La hipocresía de ciertas instituciones y gobiernos en cuanto a su manera de reaccionar ante ciertos acontecimientos queda al descubierto una vez más en la película Shooting Dogs.
La película se enfoca en los sucesos de 1994 en Ruanda y en el genocidio contra los tutsis ejecutada por los hutus. En poco más de 100 días fueron masacrados casi un millón de tutsis, la mayoría a machetazos. Todo esto ante la indiferencia mundial y ante la inútil presencia de los Cascos Azules de las Naciones Unidas. Y digo “inútil” porque bien conocida fue la actitud del organismo al establecer el mandato de no disparar a menos que fueran agredidos directamente y que se limitaran a mantener “la paz”, una paz que no existía por ninguna parte.
Ya existen otras películas y documentales que hablan sobre esta tragedia y que ya he comentado aquí.
Sin embargo, me parece que Shooting Dogs plantea el conflicto con elementos nuevos y más brutales que los que habíamos visto. La película se centra en lo ocurrido en la Escuela Técnica Oficial, donde en su momento tomaron refugio miles de tutsis debido a que allí se encontraba un contingente de Cascos Azules. Allí, pensaban, estarían seguros. La Escuela, manejada por un padre católico, se convierte en un enorme campamento de refugiados y afuera de sus verjas, los hutus permanecen amenazantes, esperando la menor circunstancia para eliminar a los “cucarachas”, como dieron en llamar a los tutsis.
(Atencion, "spoilers").
La historia plantea un constante debate de términos éticos, morales y espirituales, no planteados en otras películas que he visto sobre esta tragedia. Y aunque filmes como Hotel Rwanda o Sometimes in April utilizan los elementos narrativos para que el espectador se involucre con la historia, Shooting Dogs me parece que lo utiliza de la mejor manera y devela uno de los ángulos más trágicos de la matanza.
Por un lado, está el absurdo mandato de las Naciones Unidas y la vana esperanza de los tutsis de sentirse a salvo bajo el amparo de los Cascos Azules y de algunos “hombres blancos” de la Escuela (representados por el Padre Christopher, el maestro John y un par de endurecidos periodistas de la BBC, además de un grupo de europeos que toman refugio también en la escuela).
Intensas e interesantes son también las discusiones espirituales. La población tutsi, en su mayoría católica, hace frecuentes preguntas al padre sobre Dios: ¿Dios ama a todos sus hijos, incluidos a los hutus? ¿Dios está aquí, con nosotros, los tutsis a punto de ser masacrados? ¿Estará usted, padre, siempre con nosotros?
La frustración del padre de poder ayudar a los tutsis y de continuar siendo leal a sus creencias se va haciendo cada vez más evidente, sobre todo cuando reencuentra a los antiguos amigos hutus y éstos se han tornado en asesinos irreconocibles, en ebrios de sangre y de la enajenación colectiva. Ya no hay amigos, sólo enemigos y sospechas en todas partes.
Hay una escena (y que es la que da título a la película), en que el capitán de los Cascos Azules advierte al padre que saldrán a dispararle a los perros, pues éstos se están comiendo los cadáveres y puede crear un problema de salud pública. El padre, indignado, le pregunta si los perros le han disparado. No, responde desconcertado el capitán. Entonces no debe dispararle a los perros, recuerde su “fucking” mandato, cúmplalo o mándelo a la mierda (dice literalmente el padre, luego de retornar de una incursión a la ciudad, donde descubre que unas monjas tutsis han sido violadas y asesinadas).
Las escenas contienen cierta violencia gráfica, pero creo que la violencia es más bien de carácter emocional. La angustia que se siente cuando los franceses llegan a evacuar solamente a los 40 europeos refugiados en la Escuela y cuando los Cascos Azules son finalmente ordenados de salir de allí (sabiendo que eso implica la inmediata matanza de los tutsis refugiados), es tremenda.
El padre el único que tiene los cojones como para permanecer en su lugar, dignamente, al lado de los tutsis y de intentar, todavía en el último minuto, de salvar a unos pocos. Finalmente, en esa Escuela, fueron masacrados 2,500 tutsis.
Me pasé llore y llore la última media hora. Llanto de indignación y de rabia, porque me pregunto, para qué carajos sirve algo como las Naciones Unidas, si no son capaces de cuidar la vida ajena en ninguna parte. Y llanto también por el abominable nivel de crueldad al que puede llegar el ser humano. Somos realmente seres despreciables.
Excelente película que le revolverá muchas reflexiones. Consultar futuras transmisiones en Cinemax aquí.
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