lunes, junio 23, 2008

De canillitas, periódicos y nostalgias: el cierre de la Revista Dominical

1488810_0.jpgYa mencioné alguna vez que los periódicos fueron buena parte de mi incentivo y mi campo de aprendizaje para la lectura. La Prensa Gráfica era llevada todas las mañanas, infaltable, a eso de las 6 o 6 y media, por un señor muy viejito, flaco y que parecía eterno e incambiable, que durante mis primeros 18 años de vida, siempre llegó y jamás, salvo quizás una o dos veces, dejó de llevar el periódico. Cómo lo logró, me es un misterio.

El viejito iba personalmente hasta San Salvador a buscar el diario a LPG y luego regresaba a Los Planes de Renderos a repartirlo en las casas que ya lo teníamos encargado. Si se atrasaba lo extrañábamos y cuando por fin llegaba le preguntábamos qué había pasado. A veces se atrasaban en La Prensa, otras había derrumbes en la carretera por las lluvias. Pero el señor del periódico parecía invencible y su tarea de repartir el diario lo más pronto posible en nuestras casas parecía una cuestión de honor personal que él se tomaba muy a pecho.

Tenía además la delicadeza de que los sábados o domingos, en que nos levantábamos un poco más tarde, nada más dejaba trabado el periódico en alguno de los colochos de la decoración de hierro del zaguán de la entrada.


Muchas veces era yo la que salía corriendo a recibir el periódico cuando escuchaba el timbre por las mañanas. Jamás hablamos mucho con aquel señor, cuyo nombre ahora se me hace imposible recordar. Y hasta me recorre la cruel sospecha de que, en realidad, quizás nunca supimos su nombre y que era, simplemente, “el viejito del periódico” o “el canillita” (como se llamaba popularmente antes en El Salvador a los vendedores ambulantes de periódicos; la palabra venía de “canilla”, pierna, porque los canillitas, bueno “volaban pierna” para vender los diarios).




Cuando mi padre preguntaba por “el canillita” de la casa me daba algo de risa, porque el término, aunque utilizado para vendedores de cualquier edad, era sobre todo asociado a niños que solían vender los diarios en las esquinas de los semáforos en San Salvador, antes que fuera el caos que es ahora. Hablo de los años 60 y 70. Casi que los únicos vendedores que se miraban eran ésos, los canillitas, repartidos en los semáforos estratégicos de la ciudad y donde el conductor ya tenía su favorito. Los canillitas voceaban los periódicos que vendían y el conductor les hacía una seña, un pitazo y los niños venían corriendo a tu carro. En la acera, por lo general, podía haber otro niño, o algún adulto, con una pila de periódicos que servían para recargar el montón que el canillita llevaba enrollados debajo de su brazo.

Por las mañanas, la venta era de LPG y El Diario de Hoy. Por las tardes eran El Mundo y El Diario Latino. Mi padre tenía alguna obsesión por los periódicos porque compraba los 4 todos los santos días (menos el domingo en que no salían los vespertinos), y nos llenábamos de una cantidad de papel indecible. Claro, el papel era utilizado para muchas cosas en casa: para acomodarles nidos a las gallinas y a las patas ponedoras; para servir de alfombra bajo las estacas de nuestros dos pericos y recoger su cuita y desperdicios de comida; para envolver la fruta que venían de la finca y madurarla, para forrar prácticamente cualquier cosa... también recuerdo que en el colegio nos hacían trabajar mucho con papel maché, para lo cual el periódico era lo mejor. Pero siempre acumulábamos tanto que se lo terminábamos vendiendo a otra viejita, la niña Paula, una señora de Panchimalco que nos vendía “huevos de amor” y que compraba la fruta de nuestra finca para venderla de puerta en puerta.

El anuncio ayer de que se cierra la Revista Dominical de LPG me llevó indiscutiblemente en un intenso viaje por el tiempo, donde el mencionado suplemento tuvo una presencia semanal incuestionable en mi casa.


De mis lecturas de periódico, recuerdo con nostalgia la de los domingos, por la variedad de cosas que traía para leer. Desde los “muñequitos” (o comics), con Dick Tracy, El Fantasma y El Príncipe Valiente, pasando por la propia Revista y el estelar reportaje criminal (un reportaje de una página sobre algún crimen, por lo general no resuelto, ocurrido en los USA o en Gran Bretaña), la lectura del periódico dominical llegó a ser parte de nuestra rutina de familia y el espacio para comentarios.

La Revista Dominical se cierra después de medio siglo de publicación. Si era un buen o mal suplemento, no me corresponde decirlo, sobre todo porque no podría ser objetiva ante un juicio semejante. Para mí, la Revista Dominical era una tradición, una parte de casi toda mi vida, algo que seguí leyendo incluso no estando en el país, porque mi padre nunca dejó de mandarme recortes de la misma a cualquier parte del mundo donde yo anduviera y porque luego, con el advenimiento de internet, se convirtió de nuevo en una de mis costumbres de domingo: café y la Revista Dominical.

También cierra Enfoques, pero (sin despreciar), su presencia no tuvo para mí el impacto que tuvo la Revista Dominical, uno de mis primeros “silabarios” para practicar la entonces recién adquirida habilidad de la lectura. Su mínima sección literaria me hizo soñar con ser escritora y con ver algún día algo mío publicado en dichas páginas (algo que nunca ocurrió, porque con los años, dicha sección fue eliminada).


La Revista Dominical cerró ayer con un repaso de varias de sus portadas, algunas que recuerdo nítidamente, como la que ilustra este post. La recuerdo bien porque traía un collie, una de mis razas favoritas de perro, pero que además fue significativa porque fue la primera portada full color, aparecida el 7 de enero de 1979.

Todo cambia, todo pasa y todo perece. El mundo sigue girando. Se cierra un capítulo de la vida de muchos salvadoreños. El cierre me da una profunda nostalgia. Un detalle pequeño de mi vida que fue, que es, no exagero, un pedazo de mi identidad nacional. Es un poco como perder parte de ese país en el que me crié y que ahora me ofrece un rostro tan diferente, nuevo y extraño. Un rostro tan cambiante con el que a veces, me cuesta identificarme.

A partir de la próxima semana comienza un nuevo proyecto. Y ya en su momento, hablaré también de eso.

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