Cuando terminé de trasplantar las plantas que había comprado y las coloqué en sus respectivas macetas, me senté a descansar un rato y a contemplar la obra realizada. Tenía todavía las manos tierrosas y el olor de las plantas bien metido en la nariz. Se miraba bonito pero de inmediato me asaltó la culpa: comprar plantas no era la necesidad más urgente, me gasté un dinero que no debía, qué voy a hacer el resto del mes, debí haber comprado esto o aquello, etc. etc.
En eso estaba cuando se apareció la Loli en la puerta. Se paró ahí, vio a izquierda y derecha, y luego me miró a mí.
Esa mirada...
Esa mirada me ha convencido de que, luego de tan largo tiempo de convivencia, es posible que humanos y animales se comienzan a transmitir el pensamiento y de ahí que uno (y ellos) sepamos exactamente lo que estamos pensando, sintiendo, deseando, necesitando. No hace falta hablar con palabras articuladas para entenderse.
Esa mirada llena de asombro decía: “¡Hiciste magia! ¡Hay plantas!”.
Viendo esa carita se me quitó toda la culpa. Y pensé: “claro que era urgente tener plantas, era urgente para la Loli”. En parte también lo era para mí. Yo que me crié en finca y que siempre he tenido jardín, estaba extrañando meter mis manos en la tierra y cuidar plantas. Gocé como niña trasplantando y sintiendo el olor de la tierra húmeda y de las hojas y las raíces. Pero he gozado mucho más al ver la reacción de mi gata en ese momento y en los días siguientes.
Entonces la Loli se fue a tomar un poco de agua en la esquina del patio, y se volteó nuevamente como para comprobar que aquello no había sido una alucinación. Me miró de nuevo, contentísima.
Se fue a examinar las plantas y las macetas, una por una, en perfecto orden. Olía, miraba, asomaba la nariz a la tierra, se frotaba en los bordes de las macetas. Se quedó largo rato oliendo la ruda. El brezo la dejó fascinada. El pony... miraba al pony como si se tratara de un gigantesco árbol centenario y se metió debajo de sus hojas largas un rato. Luego descubrió el bambú enano, comprado expresamente para que ella pudiera comerlo (los gatos comen cierto tipo de yerbas para complementar el suplemento de ácido fólico y otros minerales en su dieta) y por supuesto, se puso a masticar hojitas de inmediato. Por poco destruye la begonia porque le gustó tanto que se quería frotar con todo su peso encima de cada hoja.
Desde ese día pasa bastante más tiempo afuera, cuidando de “sus plantas” y me demanda con insistentes maullidos que salga con ella a gozar del espacio. Ahora desayuno ahí, con ella y las plantas. Ella se echa orgullosa, como una leona en control de su reino. Está muchísimo más animada, casi se diría normal. Lo único que le falta es tirarse panza arriba a tomar el sol y cuando eso ocurra, podré decir que ya la Loli se siente “en casa”.
Su fascinación son el brezo, el pony el bambú. Contra los 3 se frota, los mira arrobadísima. Le encanta meterse debajo de las largas y lanceoladas hojas del pony una y otra vez; al bambú le pega sus mordisquitos e igual, mete su cabeza debajo de las ramitas. Pero creo que en el fondo está enamorada del brezo y que terminará casándose con él. Lo mira y lo mira y lo vuelve a mirar, con el asombro de quien descubre algo por primera vez. Quizás por eso soñé que tenía pequeños gatos hechos de brezo, gatos con 3 y 4 colas, toditas ramas de brezo que me recordaron de inmediato al cuadro de Remedios Varo “Gato helecho”.
Cabe decir que la culpa se me quitó de inmediato. Y que se me quitó al ver esa alegría de la gata por sus plantas. Y que la felicidad de la Loli vale para mí todo el oro del mundo, aunque no quede para comer más que queso y tortillas. Y que si la Loli está feliz, pues yo soy feliz con y por ella. Amén.
(En la foto, la Loli examinando detenidamente su amado brezo).
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