde textos muy pero muy malos hasta otros bastante buenos), me sirvió en muchos sentido como para repasar mi propio recorrido de escritura, para reflexionar sobre el oficio, sobre los elementos de la novela, sobre algunos errores comunes que se cometen al intentar escribir una novela y finalmente para tener una mínima visión de los temas que predominan en un país como Panamá.

Me llamó la atención, por ejemplo, el uso bastante frecuente de la 2ª. persona como narrador; narraciones que comenzaban en otros países (muchos de ellos durante la 2ª. Guerra Mundial u otros conflictos bélicos), para terminar en Panamá; la ausencia total de lo que podríamos llamar “novela urbana”; la recurrencia del tema vernáculo; el uso de las historias paralelas como recurso narrativo; la ausencia total de toda forma de experimentación con el texto.

Finalmente, la novela ganadora nos gustó a los 3 jurados y no nos tomó demasiado tiempo ponernos de acuerdo, aunque no dejamos de discutir algunas otras que tenían sus méritos pero que, frente a la que ganó, se miraban con deficiencias. Tuvimos la impresión de que los participantes no reposaron sus novelas, es decir, las escribieron para el concurso y no dejaron sus textos reposar un buen par de años, que es el tiempo promedio que puede tomar componer una novela hasta su término final.

Espero un día de estos dedicar una entrada especial para hablar sobre los errores comunes que cometemos al intentar escribir una novela. Errores como ser discursivos intentando convencer al lector de algo o el abuso de adjetivos o de sinónimos rebuscados.

En fin, una experiencia muy interesante para mí en muchos aspectos.



¿Y los panameños? Espléndidos. Nos trataron como reyes (a todos los jurados).

lunes, octubre 13, 2008

De viaje

En menos de 15 horas estaré de nuevo en un avión rumbo a algún lugar de Centro América. En su debido momento contaré a dónde y qué andaba haciendo. Y como sigo sin tener portátil (snif, snif), y deconozco cómo estarán las condiciones de internet en el hotel donde estaré, no creo que haya actualizaciones en el blog durante esta semana. Vuelvo por ahí del 20 o 21. Hasta entonces...

Los que se quedan

Ocurrió en La Montañona, Chalatenango, un cantón con pocas casas, una escuela y una cancha de fútbol, ubicado en medio de una montaña boscosa donde, en tiempos de la guerra, estuvo el campamento de la radio insurgente Farabundo Martí. Ahora La Montañona es un parque natural protegido, con intenciones turísticas, donde hay algunas rústicas cabañas para recibir a los visitantes.

Un par de amigos míos fueron a aquel lugar en abril del año pasado, con la intención de pasar un tranquilo fin de semana. Se hicieron de un pick up 4x4, la única manera de llegar a través del camino de tierra y piedras que accede al lugar. El viaje había sido medio azaroso, pero la belleza y la tranquilidad del paraje les hicieron olvidar bien pronto la dificultad de la llegada.

Todo iba muy bien. Pero a las 6 y media de la tarde alguien fue a buscarlos. Necesitaban su ayuda, o más específicamente, el vehículo. El único capaz de realizar la tarea que tenían por delante: un muchacho, de unos 15 o 16 años, había intentado suicidarse. Había que sacarlo pronto de allí.

Por la tarde, el muchacho se había metido en una especie de bodega que había al lado de la cancha de fútbol, al final del cantón. Ahí bebió un pesticida para matar gusanos llamado Tamarón. Cuando alguien de la comunidad encontró al joven, su sistema digestivo estaba desgarrándose y había expulsado heces de manera profusa.

Cuando mis amigos me contaron el incidente, remarcaron que todo el lugar apestaba. El muchacho se agitaba en intensos dolores. Lo colocaron sobre un plástico y así lo encaramaron en la cama del pick up. La idea era que mis amigos bajaran a la carretera hasta topar con la ambulancia, que ya había sido llamada, y que llevaría al agonizante hasta el hospital de Chalatenango. Cuando lo entregaron a la ambulancia, ya de noche, el muchacho aún estaba vivo.




Meses después, mis amigos volvieron a La Montañona. Entonces se enteraron de que el muchacho en cuestión había muerto. Que no era la primera vez que había intentado suicidarse. Y que tampoco era el único. Ya otros dos adolescentes se habían suicidado anteriormente en la misma localidad.

Nadie supo nunca el motivo por el cual el joven decidió matarse. Sin embargo, es posible que la ausencia de sus padres, migrantes que habían partido de la comunidad hacía rato, tuviera algo que ver con el asunto.

Es un mal silencioso del que apenas tenemos noticia: la cantidad de adolescentes suicidas en las zonas rurales del país va en aumento. Y es, aunque no se crea, otra de las consecuencias de la emigración de miles de salvadoreños.

Como también lo es el cada año creciente número de recién nacidos abandonados en los hospitales. Algunos de estos bebés abandonados son producto de infidelidades de mujeres cuya pareja emigró. Ellas deciden dejar al bebé para “tapar”, de alguna manera, la infidelidad ante la pareja ausente. Algunas anuncian, en el momento de su ingreso, que dejarán al niño para facilitarlo en adopción. Otras simplemente se marchan, sin decir nada.

Algunos más de estos bebés son hijos de niñas de 12 o 13 años que son violadas por sus padres, tíos o abuelos, en hogares donde las mujeres adultas están ausentes porque, igualmente, emigraron.

No cabe duda de que el fenómeno de las migraciones tiene un rango complejo de consecuencias que están marcando nuestros tiempos de manera dramática. El desmembramiento familiar es la cara fea de la emigración y tiene consecuencias psicológicas profundas para aquellos que se quedan. Pero también tiene implicaciones en el cambio del paradigma cultural del país, modificando incluso lo que nos caracterizó siempre como salvadoreños.

Los muchachos que tienen la fortaleza emocional como para sobrevivir a la separación de los padres crecen con la única idea de que, “cuando sean grandes”, se irán del país. La ambición no es realizar estudios universitarios, dedicarse a algún oficio en particular o cumplir algún sueño calenturiento como ser artista de Hollywood. La única expectativa de futuro para ellos es irse porque sienten que el país no les ofrece la posibilidad de una vida digna. Una expectativa aprendida por vía de los padres y demás parientes que se fueron antes.

Atrás quedan los más pequeños, por lo general en manos de parientes mayores. Y cuando esos niños crezcan, también terminarán yéndose. De hecho, hay muchas poblaciones de El Salvador donde el porcentaje de personas de la tercera edad es dominante. ¿Quién cuidará de nuestros ancianos cuando así lo necesiten? ¿Está listo el Estado para asumir tal responsabilidad?


Nuestros abuelos ya no sentarán a sus nietos sobre sus rodillas ni les contarán los cuentos del pasado de nuestro país, de cuando las familias eran numerosas y de cuando viajar era algo tan raro y difícil que, aquel que lo hacía, pasaba por aventurero. Las abuelas no compartirán sus recetas secretas ni sus remedios caseros con sus nietas. Todos esos conocimientos y tradiciones probablemente se perderán, y con ello estaremos perdiendo también buena parte de nuestra cultura. Recordar será un silencioso ejercicio, una solitaria masticación de monólogos para los cuales el viento y las paredes de las casas vacías serán los únicos testigos.

El Gobierno y algunas instituciones se enfocan prioritariamente en lo que ellos llaman “la atención al migrante”. Nuestro presidente viaja cada tanto tiempo para renegociar el TPS, y el lobby para lograr un estatus de legalidad para nuestros compatriotas en EUA, que es donde está el grueso de nuestros migrantes, es prácticamente permanente. Todo eso está bien, pero ¿qué se hace por los que se quedan?

¿Por qué no comenzamos de una vez a encarrilar nuestros esfuerzos como sociedad en construir un futuro atractivo en nuestra propia tierra? ¿Por qué no construimos un país donde tengamos la certeza, o por lo menos la esperanza de un futuro digno, sin tener que arriesgar nuestro pellejo, en más de un sentido, y quedarnos aquí, con los nuestros, como debería de ser?



(Publicado domingo 12 de octubre en Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica).

sábado, octubre 11, 2008

Ne me quitte pas, Jacques Brel

El pasado jueves el cantante de origen belga Jacques Brel, cumplió 30 años de fallecido. No cabe duda que la canción que le dio mayor fama fue “Ne me quitte pas”, a mi juicio la canción de amor más trágica, desesperada, conmovedora y desgarradora jamás escrita. Una canción, que, debo decirlo, invariablemente me saca el llanto (no lágrimas, llanto), y que me deja en un estado de melancolía profundo que dura días, porque me parte el alma.

Brel solía decir que no se trata de una canción de amor, sino una “chanson de lacheté”, de cobardía, de falta de coraje. Brel escribió esta canción al momento de separarse de Suzanne Gabriello, quien estaba embarazada y abortó luego de que él rehusara dicha paternidad.

Entonces, la cobardía de no amar, de no asumir el reto del amor, separarse para luego reconocer el vacío e intentar regresar o recuperar al ser amado, cuando ya es demasiado tarde, cuando ya todo está irremediablemente perdido.

No tener el coraje para salvar el amor, he ahí la cobardía. Y la tragedia que cuenta la letra de esta canción (“te contaré/la historia de un rey/que murió por no poder encontrarte”), y la desesperación (“no me dejes”) y el desgarro (“Ya no lloraré más/ya no hablaré más/me ocultaré por ahí/a verte bailar y sonreír/a escucharte cantar y además reír/permite que me convierta/en la sombra de tu sombra/en la sombra de tu mano/en la sombra de tu perro/no me dejes, no me dejes, no me dejes, no me dejes...”).



“Permite que me convierta en la sombra de tu perro”... voy por los kleenex.





viernes, octubre 10, 2008

Recomendaciones

-Siguiente página tiene a disposición para firmas un comunicado en favor del periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro, el más reciente blanco de los desmanes del régimen Ortega-Murillo.



-Carátula 26 está en la red. En la sección de narrativa hay un avance de la nueva novela de Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna.



-Para investigadores e interesados, la Universidad de Princeton tiene a disposición los archivos de Sergio Ramírez para consulta. Una relación del material disponible está aquí.



-Y para conmemorar el 20 aniversario del disco Watermark de Enya, nos receto "Orinoco Flow".



En el salón de belleza

Millie'sBeautySalon.jpgÉl, estilista colombiano, 6 años de vivir en Costa Rica.

Ella, salvadoreña, 3 años y 9 meses de vivir en Costa Rica.

En el momento del peinado, él le pregunta si quiere que le corte el pelo. Ella dice que no, que se lo cortó la vez pasada.

-Por cierto –comenta ella–, gustó mucho el corte que me hiciste.

-¿Ah sí? –exclama orgulloso el estilista–.

–Sí –dice ella– lo que pasa es que estuve en El Salvador, y como tenía más de un año de no ir, no me habían visto con el pelo así. A varia gente le gustó el corte.


Y él, ay qué bueno que fuiste, ¿y cuánto tiempo estuviste?, y ella le da detalles.

Entonces él pregunta ¿y no te dieron ganas de quedarte?

Y ella responde, apesadumbrada, ¡¡¡ayyyy, síiiiiii!!! Se me hizo difícil volver, quería quedarme allá con mis amigos...

Y él, a mí me pasa igual. Vieras que yo estoy con un gran dilema en mi vida, si quedarme o irme.

Y ella, ay, yo igual.

Y él, es que uno como que nunca se termina de adaptar, ¿verdad?

Ella, pues no, yo por lo menos sigo sintiéndome extraña. Y por lo demás, siento que la vida sólo es trabajo y trabajo y nunca progreso.

Él, en efecto, trabaja uno todo el día y todos los días y ni rico se hace uno, si por lo menos eso. Yo estoy igual que allá, no mejora mi situación.

Ella, yo pienso que si por lo menos uno mejorara, valiera la pena el sacrificio, pero para estar igual que estábamos allá, es mejor regresarse, porque por lo menos allá está uno con su gente, en su país, comiendo su comida...


Él asiente.

Ambos se quedan callados largo rato. Cada quién pensando en su terruño.

lunes, octubre 06, 2008

Apuntes en mi moleskine mientras veo 2001, A Space Odyssey de Kubrick<

2001baby.jpg



En “The Dawn of Man”, cuando nuestros ancestros simiescos descubren que pueden tomar algo, y con ello, golpear.

El hombre descubre la violencia. Y el acto de matar.

La herramienta, the weapon of choice, puede ser cualquier cosa. Una piedra, un hueso, una quijada de asno.

Matar le puede servir para dos fines: alimentar o vencer a sus enemigos. Luego, matar cobrará otras categorías: desahogar furias, demostrar poder, causar miedo.



Los otros, los que aún no descubrieron el acto de matar, miran con espanto cómo uno de los suyos cae, no se mueve más. Está muerto. Aprenderán por el ejemplo. Matarán también, tarde o temprano.

Más adelante, mucho más adelante, el hombre descubrirá que las palabras también hieren. Y hasta matan. Simultáneamente descubrirá que el silencio o el no decir también es hiriente, asesino, doloroso.



Las naves espaciales flotando en el espacio. Tan reales.

El espacio, la soledad.

Y si no fuera por la música, el silencio.

El infinito, angustiante silencio.



La limpieza de la estructura y las naves.


La respiración del capitán Dave Bowman en su traje espacial.

El zumbido del traje mientras sale a inspeccionar la nave.

Zumbidos, respiraciones. Seguramente también el palpitar del propio corazón. Sus únicas compañías.




Júpiter y más allá del infinito:

Entrar al monolito: “Oh my God, it’s full of stars!”

(Me resulta un enigma por qué Kubrick suprimió la frase del guión. Una frase que no sabemos existe sino en el libro y en la patética seguidilla, 2010, tan alejada del espíritu visual y emocional de 2001).



La angustia visual, en colores, sonidos, formas y velocidad, del interior del monolito.



Arribar, ¿o despertar?, en un cuarto, donde Bowman es él pero es otro. Donde es él mismo pero es más viejo, donde envejece pero es un feto, donde es un anciano pero renace, donde es el astronauta pero a la vez, un hombre solitario en un lugar silencioso donde el tiempo transcurre en saltos cuánticos: una vida transcurre en un minuto, edades geológicas duran un pestañeo, la decrepitud del humano dura lo mismo que la podredumbre de la fruta.

Bowman realiza una secuencia de movimientos y actos, pero cada movimiento sucede en otra era, en otro tiempo, aunque la secuencia sea continua. Y en un espacio donde la Inteligencia Superior (¿Dios? ¿otros seres inteligentes que pueblan el Universo?), hace que mire aquello con los referentes conocidos de su pequeño, patético mundo.

¿Y dónde está ese mundo? ¿Existió? ¿Quedó atrás? ¿Es el mundo “real”? ¿Qué es lo "real"? ¿Dónde está "lo real"?

¿Está vivo? ¿Está muerto? ¿Sueña? ¿Recuerda? ¿Imagina? ¿Delira? ¿Agoniza? ¿Recapitula? ¿Es lo que los tibetanos llaman “el Bardo” u otros “el Limbo”?



Bowman vuelve al estado inicial. Al feto. Al renacuajo encerrado en una burbuja. Una burbuja tan grande como el planeta. Y que flota en el espacio.

El hombre muere y antes de renacer, se le permite ver el Universo. Es su viaje a la semilla.


Viajar es morir. Partir es morir.

Llegar es renacer. Continuar, aprender.

La vida como un viaje.

La muerte como un viaje espacial. Auténticamente.

El viaje infinito.



La muerte, entonces, es volver con los ojos abiertos a la matriz del Universo, donde todo se mira claro por primera, quizás por única y por última vez.



Luego vendrá la vida. De nuevo.

Y todo recomienza. Continúa. Termina. Vuelve a empezar.


La eterna rueda del Samsara.

jueves, octubre 02, 2008

Casa de arena

casaarena.jpgEn 1910, Áurea, embarazada de pocos meses, es llevada hasta una zona desértica del Brasil donde su esposo pretende instalar una población. Los acompaña doña María, la madre de Áurea. Luego de que los colonos que acompañan a la pareja escapan y que el esposo muere accidentalmente, las dos mujeres quedan solas y sin alimentos ni recursos en aquel paraje desolado y deshabitado.

Buscan apoyo en una comunidad cercana, donde viven descendientes de esclavos. El negro Massu las ayudará a conseguir comida y también, poco a poco, en la sobrevivencia práctica.

Pero Áurea se resiste a vivir allí para siempre y busca, afanosa y obsesivamente, la manera de regresar a la civilización. La esperanza está en Chico do Sal, un viejo mercader que viaja hasta aquella remota región para comprar sal. Poco a poco, Áurea negocia y ahorra como para emprender el viaje, pero Chico muere. ¿Perderá con ello Áurea su oportunidad de regresar a la ciudad?




Casa de arena de Andrucha Waddington narra la historia de los constantes esfuerzos de Áurea por escapar de aquella desolación. Pero la desolación no está solamente en lo agreste del paraje, un interminable territorio deshabitado lleno de dunas de arena blanca que, en algún momento, van a dar a un mar turbulento en el que a duras penas se puede salir a pescar. Los personajes también tienen un agreste paisaje interior, marcado por la historia personal o por las carencias o añoranzas de lo que no tienen en su vida.


Áurea le confiesa un día a su madre que extraña la música. Pero ya doña María se ha adaptado al lugar, no siente que tiene nada a qué volver. Áurea no la comprende. “Aquí”, le explica doña María, “ningún hombre me dice lo que tengo que hacer”. Para la madre, la distancia y la soledad son mejores que la vida que conoció.

Los papeles principales están interpretados por la siempre excelente Fernanda Montenegro y por su hija en la vida real Fernanda Torres. El director, de hecho, es esposo de Torres.

Esta película brasileña, ganadora de numerosos premios, tiene sin duda como uno de sus mayores atributos la fotografía, que logra transmitir al mismo tiempo la belleza, la desolación y lo destructor de aquel paisaje, del sol inclemente (no hay un árbol en kilómetros). “La arena camina”, le advierte Massu a las mujeres cuando les dice que la casa está construida en mal lugar. Y con el correr de los años, es cierto, la arena va cambiando el paisaje, apoderándose de parte de la casa, invadiéndola.

La historia sigue en el paso del tiempo. La hija de Áurea, llamada María en honor de la abuela, crece con una rebeldía y una inconformidad ante la vida que la hacen también obsesionarse con salir de aquel lugar. Mientras tanto Áurea, ya adulta, ha encontrado en Massu la familia que le ha hecho aceptar el lugar donde se está como un hogar, por muy imperfecto o incompleto que sea. Total, el hogar es la familia, y no el espacio físico.

El final de la película es conmovedor y a la vez asombroso. En un lugar tan lejos de todo, donde no hay radio ni periódicos ni edificios, llegan las noticias de que el hombre ha llegado a la luna...

Vi esta película en el canal People & Arts, pero no encontré en su página web nuevas fechas de programación. Pero si la ven anunciada o encuentran el DVD, no se la pierdan.

martes, septiembre 30, 2008

Paul Newman (1925-2008)

paul_newman_320.jpg



¿Cuál es su película favorita de Paul Newman?

¿La mía? Difícil quedarme con una. Me gustan: Butch Cassidy and The Sundance Kid, The Sting, Cool Hand Luke y The Color of Money...


lunes, septiembre 29, 2008

Sociedad de desecho

Hace un par de meses necesitaba imprimir un documento, pero cuando encendí mi impresora, no pasó nada. Apreté una y otra vez el botón de encendido y la máquina no respondió. Revisé cables, conectores, moví el aparato y lo intenté en otro enchufe. Nada. Tuve que ir a imprimir mi documento a un café internet.

Pasaron los días. De vez en cuando me acordaba del asunto, intentaba encender la máquina, que seguía sin funcionar, y no sé por qué concluí que lo que estaba malo era el cable que se conectaba a la corriente y que debía comprar otro.

Fui a un par de negocios buscándolo, pero los que me atendían me decían que no vendían ese tipo de cable, que iba a ser imposible conseguirlo y que mejor pensara en comprar una nueva impresora. Me parecía insólito que, tan con la mano en la cintura, me dijeran que me comprara otra, como si el dinero creciera en los árboles. Además tenía la impresión de que la máquina, que en realidad era una multifunción (impresora, escáner y copiadora), no estaba tan desvencijada. La había comprado hacía cosa de 3 años y no la había usado demasiado.

Rendida, fui al representante oficial de la marca de mi aparato, convencida de que solo ellos podrían rescatarme de aquel percance que estaba durando demasiado. Mi impresora me hacía falta y aquello de ir a pagar por impresiones en un café internet no podía continuar. Fui a dejar el aparato.

Pocos días después me avisaron que no podría arreglarse. Que la tarjeta estaba dañada y que ellos no vendían dicho repuesto. “¿Y eso qué significa?”, le pregunté a la tipa que me atendió. “Bueno, que tiene que desecharla”. “¿Cómo que desecharla? ¿Me está diciendo que la tire a la basura?” “Pues sí”, contestó ella, visiblemente incómoda por el uso de una palabra tan ordinaria como “basura”.




Le pregunté dónde bota uno su impresora vieja. Me dijo que podía dejarla allí, que ellos “dispondrían” de la multifunción. Sentí como si habláramos de un muerto. Supuse que ellos la ocuparían como repuesto para otros aparatos del mismo modelo. Y que yo, ni modo, tendría que ir a comprar otra impresora.

Ese asunto me dejó pensando seriamente en lo que una querida amiga llama la “sociedad de desecho”, que es algo así como el estadio superior evolutivo de la sociedad de consumo que hemos reconocido ser. Porque no se trata solamente de que compramos con particular entusiasmo el último modelo de celular, de computadora, de televisor o de cualquier aparatejo que nos pongan enfrente, sino que esa compra implica que botamos lo viejo sin parpadear, a pesar de que nos quejamos de que todo está caro y de que el dinero no alcanza para nada.

Lejos están aquellos tiempos en que uno se iba a un tallercito de la vecindad donde alguien se encargaba de abrirle las tripas a cualquier tipo de máquina, de arreglarla y de devolvértela de manera que pudiera durarte otro poco de años. De hecho, los aparatos de antes duraban eternidades, parecía que no se arruinaban nunca y cuando lo hacían, tenían todavía una perspectiva de vida regular después de una reparación.

Ahora todo está construido con materiales frágiles. La vida útil de los aparatos dura cada vez menos. Por supuesto, ahí está el negocio, en que un aparato se arruine rápido y de una manera tan fulminante que no quede más remedio que comprar otro, como le pasó a mi multifunción.

El afán del ser humano por crear aparatos más eficientes, veloces, funcionales y además estéticamente atractivos parece haber obnubilado con tanta euforia a sus creadores y consumidores que nadie se pone a pensar qué se hará después con todos esos chunches cuando se conviertan en “material muerto”. No contamos con lugares donde disponer de manera adecuada de nuestros aparatos vencidos, detalle particularmente grave si queremos tomarnos en serio aquello de la contaminación, el calentamiento global y demás trágico etcétera.

Toda esa basura terminará, por lo general, en algún botadero, durando más años que nuestros huesos gracias al plástico, metales y otros componentes de los mismos. Y seguirá emitiendo contaminantes por el simple hecho de estar interactuando con el medio ambiente.

Supongo que las “hueseras” y lugares donde compran objetos usados son una alternativa. Quizás estos lugares incluso se tomen el trabajo de reparar esos aparatos para revenderlos. En algunos países hay empresas que compran aparatos vencidos, pero no es algo generalizado ni tampoco se extiende a todo tipo de objetos. Sé de empresas telefónicas que ofrecen buzones para depositar los celulares y cargadores que ya no sirven o no se usan, pero no sabría dónde ir a depositar mi refrigeradora arruinada o mi televisor fundido, por ejemplo. En contraste, también supe de una distribuidora salvadoreña para una reconocida marca internacional que lanzaba al mar todo el material electrónico descartado. No sé si dicha práctica continúa, pero no se asuste si un día usted está bañándose en el mar y se le atraviesa... ¡una impresora!

Cuando el espacio me lo ha permitido, he optado por guardar los trastes vencidos en mi casa, con la consiguiente crítica de algunos amigos que me dicen que estoy “acumulando basura”. En parte, me parece más conveniente guardar los aparatos muertos en mi casa que tirarlos a la basura, porque el hecho de que estén fuera de mi vista no significa que hayan “desaparecido” o que se disponga de ellos adecuadamente. Lo malo es que con mis continuas mudanzas muchas de esas cosas terminan, inevitablemente, en un botadero.


Finalmente no tuve más alternativa que dejar a mi difunta multifunción en el taller. Me sentí traidora por abandonarla entre un montón de extraños que dispondrían de ella como se les diera la gana, que la deshuesarían, desmontarían y degradarían a pedacitos, eso si no la arrojan al mar. Después fui a comprar una nueva impresora para comenzar otro ciclo de vida de un futuro habitante del basurero municipal. Vamos a ver cuánto me dura.



(Publicada domingo 28 de septiembre en Séptimo Sentido, revista de La Prensa Gráfica, El Salvador. Para una mejor apreciación de la revista, le recomiendo consultar su versión en e-paper).

jueves, septiembre 25, 2008

Water

Water.jpgSegún las Leyes de Manú, al morir su esposo una viuda tiene tres opciones: ser quemada con su esposo, dedicarse a una vida de contemplación o casarse con el hermano menor del esposo muerto.

Muchas de ellas son llevadas por las propias familias a casas de viudas donde deberán vivir el resto de su vida natural, raparse el pelo, vestir siempre con saris blancos, no comer comida frita ni dulces, no reír, no jugar, no cantar y por supuesto, no volver a amar a ningún hombre y mucho menos pensar en casarse. Su contacto social es restringido y el simple hecho de tropezarse con alguien “ensucia” a la otra persona. Para su manutención (y la de la casa) deberán pedir limosna en las afueras de los templos. Parte de ese dinero deberán ahorrarlo para ser incineradas cuando les llegue la muerte.

Pero la estricta observación de la reglas no impide que haya un espacio para la doble moral y de ciertas prácticas que, seguramente, no son bien vistas por las mismas leyes que dictan tan estricta observancia para las viudas...

En la película Water de la directora india Deepa Mehta, se examina esta forma de vida a través de la historia de Chuyia, una niña de 9 años cuyo esposo, considerablemente mayor que ella, muere. Para la niña la separación de su familia, la imposición de severas prohibiciones que chocan totalmente con su condición infantil, la amargura y el desaliento que reina entre las viudas de la casa a donde es llevada y la perspectiva de tener que pasar el resto de su vida en aquel encierro, despiertan en ella una natural rebeldía.




Ambientada en 1938 en Varanasi, la ciudad sagrada a la orilla del río Ganges, Water cuenta con muchos detalles que hacen de ésta una película digna de verse. La fotografía es exquisita, llena de colorido y detalles. La música fabulosa. Hay ciertos diálogos, preguntas sin respuesta, que lo dejan a uno pensando mucho.

Me gustó en particular la presencia de Gandhi a través de las expectativas de los personajes. Es decir, la discusión y referencias a Gandhi y su lucha vista desde las diferentes clases sociales y formas de pensamiento de la época, crean una comprensión más directa de lo que llegó a significar para los indios su movimiento de resistencia pasiva. Para las viudas, la lucha de Gandhi representaba la posibilidad de romper con tradiciones que, luego de dos mil años, se han convertido en letra muerta.

Narayan, uno de los personajes de la historia y perteneciente a la casta de los brahmanes, habla con crudeza en algún momento sobre las miserables conveniencias económicas que significa para las familias de las castas más bajas depositar a sus viudas en una casa, desentendiéndose de ella por el resto de su vida: significa el ahorro de una cama, de cuatro saris y algunas monedas para su alimentación.

La presencia del agua y la motivación para su título son más que evidentes. El agua sagrada del Ganges donde las viudas se bañan, lavan su ropa y donde sus cenizas son depositadas al morir, sus aguas que son llevada para bendecir a las viudas agonizantes, las lluvias monzónicas y, por qué no, el agua del llanto de una tradición por demás injusta. Irónicamente, mientras observaba esta película, caía una lluvia con ímpetus monzónicos en San Salvador.

Water es sin duda una fuertísima crítica a un estado de cosas que continúa hasta el presente: según el censo del 2001, en la India existían 34 millones de viudas, muchas de las cuales continuaban (y seguramente continúan) viviendo en las condiciones descritas por la película.

martes, septiembre 23, 2008

Inventario de viaje

El taxi pedido por teléfono que nunca llega.

Caminar incrédula por el aeropuerto. Ganas, inconmensurables ganas de ir.

Escucho claramente maullar a la Loli, tanto así que en automático, me agacho para acariciarla. Pero ella no está allí.

Requesón, empanadas de frijoles, chilate con nuégados, sopa de chipilín, pupusas de queso con loroco.

Refresco de ensalada en El café de Don Pedro.

El mar. Las olas como un mantra en movimiento, cuya constancia te hace entrar en trance.


Cangrejos ermitaños cargando sus casas en la noche.

Luna llena en el mar. Hace frío.

Desconexión. Todo está lejos. Nada está aquí, está “allá”; no ocurre aquí, ocurre “allá”, tan lejos que no me toca.

Estar ante un librero y que te digan “agarrá los libros que querrás”. Y sentirme como niña en dulcería, y por supuesto, tomar libros.

Dormir la siesta rodeada de los libros recibidos, como un niño cuando duerme con los juguetes recién recibidos en Navidad.

Leer El pozo de Juan Carlos Onetti.

Historias tristes de suicidios.


Historias tristes de desamores.

Terracita con bolas de alcanfor para espantar murciélagos.

Reencuentros. Personas, lugares, palabras, acentos, fisonomías, olores, formas, colores.




El bálsamo de los amigos, en particular, de aquellos que no te juzgan ni te critican y que nada más te quieren. Nada más te quieren.

La esperanza que nunca perece.

El estridente eco de mi risa.

Ideas que pugnan por ser escritas. Semillas. Reconocimiento de un ambiente estéril. Reconocimiento de rincones oscuros a los cuales preferiría no regresar.

Noticias de gente que no está.


Preguntas y conceptos formulados por otros y que me hacen pensar en cosas. En muchas cosas, no siempre agradables.

La ilusión de un espacio. No un espacio. Una casa. No una casa, un hogar. Imaginar a la Loli y a mí en ese hogar.

Reconocer los síntomas del ciclo que termina.

El deseo, el ferviente deseo de llegar. De ya no moverme.

Cansancio. Euforia. Tranquilidad. Optimismo. Serenidad. Envidia. Dudas.

Frustración. Mucha. Profunda, rotunda, desanimante frustración.

Llanto hasta las 3 de la madrugada.

Pantagruélica cena en Mandarin Garden con Salvador y Jorge.

Cafés en horas impropias. Es decir, casi a medianoche. Y sin embargo poder dormir.


Comer de todo, como si fuéramos inmortales.

El mercado como un museo. Como un recordatorio de lo que soy.

San Simón. Oraciones. La iglesia del Calvario.

Copal de las Guatemalas.

La iglesia de la Candelaria, rodeada de huelepegas.

El recuerdo de mi padre.

Mi biblioteca esperándome. Yo extrañando mi biblioteca.

En busca de una botella de Tanqueray. El vodka, no el gin.

Fotos. Odio que me tomen fotos.


No hay ostras en El Palmarcito.

Escenas imaginarias en El Sunzal.

Superlativa sorpresa al encontrar La niña del pelo raro de David Foster Wallace.

Un gran ausente.

Las tentaciones vienen en forma de libro: Lobo Antunes. Bulgakov. Si cuando vuelva en un par de meses los encuentro son míos, me digo.

La serenidad y la sabiduría de Mauricio.

Los rizos de María. Su cariño que desarma.


La infinita paciencia de Mildred. Y de Pedro.

Los ex compañeros de armas.

Intercambio de confidencias con Beatriz.

Una foto de hace tanto tiempo atrás. Cuando era joven, infeliz e indocumentada. Sobre todo infeliz.

Nostalgias.

Una novela imaginaria que se va armando sola. Ahora sólo falta escribirla en esta dimensión.

Espinas, dardos, palabras que hieren.

La lluvia de madrugada.

Los grillos en la noche.


Canarios cantando sobre el alambre de navajas.

Caminar bajo la lluvia y recordar otra caminata bajo la lluvia en otra ciudad cuyo nombre es mejor no mencionar.

Algo de ansiedad. Y el silencio ajeno.

Dar un voto de confianza. El receptor del voto de confianza no lo sabe.

Si el miedo no existiera.

Si el orgullo no existiera.

Repito: la esperanza nunca perece.

Ganas, muchas ganas de escribir.

Ganas, muchas ganas de leer. Literatura, claro.


Alguien junto a mí en el avión que me reconoce por la foto de la columna.

Dolores Escudos que corre maullando, entre jubilosa y quejumbrosa, a recibirme. Sus grandes ojos amarillos que me miran una y otra vez, incrédula, como diciendo “volviste, volviste”. Su sentarse encima de mí. Su felpudo cuerpo incapaz de contener tanta alegría. El ronroneo. La caricia.

En menos de un mes, nuevo viaje.

Soñar otros viajes. Más viajes. Nuevos viajes.

Soñar llegar.

miércoles, septiembre 17, 2008

Las dimensiones paralelas y el suicidio de David Foster Wallace

42339146.jpgSiempre que viajo tengo la extraña sensación de que vivo en una dimensión paralela pero ajena a “la vida real”. Me desconecto tan completamente de todo, a pesar de que veo noticias y leo el periódico, que las cosas parecen ocurrir más lejos de lo que ocurrirían si yo estuviera en lo que uno llama “casa”. No es que ocurran en otro planeta, ni en otro país, sino que ocurren exactamente allí, en mi vida que no es la de siempre pero en una dimensión paralela, en una dimensión ajena a la realidad. Ocurren “allá donde vivo” pero no ocurren “aquí donde estoy”. Como si la realidad cotidiana fuera la única “real” y la realidad pasajera de un viaje fuera irrealidad.

Quizás esa sensación viene de la desconexión o del rompimiento absoluto de las rutinas. Estar en otros lugares, ver otras gentes, comer de la manera en que uno no come usualmente, hacer cosas en otro horario… la realidad se trastoca. Ese rompimiento de la rutina muchas veces me parece mucho más agradable, aunque no sé cuánto tiempo sería capaz de soportarlo. Vivir sin horario, sin obligación, haciendo las cosas con una flexibilidad limitada de tiempo (es decir, hay un límite y es la fecha de partida). En fin, yo me entiendo.

Todo esto para decir que, en medio de un periódico me encontré una muy discreta nota sobre el suicidio de David Foster Wallace, un escritor bastante desconocido en nuestras latitudes. De toda la gente que conozco sólo hay uno que yo sé lo ha leído.

A Foster Wallace lo leí hace años. Un librito llamado Brief Interviews with Hideous Men (Entrevistas breves con hombres repulsivos). Lo leí (y me lo hice traer de los USA), porque había leído maravillas sobre el tipo. Me llamaron la atención algunas historias, su sentido bastante irónico y cáustico del humor y algunos recursos como la utilización de notas al pie de página o de un tono tan serio que no sabías si lo que leías era un ensayo, una nota de periódico o qué. Es un libro que todavía conservo, por cierto. No volví a atravesarme con nada suyo en el camino. Y tampoco volví a saber mucho de él.


En fin, la esposa lo encontró ahorcado en su casa el viernes pasado. Tenía 46 años. Y su novela Infinite Jest o La broma infinita fue incluida en una selección de críticos del Times como una de las mejores 100 novelas desde 1923 al día al presente.



martes, septiembre 16, 2008

Sin fecha de vencimiento

Una de las grandes lecciones de vida que me dejó mi padre, sin enunciarla expresamente, fue que la edad no es impedimento para hacer absolutamente nada. Tuvo su último hijo a los 63 años, compró su primera computadora a los 90, manejó hasta los 94 años y viajó y cruzó el Atlántico más de una vez todavía en su ochentena.

Mi padre no fue un hombre de sueños extraordinarios ni obsesiones rocambolescas, pero nunca tomó una actitud derrotista ante su edad. Creo que de hecho no tenía consciencia de ella. Aunque desde niña siempre le escuché decir que estaba “viejo” y que “ya se iba a morir”, duró todavía 40 años con una salud envidiable, sin hacer referencia precisa a sus años, sin celebrar su cumpleaños pero, sobre todo, sin permitir que su edad definiera lo que debía o no hacer en la vida.

Crecer junto a una persona así hace que uno asuma ciertas cosas como naturales. Heredé y asumí esa inconsciencia de la edad. Nunca celebro mi cumpleaños. Me siento bastante menor de los años que tengo. No he cambiado mis hábitos o actitudes nada más que porque el calendario dice algo que no siento. Trato de vestir “como yo” y no como “una persona de mi edad”. Cuando cumplí los 40, lo celebré haciéndome un par de tatuajes (y tatuarse es solo para jovencitos, ¿verdad?). Y no descarto otro tatuaje para conmemorar los 50.




Conozco a “ancianos” de 40 años que asumen una actitud derrotista y se ponen en plan de “las cosas que hay que hacer a nuestra edad”. A mujeres que creen a pie juntillas que de los 35 en adelante hay que, obligatoriamente y en una actitud de autocastigo, cortarse el pelo y dejar de teñirlo, que hay que vestir de colores oscuros y de manera discreta, quemar los blue jeans y las blusas con escote o sin mangas. Gente que renuncia a los planes y sueños de toda una vida porque considera que “ya el tiempo pasó” y se resigna a una rutina de vida que los consume en la frustración y en una vida gris y sin alicientes. Algo que me causa un rechazo visceral. De gente así, ancianos en cuerpos jóvenes, huyo como de la peste.

Estoy convencida de que detrás de la edad hay una actitud personal. Aquel dicho de que la juventud está en el corazón tiene mucho de cierto. Mantener esa juventud en el corazón es el resultado de un trabajo de autoobservación constante, un no rendirse ni dejarse abatir ante la vida, una manera de seguir creyendo en todo aunque el entorno se presente imposible. Mientras se esté vivo puede seguirse construyendo, soñando pero sobre todo realizando o, por lo menos, intentando realizar.


Es un esfuerzo constante y, no lo niego, difícil. Demasiadas veces dan ganas de rendirse, de bajar los brazos y decir “bueno, que la vida haga lo que quiera conmigo”. Pero nada me parece más dramático y triste como que alguien muera con la frustración o el arrepentimiento de las cosas no realizadas o ni siquiera intentadas.

La sociedad no ayuda. Vivimos en un tiempo donde se nos imponen distorsionados parámetros de belleza, inteligencia, capacidad y desarrollo. La belleza física parece que solo les corresponde a los menores de 20. Una persona que se enamore a los 50 o más años se supone ridícula. El amor no es para “los viejos”, mucho menos el sexo. Las empresas favorecen empleo para los menores de 30, muchas veces descartando a personas con más experiencia o preparación, solo porque ya pasan de cierta edad. Si hay recortes de personal en algún lugar, los mayores de 40 tiemblan. Para los escritores y artistas hay restricciones de edad para acceder a becas o a residencias.

Para las mujeres, el peso de la edad es todavía peor. Una mujer que esté sola a los 40 es señalada con términos despectivos como “solterona” o “cuarentona”. Si la menopausia la arrastra a la obesidad, está frita. Ni qué decir de su rostro, sus tetas o su trasero. Si las cosas no están en su lugar, se la condena a la soledad y al destierro emocional y aun así, encontrar pareja después de cierta edad es virtualmente imposible. Los hombres las prefieren jóvenes, muy jóvenes.

¿Y qué hacemos con nuestros mayores? Las más de las veces los toleramos con fastidio, nos burlamos de sus opiniones y de su manera obsesiva de recordar el pasado y, si podemos, los relegamos a asilos que degradan su condición de seres humanos al de simple estorbo biológico, donde con toda seguridad, su tiempo de vida se acorta por la depresión de verse relegados al ocultamiento y a pésimas condiciones de vida entre un montón de extraños.

Lo que más me llama la atención del constante desprecio que veo y vivo en carne propia sobre la edad es que, por lo general, viene de gente menor, de gente que no cumple todavía los 40. ¿Nunca se ponen a pensar que para ahí vamos absolutamente todos? ¿Y que, en último caso, todo ser humano, no importando si es hombre o mujer, no importando su edad ni su condición económica, racial, opción sexual, política o religiosa, merece simple y sencillamente nuestro respeto?

Pareciera como que si no lograste “el triunfo” antes de cumplir los 40, deberías de ir comprando tu ataúd y sentarte a esperar discretamente y en un rincón oscuro tu muerte, porque ya no estás en capacidad de hacer nada más.

Por desgracia, somos juzgados a partir de nuestra edad y no por nuestros talentos, nuestra personalidad y nuestras cualidades. Somos juzgados por nuestra apariencia, un parámetro de medida tan volátil que hoy somos requeridos y mañana despreciados. Olvidan muchos que las personas no tenemos fecha de vencimiento ni de descarte, muchos menos si viene impuesta desde afuera y por extraños.

Solo por eso, cuando cumpla 80, me tiro en paracaídas. Eso sí, abrazada a un guapo y musculoso galán, faltaba más.



(Publicado el domingo 14 de septiembre en Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica de El Salvador).

jueves, septiembre 04, 2008

Una nueva etapa...

A partir de hoy este blog entrará en estado de irregularidad. Es decir, no podré actualizar con la frecuencia con que suelo. Motivos hay muchos, pero el principal es la falta de tiempo, que como suele pasarnos a muchos, debe invertirse más en esas tareas con que nos ganamos los centavos que en las cosas realmente placenteras y enriquecedoras.

No sé cuánto tiempo durará esto pero el blog no se cerrará del todo. Por lo menos estaré posteando las columnas quincenales, y seguramente una que otra cosa de vez en cuando.



Gracias por acompañarme como lo han hecho hasta ahora.

Y seguimos en contacto.

viernes, agosto 29, 2008

"La ciudad", Konstantin Kavafis

A veces uno lee un poema y dice "qué bueno". Luego, mucho tiempo después, uno lee el mismo poema, y nos sigue pareciendo "bueno", pero las circunstancias y la experiencia nos hacen comprender realmente la magnitud de su significado. Eso me pasó a mí esta semana releyendo esto de Kavafis.





Dices "Iré a otra tierra, hacia otro mar

y una ciudad mejor con certeza hallaré.

Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,

y muere mi corazón


lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.

Donde vuelvo mis ojos sólo veo

las oscuras ruinas de mi vida

y los muchos años que aquí pasé o destruí".

No hallarás otra tierra ni otra mar.

La ciudad irá en ti siempre. Volverás

a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;

en la misma casa encanecerás.

Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques


-no hay-,

ni caminos ni barco para ti.

La vida que aquí perdiste

la has destruido en toda la tierra.





(Traducción de José María Álvarez,

Poesías completas, Ediciones Hiperión, Madrid 1982).

jueves, agosto 28, 2008

Leyendo "La sirena", un cuento de Ray Bradbury

No me gusta ir al banco. De hecho, si hay algo que me desagrada hacer es gestiones y papeleos de cualquier tipo. Pero de un tiempo para acá, cuando voy al banco o a cualquier lugar donde sé que hay que esperar, hay algo “positivo” para mí: el tiempo de espera (que por lo general suele ser de una media hora) es casi que del poco tiempo “libre” que tengo para leer. Leer literatura, claro está.

Un día de estos tuve que ir al banco a hacer un reclamo pues me estaban cobrando dos veces más una compra que hice en el super. O sea, si no reclamaba, me la cobraban tres veces.

Un nuevo sistema de numeración para atender a los clientes en el Banco Nacional de San Pedro, menos que agilizar los trámites, ha hecho los tiempos de espera algo más largos pero también impredecibles, porque los números otorgados tienen combinaciones de números y letras y es algo así como una lotería saber cuál es el que sigue, pues no tienen un orden estrictamente numérico ni alfabético. Todo lo cual no me molestó en absoluto. Tenía conmigo Las doradas manzanas al sol de Ray Bradbury, que me lo encontré en liquidación a un precio de tirarse al suelo y tener risa convulsiva.

El primer cuento de ese libro se llama “La sirena”. Y qué cuento más precioso y a la vez, tan triste. Daban ganas de pararse en una silla, detener al banco completo y leerles el cuento para que todos lloráramos al unísono y volviéramos a sentirnos vivos, para que pensáramos en el amor, en la soledad y en el dolor de estar solos... ya me miraba sacada por los guardias con camisa de fuerza derechito para el manicomio o por lo menos para la Oficina de Investigaciones Judiciales (OIJ), como sospechosa de distraer a todos para seguramente planear un robo, o algo así.




No voy a decir de qué va el cuento, porque está tan bien escrito que lo que yo pueda decir al respecto no le haría justicia alguna. Mejor léanlo. No encontré una versión idéntica a la de mi ejemplar, que está en Minotauro, con traducción de Francisco Abelenda. Pero se podrán hacer una idea.

Nada más les reproduzco un fragmento (versión Abelenda). Y cuando lean el cuento completo, vuelvan y me cuentan.



–Los misterios del mar –dijo McDunn pensativamente-. ¿Pensaste alguna vez que el mar es como un enorme copo de nieve? Se mueve y crece con mil formas y colores, siempre distintos. Es raro. Una noche, hace años, yo estaba aquí solo, cuando todos los peces del mar salieron ahí a la superficie. Algo los hizo subir y quedarse flotando en las aguas, como temblando y mirando la luz del faro que caía sobre ellos, roja, blanca, roja, blanca, de modo que yo podía verles los ojitos. Me quedé helado. Eran como una gran cola de pavo real, y se quedaron ahí hasta la medianoche. Luego, casi sin ruido, desaparecieron. Un millón de peces desapareció. Imaginé que quizás, de algún modo, vinieron en peregrinación. Raro, pero piensa qué debe parecerles una torre que se alza veinte metros sobre las aguas, y el dios-luz que sale del faro, y la torre que se anuncia a sí misma con una voz de monstruo. Nunca volvieron aquellos peces, ¿pero no se te ocurre que creyeron ver a Dios?

martes, agosto 26, 2008

En Nicaragua

Portada nuevo amanecer 23082008.jpgEl fin de semana pasado fui honrada con ser portada del suplemento "Nuevo Amanecer Cultural" de El Nuevo Diario de Nicaragua, uno de los suplementos con los que colaboré bastante durante mis años de habitar en aquel país.

El motivo de la portada fue la reproducción del generoso comentario que hiciera Lilian Fernández Hall sobre mi reciente libro El Diablo sabe mi nombre y también el comunicado de prensa de Uruk Editores de Costa Rica, sobre su exportación de libros por la región.


Por ello y desde aquí, mis agradecimientos a Eunice Shade, a Lilian Fernández y al "Nuevo Amanecer" por las gestiones y la deferencia.

lunes, agosto 25, 2008

El camino

8011.jpgHacer cine en Centro América es una hazaña tan grande, que cuando alguien se aventura a filmar un largometraje, son muchas las expectativas sobre el resultado. Es una constante en dichas hazañas la limitación de medios, sobre todo económicos, que a veces alargan durante mucho tiempo las producciones o limitan algunos asuntos de calidad estrictamente técnica. Hay buenas ideas, buenas historias. Hay también personal calificado y con el talento para llevar a cabo tales empresas.

Cada película filmada y producida en Centro América resulta en ese sentido un auténtico triunfo. Pero eso no la exime de los posibles fallos y limitaciones del resultado final. Hay quienes tienden a ser muy benévolos y disculpar todo tipo de errores. Se hizo la película y es lo que importa, no el resultado, parece ser el lema de algunos. Para otros, la temática planteada puede ser el punto de disculpa.

En el caso de El Camino, de la costarricense Ishtar Yasin, las expectativas eran mucho más altas, debido a que primero se estrenó en varios países y festivales de cine alrededor del mundo y no es hasta un año después de su producción final que la película se estrena en Costa Rica. En algún momento pensé que quizás la estrategia partía de aquel lamentable dicho nuestro de que “nadie es profeta en su tierra” y que Yasin sentía necesidad de validar su película en el extranjero para estrenarla finalmente en Costa Rica. Esto son meras especulaciones mías, conste. Porque la verdad ignoro por qué se estrenó tan tarde acá. En todo caso, me fui con la mejor de las intenciones al cine. Pero salí bastante decepcionada.




El camino narra la historia de Saslaya, una niña que decide un día, cansada de los acosos sexuales de su abuelo, irse de Nicaragua a Costa Rica a buscar a su madre, quien habría migrado varios años antes y de quien apenas tienen noticia. La niña se lleva a su hermano Darío, quien es mudo. El padre de los niños murió hace mucho y parece no haber más familiares. Juntos, los niños comienzan un viaje atravesando Nicaragua, enfrentando diversas circunstancias y conociendo numerosas personas, algunas de las cuales tendrán (predeciblemente) influencia en los sucesos finales de la historia.


La película descansa más en imágenes que en diálogos, y esto puede hacer que el ritmo de la película sea algo lento. A pesar de ello, la trama se transmite bien. Creo que la pobreza de las condiciones de vida de miles de nicaragüenses queda bien retratada y para ello no se utiliza un discurso lloricón. Hasta allí estamos bien.

Sin embargo, hay ciertos recursos y elementos visuales utilizados en la película que me parecieron lugares comunes. Por ejemplo, cada vez que Saslaya llega con Darío a algún lugar, siempre hay una feria, una fiesta, una banda tocando música, etc. Parecería que nuestros países viven en una perpetua parranda. El simple transporte de una virgen en el barco que viaja a San Carlos de Nicaragua, se transforma en procesión (con banda de música y cohetes incluidos) llegando a puerto, y culmina con una quema de incienso que deja la pantalla en blanco durante un tiempo demasiado largo para mi gusto.

Y luego hay un recurso que sinceramente no me gustó para nada. Un par de hombres encuentran una mesa cualquiera en el botadero de Acahualinca de Managua, y se la llevan. A esos hombres los estaremos viendo en varios momentos de la película, es decir, atraviesan toda Nicaragua con esa mesa vieja y hasta cruzan ilegalmente la frontera tica con la mesa. Como recurso visual es válido, pero creo que se les pasó la mano, porque era algo absolutamente ilógico ir a sacar una mesa vieja de un botadero de basura y cruzar con eso todo un país y hasta la frontera. Ya cuando vi esa escena estuve a punto de irme.

Quizás, en el fondo y ahora que lo pienso, la película esté más dirigida a un público foráneo que a uno local (y quizás por eso la paciencia de presentarla tanto tiempo después en Costa Rica). Es decir, el intento es el de hablar sobre los efectos de las migraciones en los seres que quedan atrás, en las familias incompletas, en los dramas de los niños que tienen que crecer sin sus padres a merced de situaciones que son amenazantes para ellos.

Luego de todas las buenas opiniones sobre El camino y el par de premios que la película ha ganado, me queda un sabor contradictorio. Es un triunfo, es cierto, y un gran esfuerzo, haberla filmado. Pero en lo personal, la película no me tocó pese a mi profundo interés en el tema de las migraciones, pese a conocer Nicaragua y vivir en Costa Rica. Faltó algo o quizás hubo demasiado. El final se me hizo muy predecible.

Pero no me hagan caso. Como escritora creo que estoy demasiado conciente de los andamiajes y las estructuras de las historias como para dejarme llevar por sus finales o intenciones. Véanla y me comparten su opinión.

jueves, agosto 21, 2008

Recomendaciones

-"Al centro y violento", una entrevista con Horacio Castellanos Moya en Radar Libros.



-La Revista Ping Pong No. 8 ya está en línea. Con poemas de los participantes del VII Festival Internacional de Poesía de Costa Rica entre varias cosas más.



-José Saramago ha terminado de escribir su última novela. Por simacito no lo logra pues estuvo bastante mal de salud durante su escritura. Se llama El viaje del elefante y hay un fragmento de la misma en su página web.



-Y si tiene Cinemax, no se pierda esta noche a las 9:15 p.m. (hora centroamericana), Festival Express, un documental sobre el tren que recorrió Canadá en junio de 1970, con varios músicos como Janis Joplin, The Band y Grateful Dead.



-Y para que se vayan poniendo en ambiente: Janis Joplin junto a Big Brother and the Holding Company con "Combination of the Two". Y recuerden: "El tequila es para continuar" (Janis Joplin y la Cayetana dixit)... ;-)



miércoles, agosto 20, 2008

Yoda, el gato con cuatro orejas

468x699.jpgValerie y Ted Rock se encontraban de visita en un bar cerca de su hogar en Chicago, cuando notaron una jaula sobre la barra y a la gente pasando un gato de unas manos a otras. El dueño le estaba buscando un hogar.

Los Rock recién habían enterrado a un gato que tenía poco más de 20 años de vivir con ellos y estaban tan dolidos que habían decidido no tener ni un gato más. Pero entonces les pasaron al minino y éste se echó a dormir sobre la nuca de Ted. Eso fue suficiente para fascinarlos, pese a que el gato tenía “un pequeño detalle”: tenía 4 orejas.

Cuando lo adoptaron decidieron llevarlo a un veterinario para que examinara la situación. El veterinario admitió no haber visto jamás antes un caso igual. Decidieron llamarlo Yoda, en honor al personaje de La guerra de las galaxias.

Yoda vive una vida muy normal. Es muy sociable, le fascina el pan y es poco vocal. Valerie apenas se da cuenta que está ronroneando cuando le pone un dedo sobre la garganta para sentir la vibración.



En internet pueden encontrarse varios de estos curiosos casos de gatos con cuatro orejitas. Según una página bastante exhaustiva sobre curiosidades médicas felinas, dichas orejas extra no tienen capacidad auditiva y son mutaciones genéticas. En los años 50 se creía que estas mutaciones afectaban el cerebro de los gatos, pero variados casos en diversos países del mundo lo desmienten. Y salvo casos bastante excepcionales, dichos felinos suelen llevar una vida absolutamente normal.

martes, agosto 19, 2008

¿El trabajo ennoblece...?

Hay épocas en que me siento con la cabeza en blanco y no acude ningún pensamiento a mi. Como si el viento no soplara, como si todo se hubiera detenido.

En esos momentos, el blog sufre.

Estoy segura que necesito unas buenas vacaciones, de esas de estar un mes (sí, 30 largos días) tendida en alguna playa, por ejemplo, y no hacer nada, no preocuparse por nada, no estar centaveando ni angustiada por las finanzas ni por los tiempos por venir, de no leer, no escribir, no ver computadoras, correos ni noticias, 30 días para ser y estar.

Nada más ser y estar.

Y que los pensamientos viajen dentro de mi cabeza como barquitos de velas blancas en un soleado día de verano, cielos celestes y nubes en forma de conejitos.

Es en días así cuando atracan trasatlánticos en mi cabeza, barcos con historias grandes y pequeñas, con pequeños ratoncitos de palabras que se esconden y que yo tengo que perseguir por pasillos y agujeros pero que termino encontrando y hasta haciéndonos amigos.


Repito: necesito bien urgente unas vacaciones largas.

Pero por ahorita, ni pensarlo.

De vuelta a la esclavitud.



¿Quién fue el idiota que dijo que el trabajo ennoblece al hombre?

Quizás se confundió, o alguien lo escuchó mal. Debe ser que dijo: el trabajo embrutece al hombre.

Me siento el vivo ejemplo de eso.

lunes, agosto 18, 2008

¿Dónde están los editores salvadoreños?

En los últimos días de julio, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guatemala (FILGUA), cuatro escritores salvadoreños presentamos tres novelas y un libro de cuentos.

Rafael Menjívar Ochoa presentó Trece, Vanessa Núñez Handal, Los locos mueren de viejos y Jorge Galán El sueño de Mariana (de la cual esta misma revista presentó un generoso avance hace un par de semanas). Todas fueron publicadas en la guatemalteca F&G editores, uno de los sellos más consolidados de la región y que comienza a proyectarse internacionalmente.


Yo presenté mi libro de cuentos El Diablo sabe mi nombre, publicado en Costa Rica por Uruk Editores, un pequeño sello independiente que ha firmado un visionario acuerdo con Fondo de Cultura Económica para utilizar su estructura y poder distribuir sus ediciones en toda la región.

A esta lista de salvadoreños publicando fuera del país podemos agregar a Horacio Castellanos Moya, Claudia Hernández (quien ha publicado en Guatemala también) y Róger Lindo quien publicó su excelente primera novela El perro en la niebla, en una editorial de España.

Esta lista creciente de salvadoreños que publicamos en el exterior, si bien es motivo de celebración, debe servir también como un espacio de reflexión. Porque lo cierto es que detrás de esto hay una verdad contundente: si no publicáramos nuestros libros fuera del país, ya no publicaríamos nada. ¿Por qué? Pues porque en El Salvador, simple y sencillamente, no hay espacios de publicación.

Desde hace demasiados años el sector editorial salvadoreño está tan deprimido, que muchos de los escritores nacionales han optado por la auto publicación como único recurso para dar a conocer su trabajo.




Una de las editoriales que casi a marcha forzada publica algunos pocos títulos al año es la Dirección de Publicaciones e Impresos de Concultura, la cual se ha enfocado en autores noveles a través de la serie “Nueva palabra”, pero que ha descuidado la continuidad de otras de sus colecciones importantes, como “Ficciones” o la colección de poesía.

Clásicos Roxil, hasta donde sé, continúa con su línea de libros de texto y quizás algún que otro título nuevo del cual a duras penas nos damos cuenta. Y creo que ahí se para de contar en cuanto a publicaciones de ficción de autores nacionales.


Desafortunadamente siempre que se toca el tema, los editores o los involucrados en esta área se ponen a la defensiva y para justificar la escasa producción editorial recurren al trillado pretexto de que “en El Salvador no se lee”. A este problema se agregan la falta de distribución y de difusión de la obra nacional.

Por desgracia da la impresión de que hay una actitud de cruzar los brazos y de no empeñar ni el mínimo esfuerzo para dar a conocer el libro salvadoreño, dentro ni mucho menos fuera del país, como si eso no valiera la pena hacerse. Y daré dos ejemplos.

En la Feria Internacional del Libro de Costa Rica, celebrada a fines de junio de este año, se instaló un pabellón centroamericano, para resaltar las publicaciones de cada uno de nuestros países. Pero la Cámara Salvadoreña del Libro hizo algo que me resulta enigmático: llevó libros solamente en exhibición. Peor aún, varios de los libros no fueron facilitados por las editoriales sino que pertenecían a bibliotecas personales de dos o tres personas que generosamente los prestaron.

En la FILGUA (que se está proyectando como la feria del libro más importante de Centro América), no hubo representación de ninguna editorial salvadoreña, a excepción de UCA Editores. La Cámara Salvadoreña del Libro brilló por su ausencia.

Que se desaprovechen vitrinas de gran público como las ferias del libro o que no se publique literatura en El Salvador, me parece el reflejo de una falta de visión de las instituciones salvadoreñas, incluida la empresa privada. Si bien publicar libros no es una actividad tan lucrativa como lo es vender pollo frito o hamburguesas, invertir en la cultura de un país consolida un capital humano con valores morales y estéticos que buena falta nos hacen.

Estoy segura de que en El Salvador hay suficiente dinero como para fundar una editorial que se dedicara a publicar, de manera consistente, novelas, cuentos, poesía y toda la abundante cantidad de literatura salvadoreña que se produce actualmente. Si lo han logrado otros países de la región, ¿por qué no nosotros?

Supongo que la Cámara Salvadoreña del Libro podrá emitir explicaciones para justificar su ausencia y/o asistencia a ferias del libro para sólo exhibir libros prestados; los escasos editores que subsisten tendrán también su lista de motivos por los cuales tienen cerrada la publicación de autores salvadoreños.

No puedo evitar pensar que el problema de fondo es que falta interés por parte del gran capital y del Estado mismo. Y sobre todo falta respeto, valoración y aprecio por la obra de nuestros autores contemporáneos.

Pongo mis manos al fuego por esto que voy a decir: El Salvador se da el lujo de tener un grupo de autores que escribe, no sólo con constancia, sino con un nivel de calidad indiscutible. Lo hacemos contra viento y marea, sin estímulo alguno y sobre todo, porque la literatura es nuestra vocación personal.


Es lamentable que el lector salvadoreño no tenga acceso a la obra de sus escritores, porque éstos se ven obligados a publicar fuera del país y porque los que aún se llaman “editores”, prefieren optar por lo fácil y lo seguro, que son los textos escolares, sin apostarle a la literatura nacional.

Nuestros editores prefieren promover, de manera indirecta, la fuga de nuestros cerebros literarios al no publicarlos. Y lo lamento en particular por los nuevos escritores que, ansiosos e ilusionados, con sus libros bajo el brazo, tendrán un camino más que difícil para dar a conocer su obra.

Que no le quede duda a nadie: los escritores nacionales estamos haciendo nuestro trabajo, que es escribir. Y lo estamos haciendo muy bien. Pero ¿los editores están haciendo el suyo? ¿Dónde están los editores salvadoreños?



(Publicado ayer en "Séptimo Sentido" de La Prensa Gráfica, columna "Gabinete Caligari").

viernes, agosto 15, 2008

Recomendaciones

-Carátula No. 24 en la red: cuentos del guatemalteco Eduardo Halfon, un capítulo de la novela del nicaragüense Ramiro Lacayo entre otras cosas más.



-Una nueva revista digital, Genérica, Instintos del Arte. Se descarga en pdf en la parte inferior.



-Se anuncia el Blog Action Day 2008 para el 15 de octubre. El tema de este año: "la pobreza".



-Escudos hasta en la sopa:

Un comentario de Lilian Fernández Hall sobre la FILGUA (que incluye una de las mejores fotos que me han tomado en la vida), en Letralia.



También de Lilian Fernández, una extensa reseña sobre El Diablo sabe mi nombre en la revista Almiar.



Entrevista en C.A. 21 hecha por Vanessa Núñez Handal.



Allí mismo, una reseña sobre El Diablo sabe mi nombre de Manuel Bermúdez, publicada originalmente en el periódico El Semanario de la Universidad de Costa Rica.





-Y solo porque sí:: "Romeo and Juliet" de Dire Straits.





jueves, agosto 14, 2008

Los cristales soñadores de Theodore Sturgeon

cristalesonadores.jpgPocos días antes de salir para Guatemala me di una vuelta por un par de librerías para mandarle unos libros de regalo a un amigo que vive en El Salvador. En esa búsqueda me topé con la sorpresa de que una librería había sacado varios libros de la editorial Minotauro a precios de remate. Entre las joyas que encontré estaba Los cristales soñadores de Theodore Sturgeon.

Luego de consultar con mi amigo para saber si le interesaba, si lo conocía o si ya lo tenía, volví a la librería para comprarle su respectivo ejemplar y me entretuve más tiempo viendo bien todos los títulos, por si hallaba algo más. Y vaya que lo encontré. Por fin, después de años de búsqueda, pude encontrar Solaris de Stanislaw Lem, uno de esos grandes clásicos que uno DEBE leer y que no había tenido el chance.


Mi dicha sería completa si se apareciera en mi camino La guerra de las salamandras de Karel Capek, el escritor que por primera vez utilizó el término “robot” en una de sus novelas. El término, sugerido por su hermano para una de sus obras teatrales, se supone viene del checo “rabota” que significa “trabajo”.

Ahora todo es que tengamos tiempo para leer, leer, leer...




Cuando compré mi copia de Los cristales soñadores tuve que ir después al banco precisamente a comprar unos dólares para el viaje. Así es que ahí mismo la comencé a leer y me pegué una enganchada que no pude soltar el libro hasta casi llegar a la mitad en el mismo día. Me lo llevé a Guate, aunque allá leí poco y lo terminé de leer en los dos días siguientes de mi viaje. Pero si mis circunstancias hubieran sido otras, estoy segura que lo hubiera leído en dos sentadas, porque así de fascinante resulta.

Theodore Sturgeon fue un autor estadounidense de ciencia ficción. Llegó a escribir guiones para la famosa serie Star Trek. Su nombre quizás no es tan conocido como el de otros autores del género. Pero no por ello es “un autor menor” ni mucho menos despreciado. Si hay alguien que habla muy bien de él es Ray Bradbury. Y Kurt Vonnegut Jr. admite que Sturgeon es una de sus influencias.


Pese a que la ciencia ficción fue el fuerte de este autor, se me hace difícil pensar en Los cristales soñadores como perteneciente al género. Pero luego, también hay que admitir que géneros como la literatura fantástica o la ciencia ficción se han estirado a tal punto que no pueden limitarse a características definidas. En fin, no soy una que se detenga en las clasificaciones.

Ésta es la primera novela de Sturgeon, publicada en 1950. Cuenta la historia del huérfano Horton, quien desde pequeño está inexplicablemente ligado a un muñeco llamado Junky, que tiene como ojos dos cristales. Horty (como se conoce a Horton), huye de la casa de sus padres adoptivos y termina viviendo con un grupo de “freaks” o fenómenos de feria. La feria está dirigida por Pierre Monetre, conocido como El Caníbal. El capítulo 5 del libro, y que es el que cuenta la historia de este personaje, es de las mejores cosas que he leído en años.

No cuento más porque luego me acusan de contar toda la historia y estropearles la lectura (o la película, dado el caso). Pero bueno, ésta es una novela que vale la pena leerse y cuya lectura he disfrutado muchísimo. Le encantará a todo aquel que ande en la onda de la fantasía y la ciencia ficción.

martes, agosto 12, 2008

Shine a Light: the Rolling Stones vistos por Martin Scorsese

SY140.jpgA Martin Scorsese se le ocurrió un día filmar un concierto de los Rolling Stones. Los rockeros estuvieron de acuerdo. Ahí comenzó todo: llamadas telefónicas a través del mundo donde Scorsese y Mick Jagger discuten por el escenario, por las cámaras pero sobre todo, por la lista de las canciones que van a tocar. A Scorsese le urge tener esa lista para poder planificar cómo van a moverse las cámaras. Hay tres listas de las canciones a cantarse: las probables, las que no quieren cantar, la segunda o tercera opción. Scorsese desespera. Se quita y se pone los anteojos totalmente nervioso. A Jagger no le gusta el escenario. Scorsese insiste en la lista de canciones. Jagger en un avión hace listas y listas.

Scorsese, con la meticulosidad del perfeccionista, quiere poder planificar cada detalle. Los Rolling, bueno, actúan más de acuerdo a cómo se sienten el mero día de los hechos.

Finalmente, ya puestos todos en el Beacon Theater de Nueva York, organizado el concierto para la Fundación Clinton, los Rolling Stones saludan al viejo Bill, a la casi presidenciable Hillary y a 30 invitados de los Clinton, antes de que llegue el momento de la música.

Bill Clinton los presenta. Entre bambalinas, Martin Scorsese todavía no tiene la lista de las canciones del concierto. Al fin se apagan las luces, una voz anuncia a los Rolling Stones y en ese preciso instante, le pasan la lista de canciones a Martin. ¿Por qué era tan importante? Porque si comenzaban con una canción cuya intro son guitarras, las cámaras tendrían que enfocar a Keith Richards y Ronnie Wood, pero si era alguna otra que comenzara, por ejemplo, con un solo de piano, habría que enfocar a Mick Jagger.

Pero en efecto, empiezan duro, muy duro, con “Jumping Jack Flash”.




Shine a Light es la filmación de este realmente estupendo concierto de los Stones. Porque hay que admitirlo: yo soy fan de los Stones, pero he visto algunos conciertos donde de pronto como que hay versiones que decepcionan o que no se cantan con tanta potencia o tiene altibajos. En este caso, Scorsese estuvo de muchísima suerte y logró atrapar no solamente un gran concierto sino la potencia y la inspiración que todavía mueve a estos reyes del rock.

Keith Richards toca con toda inspiración su guitarra. Ronnie Wood hace lo suyo. El siempre serio Charlie Watts, desde la retaguardia de la batería, no ha perdido su ímpetu. Y Mick Jagger se mueve serpentino sobre el escenario y canta con la voz intacta.

Hay invitados. Buddy Guy acompaña al grupo para cantar “Champagne and Reefer” (“Champaña y marihuana”), Jack White de The White Stripes alterna con Jagger en “Loving Cup” y Christina Aguilera aparece para una versión de “Live with Me”.

En lo personal, me encantaron las versiones de “Tumbling Dice” y “As Tears Go By”, por cierto, dos de mis canciones favoritas de ellos.

El material incluye algunos cortos de entrevistas a través del tiempo y de la historia del grupo. Es curioso cómo una de las preguntas más frecuentes que quizás se les han hecho es ¿por cuánto tiempo seguirán haciéndolo (es decir, cantando y de gira)? Ellos contestan que siempre. Alguien les pregunta al jovencísimo Jagger ¿se miran haciendo esto cuando tengan 60 años? Sí, contesta Jagger, sin duda alguna.

Y aquí están, sus reales majestades del rock, para quienes la música es una forma de vida y no un asunto de edad. Como debe de ser.



El DVD incluye material de los preparativos del concierto y 4 o 5 canciones que no fueron incluidas en el corte final.


¿Y cuál es el próximo proyecto musical de Scorsese? Un documental biográfico sobre George Harrison. Pero para eso tendremos que esperar hasta el 2010.

lunes, agosto 11, 2008

El blog de George Orwell

orwelldiaries.jpg





Si, leyó bien. George Orwell, el escritor inglés autor de 1984 y Granja de animales, inició un blog el pasado sábado 9 de agosto. ¿Cómo es eso posible?

The Orwell Prize en asociación con The Orwell Trust decidieron publicar las entradas de los diarios de George Orwell en forma de blog, haciéndolo coincidir con las fechas reales de su escritura. Esto como una celebración de los 70 años del inicio de la escritura de los mismos. Dichos diarios comienzan el 9 de agosto de 1938 (de ahí que el proyecto iniciara el pasado sábado).


Los diarios tienen muchas anotaciones de su vida doméstica pero también muchas apreciaciones políticas y del oficio literario, que de seguro servirán para conocer mejor al autor. Las entradas se extenderán hasta el 2012 (los diarios de Orwell se extendieron hasta 1942).

Lo novedoso del asunto no es solamente que se haya decidido hacer esto en forma de blog, sino que los diarios se habían mantenido inéditos hasta ahora.

El blog está en inglés, pero si tiene a alguien cercano que hable el idioma y le pueda traducir a grosso modo las entradas, creo que valdrá la pena. La entrada del pasado sábado se refiere a una culebra que encontró en su jardín, y de cómo el perro de los Orwell, llamado Marx, se asustó al verla.

En lo personal, me parece genial dar a conocer los diarios de Orwell por fin de esta manera. Un uso muy acertado de la tecnología y además, con la sensación para los lectores de "escritura en tiempo real".

Será un auténtico lujo leer algo nuevo de Orwell cada día.

viernes, agosto 08, 2008

Para leer y escuchar

-"De cuando la literatura era peligrosa" de Horacio Castellanos Moya en Babelia.



-"El futuro no es nuestro: narradores de Latinoamérica nacidos entre 1970 y 1980", en Pie de Página. Selección de Diego Trelles Paz.



-Una cancioncita para conjurar el pasado: "Hurdy Gurdy Man" de Donovan.







-Una cancioncita para conjurar los amores imposibles: "Love is a losing game" de Amy Winehouse (con dedicatoria especial para JL).





jueves, agosto 07, 2008

Paprika

paprika.jpgLos amigos del animé estarán de fiesta este mes de agosto pues Cinemax estará presentando, cada miércoles, una película de este género tan popular.

La primera, presentada anoche, fue Paprika de Satoshi Kon. Kon es el escritor y director de otros populares animés como Tokyo Godfather’s y el primer segmento de Memorîzu, que hemos comentado por aquí antes.


Paprika es una historia “simple” con una representación tremendamente compleja: el DC Mini, una máquina en fase experimental que permitiría a terapeutas entrar en los sueños de sus pacientes para ayudarles a sanar patologías psiquiátricas, ha sido robado. El ladrón está interviniendo en los sueños de los científicos, pero también en los de otros, incluso en los sueños colectivos. No sólo hay que descubrir al ladrón, sino por supuesto, detenerlo.

Me parece que éste es el animé más complejo que yo haya visto y confieso que hubo momentos en que me perdí, pero creo que ésa es un poco la intención del director. Donde el espectador se pierde es en saber cuál es la realidad y cuál el mundo de los sueños, qué es lo que se sueña en lucidez y qué en el dormir, cuáles son nuestros íntimos sueños individuales y su simbología personal que solamente nosotros podemos comprender, y cuáles son los sueños de la colectividad (sea del grupo familiar, de los amigos, de los colegas, de los habitantes de la ciudad).




Sin duda, Paprika destaca por su abundante y excelsa representación visual. Si en otros animés el cuidado del detalle es lo que destaca, acá es la abundancia de figuras, sobre todo en los segmentos en que hay algo así como un desfile de personajes soñados, donde pueden verse todo tipo de figuras, muchas de ellas conocidas como representativas de la cultura japonesa: maneki nekus, ranas, muñecas, robots desfilan con frecuencia junto a los personajes que, en el mundo onírico, buscan resolver quién ha robado el DC Mini.

Sin embargo, me parece que lo mejor de la película es ese ir y venir entre la realidad y el sueño y el no poder saber, en casi toda la película, cuándo se estaba “en lo real”. Muchas veces, ni los personajes mismos lo saben. Así mismo, los desdoblamientos y las verdaderas naturalezas personales, que parecen ser las que ocurren allá, al otro lado de la realidad, nos recuerdan todos los pliegues que cada quien guarda y tiene, y que quizás apenas deja salir en el mundo no real.

Paprika plantea la importancia que tiene “el otro mundo”, es decir, aquel que ocurre en nuestro subconsciente, en nuestras noches, ese mundo donde nos desdoblamos, somos y no somos nosotros, un mundo que debe tomarse con tanta seriedad y considerarlo tan real, como éste en el que creemos estár lúcidos y despiertos. El obrar a nivel conciente en ese mundo de sueños hace referencia sin duda también a los viajes astrales y por lo tanto, la insinuación de un contenido esotérico de la experiencia del sueño no puede excluirse de este animé.


Pregúnteselo: ¿está usted realmente despierto? ¿O es este momento el sueño de usted mismo?





Las siguientes películas a presentarse serán:

Miércoles 13: Appleseed

Miércoles 20: Metrópolis (¡altamente recomendable!)

Miércoles 27: Tekkonkinkreet


Busque su programación local para los horarios. En Centro América correrán en el horario estelar de las 9 p.m. en Cinemax.