martes, marzo 21, 2006

El día que dejé de escribir cuento

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Hubo una época en que me dio por escribir cuentos. Muchos cuentos. Largos, cortos, complicados, sencillos, lineales, experimentales. Probé de todo. Fue como un gran campo de experimentación y juego. Fue también una etapa que me sirvió de transición de un silencio de escritura que había durado algunos años debido al trabajo de 8 a 5 que me había exprimido el seso, el tiempo, la energía y la imaginación.

Esa época, que habrá sido por ahí entre el 90 y el 94, fue prolífica en muchos sentidos. Escribir cuento me llevó a sentarme a trabajar novelas que andaba en la mente desde hacía rato. Y también pinté mucho.

Pero en algún momento, cuando quise retomar la escritura de cuentos me di cuenta de algo. Primero se manifestó como que escribir cuentos "ya no tenía gracia". Y ya no tenía gracia porque... había encontrado algo así como una fórmula para escribirlos.

Si explicara la fórmula no sería muy entendible. Quizás no era en realidad una fórmula. El proceso era más rítmico y de sonido que de procesos o pasos. Cuando escribía cuento, había comenzado a ponerle palabras a un sonsonete interno, a un ritmo, a una melodía. Ya no me interesaba mucho el contenido, los personajes, el escenario. Me interesaba estrictamente ponerle palabras a una melodía, algo así como llenar una plantilla. Era un proceso automático que me tomó un rato advertir. Pero cuando me di cuenta, paré. Y no volví a escribir cuentos desde entonces. No me parecía motivador ni retador ni satisfactorio ni sorprendente. Dejé de escribir cuentos y pensé que algún día los retomaría. Que quizás necesitaba "un descanso" del género y tener nuevas ideas.


Han pasado años desde entonces. Años en los que he escrito escasos cuentos, quizás 2 o 3. Comencé varios en el 2000, durante mis becas, pero nunca los terminé. Esos cuentos descansan dentro de una carpeta en mi computadora llamada "stand-by". Un stand-by que lleva casi 6 años.

No quiero decir que nunca más voy a escribir cuentos. Uno nunca debe decir nunca. A veces se me ocurre alguna historia, y tomo nota en un mi cuadernito destinado para esas "grandes ideas". Y pienso que quizás me siente a escribir pronto un cuento. Pero no ocurre.

En lo personal, no me gusta imponer ni forzar la escritura. Eso se nota en el resultado final. Al igual que se nota cuando uno escribe sin pasión, de automático. El texto captura y transmite el estado de ánimo del escritor, y si se escribe con tedio, por obligación, con fastidio, eso es lo que captará el lector. Por lo demás, el tiempo me ha enseñado que uno escribe una historia en particular cuando está listo para escribirla (ni antes, ni después).

Recordé todo esto el fin de semana, mientras tomaba notas y examinaba apuntes de cosas que quiero escribir. Y me dije que ya vendrán los cuentos, cuando tengan que venir, si es que van a regresar, porque siempre he pensado también que los textos tienen vida propia, que son como animalitos a los que tenemos que ir llamando y ganando su confianza de poquito a poco para que convivan con nosotros. Cuidado con espantarlos porque si no, puede que no vuelvan.

¿Y el trabajo, la disciplina del escritor? Está ahí, en eso, en ganarse día a día la confianza del texto, de sus personajes, en conocerlos, en saber cómo "amansarlos" y en cómo hacerlos cobrar vida, atraparlos en la jaula de las palabras. Y alimentarlos en esa jaula, hacerlos que engorden, que se pongan bonitos... o que se mueran del empacho. Pero todo eso, es otra historia.


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