Es de noche y se anuncia tormenta. Una mujer de 46 años que está hospedada en una pensión de Mar de Plata sufre de dolores terribles. La morfina ya no ayuda más. Debilitada por el dolor, llama a la asistenta del lugar y dicta una carta para su hijo Alejandro, de 26 años: “... Suéñame, que me hace falta. Te escribo tan sólo para que veas que te quiero”.
Ya en la madrugada del 25 de octubre de 1938, la mujer sale de su habitación. La tormenta ha comenzado. Quizás ya había escogido el lugar en días anteriores. Quizás nada más caminó y lo encontró. Los suicidas siempre tienen secretos que se llevan consigo. Lo cierto es que llegó hasta un espigón y desde allí se arrojó al mar.
En las primeras horas de la mañana, unos trabajadores ven flotar un cuerpo en la playa. Lo sacan del agua, lo llevan al hospital y reconocen a la muerta como la poeta Alfonsina Storni.
Tres años antes, en 1935, a Storni le fue detectado un cáncer mamario. Los doctores la operan y pierde el seno derecho. La amputación provoca un profundo trauma en Alfonsina. Se suma en una serie de depresiones y se aísla de sus amistades. Comienza una vida en solitario y su estado de ánimo empeora cuando al cabo de poco tiempo, se da cuenta que el mal se ha extendido y que no hay cura posible. La morfina alivia sus dolores físicos momentáneamente, pero no los del espíritu.
La vida de Alfonsina Storni nunca fue fácil. Los negocios de su padre Alfonso, alguna vez prósperos, se vienen abajo cuando ella es apenas una niña. Ella se ve obligada a trabajar desde los 11 años para ayudar en la economía de la familia. Él sufre fuertes depresiones y muere cuando Alfonsina tiene 14 años.
Alfonsina tuvo que dejar la escuela pero en cuanto puede ingresa a la Escuela Normal para sacar un título de maestra. Debido a la pobreza, trabaja como celadora de la Escuela, pero también se dedica a otros oficios. Los fines de semana viaja a Rosario a cantar en un tabladillo, un género cercano al cabaret. Cuando se enteran en Coronda, el lugar donde estudia, sufre una humillación pública, la primera que habría de sufrir a lo largo de su vida por su forma de vida y por sus ideas.
Pero esa humillación le pesó demasiado. Se encerró en su cuarto durante varias horas y al no responder para ir a comer, entraron en la habitación. Ella no estaba, pero sí una nota que decía: “Después de lo ocurrido, no tengo ánimo para seguir viviendo. Alfonsina”. Los compañeros se asustan y salen a buscarla al Río Paraná, cercano a la Escuela. La encuentran y todo no pasa de un susto, pero seguramente la semilla del suicidio quedó metida en su cabeza desde entonces.
Ya graduada se trasladará a Rosario donde conocerá a Carlos Arguimbau, un hombre casado, 24 años mayor que ella, figura prominente de la ciudad y muy culto, que cautivaría a Alfonsina. Al saberse embarazada de él, ella decide viajar a Buenos Aires y asumir su condición de madre soltera.
Es 1912. Tiene poco dinero, está sola, y carga una maleta que más que ropa, está llena de sus versos y de libros de Rubén Darío. Se hospeda en una humilde pensión y ejecuta diversos trabajos para subsistir y mantener a su hijo que nace en abril. Trabaja como cajera en una farmacia y luego en un almacén. También hace labores de modista. Más adelante trabaja en una empresa importadora de aceite de oliva, en un cargo llamado “corresponsal psicológico” y que equivaldría a lo que hoy conocemos como marketing y publicidad. Aborrece su trabajo, pero lo necesita para sobrevivir. En los momentos en que puede, en esa misma oficina escribe un libro de versos llamado La inquietud del rosal, un libro que ella considera pésimo, pero que “escribí para no morir”.
El mencionado poemario es publicado y recibe críticas tibias, pero también causa alboroto. No era común para la época que una mujer hablara abiertamente de sus deseos amorosos, y por otra parte, Storni no ocultaba su condición de madre soltera, de lo cual habla con mucha fuerza en su poema “La Loba”.
A pesar de las polémicas en torno a sus escritos, logra entrar de a poco en el mundo de los escritores de Buenos Aires, hace amistades con varios autores, publica en diferentes revistas. Gana el respeto de algunos y la indiferencia o el recelo de otros, como fue el caso de Leopoldo Lugones. Storni le escribió varias veces a Lugones solicitándole un comentario sobre sus versos. Éste jamás contestó a ninguna de sus cartas. Ambos tendrían siempre una relación calificada de complicada y varios allegados aseguraron que dichas complicaciones se debieron al recelo y al temor de Lugones de tener en Storni a una rival literaria.
Jorge Luis Borges tampoco opinaría bien de Storni. En un artículo titulado “La lírica argentina contemporánea”, publicado en 1921, un jovencísimo y ya talentoso Borges habla con bastante desprecio de la poesía de Alfonsina.
No reaccionaría así el cuentista Horacio Quiroga. Todo lo contrario, Quiroga y Storni tendrían una amistad muy intensa, tanto que se rumoró que hubo una relación sentimental entre ambos. Pero cuando él se marchó a Misiones, en 1925, y le pidió irse con él, ella no accedió.
Ya para entonces, el público que lee los poemas de Storni crece. Se convierte en una poeta reconocida. La gente la detiene en la calle, gustan de sus versos. Trabaja mucho, no solamente en sus diversos libros, artículos y presentaciones, sino también como profesora en diversas escuelas públicas dando clases de artes escénicas, castellano y matemática. Sufre un agotamiento físico y emocional para cuyo restablecimiento le son recomendados reposos anuales, con los que comienza sus visitas a Mar de Plata y Córdoba. Son reposos que duran menos de lo debido, puesto que no puede darse el lujo de descansar un solo día: debe trabajar para mantener a su hijo.
Su poesía evoluciona: desde la obligatoria poesía amorosa que escribían las mujeres de la época y que eran llamadas “poetisas”, para calificarlas como escritoras de rango menor, Storni rompe el molde y se adentra a un estilo más vanguardista y experimental, que trasciende la anécdota personal y trabaja más con las evocaciones sensoriales; así mismo, abandona la rima para cultivar un verso de ritmo personal, más suelto.
El 19 de febrero de 1937, el suicidio de Horacio Quiroga la sacude profundamente. Quiroga había sido diagnosticado con cáncer y se bebió un vaso de cianuro. Casi un año exacto después, el 18 de febrero, se suicida Leopoldo Lugones, también amigo de Quiroga, utilizando un método similar: bebe un vaso de whisky con cianuro. Aunque durante años se rumoró que Lugones se había suicidado por frustraciones políticas, la verdad fue que se había enamorado de una muchacha varios años menor a la que tuvo que abandonar por presiones de su único hijo, Polo Lugones. Pocos meses antes del suicidio de Storni, la hija de Quiroga, Eglé, y por quien Alfonsina sentía un especial cariño, también se suicida.
Cinco días antes de su muerte, Storni había enviado un último poema “Voy a dormir”, escrito en aquel hospedaje de Mar de Plata, al periódico La Nación, un poema a forma de nota de suicidio:
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos encardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera,
una constelación, la que te guste:
todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
Archivos Storni:
-Dossier homenaje a Alfonsina Storni en el Centro Virtual Cervantes.
-Entrevista al hijo de Alfonsina Storni.
(Publicado hoy en C.A. 21, parte 8 y final de la serie El Club de los Escritores Suicidas).