miércoles, octubre 21, 2009

District 9

.

district9.jpgHay varios elementos que hacen de District 9 (en español titulada Sector 9), una película novedosa e inesperada en el tratamiento de un tema que ya parece quemado en cuanto a la narrativa (literaria o fílmica) de la ciencia ficción: la llegada de extraterrestres al planeta tierra.

Por lo general, en las películas que hemos visto al respecto, se repiten los mismos elementos: extraterrestres agresivos con ansias de conquistar y destruir al planeta, que arriban en alguna ciudad de los USA, preferiblemente Nueva York o Washington, científicos y héroes militares o policiales que se meten a detener las agresiones alienígenas (mientras simultáneamente se destruyen ciudades como Paris y Moscú), y finalmente, el planeta salvado gracias al heroísmo gringo, y el héroe que ni siquiera se despeina ni suda.


Pero District 9 nos da la vuelta a todo el asunto. Y nos plantea la siguiente historia: una nave espacial inmensa se estaciona sobre la ciudad de Johanesburgo, Sudáfrica, y permanece ahí. Los humanos deciden entrar a ver qué pasa y se encuentran con una gran población de seres a los que, por mal nombre, llaman “langostinos”, por su aspecto similar al mencionado crustáceo (otra ruptura con la imagen clásica del ET gris, cabezón y de inmensos ojos u otros de formas francamente monstruosas y asquerosas).




Se llevan a todos los langostinos a vivir en un sector de la ciudad, o mejor dicho, un guetto especialmente organizado para ellos; pero luego de 20 años, la población está harta de ciertos aspectos que han hecho la convivencia entre humanos y langostinos, muy complicada. Los langostinos son acusados de causar desórdenes, guardar armas, reproducirse con demasiada rapidez y demás detalles. Una institución creada especialmente para la convivencia con estos seres es ordenada para realizar un desalojo y llevarse a los langostinos fuera de la ciudad. Que es donde comienzan los problemas.

Sin actores conocidos ni guapos ni mujeres de pechugas inquietantes, el espectador no tiene ninguna distracción para concentrarse en todos los planteamientos de la historia. Contada en forma de documental, con escenas de cámara a veces rápida, otras movida, como cintas sin edición, los datos que poco a poco vamos conociendo y que nos ubican dentro de lo complicado y delicado de toda aquella situación nos van guiando hacia la historia que, como dije, rompe todo el esquema al que ya estamos acostumbrados con esta temática.

Me llamó la atención que ubicada en la misma Johanesburgo, sin olvidar el apartheid, sean los mismos habitantes negros los primeros en desear que los langostinos se vayan o se mueran. La xenofobia y la discriminación, que no son más que la manifestación del miedo por el otro cuando es diferente, son parte de los temas planteados dentro de la historia.

Por lo demás, hay claros guiños a otras películas conocidas. Las dimensiones y la forma de la nave recuerdan a Encuentros cercanos del tercer tipo. El estilo tipo documental recuerda a Witch Blair Project.


La película ha tomado por sorpresa al mundo del cine y ha sido muy bien recibida en todos los lugares donde se ha exhibido. Producida con un bajo presupuesto (bueno, 35 millones de dólares es poco si se compara con los cientos de millones que utiliza Hollywood para este mismo tipo de temáticas...), es la primera película del director surafricano Neill Blomkamp. Precisamente el recurso limitado para producirla es otro de los elementos que se le pueden agradecer y añadir a la originalidad de esta historia y de cómo es contada. Nada de efectos estrambóticos ni majestuosos. El ambiente sucio, real, el manejo del concepto de documental, salpicado de testimonios “reales” y de escenas de noticieros filmando en tiempo real los hechos le otorga riqueza narrativa.

Lo cual viene a confirmar que siempre hay maneras nuevas de contar una historia ya contada. No se la pierda si es seguidor de este género. Tendrá una muy agradable sorpresa.



.

lunes, octubre 19, 2009

Gomorra

.

Cuando llegué a la página 49 del libro Gomorra, del italiano Roberto Saviano, detuve por unos minutos mi lectura. Miré la ropa que llevaba puesta. Un blue jean y una blusa negra. Recordaba exactamente donde había comprado cada una de las prendas, su precio no muy elevado pero tampoco demasiado barato. Conocía muy bien ambas marcas. Pero después de lo que había leído, me pregunté en qué oscura maquila del mundo se habrían armado esas piezas. Cuál era la historia de vida detrás de las manos que habrían cosido mi pantalón y mi blusa. Cuánto se les habría pagado a aquellas personas por su trabajo.

Cuando llegué a la página 117, que no es ni la mitad del libro, me quedó claro por qué a Saviano la Camorra lo tiene condenado a muerte. Ha escrito un libro que, con nombres y apellidos, fechas y lugares, detalles y anécdotas, retrata la intimidad completa de una de las organizaciones criminales más poderosas del planeta. Y lo ha expuesto ante el mundo entero.

Gomorra, una mezcla de reportaje periodístico y crónica con excelente utilización de recursos literarios, está escrito con tal pasión que aunque el tema no sea particularmente atrayente para algunos, tiene una garra que te sujeta de manera tal que no te permite soltarlo hasta terminar. El libro ha vendido ya más de dos millones de copias en todo el mundo, en 33 idiomas. Y si antes, el funcionamiento y los integrantes de la Camorra eran un secreto a voces en la región de Nápoles, ahora se ha convertido en un asunto de conocimiento mundial gracias a un texto muy bien escrito y a la película que se hizo en base al mismo.




Cuando llegué a la página 231, comprendí toda la rabia contenida del escrito de Saviano y por qué, pese al obvio riesgo que implicaba publicarlo, se decidió a hacerlo. Buscar la verdad de los hechos, encontrarla y luego no hacer nada al respecto, es convertirse en cómplice. Y Saviano se niega a callar, a ser cómplice.

En 1974, un famoso artículo del cineasta, escritor e intelectual Pier Paolo Pasolini titulado “Io so” (Yo sé), cuestionaba públicamente a los responsables de los atentados ocurridos durante los así llamados “Años de plomo” en Italia, sugiriendo conocer sus nombres aunque no tenía pruebas concretas para denunciarlos: “Los periodistas y los políticos, aun teniendo quizá pruebas, indicios seguros, no dicen los nombres. ¿A quién compete decir estos nombres? Evidentemente a quien no sólo tiene el valor necesario, sino que, justamente, no está comprometido en la práctica con el poder y, además no tiene, por definición, nada que perder: esto es, un intelectual. Un intelectual podría, pues, perfectamente decir en público esos nombres: pero él no tiene pruebas ni indicios”.

Saviano, homenajeando aquel artículo de Pasolini, enuncia su propio “Yo sé”. En un brutal texto de 6 páginas, asume que lo que ha vivido, visto, escuchado y descubierto no puede callarse: “Yo sé, y tengo las pruebas. Yo sé dónde se originan las economías y de dónde toman su olor. El olor de la afirmación y de la victoria. Yo sé qué exuda el beneficio. Yo sé. (...) Yo sé en qué medida cada pilastra es la sangre de los demás. Yo sé, y tengo las pruebas. No hago prisioneros”.

Y es que si lo miramos con detenimiento, el libro retrata, más allá de una problemática aparentemente local, toda una red cuyos alcances e influencia llegan a los lugares más insospechados. Maquilas de mercadería de marcas reconocidas, narcotráfico, explotación de personas, tráfico de armas, sobornos, contrabando, asesinatos e incluso la disposición de elementos tóxicos a precios menores que empresas autorizadas para ello, son parte de la amplia gama de negocios ilícitos descritos.

Pero el mal no está solamente en las actividades descritas sino en la expansión y en las consecuencias fatales que dichos negocios representan. España es utilizada como la puerta de entrada para la cocaína al resto de Europa. Menores de edad son contratados para transportar desperdicios tóxicos o para ser soldados de la Camorra. Y hasta Costa Rica y algunos países africanos salen mencionados como probables puntos de destino de desechos tóxicos, que los traficantes tenían en la mira y cuyas intenciones fueron descubiertas tras una investigación en el 2003.

Cuando terminé de leer el libro me quedé pensando en ese mundo que existe y que funciona paralelo a nuestra vida cotidiana. Ese mundo siniestro donde mandan la corrupción y el poder del dinero, las armas y la muerte. Ese mundo que la mayoría de nosotros prefiere ignorar y hacer como si no existe y al cual sólo los valientes se atreven a entrar.

Quienes lo han hecho, han pagado su precio. Saviano vive una “no vida”, como él mismo la llama, escoltado permanentemente por un grupo de carabinieri, mudándose con demasiada frecuencia y esperando las balas que la Camorra le ha prometido. Sin contactos ni relaciones personales ni familiares, para no arriesgar a los suyos.

Pero nosotros podemos leer Gomorra. Hagamos eso por lo menos. Pensemos, cuestionemos nuestro entorno. Preguntémonos de dónde viene nuestra ropa. De dónde vienen nuestros zapatos, nuestros artículos de marca. Quién pagó con esclavitud, e incluso muerte, un momento de nuestro gozo cotidiano. Qué hay detrás de cada crimen que queda impune, allá o aquí. Por lo menos hagamos eso. Por ahora. Quizás, algún día, nos atrevamos a hacer algo.



(Publicado ayer en la revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica).



.