lunes, noviembre 15, 2010

La novela y su material humano

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Me llama la atención la concepción que tiene el común de la gente sobre el oficio del escritor. Parece que se piensa que escribir es “soplar y hacer botellas”, algo que se hace sin esfuerzo, de manera espontánea o de forma automática.

Es frecuente que alguien me pida poemas, cuentos, conferencias o artículos sobre un tema equis y por lo general, dan como plazo un tiempo muy corto, irreal para la dimensión de lo que solicitan.

Mucha gente supone que uno debe escribir algo, en plazos que tienen la premura del periodismo pero no el reposo que necesita la literatura. Y la mayoría de las veces quieren que se haga gratis, porque el trabajo intelectual y sobre todo, el literario, sigue sin ser reconocido como eso, como un trabajo.

También resulta cada vez más frecuente que alguien me diga: “¿Y por qué no escribís un best-seller? Así salís de pobre y te podés dedicar a escribir tu obra seria”. Lo malo es que no me dicen cuál es la bendita receta para escribir el best-seller, algo que la mayoría también piensa que es facilísimo de hacer pero que, en el mundo editorial contemporáneo, es impredecible. Baste recordar el famoso caso de J. K. Rowling con su serie de Harry Potter, que había sido rechazada por doce editoriales hasta dar con Bloomsbury, una pequeña editorial de Londres, que apostó por ella. Lo demás es historia y ahora Rowling es más rica que la Reina de Inglaterra.



No es tan sencillo eso de sacarse un poema, un cuento o un best-seller de la manga. Escribir tiene diferentes velocidades y procesos, que además, estoy segura, varían de persona en persona. Cada género tiene su dinámica particular y cada nuevo texto impone su ritmo de trabajo. Tomemos la novela, por ejemplo.

La novela supone una escritura de largo aliento, una construcción cotidiana de un mundo alterno donde se mueven personajes, circunstancias, ambientes y detalles que el escritor debe conocer al dedillo si quiere lograr que su historia tenga coherencia y veracidad. Incluso si se trata de géneros como lo fantástico, el terror o la ciencia ficción, la historia debe ser contada con la lógica de su propio mundo y no como una serie de fantasías sin sentido. La ciencia ficción incluso supone un proceso de investigación para lograr que los planteamientos sean creíbles, por muy descabellados que suenen, y que estén sustentados en principios científicos reales.

Escribir no es tan sencillo como inventar una historia y ponerla en palabras. Porque ¿cómo se traduce en lenguaje escrito la película que uno imagina en su cabeza? ¿Cómo define uno sentimientos y sensaciones físicas y emocionales? ¿Cómo se describe un paisaje o una persona sin aburrir al lector y logrando que visualice lo más aproximadamente posible lo mismo que uno está imaginando? ¿Cómo se le hace sentir eso mismo que uno siente con la historia que hemos inventado?

Escribir novela no es nada más acudir ante una hoja en blanco y llenarla de letras. Y es algo que no puede hacerse con horarios interrumpidos. Escribir es un asunto de 24 horas, sobre todo con la novela, que supone la construcción máxima de una historia, tanto en longitud como en complejidad. Como me dijo alguien hace poco, uno en realidad está escribiendo todo el día y cuando se sienta ante el papel pasa en limpio esa “escritura” que ha ocurrido en la mente.

He estado rumiando estos pensamientos durante la semana, al volver a escuchar la pregunta del por qué no se ha escrito “la novela de la guerra” en El Salvador. Y también porque en esa misma plática caí en la cuenta de lo poco que se escribe novela histórica en nuestro país.

Desafortunadamente El Salvador no cuenta con los alicientes ni los espacios para estimular la escritura creativa y en particular, la de novelas. Si partimos de que al ya descrito proceso de creación hay que sumar un componente de investigación, el trabajo de composición de una novela se duplica y complejiza, eso sin tomar en cuenta los obstáculos que hay en nuestras bibliotecas y archivos para acceder precisamente a la información que uno busca.


No existen becas ni subsidios para la creación literaria en organismos estatales ni privados. No existen editoriales que brinden adelantos económicos para permitir que un escritor se dedique a escribir su novela. Así de sencillo. El escritor tiene que hacer malabares con oficios remunerados (muchas veces no literarios y mal pagados), para poder subsistir económicamente, oficios que desgastan, interrumpen el ritmo interior del proceso creativo, comen el tiempo y donde la creatividad personal está empeñada en buscar trabajo, cumplir bien con tus funciones, pagar las deudas a tiempo, llevar la domesticidad en orden y todo lo demás. Al final del día termina uno tan agotado que lo que se necesita y quiere hacer es dormir y no escribir.

¿Por qué no se ha escrito la novela de la guerra en El Salvador? Porque las guerras son traumas sociales intensos que tardan años en sanar medianamente. Nadie que haya vivido una guerra sale impune de ella. Los que participaron en un bando u otro e incluso los que no se involucraron y vieron pasar las balas encima de sus cabezas: la guerra la vive todo un conglomerado de gente. Todos necesitamos un tiempo para digerir lo ocurrido. Lo que se vivió, lo que pasó, lo que se hizo o se dejó de hacer, lo visto, lo pensado, lo sentido, lo experimentado, lo temido. No es un proceso fácil reconstruirse a sí mismo después de una guerra.

Para el escritor que desee tocar ese tema en su narrativa y que además la haya vivido, no cabe duda que tendrá que pasar por ese acto de digestión emocional sincera antes de poder sentarse a escribir un texto que abarque la complejidad del tema en toda su extensión. Porque además, en las guerras, aflora lo mejor y lo peor del ser humano. El odio, lo irracional, la obnubilación de la razón, el miedo al dolor y a la muerte, la soledad, el terror, la crueldad, pero también la solidaridad, la compasión, la valoración de los pequeños detalles (como un vaso de agua, una buena cama o una comida caliente y nutritiva), el heroísmo, la tenacidad, la valentía, el amor y la amistad. ¿Cómo resumir todo eso en un libro?

Extraordinarias novelas se han escrito sobre el tema: Guerra y paz de Leon Tolstoi, Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque, Vida y destino de Vasili Grossman, Las benévolas de Jonathan Litell, por mencionar apenas un puñado.


Ninguna se escribió aprisa, durante fines de semana, cuando sobrara tiempo y energías. Todos sus autores dedicaron años de investigación, reflexión y escritura, a garrapatear manuscritos, tacharlos y volverlos a escribir, días y noches de dedicación absoluta, casi obsesiva, a la terminación de sus ambiciosos proyectos.

Siento que en El Salvador es imperativo que los escritores que vivimos la guerra dejemos testimonio de la misma, aunque ese testimonio ocurra desde la ficción. Y es necesario debido a que hay mucha distorsión de la realidad histórica. No hay rescate de la memoria. Y en muchos casos hay ocultación, manipulación y polarización política que distorsionan el conocimiento real y balanceado de lo que aconteció.

En ese sentido, el escritor puede contribuir desde su particular óptica, a reconstruir detalles que por lo general los libros de historia no retoman. Y por lo demás, ¿cuántos historiadores tenemos en el país? ¿Quiénes están documentando y sistematizando nuestro pasado inmediato? ¿Quiénes lo están escribiendo y registrando?

El novelista puede jugar un papel importante en el testimonio que, desde la sociedad civil, reconstruye el espacio privado de los eventos históricos. Pensemos por ejemplo, en las numerosas novelas que en la actualidad se están escribiendo, por fin, sobre la Guerra Civil española y en cómo muchas de ellas toman parten cde un suceso real acontecido durante aquel tiempo.

Para un novelista el bien más precioso e importante es el tiempo. Tiempo para sumergirse a fondo en ese mundo alterno que es el escenario de su historia. Tiempo para conocer pasado, presente y hasta futuro de sus personajes y para cavilar cómo va a traducir todo eso en palabras. Tiempo para investigar. Tiempo para escribir, romper páginas, volver a escribir, revisar, dejar reposar y volver a revisar una vez más, en busca de la calidad literaria. No hay conciliación entre ese esfuerzo y los sobresaltos de la cotidianidad.

Y para una sociedad, sus escritores son una voz importante que no debe ser callada ni subvalorada. Porque si no ¿quién va a contarnos la historia de nosotros mismos, las historias íntimas, personales y cotidianas, aquel material humano del que no se ocupan los historiadores, los analistas ni los políticos?


(Publicada en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 14 de noviembre 2010).


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