Hay libros que lo persiguen a uno. "Books that haunt you" me parece mejor expresión. Libros que se le aparecen a uno en todas partes y que uno se queda pensando en ellos y entonces surge la imperiosa necesidad de comprarlos, tenerlos, leerlos.
Me ha pasado varias veces, por ejemplo, que he visto un libro que me gusta, pero que no lo compro porque lo siento muy caro o porque no ando el dinero o, lo peor, me entra el moralismo de “¿y para qué quiero otro libro si ya tengo un montón sin leer?” (I need another book like I need a hole in my head!). Pero uno se queda pensando en ese libro días y días y se decide por fin a comprarlo, vuelve al lugar y puf, el libro ya no está. Y después uno se pasa reclamando a sí mismo “lo hubiera comprado...”.
En el transcurso de un año se me ha plantado enfrente los Diarios de John Cheever ya 3 veces. La primera vez no lo compré porque me pareció caro, pese a que estaba en la mesa de rebajas en Sanborn’s. Pero me quedé piense y piense en el libro. Volví una segunda vez a buscarlo, pero resistí a la tentación de comprarlo. Sin embargo, seguí piense y piense en el mismo y cuando ya fui por él, decidida a comprarlo, no estaba.
La segunda vez se me apareció en Sophos de Guatemala. También caro. Y uff, yo rondándolo y rondándolo y recordando lo que me pasó la vez anterior. Pero como supuestamente iba a volver pronto a Guate ya no lo compré. Después resultó que no volví a Guate y me quedé antojada de ése y varios libros más que no compré.
La mañana del 24 tuve que ir a primera hora al banco a hacer varias gestiones. Como “premio” por la mañaneada, decidí invitarme a desayunar a la panadería San Martín. Pero estaba llena hasta el tope. Así es que pensé que quizás en Sanborn’s podría desayunar. Se podía y además había un muy buen buffet. Y ya que estaba, pues... nada me costaba ver libros.
¿Y a quién creen que me encontré? El mismo libro de John Cheever. El precio lo habían rebajado, pero seguía siendo “cariñosón”. Pero recordando las experiencias anteriores, con un cheque recién depositado, con la auto-complacencia que nos da para las navidades y pensando sobre todo que si no me lo regalaba yo, no me lo iba a regalar nadie, lo compré por fin.
Y eso fue lo que me pasé haciendo la Nochebuena y el día de Navidad (y sigo en eso), leyendo los diarios de Cheever. Con una copa de vino tinto, unos cuadritos de chocolate amargo y mi mano acariciando los suaves lomos de la linda Loli que roncaba cerca.
Leyéndolo, por supuesto, me sentí además complacida de la compra. Los géneros personales como diarios y correspondencias me gustan mucho. Me encantó la introducción hecha por Benjamin Cheever, uno de sus hijos, en los que explica que su padre tenía un profundo interés en publicar los diarios, que en realidad, no son propiamente tales. Hay bosquejos para cuentos, ideas para otros textos, pero también algunas notas sobre su vida personal, sus hijos, su esposa, su bisexualidad, su alcoholismo pero, sobre todo, su profunda sensación de soledad.
Lo que me impresionó (y gustó) de esta introducción, fue que Benjamin confiesa lo duro que fue para él y el resto de su familia, leer algunas partes de estos diarios. Pero que a pesar de ello, no quisieron manipular el material ni editarlo como para dejar bien parado a nadie. El texto escrito por Cheever es lo que es y su familia lo respetó tal cual. Suerte de él de contar con una familia tan tolerante y comprensiva con lo que es el escribir.
Porque escribir, me parece, tiene que ser con toda autenticidad, con toda franqueza, sinceridad y lealtad hacia lo que uno cree. Pese a que el oficio literario es, en gran medida, saber contar una historia inventada, saber mentir, hacerle creer al lector o por lo menos, hacerle tener la sensación, de que lo que lee es cierto o probable o verídico, el escritor tiene que ser fiel a su visión de mundo y sobre todo a lo que desea decir y transmitir, sea en la ficción o la no ficción.
En este caso, los lectores nos hemos visto favorecidos por el respeto de la familia Cheever de dejar los textos tal cual. Que en otros casos, como el de Alejandra Pizarnik por ejemplo, nos han obligado a los lectores a leer textos mutilados y manipulados en favor de no revelar “los sucios secretos” familiares o personales del autor en cuestión.
Seguiré reportando luego sobre la lectura de estos diarios.
martes, diciembre 29, 2009
Libros que nos persiguen: Diarios de John Cheever
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