Según las Leyes de Manú, al morir su esposo una viuda tiene tres opciones: ser quemada con su esposo, dedicarse a una vida de contemplación o casarse con el hermano menor del esposo muerto.
Muchas de ellas son llevadas por las propias familias a casas de viudas donde deberán vivir el resto de su vida natural, raparse el pelo, vestir siempre con saris blancos, no comer comida frita ni dulces, no reír, no jugar, no cantar y por supuesto, no volver a amar a ningún hombre y mucho menos pensar en casarse. Su contacto social es restringido y el simple hecho de tropezarse con alguien “ensucia” a la otra persona. Para su manutención (y la de la casa) deberán pedir limosna en las afueras de los templos. Parte de ese dinero deberán ahorrarlo para ser incineradas cuando les llegue la muerte.
Pero la estricta observación de la reglas no impide que haya un espacio para la doble moral y de ciertas prácticas que, seguramente, no son bien vistas por las mismas leyes que dictan tan estricta observancia para las viudas...
En la película Water de la directora india Deepa Mehta, se examina esta forma de vida a través de la historia de Chuyia, una niña de 9 años cuyo esposo, considerablemente mayor que ella, muere. Para la niña la separación de su familia, la imposición de severas prohibiciones que chocan totalmente con su condición infantil, la amargura y el desaliento que reina entre las viudas de la casa a donde es llevada y la perspectiva de tener que pasar el resto de su vida en aquel encierro, despiertan en ella una natural rebeldía.
Ambientada en 1938 en Varanasi, la ciudad sagrada a la orilla del río Ganges, Water cuenta con muchos detalles que hacen de ésta una película digna de verse. La fotografía es exquisita, llena de colorido y detalles. La música fabulosa. Hay ciertos diálogos, preguntas sin respuesta, que lo dejan a uno pensando mucho.
Me gustó en particular la presencia de Gandhi a través de las expectativas de los personajes. Es decir, la discusión y referencias a Gandhi y su lucha vista desde las diferentes clases sociales y formas de pensamiento de la época, crean una comprensión más directa de lo que llegó a significar para los indios su movimiento de resistencia pasiva. Para las viudas, la lucha de Gandhi representaba la posibilidad de romper con tradiciones que, luego de dos mil años, se han convertido en letra muerta.
Narayan, uno de los personajes de la historia y perteneciente a la casta de los brahmanes, habla con crudeza en algún momento sobre las miserables conveniencias económicas que significa para las familias de las castas más bajas depositar a sus viudas en una casa, desentendiéndose de ella por el resto de su vida: significa el ahorro de una cama, de cuatro saris y algunas monedas para su alimentación.
La presencia del agua y la motivación para su título son más que evidentes. El agua sagrada del Ganges donde las viudas se bañan, lavan su ropa y donde sus cenizas son depositadas al morir, sus aguas que son llevada para bendecir a las viudas agonizantes, las lluvias monzónicas y, por qué no, el agua del llanto de una tradición por demás injusta. Irónicamente, mientras observaba esta película, caía una lluvia con ímpetus monzónicos en San Salvador.
Water es sin duda una fuertísima crítica a un estado de cosas que continúa hasta el presente: según el censo del 2001, en la India existían 34 millones de viudas, muchas de las cuales continuaban (y seguramente continúan) viviendo en las condiciones descritas por la película.
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