domingo, julio 15, 2007

Rescatando "Vicio-nes"

Alguien llora una rata




En octubre del 2002, La Prensa Gráfica, uno de los periódicos de mayor circulación en El Salvador, inauguró su sección de Cultura. Parte del atractivo de aquel par de páginas fue una sección de columnas escritas por diversos artistas y personas del mundo cultural salvadoreño. Fui invitada a participar. Lo de la columna llevaba varias semanas hablándose y cuando finalmente fue aprobado el asunto, me dijeron que contaría con un espacio quincenal, cada sábado, de 300 palabras.

Me sentí bastante decepcionada. Me parecía que 300 palabras era poquísimo espacio, que apenas se podría completar una idea en tan poco (menos que una cuartilla tamaño carta). Pero luego pensé que ése sería precisamente un reto y un ejercicio del que, como escritora, podría aprender algo. Así es que acepté. (Por cierto, ahora que volví a releer algunas, me asombra lo breves que eran).

Por aquellos días tenía poco más de un año de haber regresado a vivir en El Salvador. Viví en Los Planes de Renderos, y para hacer cualquier mandado, debía obligadamente atravesar el centro de la ciudad, el área de mayor criminalidad del país. No tenía remedio pues no tenía carro y me tocaba hacer aquellos viajes en bus.

Antes incluso de que se me propusiera la columna, ya había comenzado a escribir algunas crónicas de lo que miraba en mi paso por la ciudad. Cuando lo de la columna, decidí que "mi línea" sería hacer eso, crónicas de la ciudad (aunque de vez en cuando escribía sobre otros temas).




Inicialmente pensé llamarla "Centro incógnito", porque me parecía (y me sigue pareciendo) que son pocos los salvadoreños que saben realmente qué cosas ocurren en el centro. Hay gente que de hecho te dice que jamás ha ido, que no lo conoce. O que van solamente una o dos veces al año: para comprar los útiles escolares y los adornos navideños en las ventas callejeras o ambulantes, porque los precios son más baratos.

Después, hojeando un libro del escritor guatemalteco Estuardo Prado, vi que uno de sus textos se llamaba "Vicio-nes" y me pareció más apropiado ese nombre para mi columna, porque me parecía que se me había convertido un poco en eso, en un vicio, que yo era una suerte de "voyeur", una mirona de la miseria de la ciudad. Una miseria que sentía además la obsesión de dejar registrada, porque se refería a historias y personajes cotidianos, anónimos que, de otra manera, pasarían al olvido o a la indiferencia.

La columna se mantuvo hasta algún momento del 2005, cuando de manera sorpresiva el editor de la sección, en un escueto correo, nos comunicó que gracias a nosotros la sección se había consolidado y que nos agradecían nuestro aporte pero que a partir del siguiente lunes (recuerdo que el correo fue enviado un jueves muy tarde por la noche), ya no se publicaría ninguna columna más. No se nos dio jamás explicación alguna.

Recién había iniciado mi blog (su versión anterior) y el cierre de la columna de hecho sirvió para alentarme a ponerle más empeño, sobre todo porque en aquel momento no estaba yo muy clara de lo que estaba haciendo con aquello del blog. Jacintario vino a convertirse, de alguna manera, en "mi columna diaria".

La experiencia en general fue muy positiva, sobre todo por las cartas de los lectores que comentaron favorablemente aquellos "cuentos bonitos que usted se inventa". Había gente que hasta me detenía en la calle para comentármelos. Siempre les aclaré que todo lo escrito en aquella columna fue real. Ningún detalle fue inventado ni exagerado. Todo lo vi y aconteció tal cual.

Supongo que algo habré hecho bien porque tantos años después, hay gente que todavía recuerda aquellos textos. Hace poco uno de los lectores de este espacio pidió que reprodujera alguna de ellas. El caso es que no tengo el archivo completo de Vicio-nes. Un accidente con mi computadora anterior me hizo perder varios textos, entre ellos, gran parte de las columnas que había escrito.


Siempre he querido revisar los archivos electrónicos del periódico para recuperar ese material. Los comentarios de los que todavía recuerdan aquellos textos me han animado a comenzar por fin con esa tarea. No es fácil. Los archivos de LPG no funcionan tan bien como uno quisiera. Quiere tiempo y hay días en que tengo tanto trabajo que no tengo tiempo para mucho. Pero iré poco a poco rescatando ese material y publicando por acá algunas. Para ello he abierto una nueva categoría ("Vicio-nes") donde podrán consultarlas cuando quieran.

Y sinceramente les agradezco ese interés por un material que, en lo personal, constituyó un gran aprendizaje de escritura. Ser suscinto, borrar las palabras innecesarias, ir al grano. No todas quedaron como yo hubiera deseado, algunas me dieron siempre la impresión de estar truncas, pero eran las reglas del juego y había que seguirlas.

Les comparto la primerísima que apareció publicada. Eso fue el 19 de octubre del 2002. No he cambiado nada, más que alguna que otra inexactitud gramatical, esto con el ánimo de mantener el asunto de las 300-315 palabras, que era el margen máximo de espacio.





Alguien llora una rata

Tres hombres barbudos y sucios, con cara de haber bebido demasiado absolutamente todos los días de sus vidas, están sentados en una acera de la Calle Gerardo Barrios, cerca de la esquina que hace con la 11 Av. Sur. Están a la entrada de un parqueo, en una zona de muchas bodegas y despensas de mayoreo, donde es frecuente ver hombres cargando sacos de maíz, arroz, frijoles y harina.

Un hombre cruza la calle desde la acera opuesta donde están sentados los barbudos sucios. Trae en su mano izquierda una bolsa negra de plástico, llena de quién sabe qué cosas. Y en la mano derecha, colgando de una pita negra, trae amarrada una rata, de regular tamaño, muerta, con los ojos abiertos.

El hombre la viene cargando con cuidado para que no toque el suelo. Llega hasta los otros tres y se las enseña, diciendo:

-Miren cómo quedó la pobrecita.


Uno de los sentados en el suelo la mira con una expresión de profundo desconsuelo. Los otros dos se levantan. El de la bolsa negra pone a la rata en el suelo con supremo cuidado y todos hacen un círculo alrededor de ella.

-Pobrecita –se oye que dice alguno.

Yo, que he visto todo el suceso porque vengo caminando por la Gerardo Barrios, me conmuevo por todo el cuadro. Me pregunto cómo habrá muerto la rata y qué relación tenían los hombres con ella. Por los comentarios de los tipos me imagino que, de alguna manera que no alcanza mi entendimiento, esa rata era su mascota. Quizás nada más la miraban pasar todos los días en algún lugar específico. Quizás le daban pedazos de tortilla vieja y quizás la rata ya los conocía y era mansa como un gatito con ellos. Quizás incluso ellos le hubieran enseñado algún truco. Y quizás murió víctima de algún veneno, puesto por la mano de alguno de los dueños de las bodegas de las cercanías.

Pienso en esas cosas cuando escucho una voz agresiva que me pregunta:

-¿Qué estás viendo, dunda?

Es uno de los borrachos, el barbudo que permaneció sentado cuando se puso al animal sobre la acera.

-La rata –respondo, inocentemente desconcertada por la agresividad del tono. Pero lo digo en voz tan baja que sé ni me han escuchado.

A los otros tres mi presencia no les importa ni incomoda. Al sentado sí. Le molesta y mucho. He sido una voyereuse, una mirona indecente atisbando el dolor y la miseria ajena.



Vocabulario de salvadoreñismos:

Pita: cuerda.

Dunda: tonta.


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