viernes, diciembre 28, 2007

¡Hasta nunca, 2007!

Los Tacuazines All Stars les desean a todos un maravilloso 2008...





Funny Pictures
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viernes, octubre 26, 2007

Pekín 2008: ¿Y el Tibet?

250px-Tianasquare.jpgEn los últimos meses hemos visto como literalmente casi todo el mundo se ha acercado a la China. Lo hacen con el signo de dólares brillando en sus ojos y frotándose las manos con avaricia. Se mira en la China a un monstruo con un potencial de comercio valioso para todo país que logre establecer con ellos relaciones fluidas.

Pero yo lo siento. A mí me dan desconfianza los chinos. Para comenzar, la reciente oleada de productos que han tenido que retirarse del mercado y que, como denominador común, tenían ingredientes o partes que estaban elaborados directamente en China. Desde pasta de dientes hasta juguetes, desde alimentos para perros y gatos hasta caramelos, todo viene contaminado con plomo o con otros ingredientes nocivos para la salud de humanos y animales. Esto habló mal no solamente de la falta de controles de calidad en aquel país, sino también en los países receptores de sus productos.

¿Tan rápido olvidamos Tiananmen? Todavía no se sabe el número exacto de muertos que hubo en aquella plaza en 1989, pero hay cálculos que hablan hasta de 10 mil personas. Quizás la verdad nunca se sabrá.

Luego, está la situación de Birmania. Se supone que China podría haber influenciado o tomado una postura para detener la represión contra los monjes budistas y la población civil que protestó masivamente ante el aumento de los combustibles, la cual fue solamente el detonante para que la sociedad birmana se alzara en protesta contra el régimen anti-democrático. ¿Qué por qué China influye tanto en Birmania? Las inversiones, las importaciones y el armamento que mantienen a flote al gobierno son chinos.




Por supuesto, los chinos no se pronunciaron al respecto. Y la verdad es que no me sorprende. Pero lo que sí me sorprende es que cuando se habla de China se nos está olvidando siempre algo que está ahí, como la basura más sucia haciendo bulto debajo de la alfombra: el Tíbet.

El Tíbet fue invadido por China en 1950 venciendo rápidamente al pequeño y débil ejército tibetano. Y las atrocidades que han cometido los chinos en aquel país desde entonces han sido sustancialmente documentadas. La represión se extendió sobre las costumbres, tradiciones y sobre todo sobre las creencias espirituales de los tibetanos.

Ahora, con esa manía de la corrección política, a todos parece habérseles olvidado “ese pequeño detalle”. Se habla de “la anexión” del Tíbet a la China, cuando lo que hubo (y sigue habiendo) fue/es una ocupación violenta sobre otro país. Y no es suceso que haya mejorado con los años. Los chinos siguen provocando a los tibetanos con mandatos tan estúpidos como ridículos, por ejemplo, aquel en que le prohibieron a S.S. el Dalai Lama volver a reencarnar. Ahora solamente el gobierno chino puede nombrar lama a alguien. Para más arrogancia, le han prohibido a todos fuera de China (el Tibet incluido) buscar y participar en el proceso de reconocimiento de un Buda reencarnado. Esta ley ha entrado en vigencia recién ahora en septiembre.

Tanto temor le tienen a los lamas que apresaron al Panchen Lama a los seis años, cuando fuera reconocido por el Dalai Lama, convirtiéndose así en el prisionero político más joven del mundo. Al día de hoy se desconoce su paradero. Donde quiera que se encuentre, debe tener ahora 18 años.

Puede ser que a los ateos y no budistas eso de Budas y reencarnaciones les valga un pepino. Pero se trata de la más profunda violación por parte de un gobierno a las creencias de todo un país que ha basado su cultura, su identidad, sus tradiciones y toda su existencia alrededor del budismo, al punto que el jefe de gobierno es el jefe espiritual, en este caso el Dalai Lama.


Un país que se las quiere dar de moderno y que pretende entrar a esta era “globalizada” (esa palabra me parece bastante obscena...), no puede mantener subyugado a un país independiente, pisotear todas sus creencias y torturar y encarcelar a todo el que se les oponga o a quien ellos consideren "enemigo".

Por todo esto es que los chinos me provocan desconfianza. No me refiero, por supuesto, al ciudadano común, sino a su gobierno. No creo en sus sonrisas cuando alegremente están contando los días para las próximas Olimpíadas de Pekín. No me alegra en lo más mínimo que el mundo acuda a China como si nada, jugando a la amnesia, haciéndonos el “aquí no pasa nada” cuando hay tantas cuentas pendientes.

Pensé en todo esto al leer la columna de Paolo Lüers en la que hace un tan acertado paralelo entre las Olimpíadas de Berlín de 1936 y las de Pekín en el 2008. En 1936, las naciones acudieron gozosas a los juegos que Adolfo Hitler utilizaría como su gran, pomposo y majestuoso show propagandístico. Así asistiremos a los de China.

No hay que mezclar los deportes con la política, pensará alguno. Que fue lo que se dijo cuando las Olimpíadas de Moscú en 1980. Pero qué barata es la humanidad que asistirá sonriente y jubilosa a unos juegos con tal de ganarse a un supuestamente poderoso socio comercial, que nos va a llenar de juguetes con plomo, de comida para animales, pasta de dientes y quien sabe cuántos otros productos alimenticios, medicinales y de aseo que serán tóxicos, de productos baratos y peligrosos para nuestra salud. Ese será el precio para hacernos de la vista gorda.

Qué barata es la dignidad hoy en día.





(Ilustración: "El rebelde desconocido", como se conoció al muchacho que se paró delante de la fila de tanques en Tiananmen. Foto tomada por Jeff Widener).



Más información:

-Campaña por la liberación de S.S. Panchen Lama.

-Campaña por la liberación del Tibet.

-Beijing Wide Open: blog de una tibetana que ha viajado a China para documentar y presionar en busca de la liberación del Tibet.

-Bring Tibet to the 2008 Games: blog sobre diversas acciones de protesta contra China, en apoyo al Tibet.


-Video de acción de protesta en la Gran Muralla China, nunca reportada por la prensa. Fue realizada el día antes de iniciar el conteo del año que falta para los juegos.

jueves, septiembre 27, 2007

¿Arte o pornografía infantil?

picture_19.jpg





Ayer leí una noticia que me llamó mucho la atención. La policía irrumpió en una galería de arte, el Baltic Centre for Contemporary Art en Inglaterra, y se llevó una fotografía. ¿Los motivos? Sospecha de ser pornografía infantil.

La foto en cuestión fue tomada por la conocida fotógrafa de Nueva York, Nan Goldin, y se llama Klara and Eda bellydancing. Se trata de dos niñas que según las notas de prensa están una desnuda y la otra a medio vestir, jugando una encima de la otra frente a un fregadero de cocina. Goldin es conocida por sus controversiales fotos de trasvestis, drogadictos, alcohólicos y gente masturbándose, entre otros sujetos o situaciones más, digamos, normales.


Resulta que el dueño de la fotografía es nadie menos que el cantante Elton John, quien salió en defensa de Goldin y declaró que la foto ya ha sido exhibida en diferentes ciudades del mundo sin haber causado ningún tipo de problema.

La foto es parte de una micro-retrospectiva del trabajo de la autora que iba a exhibirse, pero cuando los curadores de la galería la vieron se preocuparon y llamaron a la policía para pedirles su opinión. Los policías optaron por llevarse la foto “para examinarla” y definir si su exhibición sería legal según el Acta de Protección Infantil de 1978. Como parte de la investigación están las personas involucradas en la producción de la imagen y hasta su dueño.

Según Rachel Campbell-Johnston, la crítica de arte en jefe del Times, el trabajo de Goldin siempre ha sido provocador, pero lo que lo salva es su estilo casi documental. Goldin misma ha afirmado que la diferencia entre su trabajo y la pornografía es que ella (Goldin) captura lo que está frente a sus ojos. “La realidad puede ser cruda y desagradable. La pornografía está en el ojo del espectador”, dice la crítica del Times.




El asunto no es nuevo. Siempre hay artistas que a través de sus diversas expresiones de trabajo han provocado reacciones encontradas y hasta acusaciones como las planteadas contra la foto de Goldin.

De inmediato pienso en las fotos de Robert Mapplethorpe. Recuerdo por cierto que en mi último viaje a México, en 1992, se presentó una exhibición de fotos de Mapplethorpe, pero días previos se suscitó el escándalo de que habían sido retiradas las “fotos delicadas”. La mayoría de las que dejaron colgadas fueron fotos de personalidades y de flores, pero no estaban por ninguna parte sus famosísimos y preciosos desnudos.


También recordé las fotos de Charles Lutwidge Dodgson, mejor conocido como Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas. Carroll tuvo gran afición por la fotografía y parte de sus sujetos favoritos eran niñas, entre ellas Alice Lidell, quien muchos insisten fue la inspiración del famoso personaje. Muchas de las fotos son bastante inocentes, aunque quizás la expresión en el rostro de algunas de las niñas puede resultar algo inusual. Entre ellas hay una serie de niñas desnudas o a medio vestir, algunas acostadas lánguidamente en divanes.

Recuerdo que cuando vimos las fotos con unos amigos en el Centro Georges Pompidou de Paris, comentábamos lo ambiguas que podían ser para el espectador. O sea, fotográficamente eran preciosas. Pero viéndolas ya con toda la contaminación mental de las viñetas de corrección políticas asumidas en los últimos años, podría pensarse que son “fotos incorrectas”. Valga decir que Carroll siempre pasó por sospechoso de pedófilo, aunque se supone que nunca cumplió sus fantasías. La sospecha surgió precisamente por su obsesión de fotografiar y dibujar niñas.

Entonces, ¿cómo diferenciar arte de pornografía infantil? ¿Dónde está la finísima línea de separación de ambas categorías?

Yo no sabría decirlo. Las definiciones de arte varían de persona en persona. Lo que para unos puede ser arte, para otros es simplemente basura. Pero comparto lo que dice la crítica del Times, que la pornografía está en el ojo (y en la mente) del espectador. Es el espectador quien encuentra morbo en la foto de una niña del siglo XIX que tiene desnuda una piernita mientras está sentada en un diván o de dos niñas a medio vestir jugando en una cocina o de la erección de un par de hombres abrazados.


La desnudez no es más que eso, un cuerpo sin ropa, no importando la edad, el sexo o la raza del sujeto fotografiado. Obviamente como sociedad tenemos serios problemas todavía para asumir la desnudez y la sexualidad como partes normales y naturales de nuestra vida, y las seguimos viviendo (y viendo) con culpa y con vergüenza.

No puedo opinar sobre la fotografía de Goldin porque no la conozco ni se encuentra en la red. Pero obviamente lo que se bajó de la galería de arte inglesa no se trataba de una foto hecha por un sujeto enfermo, molestador de infantes y con antecedentes policiales por delitos de esa índole. No es una foto que se estaba comerciando en redes clandestinas, a escondidas del público y las autoridades.

En último caso, si los curadores la consideraban una “foto difícil”, creo que podría hacerse como se hace ahora con los CD’s o la programación de televisión: advertir al público que en la exhibición pueden haber imágenes “perturbadoras”, para que los que de plano no soporten ver un desnudo no asistan y no priven a los demás de ver algo que les puede resultar interesante.



De última hora me llego esta referencia de la susodicha foto:

Yo pienso que he encontrado la foto de "Klara and Edda belly-dancing" en la red. La direccion es:

http://hitsusa.com/blog/140/klara-and-edda-belly-dancing/



Muchas gracias y saludos cariñosos para Lisbeth



(Ilustración: dos fotos tomadas por Lewis Carroll).

domingo, julio 15, 2007

Rescatando "Vicio-nes"

Alguien llora una rata




En octubre del 2002, La Prensa Gráfica, uno de los periódicos de mayor circulación en El Salvador, inauguró su sección de Cultura. Parte del atractivo de aquel par de páginas fue una sección de columnas escritas por diversos artistas y personas del mundo cultural salvadoreño. Fui invitada a participar. Lo de la columna llevaba varias semanas hablándose y cuando finalmente fue aprobado el asunto, me dijeron que contaría con un espacio quincenal, cada sábado, de 300 palabras.

Me sentí bastante decepcionada. Me parecía que 300 palabras era poquísimo espacio, que apenas se podría completar una idea en tan poco (menos que una cuartilla tamaño carta). Pero luego pensé que ése sería precisamente un reto y un ejercicio del que, como escritora, podría aprender algo. Así es que acepté. (Por cierto, ahora que volví a releer algunas, me asombra lo breves que eran).

Por aquellos días tenía poco más de un año de haber regresado a vivir en El Salvador. Viví en Los Planes de Renderos, y para hacer cualquier mandado, debía obligadamente atravesar el centro de la ciudad, el área de mayor criminalidad del país. No tenía remedio pues no tenía carro y me tocaba hacer aquellos viajes en bus.

Antes incluso de que se me propusiera la columna, ya había comenzado a escribir algunas crónicas de lo que miraba en mi paso por la ciudad. Cuando lo de la columna, decidí que "mi línea" sería hacer eso, crónicas de la ciudad (aunque de vez en cuando escribía sobre otros temas).




Inicialmente pensé llamarla "Centro incógnito", porque me parecía (y me sigue pareciendo) que son pocos los salvadoreños que saben realmente qué cosas ocurren en el centro. Hay gente que de hecho te dice que jamás ha ido, que no lo conoce. O que van solamente una o dos veces al año: para comprar los útiles escolares y los adornos navideños en las ventas callejeras o ambulantes, porque los precios son más baratos.

Después, hojeando un libro del escritor guatemalteco Estuardo Prado, vi que uno de sus textos se llamaba "Vicio-nes" y me pareció más apropiado ese nombre para mi columna, porque me parecía que se me había convertido un poco en eso, en un vicio, que yo era una suerte de "voyeur", una mirona de la miseria de la ciudad. Una miseria que sentía además la obsesión de dejar registrada, porque se refería a historias y personajes cotidianos, anónimos que, de otra manera, pasarían al olvido o a la indiferencia.

La columna se mantuvo hasta algún momento del 2005, cuando de manera sorpresiva el editor de la sección, en un escueto correo, nos comunicó que gracias a nosotros la sección se había consolidado y que nos agradecían nuestro aporte pero que a partir del siguiente lunes (recuerdo que el correo fue enviado un jueves muy tarde por la noche), ya no se publicaría ninguna columna más. No se nos dio jamás explicación alguna.

Recién había iniciado mi blog (su versión anterior) y el cierre de la columna de hecho sirvió para alentarme a ponerle más empeño, sobre todo porque en aquel momento no estaba yo muy clara de lo que estaba haciendo con aquello del blog. Jacintario vino a convertirse, de alguna manera, en "mi columna diaria".

La experiencia en general fue muy positiva, sobre todo por las cartas de los lectores que comentaron favorablemente aquellos "cuentos bonitos que usted se inventa". Había gente que hasta me detenía en la calle para comentármelos. Siempre les aclaré que todo lo escrito en aquella columna fue real. Ningún detalle fue inventado ni exagerado. Todo lo vi y aconteció tal cual.

Supongo que algo habré hecho bien porque tantos años después, hay gente que todavía recuerda aquellos textos. Hace poco uno de los lectores de este espacio pidió que reprodujera alguna de ellas. El caso es que no tengo el archivo completo de Vicio-nes. Un accidente con mi computadora anterior me hizo perder varios textos, entre ellos, gran parte de las columnas que había escrito.


Siempre he querido revisar los archivos electrónicos del periódico para recuperar ese material. Los comentarios de los que todavía recuerdan aquellos textos me han animado a comenzar por fin con esa tarea. No es fácil. Los archivos de LPG no funcionan tan bien como uno quisiera. Quiere tiempo y hay días en que tengo tanto trabajo que no tengo tiempo para mucho. Pero iré poco a poco rescatando ese material y publicando por acá algunas. Para ello he abierto una nueva categoría ("Vicio-nes") donde podrán consultarlas cuando quieran.

Y sinceramente les agradezco ese interés por un material que, en lo personal, constituyó un gran aprendizaje de escritura. Ser suscinto, borrar las palabras innecesarias, ir al grano. No todas quedaron como yo hubiera deseado, algunas me dieron siempre la impresión de estar truncas, pero eran las reglas del juego y había que seguirlas.

Les comparto la primerísima que apareció publicada. Eso fue el 19 de octubre del 2002. No he cambiado nada, más que alguna que otra inexactitud gramatical, esto con el ánimo de mantener el asunto de las 300-315 palabras, que era el margen máximo de espacio.





Alguien llora una rata

Tres hombres barbudos y sucios, con cara de haber bebido demasiado absolutamente todos los días de sus vidas, están sentados en una acera de la Calle Gerardo Barrios, cerca de la esquina que hace con la 11 Av. Sur. Están a la entrada de un parqueo, en una zona de muchas bodegas y despensas de mayoreo, donde es frecuente ver hombres cargando sacos de maíz, arroz, frijoles y harina.

Un hombre cruza la calle desde la acera opuesta donde están sentados los barbudos sucios. Trae en su mano izquierda una bolsa negra de plástico, llena de quién sabe qué cosas. Y en la mano derecha, colgando de una pita negra, trae amarrada una rata, de regular tamaño, muerta, con los ojos abiertos.

El hombre la viene cargando con cuidado para que no toque el suelo. Llega hasta los otros tres y se las enseña, diciendo:

-Miren cómo quedó la pobrecita.


Uno de los sentados en el suelo la mira con una expresión de profundo desconsuelo. Los otros dos se levantan. El de la bolsa negra pone a la rata en el suelo con supremo cuidado y todos hacen un círculo alrededor de ella.

-Pobrecita –se oye que dice alguno.

Yo, que he visto todo el suceso porque vengo caminando por la Gerardo Barrios, me conmuevo por todo el cuadro. Me pregunto cómo habrá muerto la rata y qué relación tenían los hombres con ella. Por los comentarios de los tipos me imagino que, de alguna manera que no alcanza mi entendimiento, esa rata era su mascota. Quizás nada más la miraban pasar todos los días en algún lugar específico. Quizás le daban pedazos de tortilla vieja y quizás la rata ya los conocía y era mansa como un gatito con ellos. Quizás incluso ellos le hubieran enseñado algún truco. Y quizás murió víctima de algún veneno, puesto por la mano de alguno de los dueños de las bodegas de las cercanías.

Pienso en esas cosas cuando escucho una voz agresiva que me pregunta:

-¿Qué estás viendo, dunda?

Es uno de los borrachos, el barbudo que permaneció sentado cuando se puso al animal sobre la acera.

-La rata –respondo, inocentemente desconcertada por la agresividad del tono. Pero lo digo en voz tan baja que sé ni me han escuchado.

A los otros tres mi presencia no les importa ni incomoda. Al sentado sí. Le molesta y mucho. He sido una voyereuse, una mirona indecente atisbando el dolor y la miseria ajena.



Vocabulario de salvadoreñismos:

Pita: cuerda.

Dunda: tonta.


...

martes, julio 10, 2007

En busca de mi ciudad perdida

Escribí el siguiente texto a solicitud de Centroamérica 21. Se me pedía comparar a San Salvador y San José, qué cosas amo y odio de ambas. De principio la idea me gustó, pero luego me inquietaron dos cosas: primero, comparar dos ciudades tan disímiles entre sí. Comparar, por lo general, puede suponer un ejercicio peligroso de poca objetividad, donde se favorece a una de las partes. Y en esa comparación sentía que ambas ciudades podrían salir perdiendo, de un modo o de otro. Cosa que no me parecía justa.

Pero sobre todo me inquietaba la parte del "odio" posible por alguna o ambas. Hay cosas que me dan rabia o que me molestan en ambos lugares, es cierto, pero están muy lejos de convertirse en odio, sobre todo porque dicho sentimiento es ajeno a mi naturaleza y ciertamente, trato de evitarlo.

Lo importante fue que este texto me permitió poner por escrito algo que le vengo diciendo a mucha gente desde hace ratos: que San José me recuerda al San Salvador de "antes". Y en ese sentido, me siento cómoda (sobre todo a nivel anímico), con un sentido de recuperación y no de pérdida por haber abandonado mi ciudad natal.

A continuación el texto publicado:




En busca de mi ciudad perdida



Con demasiada frecuencia escucho a la gente decirme que San José es “un pueblón”. Me lo dicen sobre todo salvadoreños, pero también otros centroamericanos. En el tono va implícito mucho de desprecio por lo que consideran una ciudad “poco moderna”. San José no es perfecta, claro está. Pero ¿qué ciudad lo es?

Esos comentarios me hacen preguntarme sobre la concepción de “lo moderno” que tienen algunas personas y sobre lo que un enfermizo frenesí urbanístico, de espaldas al centro de San Salvador que está abandonado a su suerte, como un perro enfermo, obra sobre sus habitantes. Parece que se nos olvida que las ciudades no son solamente edificios y carreteras, sino sobre todo su gente.

Pienso en esas frases cuando camino en San José. Veo con detenimiento a mi alrededor y creo comprender por qué lo acusan de pueblón. No hay edificios demasiado altos, pese a la gran expansión de la ciudad, una expansión tan vasta que me temo jamás conoceré todos los rincones que la conforman. San José no destaca por sus centros comerciales diseñados por arquitectos famosos ni por torres con apartamentos que valen miles de dólares ni por pulmones verdes sacrificados para que unos cuantos privilegiados jueguen al golf o puedan manejar más rápido sus carros en autopistas y carreteras.

Sin embargo, el viajero (llámese exiliado, migrante o turista) sufre de una enfermedad corrosiva: la nostalgia. Al perseguir el espejismo del regreso a San Salvador, una obsesión que alimenté durante 20 años de ausencia en los que estuve viviendo entre Europa y Nicaragua, soñaba con una cosa en particular: volver a la ciudad donde yo imaginé vivir mi vida de adulto independiente.

Volví. Pero se me olvidó que el tiempo no pasa en vano ni para la gente ni para las ciudades y tampoco para mí misma. Mi padre había muerto. Y aquel San Salvador que él me hizo conocer y amar, tomada de su mano, también. Menos de 6 meses después de mi regreso, comprendí que había cometido un error al intentar vivir de nuevo allí, pero por lo menos me curé de nostalgias. El lugar al que soñé volver ya no existía ni existirá más.

A solas caminé las calles de San Salvador descubriendo los más dramáticos cuadros de la miseria humana, escuchando historias pavorosas de violencia, asaltos, violaciones, secuestros y siendo asaltada yo misma 4 veces (en la última, sobreviviendo Dios sabe por qué, después de que un huelepega de unos 14 años, al que me negué a darle “un peso”, me quiso ahorcar a las 3:30 de la tarde, frente al Parque Barrios y donde absolutamente NADIE se acercó a ayudarme. Y conste, no era un marero).

No comprendí ni a la ciudad ni a sus gentes y pensé mejor largarme antes de que me mataran, decisión que tomé después de la segunda vez que se metieron a robar a mi casa. “Una tercera vez no me encuentran”, me dije.


Hace poco, releyendo algunos diarios personales, me di cuenta de algo que no recordaba y es que la idea de venirme a Costa Rica tenía varios años de rondarme la mente. Lo pensé incluso mucho antes de conocer este país. El destino o la fuerza de mi deseo, puso en mi camino personas y circunstancias que hicieron posible dicho traslado.

Lo más curioso es que, a medida que he ido conociendo San José, sobre todo el centro, he tenido una suerte de déjà vu, una intensa sensación de recuerdo, porque San José me recuerda mucho al San Salvador de los años 60 y 70, mi San Salvador perdido.

Las edificaciones del centro y de algunos vecindarios, como Los Yoses, que comparten una arquitectura común con el resto de ciudades centroamericanas y que todavía se conservan en bastante buen estado; las calles estrechas, con ruidoso comercio, vitrinas y edificios que refrescan la retina como el Correo o la escuela metálica frente al Parque España (hecha con el mismo sistema con el que se construyó el Hospital Rosales); los parques, pulmoncitos verdes, bien cuidados con bancas de cemento donde la gente se sientan a hablar sus cosas o a leer, como el Parque Morazán con su Templo de la Música, todo me remite a una ciudad ahora imaginada, añorada en la angustia de lo perdido para siempre.

Y muchas, tantas veces, caminando en San Pedro Montes de Oca, una de las zonas más populares de la ciudad donde ahora vivo, sintiendo la brisa fresca del atardecer, viendo el cielo azul intenso en esa hora particular en que el día se convierte en noche, durante algunos segundos me siento transportada en el tiempo y en el espacio. Y siento recuperar mi San Salvador perdido, aunque sea por breves, ilusos instantes.

lunes, marzo 12, 2007

Corre Maya corre

apocalypto.jpgNo tenía muchos deseos de ver Apocalypto, sobre todo después de las críticas, los comentarios, las discusiones, las protestas, etc. etc. Pero algo de curiosidad me daba y fui un poco resignada a perder la tarde y a tratar de ver la película con ojos neutrales, tratando de no pensar en toda la propaganda negativa que se dio alrededor de ella.

Pero la película objetivamente decepciona por varios motivos. La historia no tiene elaboraciones ni sorpresas: un grupo maya es atacado y masacrado por otro, los sobrevivientes son tomados prisioneros y llevados a una ciudad donde serán sacrificados para rogar por lluvias debido a que la sequía a hecho perder sus cosechas. Garra Jaguar se salva en el último minuto de ser sacrificado porque justito en el momento que el sacerdote alza el puñal para clavárselo en el pecho y sacarle el corazón (como ya hizo antes con chorrocientos hombres más), hay un eclipse...

miércoles, enero 17, 2007

Don't look back, Peter Tosh & Mick Jagger

Hay gente que parece vivir aferrada al pasado, sea éste bueno o malo. En lo personal, prefiero no ver atrás y mirar donde voy poniendo el pie en el día presente, lo único más o menos cierto que tenemos además de la muerte. Por ahí va el rumbo de esta canción: So if you just put your hand in mine / we're gonna leave all our troubles behind / we're gonna walk and don't look back.

En este clip, un jovencísimo Elliot Gould presenta en Saturday Night Live al gran Peter Tosh, quien canta Don't look back acompañado de nadie más y nadie menos que de Mick Jagger.

(Dedicado a Mr. H. navegando en estos días por algún lugar del mar Caribe y quien me introdujo al vasto, ancho y complejo mundo de los ritmos caribeños. Kiss, kiss, kiss).

miércoles, enero 10, 2007

La Naranja Mecánica revisitada

alex.jpgNo recuerdo ahora el detalle exacto pero hace algunas semanas leí un comentario sobre La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange) que me llamó la atención. Desafortunadamente, no guardé el link, pero iba en torno a lo que el autor llamaba “la violencia gratuita” de la película. El comentario me pareció curioso porque era algo escrito en medio de esta “era moderna” en la que convivimos con la violencia de tal manera que ya es parte de nuestra vida.

Por casualidad, metida en una librería donde tenía que recoger un libro que me habían enviado, vi la novela de Anthony Burguess y aunque el precio estaba bastante violento, lo compré empujada por la motivación que me dejó el comentario y porque siempre he querido leer este libro. Luego, aprovechando las vacaciones en que me dio un frenesí por alquilar DVD’s, encontré la película de Stanley Kubrick y la alquilé.

Verla fue como no haberla visto, como si fuera una película nueva. Casi la tenía borrada de la memoria (y me convencí de que volver a leer ciertos libros y ver algunas películas, es un ejercicio valioso, no solamente para refrescar la memoria o para comprender mejor las cosas, sino también para confirmar que algunas propuestas no pierden vigencia a través del tiempo).




No recuerdo cuándo vi por primera vez la película pero recordaba realmente pocas cosas. Lo que sí: el Korova Milk Bar y su alucinante decoración. O la escena en la que Alex (soberbiamente interpretado por Malcom McDowell), se levanta a un par de muchachas y se las lleva a su cuarto (la escena transcurre a velocidad acelerada).

Me pareció muy interesante la lectura que puede hacerse de la película en estos tiempos. Recordemos: Alex es un joven antisocial que con un grupo de amigos o “droogies” les encanta agredir, matar, violar, golpear, robar. Su desprecio por los demás seres humanos es profundo. En algún momento termina en la cárcel. Y dentro de la cárcel se ofrece como voluntario para recibir un “tratamiento” que le permitirá “curar sus instintos criminales” y poder ser liberado. Alex está seguro de que no hay nada sobre la faz de la tierra que pueda cambiar su naturaleza criminal, pero accede a recibir el tratamiento como una táctica para salir de la cárcel.

El “tratamiento” consiste en inyecciones de “la droga #114” y luego, ser colocado con una camisa de fuerza y un artefacto que mantiene sus ojos abiertos frente a una pantalla en la cual se están transmitiendo diversas imágenes violentas; violaciones, asesinatos, asesinos en serie, masacres, todo pasa ante los ojos abiertos de Alex. A cada escena, la droga inyectada le provoca una reacción de malestar físico insoportable. El tratamiento dura varios días, pero el momento culminante es cuando ve unas escenas de Hitler mientras suena música de Beethoven. Alex AMA a Beethoven. Y Alex siente una auténtica indignación al ver imágenes tan asquerosas atadas a música tan sublime (sic).

Finalmente cuando sale de la cárcel, cuando él cree que su vida transcurrirá igual que antes, nota los efectos del tratamiento. No puede defenderse cuando es agredido, no puede agredir cuando siente rabia pues de inmediato siente ese tremendo malestar físico que lo dobla y lo paraliza hasta el asco. Incluso cuando vuelve a escuchar música de Beethoven, su reacción es de una desesperación tal que prefiere saltar por una ventana antes que seguir escuchando.

El tratamiento recibido por Alex me hizo pensar en que, de alguna manera, todos estamos siendo sometidos al mismo: estamos obligados a ver por todos los medios posibles violencia, a rozarnos con ella, a relacionarnos con ella. Pero como no contamos con la droga #114, nuestras reacciones son muy diferentes: hay gente que ante la violencia está absolutamente anestesiada y ya no puede ni reaccionar, la violencia los deja indiferentes. Hay gente a quien la violencia le despierta instintos agresivos o les da ideas de cómo agredir. A otros, les llega a saturar tanto que les causa mucho rechazo, como a Alex tras su programación.

Sin embargo, el tratamiento planteado en La Naranja Mecánica tiene una falla pues elimina las opciones, la moral, la ética, la capacidad de discernir y de optar por una reacción. Alex no puede defenderse cuando es apaleado por sus ex droogies y por un grupo de indigentes (uno de los cuales, había sido agredido por Alex y sus droogies). Y defenderse debería ser una reacción natural, pero gracias a la programación, Alex es incapaz de moverse, de evadir los golpes, ni siquiera de huir.

El mismo Anthony Burguess, autor de la novela, habla sobre este tema en el prólogo a la edición en español:



… por definición, el ser humano está dotado de libre albedrío y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el Todopoderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos), le dará cuerda. Es tan inhumano ser totalmente bueno como ser totalmente malvado. Lo importante es la elección moral. La maldad tiene que existir junto a la bondad para que pueda darse esa elección moral. La vida se sostiene gracias a la enconada oposición de entidades morales. De eso hablan los noticiarios televisivos. Desgraciadamente hay en nosotros tanto pecado original que el mal nos parece atractivo. Destruir es más fácil y mucho más espectacular que crear.


¿Tiene entonces el criminal “cura”? ¿No será una ingenuidad pensar que el mal puede ser eliminado? Al final de la película, Alex fantasea con una orgía monumental y piensa “estoy curado”. Su “cura” era volver a ser “his good old self”, o sea, el mismo pervertido de siempre.

En el libro hay un capítulo que fue omitido en la película. En ese capítulo Alex ya es un adulto y la violencia ha terminado por aburrirlo, pensando que es mejor dedicar su energía a cosas constructivas. Cosas como casarse y tener hijos, mientras ve con vergüenza su pasado. (No he leído el libro todavía, pero Burguess habla sobre ese capítulo extensamente en el prólogo de la edición que tengo, pues fue suprimido porque al editor de Nueva York no le gustaba. Ay, estos editores… Y Burguess, que necesitaba dinero y no era conocido en esa época, aceptó la eliminación del capítulo por temor a que no le publicaran el libro. La edición que tengo viene con el famoso capítulo 21, el suprimido).

La película es de 1971, el libro de 1961 (la edición incompleta) y 1962 (la versión completa, editada en Inglaterra). Cuarenta y tantos años después, la historia tiene una vigencia perturbadora. ¿Violencia gratuita? No lo creo. En aquel momento sería algo así como una advertencia, una prefiguración del futuro. Y, hello, el futuro nos alcanzó.

martes, enero 09, 2007

Asfalto, un road poem (Luis Chaves)

chaves.jpgSi existen el road-movie y el road-novel, ¿por qué no un road-poem? Por lo menos eso es lo que nos propone Luis Chaves con su libro Asfalto, un road poem, de reciente publicación en Ediciones Perro Azul de Costa Rica.

A través de sus 31 textos acompañamos a una pareja en un viaje por carretera. Pero intuimos que las cosas no están bien entre hombre y mujer y que casi con toda certeza, aquel viaje representa un distanciamiento, una despedida. Que después de este viaje no habrá otros. Tampoco habrá reconciliación ni retorno. Para los viajeros todo está perdido; lo intuyen, pero no lo dicen. Sin embargo, lo exudan en sus actos, sus palabras, sus silencios. El viaje se suaviza un poco ante la presencia de un autoestopista que acompaña a la pareja por un rato. Y luego, de nuevo la soledad compartida, los silencios, los hoteles, los baños en las gasolineras, el diario de ella, los pensamientos de él.

Es muy difícil calificar estos textos y decir que son poemas. Pero la verdad es me tienen muy sin cuidado las etiquetas y las definiciones. En todo caso, es prosa que, a partir de las descripciones, va conformando un ánimo triste en el lector, a pesar de algunos chispazos de humor y de la identificación que podemos sentir con algunos detalles, cosas que todos hacemos, decimos o sentimos en esos largos y monótonos viajes en automóvil.




Pero Chaves no solamente acude a la prosa. En “Dos secuencias” , los hechos se mezclan con sonido y resultan en esto:



Secuencia A

Audio 1: Viento que entra por la ventana.

Audio 2: Mano que sale por la ventana y juega con la resistencia del viento. Hace movimiento de olas, de serpientes marinas. Movimientos del mar. En el aire.

Audio 3: Con audio 1 de fondo, ella tararea la canción de un grupo del britpop de inicios de los 90.

Audio 4: Con audio 1 y 3 de fondo, el copiloto ronca.



Secuencia B

Audio 1: Nuevamente, varios minutos de aire atravesado a 95 km/h. La mano fuera de la ventana. El mar en el aire.



La música y los sonidos ambiente ocupan un lugar primordial:



Wild Thing, The Kinks; Trance Europe Express, Sr. Coconut remix; del rock clásico a la música electrónica sin ningún tipo de amortiguamiento, en seco. La camiseta con la leyenda Fuck Trance, ahora enfundada en el respaldar del asiento, por el calor. (“Tres Tripping Tigres”).


No hay redención posible, la separación es inminente y, aunque no se dice expresamente sabemos que al regresar, todo estará consumado. Un adiós más para anestesiar las emociones.

En lo personal, me ha resultado muy grata esta exploración de Chaves en la prosa, que sin embargo no pierde su esencia poética. La calidad escurridiza en la poesía bien puede encontrarse enterrada más allá de las palabras y las emociones descritas. Más que eso, es de esperar que la poesía nos provoque emociones, nos remita a las capas de cebolla de nuestra interioridad, capas que, de tan delgadas, a veces nos parecen invisibles o inexistentes. Asfalto logra sin duda hacernos recordar chispazos de nuestras propias vidas y viajes, de todos esos road-poems que llevamos guardados en la memoria.

Luis Chaves logra con este libro sorprender de nuevo por la novedad de su propuesta y reafirmar la seriedad con la que se toma el oficio.





Interesados en este libro, pueden escribir a Ediciones Perro Azul, perroazuloso@hotmail.com o al fax (506) 280-7990.

jueves, enero 04, 2007

Bebo, luego... ¿escribo?

bookcov.jpgHay escritores que les gusta enfrentar su oficio con un par de copas adentro. O en realidad, con un par de botellas. Larga es la lista de escritores aficionados al alcohol: Hemingway, Bukowski, Faulkner, Scott Fitzgerald, Kerouac... esta comunión entre escritores y alcohol sirvió de pretexto a Mark Bailey para escribir un libro sobre el tema.

Hemingway & Bailey's Bartending Guide es un curioso libro aparecido a finales del año recién pasado, donde se enumeran a autores estadounidenses y sus cocteles favoritos, junto a la receta para prepararlos. El libro incluye además ilustraciones de Edward Hemingway, nieto del autor de El viejo y el mar. Junto a todo ello, hay fragmentos de textos de los autores en los que se habla del oficio de beber y alguna frase que posiblemente resuma la filosofía alrededor de beber que, con tanta vehemencia, practicaban estos autores.

"Un hombre no existe hasta que está borracho" dijo Hemingway alguna vez. Y Faulkner aseguró que "la civilización comienza con la destilación".

¿Pero cuál es la relación, en apariencia tan frecuente, entre escritores y alcohol? ¿Se puede escribir estando borracho?




Carson McCullers solía mantener un termo con té caliente mezclado con sherry y bebía del termo durante sus horas de escritura, durante todo el día.

Raymond Chandler había dejado de beber y todo iba bien en su estrenada sobriedad hasta el momento en que se atrasó con un guión que debía entregar pero que no podía terminar porque tuvo un bloqueo de escritor. La única manera de superar el bloqueo fue... volviendo a beber. La leyenda dice que ese guión fue uno de sus mejores trabajos.

Charles Bukowski escribía mientras escuchaba música clásica por radio y bebía whisky o cerveza durante toda la noche.

Hemingway, a pesar de su fama de bebedor, no lo hacía mientras escribía. Lo hacía después de terminar su horas de escritura. Sus años en Cuba lo hicieron preferir el mojito por sobre todas las bebidas.

El alcohol ejerce cierto efecto deshinibidor que quizás, para algunos, es necesario para destrabar las cerraduras de su imaginación, su pudor personal o sus emociones. Sin embargo, pasada cierta dosis, el alcohol también nubla la mente. ¿Será posible escribir por ejemplo, una novela, estando totalmente borracho? Aparentemente algunos autores sí pudieron hacerlo y varios de ellos lo lograron con brillantez. Y aunque no tenemos testimonio exacto de los estados alternos de sobriedad y embriaguez con que fueron escritas algunas novelas, habrá que creer que sí hubo momentos en que el texto debió afrontarse desde la conciencia de la abstención. Porque a fin de cuentas, escribir implica varias etapas de intenso trabajo que no se realizará de manera automática ni de cantina en cantina. El que sigue creyendo que ser escritor es estar borracho todo el tiempo y que los textos se escriben solos, lo siento: escribir implica trabajar, no hay cómo esquivarlo. También es errado pensar que todos los escritores somos aficionados a la bebida y a la parranda, por el simple hecho de serlo.

Es posible que el elemento "soledad" influya grandemente en esto del beber. Recordemos que escribir es el oficio más solitario del mundo. Debe uno aislarse, encerrarse, estar a solas consigo mismo, su mente, sus palabras y sobre todo, con sus obsesiones personales. Y hay gente para quienes la soledad es simplemente invivible. Por otro lado, hay gente que no comprende que un escritor, cuando escribe, necesita, ansía y desea estar a solas, a toda costa. Quizás ahí un par de drinks no caen mal.

Otra suposición es que ese aislamiento, el enfrentamiento con los fantasmas y obsesiones personales y posibles frustraciones a la hora de redactar, "obliguen" a un par de cocteles para desconectar el cerebro del lado oscuro que puede posesionarse de un escritor en dichas soledades. Pensemos también en la cantidad de escritores y poetas suicidas. El mundo de la literatura no es precisamente un paraíso...

Hay gente que cree que quien escribe embriagado o drogado no es capaz de hacer un buen trabajo o que su trabajo no es "meritorio" porque escribió, digamos, en un "estado alterado artificialmente". Me permito disentir. A fin de cuentas, alcohol o drogas no te transportan a otro planeta sino a otras capas de tu interioridad, a lugares que a veces no se está dispuesto a acceder desde la sobriedad. Con esto no estoy insinuando que para escribir es imprescindible utilizar estimulantes. Pero considero que el que escribe debe conocerse bien a sí mismo y saber cómo funciona mejor a la hora de escribir. Y si siente que su lucidez y su fluidez narrativa están en su pico después de varias copas pues... ¡salud! Y a escribir.