martes, septiembre 23, 2008

Inventario de viaje

El taxi pedido por teléfono que nunca llega.

Caminar incrédula por el aeropuerto. Ganas, inconmensurables ganas de ir.

Escucho claramente maullar a la Loli, tanto así que en automático, me agacho para acariciarla. Pero ella no está allí.

Requesón, empanadas de frijoles, chilate con nuégados, sopa de chipilín, pupusas de queso con loroco.

Refresco de ensalada en El café de Don Pedro.

El mar. Las olas como un mantra en movimiento, cuya constancia te hace entrar en trance.


Cangrejos ermitaños cargando sus casas en la noche.

Luna llena en el mar. Hace frío.

Desconexión. Todo está lejos. Nada está aquí, está “allá”; no ocurre aquí, ocurre “allá”, tan lejos que no me toca.

Estar ante un librero y que te digan “agarrá los libros que querrás”. Y sentirme como niña en dulcería, y por supuesto, tomar libros.

Dormir la siesta rodeada de los libros recibidos, como un niño cuando duerme con los juguetes recién recibidos en Navidad.

Leer El pozo de Juan Carlos Onetti.

Historias tristes de suicidios.


Historias tristes de desamores.

Terracita con bolas de alcanfor para espantar murciélagos.

Reencuentros. Personas, lugares, palabras, acentos, fisonomías, olores, formas, colores.




El bálsamo de los amigos, en particular, de aquellos que no te juzgan ni te critican y que nada más te quieren. Nada más te quieren.

La esperanza que nunca perece.

El estridente eco de mi risa.

Ideas que pugnan por ser escritas. Semillas. Reconocimiento de un ambiente estéril. Reconocimiento de rincones oscuros a los cuales preferiría no regresar.

Noticias de gente que no está.


Preguntas y conceptos formulados por otros y que me hacen pensar en cosas. En muchas cosas, no siempre agradables.

La ilusión de un espacio. No un espacio. Una casa. No una casa, un hogar. Imaginar a la Loli y a mí en ese hogar.

Reconocer los síntomas del ciclo que termina.

El deseo, el ferviente deseo de llegar. De ya no moverme.

Cansancio. Euforia. Tranquilidad. Optimismo. Serenidad. Envidia. Dudas.

Frustración. Mucha. Profunda, rotunda, desanimante frustración.

Llanto hasta las 3 de la madrugada.

Pantagruélica cena en Mandarin Garden con Salvador y Jorge.

Cafés en horas impropias. Es decir, casi a medianoche. Y sin embargo poder dormir.


Comer de todo, como si fuéramos inmortales.

El mercado como un museo. Como un recordatorio de lo que soy.

San Simón. Oraciones. La iglesia del Calvario.

Copal de las Guatemalas.

La iglesia de la Candelaria, rodeada de huelepegas.

El recuerdo de mi padre.

Mi biblioteca esperándome. Yo extrañando mi biblioteca.

En busca de una botella de Tanqueray. El vodka, no el gin.

Fotos. Odio que me tomen fotos.


No hay ostras en El Palmarcito.

Escenas imaginarias en El Sunzal.

Superlativa sorpresa al encontrar La niña del pelo raro de David Foster Wallace.

Un gran ausente.

Las tentaciones vienen en forma de libro: Lobo Antunes. Bulgakov. Si cuando vuelva en un par de meses los encuentro son míos, me digo.

La serenidad y la sabiduría de Mauricio.

Los rizos de María. Su cariño que desarma.


La infinita paciencia de Mildred. Y de Pedro.

Los ex compañeros de armas.

Intercambio de confidencias con Beatriz.

Una foto de hace tanto tiempo atrás. Cuando era joven, infeliz e indocumentada. Sobre todo infeliz.

Nostalgias.

Una novela imaginaria que se va armando sola. Ahora sólo falta escribirla en esta dimensión.

Espinas, dardos, palabras que hieren.

La lluvia de madrugada.

Los grillos en la noche.


Canarios cantando sobre el alambre de navajas.

Caminar bajo la lluvia y recordar otra caminata bajo la lluvia en otra ciudad cuyo nombre es mejor no mencionar.

Algo de ansiedad. Y el silencio ajeno.

Dar un voto de confianza. El receptor del voto de confianza no lo sabe.

Si el miedo no existiera.

Si el orgullo no existiera.

Repito: la esperanza nunca perece.

Ganas, muchas ganas de escribir.

Ganas, muchas ganas de leer. Literatura, claro.


Alguien junto a mí en el avión que me reconoce por la foto de la columna.

Dolores Escudos que corre maullando, entre jubilosa y quejumbrosa, a recibirme. Sus grandes ojos amarillos que me miran una y otra vez, incrédula, como diciendo “volviste, volviste”. Su sentarse encima de mí. Su felpudo cuerpo incapaz de contener tanta alegría. El ronroneo. La caricia.

En menos de un mes, nuevo viaje.

Soñar otros viajes. Más viajes. Nuevos viajes.

Soñar llegar.

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