lunes, julio 05, 2010

Para recuperar San Salvador

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No sé si San Salvador era una ciudad bella o no, pero me gustaba. El centro en los años 60, ése centro que conocí cuando me tocó ser niña y adolescente, tenía algo que al día de hoy conmueve mis recuerdos.

Todavía era una niña cuando abrió el almacén Simán en el centro. Recuerdo que el hecho de que construyeran aquel edificio fue tomado como una muestra de progreso. San Salvador se modernizaba. Era la primera tienda por departamentos del país. Había un silencioso y compartido orgullo nacional en eso.

No recuerdo dónde estaba antes el almacén original pero para aquellos años, el nuevo edificio era “grande” y era de lo más moderno de la ciudad. No sólo eso. Se dieron el lujo de adornar las porciones de acera que le correspondían con enchapados de mármol. Tenían vitrinas que iban adornando con escenas de acuerdo a la temporada correspondiente de compras. Durante los primeros días de su apertura, la gente iba nada más por conocer todo lo que ofrecía. Una de las grandes novedades era además que en el interior habían escaleras eléctricas.

Hace unos días se anunció que la familia Simán está considerando trasladar ese almacén, que se convirtió en emblemático de la ciudad pero también en un punto de referencia urbana. El motivo para trasladarlo es la poca afluencia de clientes debido a las ventas callejeras que cubren por completo las aceras del almacén, así como la inseguridad de la zona.




La noticia me causó tristeza aunque las razones son comprensibles. Cada día es mayor el número de comerciantes formales en el centro que miran afectados sus negocios de tal manera que optan por trasladarse a zonas con mejores condiciones, antes de ahogarse totalmente en la quiebra o en las extorsiones. Pero estas migraciones de los comerciantes formales hacia otros puntos de la ciudad, de alguna manera conceden el poder a los comerciantes ambulantes e informales para instalarse a sus anchas en las aceras y las calles, que deberían ser para el uso y la libre circulación de todos.

Los callejeros usurpan el espacio público, los edificios se van cerrando y deteriorando cada vez más. La inseguridad y la falta de control sobre lo que se calcula son unos 16 mil vendedores ocupando las calles de lo que se llama “el centro histórico”, incrementan la criminalidad en el área.

Hay muchos motivos para desear que la ciudad sea reordenada. Motivos que van desde lo estético hasta lo cultural, lo económico pero sobre todo lo humano. Gran parte de ese reordenamiento pasa por el traslado de las ventas callejeras a lugares aptos para su actividad. Pero aunque suena fácil, es una tarea de una complejidad enorme.

Es necesario encontrar o construir esos espacios aptos para que los vendedores puedan continuar en su actividad, en un ambiente ordenado, limpio y seguro, y que sea lo suficientemente atractivo y accesible como para que los compradores lleguen hasta ahí. Es necesario que esto vaya acompañado de un proceso educativo para la sociedad en general, para que comprendamos y tomemos conciencia de que la ciudad es un espacio de todos, y que no puede sacrificarse u obstaculizarse a nadie por la necedad de unos cuantos o por la pereza de quienes no les da la gana ir hasta los puestos formales y prefieren comprar a los ambulantes.

Es necesario también terminar con el falso paternalismo y la victimización. El paternalismo de los que opinan que los vendedores deben seguir donde están porque tienen derecho a ganarse la vida como todos y porque no tienen otro lugar donde ir a vender sus productos. La victimización de parte de los propios vendedores que utilizan como argumento el concepto de que “son pobres” y de que no tienen otra manera de ganarse la vida.

En los reportajes de televisión es frecuente escuchar este tipo de argumentos, así como otros más incongruentes, como alguien que dijo: “nos hemos ganado el derecho a estar en las calles”. O la consabida amenaza de “si nos sacan de aquí nos vamos a tener que dedicar a robar, porque no vamos a tener trabajo”.

Entre los numerosos editoriales y reportajes que salieron publicados en días recientes en torno al desalojo de los vendedores ambulantes del centro de San Salvador, hubo un comentario en particular que me llamó la atención. Alguien opinaba que había que dejar a los vendedores donde estaban porque “así ha sido siempre”. Supongo que el comentario lo hizo alguien nacido en los 80 y que lo único que conoció de la ciudad fue eso.

Pero no. San Salvador no siempre fue así. Y aunque lo hubiera sido, ¿algo que es una costumbre debe ser pretexto para dejar todo como está, aunque la costumbre sea negativa? ¿A quién no le gustaría tener una ciudad bonita, limpia, ordenada, caminable, segura?


Los actuales esfuerzos de la Alcaldía capitalina por reordenar la ciudad son loables. Cada vez que escucho al Dr. Norman Quijano reiterar que la recuperación de la ciudad no se detendrá, quiero creerle. Ojalá que lo logre. Me encantaría que la ciudad cambiara y volviéramos a ver las fachadas restauradas y limpias de sus edificios. Que pudiéramos caminar por sus parques y que nos reencontráramos con nuestro pasado, aprendiendo y conociendo lo que aconteció alguna vez en lo que llamamos el centro histórico.

Pero estos esfuerzos se mirarán limitados y posiblemente no arrojen resultados adecuados ni duraderos, si no se trabaja en conjunto con otras instituciones gubernamentales. La recuperación del centro no debería ser (y en realidad no es) una tarea que compete estrictamente a la Alcaldía. Se debe superar el divorcio entre el Gobierno Central y la Alcaldía para promocionar un plan de rescate de la ciudad y que todas las entidades relacionadas con uno u otro aspecto de la recuperación total del centro trabajen en conjunto para que pueda llegar a ser una realidad.

El desalojo de los vendedores será bastante inútil si no viene acompañado de medidas de refuerzo. La más importante: espacios convenientes y adecuados para la reubicación de todos. Una campaña educativa e informativa que les permita asimilar el plan general de reordenamiento.

Pero además ¿qué se está haciendo o qué se va a hacer para desviar las rutas de buses del centro y evitar los congestionamientos de las horas picos y la altísima circulación de peatones para trasbordar rutas? ¿Qué se está haciendo para desmantelar las pandillas delincuenciales que operan en la zona? ¿Hay presupuesto para restaurar los edificios que son patrimonio cultural y que naufragan, abandonados a su suerte, en medio del abandono, los vendedores, los indigentes y las inclemencias del tiempo? ¿Quién está impulsando un programa educativo entre los ambulantes para que entiendan por qué no pueden seguir tomándose las calles a antojo?

Rescatar el centro de San Salvador no es tarea imposible. Es cuestión de encontrar la solución específica para nuestra realidad. Recordemos los casos de la ciudad de México, Quito, Bogotá o Lima, que tenían problemas similares y que lograron recuperar y restaurar sus respectivos centros.

Para los nostálgicos, es imposible pensar que la ciudad volverá a ser la de los años previos a la guerra. Pero eso no significa que no podamos tener un espacio público agradable que pueda combinar las necesidades comerciales, culturales, laborales y habitacionales de la ciudadanía.

Es posible que si no se aprovecha ahora el impulso del alcalde, volvamos a caer en esa modorra y en ese “dejar hacer” característico de la personalidad del salvadoreño.

Los miles de vendedores afincados en las calles y aceras de San Salvador no son más que el reflejo de las desigualdades económicas que hemos sufrido desde siempre y que se acentuaron durante la guerra. Tampoco se puede asumir que todos los ambulantes son criminales y hacen las cosas de manera oscura. Seguramente entre ellos hay también un amplio segmento que, realmente, trabaja para sacar adelante a su familia.

Pero lo que no se puede disculpar en ningún momento es la resistencia casi caprichosa de los vendedores de salir de las calles y que terminan en reacciones violentas de parte de grupos que manipulan la circunstancia tanto para causar desórdenes como para provocar destrucción en la propiedad pública y privada.


Si como sociedad estamos de acuerdo en que el centro debe ordenarse, también deberíamos abstenernos de politizar este problema. Lo importante aquí es comprender que solucionar esta situación contribuirá a aumentar la calidad de vida, tanto de los vendedores como de la ciudadanía en general.

Necesitamos un reordenamiento. Sí. Es urgente. Pero el reordenamiento no es una tarea exclusiva de la Alcaldía. No es un asunto concerniente sólo a la Alcaldía. Es algo que nos incumbe a todos.



(Para no perder la costumbre ni interrumpir el registro, esta fue la columna publicada el pasado 27 de junio 2010 en Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica).



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