lunes, enero 04, 2010

La basura o la vida

Me llama la atención que en los últimos cinco años sea muy poco, por no decir nada, lo que el país ha avanzado en materia de estimular la conciencia ecológica de sus ciudadanos. Mientras leemos y escuchamos frecuentes discursos sobre el cambio climático y la imperante necesidad de preservar nuestro planeta, ¿con qué opciones contamos los salvadoreños para contribuir, desde el ámbito doméstico y cotidiano, en la conservación de nuestro entorno?

Pareciera que, todo lo contrario, los salvadoreños estamos peleados con el medio ambiente. Odiamos la naturaleza. La odiamos tanto que derribamos bosques enteros para convertirlos en autopistas, lotificaciones, residenciales, centros comerciales y áreas de cultivo, todo en nombre de una distorsionada noción de progreso.

Al destruir esos bosques destruimos también el hábitat de especies animales diversas y desequilibramos el armónico y misterioso concierto de la vida. Después nos damos golpes de pecho y clamamos al cielo cuando ocurren dramáticos deslaves e inundaciones que dejan no sólo pérdidas materiales sino, lo peor, pérdidas humanas. ¿Pero existen campañas de reforestación permanente?

Me llama la atención también que no existan proyectos de reciclaje nacionales o locales. ¿Qué se hace con las botellas de vidrio? ¿Con los periódicos viejos? ¿Qué se hace con las odiosas botellas de plástico y con los cartones tetrapack en los que vienen tantas bebidas azucaradas y lácteas? ¿Dónde están los centros de acopio, quién organiza campañas de recolección, qué se hace con toda esa basura? ¿Dónde se compra papel reciclado? ¿Quién recicla latas de aluminio?




El hecho de que la basura ya no esté en nuestras casas y que no la miremos no significa que ya no existe. Para muchos la conciencia se alivia pensando que, sea en la propia canasta donde se tira la basura o en los rellenos sanitarios, llegarán los pepenadores a recoger el material mencionado para venderlo por unos míseros centavos. De hecho, familias enteras sobreviven de tan degradante “oficio”. Pero los pepenadores no tienen la capacidad humana ni material para recoger todo lo reciclable. Mucho queda en los botaderos, manteniéndose indestructible durante más tiempo del que nos podemos imaginar.

Nosotros moriremos pero nos sobrevivirán las bolsas plásticas del supermercado que tardan 150 años en degradarse; las botellas plásticas pueden perdurar más de 100 años. Los vasos descartables tardan mil años en disolverse y la Barbie vieja que su hija tiró a la basura este año porque le regalaron la más nuevecita, tardará 300 años en desintegrarse. Ni hablar de las botellas de vidrio, que pueden pasar intactas 4 mil años y si no me cree, puede verlo en cualquier museo de culturas antiguas, donde las excavaciones arqueológicas han rescatado objetos de vidrio de vieja data.

Hay malos hábitos cotidianos que parecen inofensivos pero que son mortales para otras especies. Por ejemplo, escupir un chicle en la calle. El chicle puede tardar 5 años en degradarse, pero lo triste es que los pájaros, atraídos por el olor del azúcar o por su aspecto, se lo comen, se les pega en el pico, quieren sacárselo con las patas y mueren sofocados.

Recuerdo que cuando era niña por los vecindarios pasaba gente comprando los periódicos viejos y las botellas de vidrio. Las garrafas y botellas en las que se vendían el aceite de cocina y las gaseosas, eran retornables. Y estaban también los “ropavejeros”, aquellos que cambiaban la ropa que ya nadie quería por una plantita.

Lo viejo era útil para otros: el papel periódico para los que hacían piñatas, las botellas para los que producían crema o miel y la ropa, pues, para quien necesitara qué ponerse. A cambio nos quedaba una planta, un ser vivo como símbolo del trueque: devolver vida por algo que ya no queremos.

Aunque hay gente que todavía está en estado de negación o que simplemente ignora el hecho, la verdad es que el clima está cambiando aceleradamente por efecto de nuestra depredación constante y seguramente nosotros, nuestros hijos y nietos, viviremos situaciones dramáticas a consecuencia de ello.

No hay que ser científicos ni viajar a los polos para ver el derretimiento de los glaciares para comprobar esto. Los calores que se viven en lugares como Santa Tecla o Los Planes de Renderos son inusuales, ya que solían gozar de un clima templado. Ni siquiera San Salvador era tan caliente como lo es hoy. Cada día es más difícil proveer de agua a todas las comunidades del país porque la deforestación y la construcción indiscriminada han secado varias fuentes y manantiales.

Quiero creer que estoy equivocada y que quizás hay programas de reciclaje de cuya existencia no tengo conocimiento. Si es así, no están funcionando de manera óptima, pues la información debería ser conocida y accesible para todos. Debería haber campañas informativas frecuentes para que los ciudadanos sepamos a dónde acudir con nuestra basura y campañas de concientización en todos los medios de comunicación que subrayen la importancia del reciclaje. Los centros de acopio deberían además estar ubicados en lugares accesibles y brindar todo tipo de facilidades para que la distancia o la falta de transporte no sean obstáculo para acudir a ellos.


El cambio climático no es algo que ocurre “allá afuera”, tan lejos que no nos afectará. Ocurre aquí y ahora, en este país y en este planeta. Y cuando se nos acabe el mundo, lo siento hermanos, pero la mala noticia es que nos acabamos todos con él.



(Publicado en Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, domingo 3 de enero, 2010).

No hay comentarios.: