lunes, diciembre 05, 2005

Trenes

1.
Los trenes son como pájaros, cada cual con su trino, cada cual con su canto.
Al atardecer regresan apurados a sus nido-estación, con su ruido y sus vapores, la agitación de su prisa levantando polvo y basura sobre los rieles.
Rojas, azules, blancas, plateadas. Las plumas de los trenes son de metal y de colores diferentes.

2.
La misma desolación se repite siempre en los rostros de los que esperan. No sólo en sus rostros, en el cuerpo, en la ropa, en el halo que desprenden.
Sea un tren, a un barco, el paso del tiempo, a alguien. No importa.
Esperar es una pasión en sí misma, una pasión aún no descubierta, no dignificada.
Pienso en estas cosas mientras espero el tren.

3.
Los trenes son como pájaros tragando gusanos en las estaciones.
Y los gusanos somos nosotros.

4.
Los trenes tienen alma, tienen espinas.

5.
Escribe esto alguien que nunca había viajado en tren. Alguien que nunca había visto un tren. Alguien para quien los trenes eran asunto de películas o realidad ajena, inalcanzable.
Alguien en cuyo país los trenes son reliquias del pasado, animales mitológicos difíciles de comprender o imaginar. Un país donde los rieles del tren son ruinas prehistóricas, botín de hurto, mercancía negociable, hierro por libra.
Vengo de un país donde un hierro nace en forma de riel y termina convertido en cacerola, en balcón, en remiendo, en esqueleto de alguna casa.
Vengo de un país donde un hombre escribió un libro llamado Trenes y donde habla del mar.

6.
Ahora vivo en un país donde hay un tren. Donde el tren corre por la ciudad como la sangre por las venas.
Escucho el tren llamarme con su pito melancólico, sonoro, enérgico. Es un grito que llama mi nombre, estoy segura. Y salgo hipnotizada, como zombie, corriendo para verlo pasar a un par de cuadras de mi morada.
Acudo al llamado del tren, al trino del tren, al canto del tren.
Y lo veo pasar. Y sonrío. Y me siento niña.

7.
Yo acaricio a mi tren como a un elefante, como a un camello.
Entro y salgo de su barriga.
El tren no me penetra a mí: yo entro en él.
Sexos invertidos.
Hermafroditas.

8.
Cuando el tren está a pocos minutos de llegar a su destino, entristezco. Quiero no llegar nunca, quiero seguir adentro del tren, viajar eternamente en tren.
Miro las líneas de colores que su velocidad deja flotando en el aire. Cuento las piedritas que se reparten entre los rieles de madera y metal. Descubro las flores que, atrevidas, nacen junto a la vía. Y los pájaros que exploran entre los rieles, buscando alimento, sin miedo de sus grandes hermanos, los pájaros-tren, que se aproximan a gran velocidad, que hacen vibrar el hierro de los rieles, los fundamentos de las casas de los alrededores, que sueltan el trino de sus pitos antes de llegar a la estación.

9.
Cuando voy en tren veo por las ventanas y veo a las personas, nunca leo. Me concentro en la panza del animal, en sus vísceras de asientos y puertas y los pasillos por donde los pasajeros caminan para buscar un buen lugar.
No me coloco los audífonos de mi radio pues quiero sorber todos los sonidos, el rechinar de las ruedas sobre los rieles, un ruido fluido, metálico, permanente, como la caricia de la mano de un hombre sobre la espalda desnuda de una mujer.

10.
Opino que los trenes me aman y yo a ellos.
Por fin para mí, un amor correspondido.

Cuando muera, ruego a Dios que mi viaje al más allá sea en tren.

(Publicado ayer en Áncora, suplemento cultural de La Nación de Costa Rica).

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