Hace muchos años dejé de hacer propósitos de año nuevo. Hace muchos años, de hecho, dejé de hacer muchas cosas que se presumen como “obligatorias” para estas fechas. Lo celebro muy a mi modo, que es por lo general, quedándome en casa leyendo o viendo alguna película. Con eso es con lo que me siento bien.
Pero el año pasado anoté algunas cosas que eran una mezcla de propósitos y deseos. Revisándolos la última noche del año viejo, bueno, solamente una se realizó y no precisamente de la mejor manera, porque su realización implicaba otros factores fuera de mi decisión.
Los que no se cumplieron, aunque parecían “fáciles”, no lo eran en el sentido de que también incluían factores externos que limitaban su realización. Y en ese sentido uno aprende que no tiene el control sobre muchas cosas ni en su propia vida. Como “levantarme más temprano”. En un vecindario donde estoy bombardeada desde las 4 o 5 de la tarde con música estridente y de remate, ahora, con un parqueo a la par que cierra hasta las 3 de la mañana (y donde tengo que escuchar portazos, motos, chirridos de llantas, hombres y mujeres bien borrachos hablando a gritos y lo peor de lo peor, ESAS MALDITAS ALARMAS DE LOS CARROS), dormir es algo así como una quimera. Y luego me sorprende pasar meses con insomnio...
Las alarmas de los carros: cada vez que escucho una, lo único que me imagino es que tengo un fusil y que salgo a reventar todos esos carros a balazos. Ajá, debería darme “vergüenza” el pensamiento. ¿Pero qué esperan? Acciones violentas provocan reacciones violentas. ¿Para qué sirven las tales alarmas más que para causar contaminación sónica y perturbar a los vecinos que queremos dormir? Para mí su sonido es de lo más hiriente y molesto que puede haber y, desde el fondo de la tripa, sí, lo único que me provoca es destrucción y rabia, grrrrr.
(Bueno, cerremos los ojos, respiremos profundamente y hagamos “Om”...).
También me propuse leer más, pero apenas leí 12 libros en todo el año, lo cual me parece poco. Cuando digo “leer” me refiero a leer literatura, porque la verdad es que me la paso leyendo todo el año, por la naturaleza de mi trabajo. Y luego recordé los 29 manuscritos del concurso de novela... no precisamente las lecturas que yo hubiera seleccionado voluntariamente pero en fin, leí bastante. Ahora leo un libraco de casi mil páginas desde hace un par de meses y no voy ni por la mitad (Las benévolas de Jonathan Littell).
Quizás haga una lista de “propósitos, planes y deseos” otra vez este año (así la llamé el año pasado). Pero más bien debería, quizás, llamarse “lista de despropósitos”. Y debería hacerse al revés: en vez de uno plantearse cosas a hacer durante el año, ir anotando cada fin de mes (por ponerle una temporalidad), las cosas positivas que sentimos se lograron o hicimos. Así al final del año tendremos una lista de doce (o más) cosas buenas. Nos ahorramos el sentimiento de culpa de “no haber logrado los propósitos” planteados (¿porque quién realmente cumple con la totalidad de esa lista?), y aprendemos a apreciar lo bueno que la vida nos trae día a día, incluso en las cosas o circunstancias que damos por sentadas, como la salud, tener un plato de comida o un techo que nos cobije o despertar cada día. Además aprendemos, como dije arriba, que uno realmente no tiene el control sobre todo en su vida y que ésta nos trae cada año imprevistos, grandes y pequeños, que nos sorprenden y desvían de lo planificado.
De esa manera, todo lo bueno será estricta ganancia, aprenderemos a ser flexibles y nos mantendríamos más atentos y receptivos a lo positivo, agradeciendo la oportunidad para lo bueno y estar menos dados a la queja, a las excusas y a la victimización. Más importante me parece el ejercicio siendo que por todos lados nos están programando con que el año "será malo" gracias a la famosa crisis...
¿Qué dicen? ¿Hacemos la lista de despropósitos?
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