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miércoles, enero 12, 2011
Jacintario, nueva temporada
martes, diciembre 21, 2010
lunes, noviembre 15, 2010
La novela y su material humano
Me llama la atención la concepción que tiene el común de la gente sobre el oficio del escritor. Parece que se piensa que escribir es “soplar y hacer botellas”, algo que se hace sin esfuerzo, de manera espontánea o de forma automática.
Es frecuente que alguien me pida poemas, cuentos, conferencias o artículos sobre un tema equis y por lo general, dan como plazo un tiempo muy corto, irreal para la dimensión de lo que solicitan.
Mucha gente supone que uno debe escribir algo, en plazos que tienen la premura del periodismo pero no el reposo que necesita la literatura. Y la mayoría de las veces quieren que se haga gratis, porque el trabajo intelectual y sobre todo, el literario, sigue sin ser reconocido como eso, como un trabajo.
También resulta cada vez más frecuente que alguien me diga: “¿Y por qué no escribís un best-seller? Así salís de pobre y te podés dedicar a escribir tu obra seria”. Lo malo es que no me dicen cuál es la bendita receta para escribir el best-seller, algo que la mayoría también piensa que es facilísimo de hacer pero que, en el mundo editorial contemporáneo, es impredecible. Baste recordar el famoso caso de J. K. Rowling con su serie de Harry Potter, que había sido rechazada por doce editoriales hasta dar con Bloomsbury, una pequeña editorial de Londres, que apostó por ella. Lo demás es historia y ahora Rowling es más rica que la Reina de Inglaterra.
No es tan sencillo eso de sacarse un poema, un cuento o un best-seller de la manga. Escribir tiene diferentes velocidades y procesos, que además, estoy segura, varían de persona en persona. Cada género tiene su dinámica particular y cada nuevo texto impone su ritmo de trabajo. Tomemos la novela, por ejemplo.
La novela supone una escritura de largo aliento, una construcción cotidiana de un mundo alterno donde se mueven personajes, circunstancias, ambientes y detalles que el escritor debe conocer al dedillo si quiere lograr que su historia tenga coherencia y veracidad. Incluso si se trata de géneros como lo fantástico, el terror o la ciencia ficción, la historia debe ser contada con la lógica de su propio mundo y no como una serie de fantasías sin sentido. La ciencia ficción incluso supone un proceso de investigación para lograr que los planteamientos sean creíbles, por muy descabellados que suenen, y que estén sustentados en principios científicos reales.
Escribir no es tan sencillo como inventar una historia y ponerla en palabras. Porque ¿cómo se traduce en lenguaje escrito la película que uno imagina en su cabeza? ¿Cómo define uno sentimientos y sensaciones físicas y emocionales? ¿Cómo se describe un paisaje o una persona sin aburrir al lector y logrando que visualice lo más aproximadamente posible lo mismo que uno está imaginando? ¿Cómo se le hace sentir eso mismo que uno siente con la historia que hemos inventado?
Escribir novela no es nada más acudir ante una hoja en blanco y llenarla de letras. Y es algo que no puede hacerse con horarios interrumpidos. Escribir es un asunto de 24 horas, sobre todo con la novela, que supone la construcción máxima de una historia, tanto en longitud como en complejidad. Como me dijo alguien hace poco, uno en realidad está escribiendo todo el día y cuando se sienta ante el papel pasa en limpio esa “escritura” que ha ocurrido en la mente.
He estado rumiando estos pensamientos durante la semana, al volver a escuchar la pregunta del por qué no se ha escrito “la novela de la guerra” en El Salvador. Y también porque en esa misma plática caí en la cuenta de lo poco que se escribe novela histórica en nuestro país.
Desafortunadamente El Salvador no cuenta con los alicientes ni los espacios para estimular la escritura creativa y en particular, la de novelas. Si partimos de que al ya descrito proceso de creación hay que sumar un componente de investigación, el trabajo de composición de una novela se duplica y complejiza, eso sin tomar en cuenta los obstáculos que hay en nuestras bibliotecas y archivos para acceder precisamente a la información que uno busca.
No existen becas ni subsidios para la creación literaria en organismos estatales ni privados. No existen editoriales que brinden adelantos económicos para permitir que un escritor se dedique a escribir su novela. Así de sencillo. El escritor tiene que hacer malabares con oficios remunerados (muchas veces no literarios y mal pagados), para poder subsistir económicamente, oficios que desgastan, interrumpen el ritmo interior del proceso creativo, comen el tiempo y donde la creatividad personal está empeñada en buscar trabajo, cumplir bien con tus funciones, pagar las deudas a tiempo, llevar la domesticidad en orden y todo lo demás. Al final del día termina uno tan agotado que lo que se necesita y quiere hacer es dormir y no escribir.
¿Por qué no se ha escrito la novela de la guerra en El Salvador? Porque las guerras son traumas sociales intensos que tardan años en sanar medianamente. Nadie que haya vivido una guerra sale impune de ella. Los que participaron en un bando u otro e incluso los que no se involucraron y vieron pasar las balas encima de sus cabezas: la guerra la vive todo un conglomerado de gente. Todos necesitamos un tiempo para digerir lo ocurrido. Lo que se vivió, lo que pasó, lo que se hizo o se dejó de hacer, lo visto, lo pensado, lo sentido, lo experimentado, lo temido. No es un proceso fácil reconstruirse a sí mismo después de una guerra.
Para el escritor que desee tocar ese tema en su narrativa y que además la haya vivido, no cabe duda que tendrá que pasar por ese acto de digestión emocional sincera antes de poder sentarse a escribir un texto que abarque la complejidad del tema en toda su extensión. Porque además, en las guerras, aflora lo mejor y lo peor del ser humano. El odio, lo irracional, la obnubilación de la razón, el miedo al dolor y a la muerte, la soledad, el terror, la crueldad, pero también la solidaridad, la compasión, la valoración de los pequeños detalles (como un vaso de agua, una buena cama o una comida caliente y nutritiva), el heroísmo, la tenacidad, la valentía, el amor y la amistad. ¿Cómo resumir todo eso en un libro?
Extraordinarias novelas se han escrito sobre el tema: Guerra y paz de Leon Tolstoi, Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque, Vida y destino de Vasili Grossman, Las benévolas de Jonathan Litell, por mencionar apenas un puñado.
Ninguna se escribió aprisa, durante fines de semana, cuando sobrara tiempo y energías. Todos sus autores dedicaron años de investigación, reflexión y escritura, a garrapatear manuscritos, tacharlos y volverlos a escribir, días y noches de dedicación absoluta, casi obsesiva, a la terminación de sus ambiciosos proyectos.
Siento que en El Salvador es imperativo que los escritores que vivimos la guerra dejemos testimonio de la misma, aunque ese testimonio ocurra desde la ficción. Y es necesario debido a que hay mucha distorsión de la realidad histórica. No hay rescate de la memoria. Y en muchos casos hay ocultación, manipulación y polarización política que distorsionan el conocimiento real y balanceado de lo que aconteció.
En ese sentido, el escritor puede contribuir desde su particular óptica, a reconstruir detalles que por lo general los libros de historia no retoman. Y por lo demás, ¿cuántos historiadores tenemos en el país? ¿Quiénes están documentando y sistematizando nuestro pasado inmediato? ¿Quiénes lo están escribiendo y registrando?
El novelista puede jugar un papel importante en el testimonio que, desde la sociedad civil, reconstruye el espacio privado de los eventos históricos. Pensemos por ejemplo, en las numerosas novelas que en la actualidad se están escribiendo, por fin, sobre la Guerra Civil española y en cómo muchas de ellas toman parten cde un suceso real acontecido durante aquel tiempo.
Para un novelista el bien más precioso e importante es el tiempo. Tiempo para sumergirse a fondo en ese mundo alterno que es el escenario de su historia. Tiempo para conocer pasado, presente y hasta futuro de sus personajes y para cavilar cómo va a traducir todo eso en palabras. Tiempo para investigar. Tiempo para escribir, romper páginas, volver a escribir, revisar, dejar reposar y volver a revisar una vez más, en busca de la calidad literaria. No hay conciliación entre ese esfuerzo y los sobresaltos de la cotidianidad.
Y para una sociedad, sus escritores son una voz importante que no debe ser callada ni subvalorada. Porque si no ¿quién va a contarnos la historia de nosotros mismos, las historias íntimas, personales y cotidianas, aquel material humano del que no se ocupan los historiadores, los analistas ni los políticos?
(Publicada en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 14 de noviembre 2010).
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lunes, noviembre 01, 2010
Felicidad Nacional Bruta
El discurso que más me llamó la atención de los pronunciados en la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado mes de septiembre, fue el de Jigme Thinley, Primer Ministro de Bután.
Mientras todos los demás líderes analizaban los obstáculos para alcanzar las Objetivos de Desarrollo del Milenio, que deben lograrse para el 2015, el Primer Ministro Thinley proponía que se agregara un noveno objetivo: la felicidad. Cuando propuso esto, en el plenario se escucharon algunas risas. Pero el Primer Ministro, quien sonrió ante la reacción de los presentes, estaba hablando muy en serio.
“A medida que las personas superan las amenazas de la supervivencia básica, ¿cuál será nuestro esfuerzo colectivo como sociedad progresiva? ¿Debemos seguir creyendo que la vida humana debe gastarse trabajando para lograr un mayor ingreso económico para poder consumir más a costa de las relaciones, la paz y la estabilidad ecológica? ¿Vamos a aceptar como inevitables las causas de depresión, suicidio, desintegración de la comunidad y la creciente criminalidad? (...) ¿No podemos encontrar una manera de salirnos del fuego de la codicia que nos consume y que está siendo alimentado por los medios y pagado por la industria y el comercio que crecen con fuerza en un imprudente consumismo? ¿Y no deberíamos esperar que la búsqueda de tal estado de bienestar afine la mente, discipline el cuerpo y conserve el ambiente dador de vida?”, preguntó en su discurso.
La felicidad, explicó Thinley, aunque represente una meta aislada es una que contiene a todos los otros ocho Objetivos del Milenio. “La inclusión de la felicidad (...) confirmaría que estamos preocupados por la calidad de vida, por añadir significado y valor a la vida. Su inclusión destacaría la viabilidad de avanzar hacia un esfuerzo humano más responsable que incluya la promesa de una búsqueda significativa de realización y de felicidad”.
Los ocho Objetivos del Milenio (erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr la educación primaria universal, promover la igualdad de géneros y la autonomía de la mujer, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una alianza mundial para el desarrollo), no estarían para nada reñidos con la propuesta de Bután. “Ya que el deseo supremo de todo ser humano es la felicidad, debe ser un propósito de desarrollo crear todas las condiciones que la posibiliten”, recalcó en su discurso.
La propuesta no es descabellada ni un mero discurso protocolario o simbólico. En 1972, el entonces Rey de Bután Jigme Singye Wangchuck planteó el concepto de Felicidad Nacional Bruta (FNB) como un término complementario al Producto Interno Bruto. Lo que comenzó como un concepto basado en la práctica del budismo, vino poco a poco a convertirse en una tesis sustentada por diversos estudios científicos y económicos, que ha trascendido fronteras y que gana adeptos día a día.
La FNB sirve para medir la calidad de vida de los seres humanos desde un concepto holístico que ampara no solamente elementos de bienestar material, sino también de bienestar personal. Lo que promueve es que el verdadero desarrollo humano reside en el desarrollo material y espiritual, y que ambos son complementarios y mutuos. Sus cuatro pilares son la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de los valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.
La salud física, mental y espiritual, el balance del tiempo entre trabajo y esparcimiento, las condiciones de vida, la buena gobernabilidad, la educación, la vitalidad social y comunitaria, la vitalidad cultural y la vitalidad ecológica son los pilares específicos en que descansa este índice. Sin embargo, debido a que la FNB lidia con aspectos subjetivos y variables, su medición no puede realizarse de manera cuantitativa, aunque sí pueden medirse los factores que la alteran.
La propuesta del Primer Ministro Thinley me llamó la atención por su audacia. En estos tiempos en que nos abruman los conflictos sociales y en que el concepto de desarrollo está meramente enfocado en la consecución de bienes materiales a través del aumento de las ganancias económicas, y a medida que el entorno nos impone conductas consumistas, donde “tener” significa estatus y aceptación social, pensar en la felicidad como una meta del milenio nos lleva a hacer una pausa y reflexionar sobre lo que realmente estamos haciendo con nuestras vidas.
Esta preocupación se está haciendo escuchar cada día más desde diferentes sectores. El escritor libanés Amin Maalouf, ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2010, en el discurso que pronunciara al recibir el reconocimiento el pasado 22 de octubre, aunque no habla directamente sobre la felicidad, plantea interrogantes similares.
Reflexionando sobre el papel de la cultura en la sociedad moderna (y recordemos que la cultura es un componente importante de la FNB), Maalouf preguntó: “¿Quiénes somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué pretendemos construir? ¿Qué sociedad? ¿Qué civilización? ¿Y basados en qué valores? ¿Cómo usar los recursos gigantescos que nos brinda la ciencia? ¿Cómo convertirlos en herramientas de libertad y no de servidumbre? Este papel de la cultura es aún más crucial en épocas descarriadas. Y la nuestra es una época descarriada. Si nos descuidamos, este siglo recién empezado será un siglo de retroceso ético; lo digo con pena, pero no lo digo a la ligera. Será un siglo de progresos científicos y tecnológicos, no cabe duda. Pero será también un siglo de retroceso ético. Se recrudecen las afirmaciones identitarias, violentas y retrógradas en muchísimas ocasiones; se debilita la solidaridad entre naciones y dentro de las naciones; se erosionan los valores democráticos; se recurre con excesiva frecuencia a las operaciones militares y a los estados de excepción... Abundan los síntomas”.
¿Cabe, dentro de un panorama tan oscuro y complejo como el actual, preguntarse por la felicidad y plantear su consecución? Me parece que sí. Pero por su calidad subjetiva y variable pareciera que la felicidad es imposible de alcanzar como una meta generalizada.
No cabe duda que cada uno de nosotros, a nivel individual, tiene su propia idea sobre el tema. A lo largo de la historia, diferentes pensadores han enunciado sus propias definiciones de la felicidad individual y colectiva. Pero reflexionar sobre ello es importante porque nos puede encarrilar de nuevo hacia la búsqueda de los valores humanos, cada día más difusos.
“El dinero no trae la felicidad, pero ayuda”, dice un conocido dicho. Pero el hiperconsumismo actual ha hecho parecer que la felicidad radica meramente en tener capacidad de compra. La bonanza económica de algunos cuantos ha generado avaricia y codicia. Y eso ha marcado la sobre explotación de los recursos naturales y de las personas mismas.
Como individuos es claro que nuestra felicidad pasa por variables muy complejas y diferentes. Uniformar y pretender que una definición sea aplicable en general es difícil. Por lo demás, no puede pensarse tampoco que la felicidad es un estado permanente del ser, ya que la misma dinámica e interacción constante con los demás seres humanos supone siempre retos y dificultades a superar. Y de eso finalmente se trata la vida, que es una constante escuela de aprendizaje.
Es un tema del que hablo en mis talleres literarios: traten de escribir un cuento o una novela donde todos los personajes son felices todo el tiempo y terminarán con una historia aburrida y sin sentido, porque nada va a pasar nunca si todos son felices siempre. Las historias que contamos, al igual que la vida misma, pasan por los personajes superando dificultades y situaciones para conseguir una meta y cambiando o por lo menos aprendiendo a madurar en el proceso.
La felicidad puede ser una utopía, sobre todo si la consideramos como un estado permanente del ser. Pero la actitud con la que asumimos la vida cotidiana, y cómo nos relacionamos con nuestro entorno, pueden brindar la solidez y la sabiduría interior necesarias para no dejarse abatir por las dificultades.
Integrar la felicidad como el noveno Objetivo del Milenio y analizar el PIB complementado con la FNB, pueden servir para darle a todas estas metas un cariz realmente humano. Porque junto al hiperconsumismo, parece que también crece una tendencia de corrección política que se queda en el análisis superficial y que se mide estrictamente por la frialdad de los números, conformándose con cantidad pero olvidando lo más importante: la calidad.
Ninguna sociedad puede impulsar cambios si no se comienza por cambiar el interior de cada individuo. La búsqueda de la FNB podría suponer exactamente eso. Más aún, adoptarla como un medidor permanente podría sacudir a cada uno en la reflexión que nos permita reconocer, buscar y alcanzar no sólo la felicidad individual, sino, a través de ella, lograr compasión por todos los seres vivos. Y mediante ello, lograr el mejoramiento de la sociedad.
(Publicado en revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, domingo 31 de octubre 2010).
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miércoles, octubre 20, 2010
Redes sociales: demasiado ruido
(La entrada del pasado 15 de octubre fue mi entrada número mil y quería originalmente dedicarla a hacer una reflexión sobre los blogs y las redes sociales. Sin embargo coincidió con el Blog Action Day 2010 al que me había apuntado a participar para escribir, junto a miles de blogueros en el mundo, sobre un tema que necesita acciones urgentes como lo es el agua. Sin embargo, no quiero dejar de compartir algunas reflexiones y conclusiones a las que he llegado últimamente con esto de las redes sociales en internet).
Abrí mi perfil de Facebook, como seguro lo han hecho millones de personas, impulsada por la curiosidad. Todo parecía estar pasando ahí en FB, y el que no estaba adentro de sus murallas parecía estarse "perdiendo de algo". Había cosas difíciles de captar o comprender si no se tenía un perfil, así es que me metí a ver de qué se trataba.
No sabía bien si me interesaba o me gustaba o me convencía o si iba a servir para algo (y que no estuviera ya dado por los blogs o por Twitter). Poco a poco fueron apuntándose algunos "amigos". En realidad eran personas que conocía poco, o que había visto una vez en la vida. Los amigos de la vida real casi que no estaban ahí pero poco a poco fui encontrando a algunos de ellos. Por lo demás, hago constar en acta que mis amigos de la vida real son muy pocos. No soy gregaria, no soy de grupos y tengo una fuerte tendencia a ser ermitaña.
Pensé que no pasaría de unos 25 o 30 "amigos feisbukianos" y cuando llegué como a los 64 me sorprendí. De pronto, gente a la que no conocía solicitaba mi amistad porque habían leído mis libros y sobre todo mi columna de La Prensa Gráfica y no quise negarles la solicitud. En fin, que de broma en broma, me veo con casi 700 amigos y si acepto todas las solicitudes pendientes estaré llegando fácil a los 800. Lo cual para mí es demasiado.
Con esto de las redes sociales he tenido sentimientos encontrados. Al comienzo me parecía interesante interactuar con extraños. Pero luego de 5 años de tener un blog, 2 de Twitter y casi de 1 en FB, siento que hay "demasiado ruido".
Primero bajé el ritmo del blog y por ahora me limito a publicar mi columna y a compartir enlaces que considero interesantes. Siempre pienso retomarlo, pero no tengo el tiempo ni la concentración suficientes y me parece que por el momento, con una entrada a la semana sería suficiente. Muchas veces he pensado que tengo que callar un poco y que no hay necesidad de tener una opinión hecha sobre todo lo que ocurre en el país, la región y el mundo. Y que el tiempo que invertiría en mi blog mejor sería invertirlo en mi propia obra, que a estas alturas es la prioridad número uno de mi vida. Por lo demás, los blogs parecen ya estar en picada frente a la velocidad y facilidad que ofrecen las redes sociales para publicar y compartir todo. De hecho, leí un artículo que afirma que varios conocidos blogs se transformarán en revistas electrónicas. Pareciera que la vida puede concentrarse en poco menos de 400 caracteres y que a nadie le interesa leer explicaciones largas de ningún tema. El hecho de que mi columna en La Prensa Gráfica haya sido ampliada en espacio también influyó en la disminución de mis entradas.
Poco a poco fui soltando Twitter, que por momentos parece una gran sala de chat y que, por la supuesta cortesía de seguir a todos (o casi todos) los que te siguen, me tenía siguiendo a 410 personas y no hay manera (para mí), de leer tanto. Mandé al diablo la "netiqueta" y comencé a limpiar la lista de la gente que sigo y dejé los que me interesan y puedo leer. Y el único motivo por el que no borro mi cuenta es porque cuando quiero encontrar noticias rápidas o confirmación de algo de última hora, Twitter es el lugar para saberlo y confirmarlo todo (ni los periódicos son tan rápidos).
Ahora estoy en proceso de hacer una gran limpieza también en FB. Lo que me llevó a abrir una página de "fans" y reducir drásticamente el número de amigos (ojalá me pueda quedar con unos 50 máximo, entre verdaderos amigos, conocidos y organizaciones que me interesan). Total, no estoy en competencia de nada con nadie y no me interesa "coleccionar amigos" ni demostrarle a nadie “lo popular que soy”. Y además, si no soy gregaria en la vida real, ¿por qué debería serlo en la vida virtual?
De FB (y las redes sociales en general), me interesa el intercambio de información, enlaces sobre noticias de arte y literatura, y las cosas que mis amigos de la vida real tengan que decir o recomendar. Pero demasiadas veces me he sorprendido de las cosas tremendamente íntimas que la gente se atreve a ventilar en público. Me ha sorprendido descubrir mensajes de odio, de cinismo, de crítica destructiva brutal e interminable, quejas y lamentaciones. En otros momentos, debo admitirlo, me han hecho reír con sus ocurrencias, me han conmovido con sus tragedias personales y con los ánimos que unos se dan a los otros cuando lo necesitan.
Pero en demasiadas ocasiones me he sentido como una mirona indecente leyendo todo eso y enterándome de cosas de las que de veras, preferiría no enterarme porque pienso que pertenecen a la privacidad ajena.
Así comencé a filtrar lo que quería leer y lo que no. También limité lo que yo pudiera escribir. Porque para decirle a los verdaderos amigos que salgo de viaje o que nos vayamos a tomar un café en equis lugar o contarles algo de mi vida, están el correo electrónico o el teléfono y sobre todo, el contacto personal. Y por eso cerré la opción para que otros pudieran escribir en mi muro de FB. Porque hay gente que no tiene sentido de la privacidad, de la propia y mucho menos de la ajena. Me incomoda que alguien me cuente algo personal o que me citen en alguna parte delante de 600 y pico de extraños o que cuelguen fotos mías donde por lo general siempre salgo fatal (y yo ODIO las fotos, no saben cuánto).
Al día de hoy sigo teniendo sentimientos encontrados con esto de las redes sociales en internet. Hay cosas que me gustan pero en lo general me fastidian bastante. Pensé inicialmente que sería buena idea tener un lugarcito en la red donde poder compartir con la docena de amigos verdaderos, que tengo regada en todo el mundo, y contarles de mi vida, compartir recetas, música, libros y artículos interesantes. Eso me ahorraría correos y tener que contarle a cada uno la misma historia, sobre todo a los que viven fuera del país. Pero tampoco se pueden uniformar los afectos y con cada amigo tenemos códigos e historias personales que hacen precisamente que cada amistad sea única. Y es esa calidad de “único” que hace a cada amigo especial. Y esa calidad se pierde en las redes sociales.
Desafortunadamente, mucha gente que conozco, que de por sí no era muy buena para escribir correos, al conectarnos por FB dejaron de escribir del todo y sentí que la comunicación, lejos de aumentar, disminuyó. Y hablo de esa comunicación personal, íntima, de tú a tú, que lográs con alguien a solas y no a través de mensajitos en una página que tooooodo mundo está leyendo.
Alguna vez se me ocurrió un cuento donde los personajes se comunicarían estrictamente por internet (blogs y redes sociales) y donde ya no hubiera mucho espacio en la calle o en la vida real para hablarse. Donde la gente ya no supiera cómo relacionarse persona a persona y donde le resultara más cómodo y hasta emocionante relacionarse a través de una computadora. La realidad se ha impuesto sobre mi imaginación haciendo que mi cuento sea obsoleto. Y la historia se me ocurrió mucho antes de yo entrar a FB, cuando apenas comenzaba la moda de los blogs...
Es muy difícil abstraerse de las redes y ciertamente están convirtiéndose en un elemento significativo de nuestra socialización, para bien o para mal. Creo en todo caso que lo importante es saber cómo convivir con estas redes de manera saludable y aprovecharlas para compartir lo bueno que puede encontrarse en internet.
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lunes, octubre 18, 2010
El placer de leer
Recuerdo la tarde en que me regalaron mi primer libro. Debo haber tenido unos cinco años y era el fin de mi primer año de kinder. Las monjas de mi colegio, tan ceremoniosas y formales siempre, hicieron un acto en el que todos los padres de familia veían orgullosos cómo sus pequeñas se “graduaban” de su primer año en el colegio. Las monjas nos llamaban por nuestros nombres y nos daban medallas por buenas notas o buena conducta. A mí me dieron una banda de “perseverante”, porque no había faltado a clases ni un tan sólo día de todo el año.
Recuerdo que yo estaba parada sobre el escenario y desde ahí miraba a mi tío Ricardo que tenía un regalo entre las manos. Sabía que era para mí y no me aguantaba por recibirlo. Me moría de la curiosidad por saber lo que era y estaba segura que me encantaría porque mi tío Ricardo siempre me regalaba cosas que me gustaban.
Después de lo que me pareció una eternidad, el aburrido acto terminó y las niñas bajamos a reunirnos con nuestros familiares. Mi tío me dio aquel paquete envuelto en papel de regalo de colores pastel, con una chonga amarilla. “Felicidades”, me dijo, como si yo hubiera hecho algo realmente importante, al mismo tiempo que me daba un beso que me dejó húmeda la mejilla.
Tomé el regalo pero no lo abrí allí mismo. Tampoco lo abrí en el camino del colegio a la casa, que tardaba una buena media hora. Esperé hasta llegar a Los Planes para abrir el regalo. Lo abrí, como se me había enseñado a hacerlo, despegando la cinta adhesiva y procurando no romper el papel. Y cuando por fin lo destapé no supe qué pensar. Era un libro grande, de pasta dura, con la ilustración de un ratón dibujada en su portada.
Mi desconcierto se debía a que en mi casa había muchos libros. O sea, un libro no era un objeto novedoso, no era un juguete y me parecía que tampoco era algo propio para una niña. Además, y lo más grave, yo no sabía leer. Así es que ¿qué iba a hacer yo con un libro?
Mis padres no acostumbraban contarme cuentos ni leérmelos. No tuve más remedio que darle vuelta a sus páginas, examinar los dibujos con detenimiento e imaginar de qué podría tratarse aquella historia.
Cuando aprendí a leer al año siguiente, lo leí por mi propia cuenta pero recuerdo que nuevamente me desconcerté. Me parecía más emocionante el montón de historias que me había inventado que el texto real. Además, en cada repaso de los dibujos me inventaba una versión diferente a la anterior y bastante alejada de la historia real. El libro se llamaba Suavín, el ratón de palacio y su autor era Rafael Santamaría. Fue editado en 1965 en Bilbao. Al día de hoy sigo buscando aquel libro que se perdió, ya no sé cómo.
Un par de años después, cuando mi tío supo que ya sabía leer, me regaló un paquete de libros que incluía un condensado de los viajes de Marco Polo, la vida de Gengis Khan, algún libro de Emilio Salgari o de Julio Verne y la novela para niños Heidi, de la autora suiza Johanna Spyri.
Heidi fue la primera novela que leí (y sí, en ella se basaron los famosos dibujos animados posteriores). Comencé y ya no pude detenerme. Recuerdo el asombro que me produjo descubrir que no sólo podía entender cada palabra sino también, que comprendía la historia. Fue como aprender a descifrar un código secreto, un misterio largamente estudiado, porque en el colegio me esforzaba tanto por ir leyendo bien en voz alta, con la mirada severa de sor Ardón vigilándome, que no podía distraerme haciendo lo que llamaban “lectura comprensiva”.
Mi madre estaba fastidiada de verme sentada, con la nariz metida en el libro y sin poder hacer nada más durante los 3 o 4 días que me tomó terminarlo, pero no hice caso de sus reclamos y leí hasta el final. Y cuando lo hice, sostuve aquel libro entre mis manos, miraba sus pastas duras y me sentía orgullosa de mí misma por haber leído mi primer libro “serio”.
La emoción de haber terminado aquella historia perduró durante varios días. Leer me había permitido irme lejos, bien lejos, y de imaginar y visualizar a mi antojo todo lo que iba leyendo. Y pensé que eso era algo que me gustaría hacer: inventar historias y escribirlas para que otras personas sintieran lo mismo que sentía yo cuando leía. Escribiría libros. Estaba más que segura que ése era mi cometido en la vida.
Es a mi tío Ricardo y su manía de regalarme libros, a quien le debo, en gran medida, el descubrimiento de mi vocación literaria. Se llega a la escritura porque primero se aprende a leer. Se imagina a través del juego y de la lectura. Y aunque no todos los lectores terminan convirtiéndose en escritores, lo cierto es que la lectura es uno de los ejercicios más enriquecedores que puede realizar cualquier ser humano.
No importando la edad del lector, ni el tipo de libro que lea, ni siquiera si el libro es bueno o malo, leer forma gran parte de nuestras vidas. Y no hablo solamente de literatura. Imaginemos una vida sin libros, sin periódicos, sin manuales de instrucciones, sin letreros, sin internet y donde el acto de leer fuera exclusivo de una casta privilegiada como lo fue en diversas culturas y momentos de la historia.
Es frecuente la queja de que “cada día se lee menos” y no sólo se escucha acá en El Salvador sino también en países con una industria editorial envidiable como Alemania, Francia, España, Argentina y Colombia.
Leer es sin duda un hábito que comienza en casa. Es difícil imaginar que en una familia donde nadie lea, a los niños les agrade la lectura. Pero es en ese segundo hogar, en la escuela, donde el hábito también puede encontrar asidero. Desafortunadamente, los aburridos, obligatorios y poco imaginativos métodos de enseñanza de la literatura en muchos planes de estudio (no sólo nacionales, sino también en otros países del mundo), lejos de promover la lectura o de incentivar a los jóvenes a adoptarla como un hábito, los fastidia de por vida y les crea más bien un rechazo permanente a los libros.
Leer implica comprometer la subjetividad individual. Por lo tanto, calificarla igual que se califican las matemáticas no tiene sentido alguno. Que los profesores hablen de simbologías de personajes, significados de títulos o de resumir capítulos tampoco lo tiene. Y menos sentido tiene la obligatoriedad de las lecturas a partir de libros escogidos, quizás con el criterio de proporcionar a los alumnos un conocimiento mínimo de todos los períodos de la literatura, pero que no tienen la intención de que los adolescentes se enamoren de los libros, que es lo que se debe lograr si se quiere crear lectores a futuro.
Obligar a leer a alguien, lejos de incentivar la lectura, desalienta y causa rechazo. Acceder a los clásicos sin estar preparados para apreciar las sutilezas de una historia, la riqueza del lenguaje o la plena comprensión de sus páginas es desperdiciar el tiempo tanto de maestros como de alumnos. Finalmente, cuando el adolescente termina sus estudios, acaba tan hastiado de la literatura o por lo menos subvalorándola tanto, que leer novelas, cuentos o poesía lo considera “una actividad sin importancia”.
Pareciera que los planes de lectura no son elaborados por amantes de la literatura sino simplemente por burócratas que deben cumplir cuotas y metas sin tomar en consideración el factor humano.
En la novela Farenheit 451 de Ray Bradbury, los libros son quemados por los bomberos y quienes los poseen deben esconderlos. Las personas se entretienen con drogas especiales y pantallas televisivas que, supuestamente, hacen felices a la gente pues no tienen que preocuparse por pensar, cuestionar la realidad o imaginar nada. La poderosa metáfora distópica de Bradbury concluye con grupos de rebeldes que memorizan páginas y libros enteros para salvarlos del fuego y del olvido.
Es común que a los escritores se nos pregunte para qué sirve la literatura. Nunca he sabido cómo responder esa pregunta. Puede que la literatura no sirva para nada o que sirva, como han logrado los libros de Bradbury y de miles de autores más, para hacernos reflexionar sobre nuestra condición humana a partir de historias que sirven como metáforas o espejos de la realidad.
Pero nadie puede discutir que leer nos enriquece intelectual y espiritualmente. Y en la enajenada realidad que nos toca vivir hoy en día, rendirse al placer de la lectura es tan necesario y urgente como respirar.
(Publicado domingo 17 de octubre 2010 en revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica).
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viernes, octubre 15, 2010
Do You Have Water
During my childhood and adolescence, in the 60’s and the 70’s in El Salvador, it was normal to receive potable water only a few hours during the morning, mostly between 5:30 and 9 or 10 a.m. I’m talking about a normal middle class home with electricity and telephone and all the installations to run sanitation and potable water.
Water problems were always “normal” in El Salvador so most of the houses had (and still have) huge tanks and deposits to gather many gallons of potable water. Because of this, I was brought up being very careful with its use. No faucets open and running while brushing our teeth or while my father was shaving. No flushing the toilet every time we took a leak. Laundry was done only once or twice a week and we would actually use our clothes a couple of times before putting them to wash.
In the least expected day and without any warning, we would suddenly open the faucets and see no water coming out, listening instead to the air pressure whistling through the pipes. We would then depend entirely on what we had in the tanks.
Sometimes, especially in the summer, we would be without water for a week or two and then the whole household would be in an emergency state. We had to brush our teeth and clean the toothbrush with one 8 oz. glass of water. Dry baths would be taken (rubbing our bodies with a damp cloth) and the toilets... well, I’d rather not talk about the toilets.
The water of our tank would be over in 4 or 5 days and then we had to grab a bucket from another reserve tank that was in a lower part of the property of our home and that had no way to pump the water into the house. This meant going up and down a lot of stairs with buckets full of water. This was not clean water, so we used it mostly to flush toilets and clean the floors.
My father invented a system to collect rain water from the roofs in the rainy season in another tank which did prove useful when, for any reason, even during the rains, we wouldn’t have potable water for days.
By the end of the 90’s, as I was visiting my father’s home, there was no water for the whole month I was there. My father mentioned that water would fail to be served during 2 or 3 months. He had to hire a pick-up truck to go and buy barrels of water or wait for the water company to send a “pipa”, a tanker full of the liquid that would be given freely to people in affected neighborhoods. Ironically enough, the water bill would come every month charging the usual fee for a service that was not even received.
Unfortunately, not much has changed since, and to the present day the situation is even worse. With 6 million inhabitants in a little less than 21 thousand square meters, El Salvador is the most densely populated country of the American continent. And water is a highly stressed resource.
According to the Joint Monitoring Programme for Water Supply and Sanitation of the United Nations, only 84% of the Salvadoran population has access to potable water and 62% to adequate sanitation. These numbers are considerable lower in the rural areas.
I remembered these things last week as I read that Blog Action Day 2010 (taking place the 15th of October) will focus on the subject of water. Thousands of bloggers around the world, including The White House and the UK Foreign Office, will write an entry on their blogs about this problematic that is at the core of different situations like pandemics, poverty, pollution, education and even national crisis (like the Cochabamba Water Wars of 2000 in Bolivia and the Darfur crisis).
According to a UN Report, over one billion people worldwide lack access to drinking water and 2.6 billion people lack access to proper sanitation, 1.5 million children under the age of five die each year and 443 million school days are lost because of water–and sanitation–related diseases.
Awareness needs to be raised not only among governments and organizations but also among civil society about the importance of water. In fact, in July 2010 safe and clean drinking water was declared by the General Assembly of the United Nations as a human right essential to the full enjoyment of life and all other human rights. Water is also crucial to the fulfillment of the Millennium Development Goals, particularly on the ones related to poverty, hunger, child and maternal health and environmental sustainability.
Education on the preservation of the resource, funding for water and sanitation projects, laws to avoid and punish contamination of rivers, lakes and oceans, inventive ways to recycle used waters and rain water as well as changes in our daily habits as to how we use (or misuse) water are urgent worldwide.
Think about it next time you brush your teeth, take a shower, buy bottled water or flush your toilet. Some are privileged enough to have lived their whole lives with access to water and have never gone a day without it. But don’t take it for granted: one day you might open your faucets and just hear the air coming out!
(Publicado en Future Challenges).
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lunes, octubre 04, 2010
Cuando muere un elefante
Anoche soñé con Saramago. Se le miraba relajado y sonriente. Estábamos sentados sobre unos cómodos sillones en un lugar que no sabría identificar. Una casa de cuyas habitaciones o paredes no puedo decir nada. Recuerdo alguna luz entrando por una ventana a mi lado izquierdo y un borroso fondo de azules y verdes opacos. Me atrevería a decir que las paredes estaban forradas de libros y que había una entrada hacia otra habitación igualmente forrada de libros.
Hablábamos de su novela El viaje del elefante. Recordé, en el sueño, la portada amarilla de la edición vista en librerías. Le confesé que no lo había leído. Léelo, me dijo, no con gesto de vanidad literaria sino con la generosidad del que simplemente desea compartir una buena historia. La próxima vez que vaya a la ciudad lo compraré, le prometí.
Estaba sentado frente a mí. Vestía un pantalón oscuro y una camisa blanca de mangas largas. Tenía la pierna derecha cruzada sobre la izquierda y las manos enlazadas frente a sí. Calzaba alpargatas de lona cruda. Me miraba y me sonreía. El aro negro de sus anteojos y la forma de su cabeza me hicieron recordar a mi padre.
Estuvimos callados un rato. No sabía qué decirle, qué hablar con él. Ahora que estoy despierta pienso que debí preguntarle sobre cómo es la otra vida. Y si ha hablado con Dios. O por lo menos si lo ha visto de lejos. También le hubiera podido pedir algún consejo literario o hubiéramos hablado de nuestros libros favoritos.
Pero hablamos de elefantes. Miramos algunos libros, llenos con estampas antiguas de elefantes. Él hablaba y hablaba pero no recuerdo qué me dijo. ¿Puedo contarle la historia de una elefanta?, le pregunté después de un rato, pensando en contarle de Manyula. Por supuesto, me dijo sonriente, ¿para qué estamos aquí si no es para hablar del amor y de otros elefantes?
Entonces desperté.
No me da ninguna pena decir en público que sentí mucho la muerte de Manyula y que la lloré bastante. No me da vergüenza alguna llorar cuando un animal muere porque jamás he considerado a los animales como seres inferiores o seres que no merecen todo nuestro respeto, cariño y muchas veces, hasta nuestra admiración.
La elefanta estaba metida en mi vida y ocupa un lugar estelar en ella. De niña y adolescente la miraba casi a diario cuando me llevaban de la casa al colegio y viceversa. Era una costumbre para mí buscarla con la mirada desde el carro al pasar frente al zoo y cuando no la veía sentía algo de tristeza.
Fui a su entierro el miércoles 21 de septiembre. El sol estaba muy fuerte y hacía calor. Algunos sacaron sombrillas. Por suerte no llovió. Los niños se colaban entre las piernas de los mayores para sentarse sobre el suelo, frente a la malla ciclón. Había empujones y pisotones, murmullos, pedos, celulares sonando, voces diciendo “estoy en el entierro de Manyula”. Gente humilde de todas las edades, muchos niños escapados de clases o que habían sido llevados por sus padres, buses llenos de escolares que al pasar frente al zoo gritaban “¡Man-yu-la, Man-yu-la!”.
Una mujer a mi izquierda no paraba de llorar. Lloraba en silencio. Las lágrimas salían de sus ojos achinados y rodaban sobre su piel morena, mientras mantenía la miraba fija hacia el recinto que habitó la elefanta. Yo la miraba y su tristeza se me contagiaba.
Otra mujer, a mi derecha, contaba de una vez que fue al zoológico cuando su hija, ahora de 22 años, estaba recién nacida. En aquella época, la malla no estaba tan alta. Manyula se acercó y era uno de esos días en que andaba de mal humor. Le arrancó la pañalera a la señora, tiró el bolso al suelo, sacó todo y cuando encontró la pacha, la pisoteó.
Voces cuyos rostros no alcancé a ver contaban de cuando Manyula les tiró tierra o agua y, la más común de todas, de los que le daban churritos. Manyula estuvo a poco de llegar a los 60 años, algo excepcional para un elefante en cautiverio. Pensé que quizás los churritos Diana son el secreto de la longevidad. La Loli, mi gata, que ya anda por los 16 años y 4 meses, fue alimentada profusamente con churritos durante su infancia. Le gustaban tanto que los comía hasta que la trompita le quedaba anaranjada, y ahí está todavía.
Mientras buscaba los rostros de las voces que contaban sus anécdotas personales con la elefanta, cosa que se hacía muy difícil por el apretujamiento que había, descubrí varios rostros que lloraban. Hombres, mujeres y niños. Cuando nuestros ojos coincidían, sonreíamos.
Al terminar el acto, me puse a leer los mensajes que la gente iba pegando sobre el plástico negro, colgado en el enmallado frente al recinto de Manyula. Los niños dibujaban elefantes, algunos llevaron sus fotos. Hubo un mensaje en particular que me conmovió mucho. Decía algo así: “Manyula, ahora que estás en el cielo podrás ver a mi papá que me traía al zoológico y me subía en sus brazos para poderte ver”.
Aquello me recordó a mi propio padre y también a mi tío Ricardo, ambos ya fallecidos, con quienes más de una vez fuimos al zoo. Casi que me tenían que arrancar de la malla porque yo no quería dejar de ver a la elefanta. Pero ellos ya sabían el truco: decirme que fuéramos a ver a los leones (porque mi amor por los felinos fue desde siempre), y que después me regalarían una “chibola”, como le decían antes a las gaseosas. Me iba algo tranquila porque ya sabía que, de todos modos, seguiría viendo a Manyula desde la ventana del carro cuando fuera al colegio.
A algunos les pareció exagerado el despliegue informativo por la muerte de la elefanta, la espontanea reacción de la gente de ir a dejar velas y recuerdos, y la ceremonia pública de su entierro. Me pregunto qué hubieran pensado o cómo hubieran reaccionado si la prensa no hubiera dicho nada y si el entierro se hubiera efectuado en completo hermetismo. Seguro hubiera habido muchas quejas y miles de especulaciones. Total que con los salvadoreños nunca se queda bien.
Otros se burlaron abiertamente de los que lamentamos la muerte de la elefanta y la sentimos como a nuestra mascota personal. La burla iba disfrazada de una forzada pose de corrección política: ¡lloran por una elefanta pero no por los 14 homicidios diarios ni por los muertos de Tamaulipas! Pero ese mismo comentario no lo hacen cuando siguen masivamente el futbol de las ligas españolas, los campeonatos internacionales o la liga nacional. No entiendo por qué creen que una cosa excluye a la otra. Para todo hay su espacio y su momento.
Pero supongo que todo eso no es más que el reflejo de la contradictoria y muy desafortunada relación que tenemos con los animales. Una relación que parte de la arrogancia profunda del ser humano que los considera como seres inferiores sobre los que tiene dominio y potestad.
Ayer mismo miraba un documental sobre la investigadora Jane Goodall, conocida por su observación y convivencia con los chimpancés en el África. Sus conclusiones se basan en su paciente observación, durante años, día a día, de los animales mencionados. Su intenso contacto con la naturaleza y los animales la ha llevado a comprender la íntima conexión que tenemos con la naturaleza.
Goodall viaja por el mundo explicando la relación que existe entre los humanos y los animales, y particularmente con el chimpancé, el animal al cual más nos parecemos. “Somos parte de los animales, no estamos separados de ellos”, concluye siempre Goodall en sus presentaciones, haciendo un vehemente llamado para conservar a la naturaleza si pretendemos sobrevivir como especie.
En ese sentido, cada vez que talamos un árbol, que atravesamos una montaña para construir una carretera o sembrarla de casas, cada vez que contaminamos un cuerpo de agua, que muere un animal o que matamos a otro ser humano, muere también algo de nosotros, y agredimos nuestra precaria inteligencia.
Nuestra condición humana se degrada cuando no sabemos conmovernos ni tener compasión por los animales o por la naturaleza en general. Y si no nos conmovemos ante el sufrimiento de un ser que consideramos “inferior” a nosotros, muy difícilmente podremos hacerlo por otro ser humano.
No me da ninguna vergüenza decir que extrañaré a Manyula. Que siento esa misma espina de tristeza que sentía cuando de niña no la miraba. A pesar de su tamaño, la elefanta encontró una manera de colarse en nuestros corazones y quedarse ahí para siempre. Y eso es algo que nadie, ni la hipocresía ni el cinismo de algunos, nos podrá quitar.
(Publicado en la revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, domingo 3 de octubre 2010).
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martes, septiembre 28, 2010
Vuelven los Tutti Frutti...
A ver si poco a poco vamos retornando a la normalidad en este blog...
- Lucha Libro: blog altamente recomendado.
- "Trece cosas que puedo contar sobre mí", James Ellroy.
- "¿Quién lee?": ¿De dónde saco el tiempo para no leer tantas cosas? preguntaba Karl Kraus.
- Ricardo Pligia: "Escribir es buscar en la oscuridad la música del lenguaje" (entrevista en El Cultural).
- William Faulkner en la Universidad de Virginia, sus conferencias en viva voz.
- "La crónica: disección de un ornitorrinco", Juan Villoro.
- "A Countercultural Conversation with Noam Chomsky", Mr. Fish in Thruthdig.
- Dylan Thomas, "Una visita a mi abuelo".
- Oliverio Girondo, "Apunte callejero".
- Itaca, blog de poesía y literatura.
- And last but not least, Los noveles #42 y El ojo de Adrián (versión The Invisible Man).
- Y si todo lo anterior les aburrió, siempre pueden jugar a tratar de atrapar al lindo gatito... (a pesar de varios intentos, todavía no he podido).
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lunes, septiembre 27, 2010
Probando
Estoy haciendo una prueba para ver si a través de la aplicación NetworkedBlogs puedo postear simultáneamente en el blog, Facebook y Twitter. Así comparto con todos por igual, aunque no tengan cuentas en ninguna red social.
Si esto funciona, estaremos posteando enlaces y otros materiales interesantes que leo por ahí, aparte de mi acostumbrada columna. Pendientes...
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lunes, septiembre 20, 2010
Amor líquido
La soledad del ser humano jamás ha sido tan profunda como en estos tiempos: hombres y mujeres empiezan relaciones sentimentales que lejos de ser satisfactorias se limitan a ser la materialización de enfermizas fantasías personales y se agotan al poco tiempo. Pocos desean una relación estable y a largo plazo, prefiriendo enfocarse en el placer sexual, despreciando cualquier tipo de compromiso. Muchos buscan a alguien, sin saber qué es lo que quieren de ese alguien, y jamás están satisfechos. Pocos son los matrimonios y aumentan las cifras de divorcios.
Familias enteras salen a comer, pero mientras lo hacen, cada uno está hablando por su celular o enviando mensajitos a supuestos amigos que habitan en las redes sociales de internet. Amigos que, hay que mencionarlo, jamás han visto en carne y hueso. Se forman comunidades habitacionales donde familias enteras se mudan, ponen un portón con vigilante armado para protegerse de la violencia callejera, pero lejos de sentirse a salvo, extienden el miedo hasta su propia casa y no saludan ni al vecino. El sentimiento de nación surge de manera tácita y sin invocación cuando la identidad nacional se ve amenazada por la presencia de extranjeros y despierta el inequívoco sentimiento de la xenofobia.
Vivimos tiempos en que, a pesar de tantos conocimientos e inventos logrados, el bienestar material nos encadena y lejos de hacer brotar lo mejor de nosotros, nos hace parir mezquindad y avaricia. Y ello nos esclaviza y nos obliga a determinar nuestro tiempo de manera que la tarea prioritaria de nuestras vidas es obtener esos pedazos de papel que llamamos dinero mediante aquello que, juran, nos dignifica a todos: el trabajo.
El dinero es la llave del consumo. Adquirir, comprar, tener, acaparar. Todos queremos lucir bien, poseer cosas bellas, comprar los últimos modelos de cualquier cosa, desde un teléfono celular hasta un automóvil, aunque para ello endeudemos hasta lo que no tenemos. Pensamos que la abundancia económica nos evitará todo tipo de preocupaciones. Y como todo se compra y todo cambia tan rápido, todo es descartable, sustituible, prescindible, incluyendo las relaciones humanas.
A pesar o precisamente quizás por causa de esto, en el callado fondo de nuestros corazones añoramos la calidez de los demás seres humanos, las relaciones de verdadera amistad, y nuestro par, que es de donde proviene la palabra “pareja”, alguien que nos provoque esa compleja gama de sentimientos que acomodamos bajo el concepto de “amor”, por no saber cómo llamarlo realmente. Sentirse seguro, completo, fuerte, realizado, bello, intemporal, eufórico, porque amamos y somos correspondidos en la justa medida.
En su libro Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003), el sociólogo polaco Zygmunt Bauman presenta un descarnado análisis de la situación de los afectos humanos en la sociedad moderna. Su concepto del amor líquido parte de la comparación con los estados de la materia: mientras lo sólido es permanente y concreto, lo líquido es transitorio y variable. “Nunca vemos el mismo río dos veces”, decía Heráclito, porque el agua del río siempre fluye y porque la persona misma vive en permanente cambio.
Bauman ha escrito toda una serie de libros sobre lo que él llama “la modernidad líquida”, abordando diversos aspectos sociales y describiendo con fría exactitud cómo todo lo que vivimos se ajusta a este concepto de lo voluble y light: la sociedad, la vida, el miedo, el tiempo y hasta las relaciones humanas, todo tiene un sentido efímero. En Amor líquido, el autor se centra en el análisis de las relaciones afectivas e interpersonales: desde las relaciones de pareja, pasando por la familia, los vecinos, y las relaciones con el prójimo dentro de la sociedad y el país.
Según Bauman, en la modernidad líquida que estamos viviendo, todo es incierto y dura poco. El miedo a establecer relaciones a largo plazo se traduce en meras conexiones, como en las redes sociales en internet, donde se pueden tener literalmente miles de amigos que nunca se verán en la vida real. Lo práctico de estas relaciones, que algunas veces llegan incluso a tomar giros románticos, es que cuando ya no nos gusta alguien, cuando nos sentimos invadidos en nuestra privacidad o simplemente aburridos o fastidiados por alguna persona, podemos apretar la tecla “suprimir” y zafarnos de la “amistad”.
Las relaciones que se establecen por internet pueden provocar una falsa sensación de cercanía y pareciera que no tener a alguien enfrente, facilita liberar los pudores y soltar las restricciones que podemos sentir ante una presencia real. Esos complejos planos de relaciones con seres que nunca vemos causa que muchas veces, cuando estamos frente a alguien, no sepamos qué hablar con el otro ni cómo comportarnos, como pasa en el ejemplo de la familia comiendo junta mientras cada quien utiliza su celular.
Artilugios como internet o los celulares nos dan la sensación de “estar conectados” a algo, a una red de personas conocidas y desconocidas, y supuestamente eso nos hace más sociables. Pero al mismo tiempo sirven de protección: las relaciones interpersonales no pueden profundizarse demasiado si no nos dejamos ver. Comprometer algún nivel de afecto hacia el otro implica un nivel de vulnerabilidad y por lo tanto, una propensión al dolor.
En un escenario así, el amor es un pez escurridizo que se nos escapa de las manos. Todo es un asunto de miedos: miedo a acercarse demasiado, a asumir un compromiso, a perderse acaso de “alguien mejor”, contrapuesto al miedo a la soledad, a la inseguridad afectiva y al desamparo emocional.
Cuando se fundan familias se establecen otro tipo de relaciones que, sin embargo, no superan los estados de incertidumbre. En una misma casa pueden convivir varias personas en ambientes aislados sin darse demasiada cuenta de lo que pasa en la habitación de al lado.
Los hijos se convierten en un objeto de consumo emocional, gracias a la promesa social del placer paternal, pero dicho placer impone el precio del autosacrificio, que va desde las depresiones post parto y las crisis de pareja hasta la provisión económica que durante tiempo indefinido implica su manutención y bienestar.
Por otro lado, para Bauman las ciudades se han convertido en el basurero de los problemas engendrados globalmente, donde sus habitantes tratan de realizar la tarea de encontrar soluciones locales a problemas que ya son globales.
Cuando habla de “comunidades cerradas” (y que en varios países latinoamericanos llamamos “residenciales”), Bauman señala que sus residentes usan dichos lugares para “estar ‘fuera’ de la desagradable, inquietante, vagamente amenazante y dura vida de la ciudad y ‘dentro’ de un oasis de calma y seguridad”, creando así una especie de guetos voluntarios. Pero ni siquiera estos guetos solucionan nuestro temor a la inseguridad y terminamos encerrados en casas con verjas en puertas y ventanas, muros altos con vallas electrificadas y amenazantes perros que espantarán a cualquier extraño.
Puede decirse entonces que la sociedad líquida sufre de “mixofobia”, la fobia a lo extraño y a la abrumadora variedad de tipos y diferentes estilos de vida que coexisten en las calles de las ciudades y en nuestros propios vecindarios. ¿O quién no se ha sentido más de alguna vez como un extraño en su propia ciudad? ¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo puede vivir la gente de la manera que vive, con hábitos y creencias que nos resultan incomprensibles?
Estos diferentes estilos de vida, lejos de disminuir, seguirán aumentando gracias a la globalización. En otros países, la mixofobia se convertirá en simple y llana xenofobia, donde migrantes y refugiados deberán rendirse a ser asimilados culturalmente por el nuevo entorno para hacerse menos visibles y por ende, menos vulnerables.
Bauman no propone alternativas, soluciones ni recetas para salir del atolladero actual y limita su papel a ser algo así como un “intérprete” de la vida, un observador que nos traduce lo que estamos viviendo. El balance final consiste nada más en asumir cómo está el mundo hoy en día y conocer el diagnóstico del estado de las relaciones humanas, en toda su diversidad.
Por lo tanto, el lector no encontrará aquí soluciones pero sí elementos para el análisis y el debate, pero sobre todo para la reflexión, tanto individual como colectiva. Pero a pesar de sus planteamientos y de abstenerse de plantear alternativas, no podemos decir que la visión de Bauman sea pesimista.
La expectativa de un mundo mejor y sobre todo de aquello que Kant llamó “la unidad universal de la raza humana” es un viaje que todavía estamos a tiempo de emprender, aunque no lo parezca. Y precisamente el análisis de Bauman nos puede llevar a concluir que es urgente, hoy más que nunca, iniciar la búsqueda del ideal de Kant, y que lo que está definitivamente descartado es no buscar ese ideal y no hacerlo de inmediato. Nuestra salvación como especie podría depender de ello.
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lunes, septiembre 06, 2010
Sin palabras
Me costó mucho comenzar a escribir la columna de este día. Hasta este momento, 13 salvadoreños han sido identificados como parte de los 72 cadáveres en lo que se está conociendo como la masacre de Tamaulipas. Y falta identificar poco menos de la mitad de los cuerpos.
Voces de indignación se han alzado en todas partes. Se protesta, se exige justicia, se lamenta a los muertos. Las imágenes se repiten una y otra vez en los noticieros, las fotos son mostradas hasta la saciedad en internet. Comunicados y cartas de protesta para ser firmadas van y vienen.
Pero esto no es la primera vez que pasa. Para todos los que estamos familiarizados con el tema de la migración, sabemos que esto tiene años de estar ocurriendo. Que el secuestro de migrantes en territorio mexicano por parte de narcotraficantes, maras u otros grupos que muchos asocian con las mismas autoridades mexicanas, no es nada nuevo. Que los secuestrados son sometidos a esclavitud y que después de un tiempo, con suerte, son liberados. Digo con suerte porque muchos son asesinados durante ese tiempo de secuestro o, en el mejor de los casos, son rescatados por las autoridades y deportados a su país de origen.
Los asaltos, las violaciones, los asesinatos, los secuestros son parte de los riesgos que se añaden a los accidentes en los trenes; a la deshidratación o el extravío en el desierto; a las mordidas de serpientes y ataques de otros animales; a “coyotes” inmisericordes que los estafarán, los dejarán abandonados o los venderán a los narcos para salvar el pellejo propio o porque son contratados por ellos para proveerles de material humano; a los asaltantes comunes y corrientes y a los vigilantes fanáticos en la frontera México-Estados Unidos, a quienes los tiros se les escapan con relativa facilidad.
A medida que el migrante centroamericano se aleja de su tierra, crece su vulnerabilidad, la cual llega a su punto máximo durante el cruce del territorio mexicano. Aparte de las dificultades físicas del viaje, los migrantes están expuestos a todo tipo de amenazas y peligros. No son pocos los que pierden la vida.
Las noticias han presentado con regularidad casos de allanamientos de vehículos, camiones y viviendas colmados de migrantes, vivos o muertos. La masacre de Tamaulipas es quizás una de las más numerosas que hayan ocurrido, pero, repito, no es la primera vez que pasa. Y también debemos temer que no será la última.
Lo que resulta difícil al intentar escribir sobre este tema es saber qué decir. ¿Qué se puede decir que no se haya dicho ya antes en casos similares? ¿Quién escucha todas las voces de protesta? ¿Qué logra cambiar tanta indignación?
No quiero decir con esto que haya que callar la indignación porque no sirve para nada. Nunca hay que callar ante lo injusto. Pero no deja de ser desconcertante que sucesos como éste ocurran desde hace tiempo, y que ha sido una situación que se asume como algo “normal” durante el trayecto de los migrantes hacia los Estados Unidos. Tan normal se ha considerado que rara vez se investigan las escasas denuncias interpuestas y que pocas veces se ha profundizado a nivel informativo sobre dichas masacres. Las declaraciones de las autoridades mexicanas en que se “exige una investigación exhaustiva del hecho” son palabras que caen al vacío, porque nunca se esclarecen estos asuntos ni se llevan ante la justicia a los culpables.
Qué hace esta masacre tan distinta de las otras y por qué, por fin, una masacre a migrantes ha levantado voces de protesta y preocupación en todo el mundo, no lo sé. ¿Por qué ésta y no todas las anteriores?
Para los centroamericanos, ninguna masacre, grande o pequeña, debería ser ignorada o pasada por alto porque en todas encontraremos compatriotas que, huyendo de la criminalidad local reinante y buscando formas de sobrevivencia para los suyos, arriesgan la vida y muchas veces la pierden. Todo con tal de cumplir ese escurridizo sueño del bienestar material.
Los migrantes son un recordatorio diario de la desgracia local, el espejo de una post-guerra que se está tornando infinita, la síntesis y expresión práctica de que muchas cosas siguen mal. Y si no, póngase a pensar en el estado de desesperación en que puede estar una persona para optar por esta aventura del viaje al norte, una aventura que no necesariamente tiene un final feliz.
Detrás de cada historia de triunfo de algún migrante en los Estados Unidos, hay docenas más de historias de fracasos, sacrificios interminables, mutilaciones físicas, pobreza, familias desunidas y rotas para siempre. Y aunque pareciera que los peligros del camino son obvios y que es información de carácter general, la verdad es que muchos de los que emprenden el viaje al norte no están del todo informados de los riesgos muy reales que correrán durante toda su ruta. Esto queda confirmado en los testimonios de los que viajan por primera vez, quienes dicen no haber ni imaginado que “todo eso” les iba a pasar.
Información es poder, dicen. Y por lo tanto, es menester sobreponerse a la saturación que el constante bombardeo de sucesos violentos nos impone y poner el tema de las migraciones en el tapete informativo, conocerlo y difundirlo, hacer que estas siniestras historias sean accesibles a segmentos más amplios de la población.
Es improbable que la información, per se, disuada a alguien de continuar con el viaje, sobre todo cuando hay bocas que alimentar, cuando se vive en una comunidad donde el acoso de las maras es insostenible, cuando se hace de la búsqueda de empleo un oficio en sí. Pero vale la pena intentarlo para evitar que, por ejemplo, algunos padres intenten llevarse a sus hijos menores por esta vía o mandarlos a los Estados Unidos en la única compañía de un coyote que, aunque sea conocido por la familia, antepondrá su propia seguridad a la de la gente que está llevando. Y ésa es la cruda realidad, sin importar la cantidad de dinero que se les pague.
Por desgracia, para muchos compatriotas irse termina siendo la única alternativa imaginable. Y realizarlo, irse del país en las peores condiciones, es una medida desesperada, sobre todo cuando el viaje es hacia los Estados Unidos, por tierra y sin la documentación necesaria.
¿Qué se puede decir ante la masacre de Tamaulipas? ¿Ante el secuestro de migrantes, ante su esclavización y asesinato? ¿Qué se puede decir de un sistema que no ampara a sus ciudadanos y les brinda oportunidades de sobrevivencia, desarrollo, educación, salud y cultura? ¿Qué se puede decir de la creciente infiltración de los narcotraficantes en diferentes ámbitos de la vida regional y de la manera en que dichos grupos están marcando y arruinando la vida de miles? ¿Qué se puede decir que no se haya dicho ya antes?
A veces los escritores tenemos la ingenua o arrogante pretensión de querer que nuestras palabras sirvan para algo, en el sentido de poder contribuir a crear una sociedad mejor, desde la muy humilde trinchera de la palabra escrita. Pero cada vez que escribo sobre estos temas, me pregunto por qué estas cosas siguen pasando, cómo es posible que la violencia haya llegado a estos niveles y hasta dónde va a llegar. Qué otros hechos, más terribles que este, nos tocará ver en un futuro cercano. ¿Y qué puede decir uno que no se haya dicho y repetido hasta la saciedad?
Hoy me hubiera gustado hablarles de la literatura, del amor, de libros leídos y recordados, de historias que nos dejan una sonrisa en el rostro y en el corazón. Pero no se puede. Cuesta hablar de cosas felices cuando sé que en este preciso momento, mientras usted lee esto, mientras yo lo escribo, un migrante más va hacia el norte a encontrarse con su muerte.
Cuesta escribir sobre temas agradables cuando en este preciso instante, cientos de familias están en una angustiosa espera, imaginando que alguno de esos 72 cadáveres es el familiar que partió y del cual tienen varios días de no saber nada. Se me hace un nudo en la garganta cuando imagino los momentos finales de estas personas, cuya forma de ejecución me recuerda a la guerra, a todas las guerras, y que me hace llegar a la conclusión de que nunca llegamos a la paz, que la guerra cambió de bandos y rostros, pero no de armas ni estrategias.
¿Qué se puede decir ante todo esto, si las palabras rebotan siempre contra el sólido muro de la indiferencia general, una indiferencia que sólo habla, lamenta y se queja y nunca hace nada; la indiferencia de una sociedad que, el día de mañana, cambiará de tema y lanzará al olvido a estos muertos?
(Publicado en la revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, domingo 5 de septiembre 2010).
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martes, agosto 10, 2010
Historia del tiempo
Hace cosa de tres años me dio por intentar escribir una novela de ciencia ficción. Partí de una idea básica que iba desarrollando a medida que escribía, sin ninguna planificación (como suele ser mi método). Aunque la historia era de por sí imposible, había ciertos principios científicos básicos que debía respetar, para cumplir con algunas de las reglas que impone la ciencia ficción como género literario. Por lo menos debía lograr que el lector imaginara que la historia tenía una remotísima posibilidad de ser cierta.
Para eso, no cabía duda, debía jugar con las posibilidades que me ofrecían los agujeros negros, los túneles de gusano, las realidades alternas, las dimensiones paralelas y quien sabía “qué cosas raras más”. Así comencé a leer textos científicos que de otra manera, muy difícilmente hubiera conocido.
Comencé a leer sobre astronomía, física cuántica, astrobiología, viajes espaciales y temas semejantes, buscando informaciones bien precisas que le dieran alguna posibilidad científica de ser posible a la historia que yo quería escribir (y que me reservo de contar, porque comparto la superstición entre escritores de que si se cuenta un libro que todavía no se ha escrito, ya no se escribe).
Buscaba una respuesta y me quedé leyendo y descubriendo asuntos apasionantes sobre el universo, las nebulosas, las galaxias, las estrellas, la formación de los planetas, la posibilidad de vida en otros lugares, la materia negra, la carrera espacial entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, los experimentos con animales y el envío de estos al espacio, así como varios temas más.
Fue también inevitable leer y repasar algunas novelas y cuentos de Ray Bradbury, Ursula K. Le Guin, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Theodore Sturgeon, Frank Herbert, Stanislaw Lem y otros. Leyendo a estos autores me preguntaba una y otra vez, sin encontrar respuesta lógica alguna, por qué la ciencia ficción es considerada un género literario “menor”, cuando hay tantos extraordinarios libros entre los diversos autores que lo han cultivado. La escritura de la ciencia ficción no solamente supone las dificultades “normales” que implica la escritura de cualquier texto narrativo sino que tiene, como reto agregado, lograr encontrar un punto de coherencia entre la fantasía y la realidad científica, detalle que la puede llegar a convertir, a veces, hasta en una literatura premonitoria. Y si no, pensemos en varias de las novelas de Julio Verne.
Mientras más leía, más ilógica era mi historia. Y más me iban apasionando los rincones oscuros y para mí desconocidos, de la ciencia. Suspendí la escritura de mi novela en la página 55. Por un momento pensé en descartarla, pero hay algo en la historia que me sigue fascinando y que, como suele ocurrirnos a los escritores, nos mantiene obsesionados hasta que logramos ponerlo en palabras.
Hace pocos meses, el destino puso en mi camino a alguien a quien, no recuerdo ya por qué, terminé contándole a muy grandes rasgos de qué iba mi novela. Había pensado seriamente en retomar su escritura, pero seguía sin resolver los problemas científicos de la misma. Quería encontrar la posibilidad de hacer que la historia pareciera factible, aunque fuera en la imaginación. Algo habré dicho que esta persona me puso en las manos Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros de Stephen Hawking.
Hawking es un físico y cosmólogo inglés que a los 21 años fue diagnosticado con la enfermedad de Lough Gehrig o esclerosis lateral amiotrófica. La enfermedad degenerativa y el rápido deterioro físico de Hawking no impidieron en ningún momento que dedicara su vida a la ciencia y al estudio de las reglas del universo, su origen, funcionamiento y futuro.
Dirigido sobre todo a los diletantes de la ciencia, Historia del tiempo fue publicado originalmente en 1988 y se convirtió rápidamente en un éxito de ventas. Hawking desarrolla en este libro temas que van desde el Big Bang y el Big Crunch hasta la Teoría de las Supercuerdas, pasando por la Teoría de la Relatividad, el Principio de Incertidumbre y los agujeros negros, salpicado todo con una pizca de matemáticas complejas y apuntes históricos, que muestran la evolución que ha tenido el conocimiento científico.
Pero son las interrogantes que nos plantea sobre el tiempo y el espacio, las que hacen que este libro sea mucho más que un texto estrictamente científico y nos lleve por momentos al campo de la filosofía: ¿Hubo un principio del tiempo? ¿Habrá un final del tiempo? ¿Tiene un límite físico el universo? ¿Cómo se comporta el tiempo y cuál es su naturaleza? ¿Y qué papel jugamos los humanos en todo esto, si acaso jugamos alguno?
Por ejemplo, cuando nos asomamos a una ventana a ver las estrellas por la noche o cuando observamos algo a través de telescopios, podemos decir que estamos constante y literalmente viendo el pasado. “No sabemos qué está sucediendo lejos de nosotros en el universo, en este momento: la luz que vemos de las galaxias distantes partió de ellas hace millones de años, y en el caso de los objetos más distantes observados, la luz partió hace unos ocho mil millones de años. Así, cuando miramos al universo, lo vemos tal como fue en el pasado”, concluye Hawking en el segundo capítulo.
Otro asunto fascinante es el de las antipartículas. Toda partícula de la naturaleza tiene su contraparte, la antipartícula. Ambas poseen la misma masa y el mismo espín pero su carga eléctrica es opuesta. Por ello, si la partícula y la antipartícula se llegaran a encontrar en el estado cuántico apropiado, se aniquilarían la una a la otra. Hawking lo explica de una manera imaginativa: “Podrían existir antimundos y antipersonas enteros hechos de antipartículas. Pero, si se encuentra usted con su antiyó, ¡no le de la mano! Ambos desaparecerían en un gran destello luminoso”. Eso del yo y el antiyó recuerda fácilmente a algunos cuentos de Jorge Luis Borges.
La conclusión a la que llega Stephen Hawking al final del libro es emocionante. Luego de que la ciencia se divorciara de la filosofía en los siglos XIX y XX al convertirse en demasiado técnica y matemática para los filósofos y al concentrarse los primeros en el “cómo” del funcionamiento del universo, mientras los segundos se concentraban en explicar el “por qué”, la incesante búsqueda de una teoría completa unificada del universo podría volver a fundirlas.
Para Hawking, esta teoría completa tendría que ser, en términos generales, comprensible para todos y no sólo para los científicos. “Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”, nos dice.
No cabe duda pues que, al acercarnos a las ciencias, al intentar comprender mejor el universo y su funcionamiento, su origen y su posible fin, nos estamos acercando a indagar en nuestra propia esencia. Y al hacerlo también es inevitable pensar en la pequeñez del ser humano. Y que la vida, tal como la conocemos en esta minúscula esfera que habitamos, es un auténtico milagro.
No es necesario leer libros científicos para llegar a estas reflexiones. Basta con ver las fotografías del telescopio espacial Hubble, por ejemplo. Es imposible no asombrarse y conmoverse con las diferentes fotografías de las nebulosas. Bastan esas imágenes para desear viajar en una nave espacial que, violando absolutamente toda ley científica y matemática, nos pudiera acercar a ver la Nebulosa del Águila (mejor conocida como “pilares de la creación”). Imposible no preguntarse sobre el origen, el fin, los límites, pero fundamentalmente sobre la verdad de todo.
No cabe duda tampoco que, para los escritores de ficciones literarias, la ciencia ha sido proveedora de numerosos recursos para construir muchos de los grandes clásicos de la literatura, la música y también del cine. Pienso en 2001, una odisea espacial, la película de Stanley Kubrick, basada en un cuento de Arthur C. Clarke, y que luego convirtiera en una novela. O en el angst espacial de varias de las canciones de David Bowie.
También pienso en las exquisitas narraciones de Ray Bradbury. Su libro Crónicas marcianas narra la colonización del planeta Marte por los humanos y la extinción de los habitantes marcianos. Pero lejos de concentrarse en los pormenores científicos de lo que implicarían constantes naves terrestres viajando hacia Marte como si de tomar un autobús se tratara, Bradbury aprovecha la historia para realizar una crítica mordaz a la humanidad, a través de textos que van desde lo humorístico hasta lo melancólico.
La lectura de la Historia del tiempo de Hawking desmoronó el pretexto del que parte mi intento de novela. Pero también me ha hecho ver a las estrellas y el espacio sobre mi cabeza de un modo totalmente diferente.
(Publicado en revista Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica, domingo 8 de agosto 2010).
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miércoles, julio 14, 2010
Invitación a presentación de Crónicas para Sentimentales
Quedan invitados si viven en Guatemala o estarán por allá el próximo 20 de julio para que nos acompañen en la presentación de Crónicas para sentimentales, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guatemala. Comentarios a cargo de José Luis Perdomo y Vanessa Núñez Handal. Por allá nos vemos...
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lunes, julio 12, 2010
Diario de Alemania
1. Tres aviones, dos trenes y dos días de viaje después, arribo por fin a mi destino, la pequeña ciudad de Gütersloh, en Renania del Norte-Westfalia, Alemania.
Lo primero que veo al salir de la estación de tren son varios taxis. Encima de uno de ellos hay un pequeño televisor, conectado con un cable al interior. Cinco hombres están reunidos frente a él, viendo el partido Alemania-Ghana.
Son las 21:48 de la noche, pero parecen las cinco de la tarde. Así es en verano. La luz del sol dura hasta pasadas las 10 y media de la noche y a las 4 de la mañana ya está de nuevo claro.
Subo al taxi y le pregunto al chofer quién va ganando el partido. La pregunta es superflua. Alemania, naturalmente, me dice con tremenda sonrisa. Uno a cero.
Mientras me lleva al hotel, noto que las calles están virtualmente desiertas. No se mira gente en la calle, tampoco muchos carros. Los pocos que se miran llevan una banderita alemana. El único lugar donde veo gente es cuando pasamos por una kneipe o bar. El jardín está lleno de fanáticos sentados en bancas de madera, viendo el partido en pantalla gigante mientras empinan unas cervezas. Ya casi llegando al hotel, un par de niños parados en la acera tocan un tambor y ondean la bandera alemana con un frenesí tan contagioso que me hacen reír. El taxista me mira por el retrovisor y ríe conmigo.
2. Gütersloh es una ciudad de casi 100 mil habitantes. La primera mención que se tiene de esta población data del año 1184, en un documento escrito por el Obispo de Osnabrück.
La persecución de judíos durante el Nacional Socialismo no fue una excepción en esta tranquila región. Para 1938 se quemaron tres edificios de apartamentos, dos casas y una sinagoga. Para 1941, los judíos que allí habitaban fueron llevados a campos de concentración y al terminar la guerra, la comunidad judía completa había desaparecido.
Entre 1940 y 1943, 1017 pacientes fueron deportados desde otros puntos de Alemania al hospital psiquiátrico de Gütersloh como parte del programa de “eutanasia” Aktion T4, en el que personas con enfermedades mentales eran sujetos de experimentos “científicos”. De aquel contingente, sobrevivieron 220 personas.
La ciudad también fue blanco de numerosos ataques aéreos a partir de 1940, debido a que allí había un aeropuerto militar construido por los alemanes. Veinticinco por ciento de la ciudad fue destruida. Luego del fin de la guerra, se instaló allí la base militar de la Real Fuerza Aérea Británica, la cual estuvo activa hasta 1993.
3. El hotel Lindenkrug está ubicado a pocos metros de la Fundación Bertelsman, institución que patrocinó mi viaje. Se nos ha invitado a un taller de 72 horas a personas de Ghana, Bután, Estados Unidos, Rusia, Alemania y yo, como única latinoamericana, para hablar de las megatendencias y los retos que representa para el futuro de nuestras sociedades.
¿Cómo hacer converger a personas con antecedentes, experiencias de vida y lugares de origen tan disímiles para hablar sobre estos temas e intercambiar opiniones? A través de la web 2.0, por supuesto. Es así como la Fundación ha echado a andar la plataforma de blogs “Future Challenges” (Retos Futuros), para motivar una discusión que implique no solamente hablar de las megatendencias sino (y sobre todo), de la correlación entre ellas.
Migraciones, cambios climáticos, la globalización económica, el buen uso de la energía y los recursos naturales, la biodiversidad, las amenazas a la seguridad global, las pandemias, la gobernabilidad y demografía, son algunas de estas megatendencias.
Al ser estudiadas desde su correlación, la discusión puede contribuir a encontrar soluciones y proyectos que, a pequeña o gran escala, sirvan para marcar la diferencia y paliar los efectos negativos casi inevitables a los que parecen arrastrarnos esta oleada que llamamos vida. Una oleada que puede comprenderse mejor cuando se estudia el concepto de “sociedades líquidas” del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, quien junto al francés Alain Touraine, fuera galardonado este año con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
4. Cada vez que Mac-Jordan Elikem Degadjor habla de su país, Ghana, lo comprendo perfectamente porque parece hablar de El Salvador.
Dice que en Ghana el tema principal de discusión es la política. Son dos los partidos en pugna, el Nuevo Partido Patriótico y el Congreso Nacional Democrático. Virtualmente inexistente es la discusión sobre otros temas intelectuales y mucho menos, sobre las megatendencias del futuro.
Hay un altísimo nivel de migración del campo a la ciudad debido al desempleo y a las paupérrimas condiciones de vida de otras localidades. Los índices de corrupción son lamentables. La no existente política de conservación de los recursos naturales afecta visiblemente a lugares como Keta, la ciudad donde él nació.
Keta está ubicada en el Golfo de Guinea, cerca de la desembocadura del río Volta. Es una ciudad costera que tuvo su importancia como puerto comercial desde el siglo 14 y donde los holandeses construyeron una fortaleza en 1784. Desde ahí se exportó marfil, oro, especias y esclavos, cientos de esclavos.
El mar está destruyendo lentamente esta ciudad, erosionando la franja de tierra que está entre el océano Atlántico y la laguna de Keta, de agua salada. Parte de la ciudad ya fue destruida entre 1960 y 1980 debido a esto. Se ha comenzado un proyecto de emergencia para contener el avance del mar pero puede ser que, en pocos años, esta delgada lengua de tierra simplemente desaparezca.
Los altos niveles de desempleo, subempleo y muy bajos salarios obligan a muchos ghaneses a buscar fortuna en otros países, sobre todo europeos. Mac-Jordan mismo gana apenas 200 dólares al mes para un trabajo especializado en informática, con un horario de 7 horas diarias. Las conexiones de internet son lentas y costosas, tanto que comparte con un vecino un módem para poder acceder a la web.
5. Sonam Ongmo nació en Bután pero vive hace 10 años en Nueva York, junto con sus dos hijos y su esposo canadiense.
Traducido al español, Bután significa “la tierra del dragón de truenos” e integra la lista de los 100 lugares que hay que visitar antes de morir, según uno de los populares canales de televisión de la cadena Discovery.
Ubicado en la cordillera del Himalaya, vecina de Tíbet, Nepal e India, el país permaneció aislado durante siglos, en parte por su difícil acceso pero también como una decisión consciente de sus respectivos reyes de proteger el reino. Eso hasta que el soberano Jigme Dorji Wangchuck decidió abrir las fronteras del país y comenzar un proceso de democratización, que fuera continuado y concluido por su hijo Jigme Singye Wangchuck, el último rey de Bután, quién abdicó en 2006.
El afán de los monarcas era modernizarse pero sin perder las tradiciones culturales de su pueblo, algo que han logrado mediante la curiosa medida de no tener relaciones diplomáticas con ningún país, lo cual obliga a que todo viajero al lejano Bután deba pedir un visado, no importando la nacionalidad.
La fragilidad y los riesgos de la construcción de una nueva democracia en Bután también me recordaron a El Salvador.
6. Para terminar el taller nos trasladamos a Berlín.
La conocí cuando existía el muro, cuando era dos ciudades en una y cuando era, sobre todo, la ciudad de mi triste exilio. La reconocí después de la caída del muro y en la euforia de reconstrucción que hizo surgir edificios audaces, atrevidos y maravillosos, que han convertido a Berlín en una ciudad donde la arquitectura es un gozo para el ojo y que se renueva día a día.
En mi caso personal, pareciera que todos los caminos me llevan a Berlín, porque el destino siempre encuentra el modo de hacerme volver. De alguna manera, o de muchas en realidad, Berlín es mi segunda ciudad.
Y ahí estamos, un ghanés, una butanesa y una salvadoreña, paseando por la ciudad que conozco tan bien, bebiendo cerveza turbia, tomándonos fotos frente al Reichstag y la Isla de los Museos, viendo de lejos la antena de televisión de Alexanderplatz y observando el balcón del hotel Adlon, desde donde Michael Jackson agitó a su tierno hijo frente a una muchedumbre asustada.
Ahora el paseo Unter den Linden es una vía peatonal (idea que no me gusta para nada, confieso), y docenas de turistas caminan y se toman fotos frente a la Puerta de Brandenburgo.
Y mientras cumplo el inevitable ritual, pienso en Berlín bombardeada durante la guerra; en Abdulkhakim Ismailov, el soldado ruso que plantó la bandera roja con la hoz y el martillo, sobre el Reichstag; en Conrad Schumann, el soldado y primer desertor de Berlín Oriental, que saltó el alambre de púas para alcanzar su libertad; y en esta ciudad, bello fénix resucitado de entre las cenizas.
(Publicado en revista Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica, domingo 11 de julio 2010).
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viernes, julio 09, 2010
Mi nuevo libro: Crónicas para sentimentales
Entre las múltiples cosas que se han estado cocinando entre bambalinas en la montaña rusa que es mi vida (dice un amigo que mi vida es una novela... ¡créanle!), entre esas cosas, digo, he estado dándole los toques finales a la aparición de un nuevo libro, corrigiendo pruebas, seleccionando portada y hasta dejándome tomar fotos para la solapa (ODIO tomarme y que me tomen fotos, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio...).
Es una colección de cuentos y se llama Crónicas para sentimentales. No quisiera mucho hablar de su contenido para no prejuiciar ni encauzar la lectura ajena, ya cada quien se hará sus propia ideas.
El libro lo publica F&G Editores de Guatemala. Sí, ya sé, he sido una promiscua editorial. Casi todos mis libros están publicados por otra editorial. Tengo (con este) 8 libros publicados en 6 editoriales. F&G me parece el proyecto más respetado actualmente en la región, con un sistema probado de distribución en espacios y países que me interesan y además, un detalle muy importante en estos modernos tiempos: el libro se puede adquirir por internet a través de su página, algo que ninguna otra editorial me ha cumplido (aunque lo ofrecen, pero nunca concretan).
Por lo demás, les dejo el enlace que comenta un poco del contenido y el tono de los libros, una contraportada que me parece capta bien el espíritu del libro.
Diré también que estos cuentos fueron escritos en el mismo período creativo de Cuentos sucios. En ese sentido es, digamos, un libro “viejo”, por lo menos en el sentido que se escribió ya hace bastante rato. Pero había quedado guardado ahí en la gaveta por motivos bastante ajenos a mi voluntad.
Siempre vi a ambos libros como gemelos del mismo parto, pero no podían juntarse en un mismo volumen por la diferencia sustancial de la temática. Si Cuentos sucios era algo oscuro y morboso, Crónicas... aparenta tener un aire de humor y de ligereza, que en realidad es engañoso, porque estos textos siguen explorando ciertos asuntos humanos, sobre todo eso que llamamos “el amor”: los amores platónicos, frustrados, irrealizados, finales incomprensibles y fantasías romanticoides.
Mi idea era que fueran publicados uno después del otro, pero en aquel momento, la DPI se empeñó en que entregara una novela y me saqué de la manga El desencanto. Algo de lo que todavía me arrepiento al día de hoy porque creo que era un libro que aguantaba un par de años más en corrección (y que quizás, finalmente, ni hubiera publicado). Total, que me amarraron con un contrato firmado y lo tuvieron ahí en la editorial 4 años hasta que finalmente lo imprimieron, situación que me hizo perder la traducción y publicación al francés de este libro... pero mejor no digo más, me vuelve la colerita de nuevo y ya eso es agua pasada.
Crónicas... es especial para mí en otro sentido, pues tiene los dos cuentos que en lo personal son los que más me gustan de todos los que he escrito: “¿En qué libro guardé tus cabellos, Elsa Kuriaki?” y “Materia negra”. Y creo que este último me gusta todavía mucho más que el primero.
No sé si sea muy radical decir esto (y uno aprende que en la vida nunca hay que decir nunca), pero puede que éste sea también mi último libro de cuentos. O por lo menos, será el último que se publique en varios años. No escribo cuentos desde el 2003 o 2004. El último que escribí es uno que está en El Diablo sabe mi nombre, “Película japonesa de los años 60”.
Como ya expliqué alguna vez por acá, dejé de escribir cuentos cuando sentí que había alcanzado una especie de fórmula y que ya no me significaba ningún tipo de reto o aprendizaje la escritura de cuentos. Si, ya sé, han de estar pensando: “vieja loca, ¿para qué quiere hacer algo que encuentra complicado?”. Pero bueno, cada loco con su tema y el mío es el reto en la escritura, aprender, encontrar, descubrir, descifrar, retarme a mí misma. Escribir desde la oscuridad para encontrar algo de luz. Escribir desde el caos originario, misterioso y oscuro para ordenar, crear algo desde la nada del silencio y de la página en blanco y de pronto haber conformado un micro cosmos, que es lo que se encierra en cada texto literario.
He hecho algunos intentos de cuento, tengo varios comenzados, pero nada terminado. Y no sé si los retomaré. Y luego tengo un montón de textos bien raros que no sé si realmente son cuentos o que (beep) son, pero ahí están, hasta que les busque acomodo en algún lugar de papel.
Detalles de carácter práctico:
-Ni yo misma he visto el libro todavía y no lo veré hasta que vaya a Guatemala.
-La portada es una foto de Walterio Iraheta y la foto de la solapa (de las pocas fotos mías que me gustan), es de Sandro Stivella, ambos salvadoreños.
-El libro tiene su primera presentación pública el 20 de julio a las 18 horas en la Filgua de Guatemala.
-El libro puede adquirirse por internet aquí.
-Circulará en Centro América en los canales habituales de distribución de F&G. Pero todavía no sé cuándo exactamente empezará a venderse. Cuando vuelva de Guate, seguro tengo más datos.
-Espero que lo presentemos acá en El Salvador, pero igual, primero que venga el libro, que circule y luego presentamos. Y por supuesto, cuando así sea, les aviso e invito.
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miércoles, julio 07, 2010
Trabajar cansa, Cesare Pavese
Atravesar una calle para escapar de casa
lo hace sólo un muchacho, pero este hombre que anda
todo el día las calles, ya no es un muchacho
y no huye de casa.
Hay en el verano
tardes en que las plazas quedan vacías, tendidas
bajo el sol que ya empieza a ponerse, y este hombre que llega
por una avenida de inútiles plantas, se detiene.
¿Vale la pena estar solo para quedarse siempre solo?
Callejear únicamente, las plazas y las calles
están vacías. Es preciso detener a una mujer
y hablarle y decidirle a que viva con uno.
Si no, uno habla solo. Por eso algunas veces
el borracho nocturno comienza a parlotear
y explica los proyectos de toda su vida.
No es cierto que esperando en la plaza desierta
te encuentres con alguno, pero el que anda las calles
a ratos se detiene. Pero si fueran dos,
aun andando las calles, la casa ya estaría
donde aquella mujer, y valdría la pena.
Por la noche la plaza vuelve a quedar desierta
y este hombre que la cruza no ve los edificios
tras las luces inútiles, pues ya no alza los ojos:
sólo ve el empedrado, que hicieron otros hombres
de endurecidas manos, como lo están las suyas.
No es correcto quedarse en la plaza desierta.
Seguro que está en la calle aquella mujer
que, al pedírselo, quiera ayudar en la casa.
(En internet hay dos versiones muy diferentes de este poema con el mismo título. La que reproduzco aquí es la que coincide con la publicada en Le Poesie, Cesare Pavese, Einaudi Tascabili, 1998, Turín. Mi edición está en italiano. Desafortunadamente este poema, encontrado en internet, no detalla quién lo tradujo).
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lunes, julio 05, 2010
Para recuperar San Salvador
No sé si San Salvador era una ciudad bella o no, pero me gustaba. El centro en los años 60, ése centro que conocí cuando me tocó ser niña y adolescente, tenía algo que al día de hoy conmueve mis recuerdos.
Todavía era una niña cuando abrió el almacén Simán en el centro. Recuerdo que el hecho de que construyeran aquel edificio fue tomado como una muestra de progreso. San Salvador se modernizaba. Era la primera tienda por departamentos del país. Había un silencioso y compartido orgullo nacional en eso.
No recuerdo dónde estaba antes el almacén original pero para aquellos años, el nuevo edificio era “grande” y era de lo más moderno de la ciudad. No sólo eso. Se dieron el lujo de adornar las porciones de acera que le correspondían con enchapados de mármol. Tenían vitrinas que iban adornando con escenas de acuerdo a la temporada correspondiente de compras. Durante los primeros días de su apertura, la gente iba nada más por conocer todo lo que ofrecía. Una de las grandes novedades era además que en el interior habían escaleras eléctricas.
Hace unos días se anunció que la familia Simán está considerando trasladar ese almacén, que se convirtió en emblemático de la ciudad pero también en un punto de referencia urbana. El motivo para trasladarlo es la poca afluencia de clientes debido a las ventas callejeras que cubren por completo las aceras del almacén, así como la inseguridad de la zona.
La noticia me causó tristeza aunque las razones son comprensibles. Cada día es mayor el número de comerciantes formales en el centro que miran afectados sus negocios de tal manera que optan por trasladarse a zonas con mejores condiciones, antes de ahogarse totalmente en la quiebra o en las extorsiones. Pero estas migraciones de los comerciantes formales hacia otros puntos de la ciudad, de alguna manera conceden el poder a los comerciantes ambulantes e informales para instalarse a sus anchas en las aceras y las calles, que deberían ser para el uso y la libre circulación de todos.
Los callejeros usurpan el espacio público, los edificios se van cerrando y deteriorando cada vez más. La inseguridad y la falta de control sobre lo que se calcula son unos 16 mil vendedores ocupando las calles de lo que se llama “el centro histórico”, incrementan la criminalidad en el área.
Hay muchos motivos para desear que la ciudad sea reordenada. Motivos que van desde lo estético hasta lo cultural, lo económico pero sobre todo lo humano. Gran parte de ese reordenamiento pasa por el traslado de las ventas callejeras a lugares aptos para su actividad. Pero aunque suena fácil, es una tarea de una complejidad enorme.
Es necesario encontrar o construir esos espacios aptos para que los vendedores puedan continuar en su actividad, en un ambiente ordenado, limpio y seguro, y que sea lo suficientemente atractivo y accesible como para que los compradores lleguen hasta ahí. Es necesario que esto vaya acompañado de un proceso educativo para la sociedad en general, para que comprendamos y tomemos conciencia de que la ciudad es un espacio de todos, y que no puede sacrificarse u obstaculizarse a nadie por la necedad de unos cuantos o por la pereza de quienes no les da la gana ir hasta los puestos formales y prefieren comprar a los ambulantes.
Es necesario también terminar con el falso paternalismo y la victimización. El paternalismo de los que opinan que los vendedores deben seguir donde están porque tienen derecho a ganarse la vida como todos y porque no tienen otro lugar donde ir a vender sus productos. La victimización de parte de los propios vendedores que utilizan como argumento el concepto de que “son pobres” y de que no tienen otra manera de ganarse la vida.
En los reportajes de televisión es frecuente escuchar este tipo de argumentos, así como otros más incongruentes, como alguien que dijo: “nos hemos ganado el derecho a estar en las calles”. O la consabida amenaza de “si nos sacan de aquí nos vamos a tener que dedicar a robar, porque no vamos a tener trabajo”.
Entre los numerosos editoriales y reportajes que salieron publicados en días recientes en torno al desalojo de los vendedores ambulantes del centro de San Salvador, hubo un comentario en particular que me llamó la atención. Alguien opinaba que había que dejar a los vendedores donde estaban porque “así ha sido siempre”. Supongo que el comentario lo hizo alguien nacido en los 80 y que lo único que conoció de la ciudad fue eso.
Pero no. San Salvador no siempre fue así. Y aunque lo hubiera sido, ¿algo que es una costumbre debe ser pretexto para dejar todo como está, aunque la costumbre sea negativa? ¿A quién no le gustaría tener una ciudad bonita, limpia, ordenada, caminable, segura?
Los actuales esfuerzos de la Alcaldía capitalina por reordenar la ciudad son loables. Cada vez que escucho al Dr. Norman Quijano reiterar que la recuperación de la ciudad no se detendrá, quiero creerle. Ojalá que lo logre. Me encantaría que la ciudad cambiara y volviéramos a ver las fachadas restauradas y limpias de sus edificios. Que pudiéramos caminar por sus parques y que nos reencontráramos con nuestro pasado, aprendiendo y conociendo lo que aconteció alguna vez en lo que llamamos el centro histórico.
Pero estos esfuerzos se mirarán limitados y posiblemente no arrojen resultados adecuados ni duraderos, si no se trabaja en conjunto con otras instituciones gubernamentales. La recuperación del centro no debería ser (y en realidad no es) una tarea que compete estrictamente a la Alcaldía. Se debe superar el divorcio entre el Gobierno Central y la Alcaldía para promocionar un plan de rescate de la ciudad y que todas las entidades relacionadas con uno u otro aspecto de la recuperación total del centro trabajen en conjunto para que pueda llegar a ser una realidad.
El desalojo de los vendedores será bastante inútil si no viene acompañado de medidas de refuerzo. La más importante: espacios convenientes y adecuados para la reubicación de todos. Una campaña educativa e informativa que les permita asimilar el plan general de reordenamiento.
Pero además ¿qué se está haciendo o qué se va a hacer para desviar las rutas de buses del centro y evitar los congestionamientos de las horas picos y la altísima circulación de peatones para trasbordar rutas? ¿Qué se está haciendo para desmantelar las pandillas delincuenciales que operan en la zona? ¿Hay presupuesto para restaurar los edificios que son patrimonio cultural y que naufragan, abandonados a su suerte, en medio del abandono, los vendedores, los indigentes y las inclemencias del tiempo? ¿Quién está impulsando un programa educativo entre los ambulantes para que entiendan por qué no pueden seguir tomándose las calles a antojo?
Rescatar el centro de San Salvador no es tarea imposible. Es cuestión de encontrar la solución específica para nuestra realidad. Recordemos los casos de la ciudad de México, Quito, Bogotá o Lima, que tenían problemas similares y que lograron recuperar y restaurar sus respectivos centros.
Para los nostálgicos, es imposible pensar que la ciudad volverá a ser la de los años previos a la guerra. Pero eso no significa que no podamos tener un espacio público agradable que pueda combinar las necesidades comerciales, culturales, laborales y habitacionales de la ciudadanía.
Es posible que si no se aprovecha ahora el impulso del alcalde, volvamos a caer en esa modorra y en ese “dejar hacer” característico de la personalidad del salvadoreño.
Los miles de vendedores afincados en las calles y aceras de San Salvador no son más que el reflejo de las desigualdades económicas que hemos sufrido desde siempre y que se acentuaron durante la guerra. Tampoco se puede asumir que todos los ambulantes son criminales y hacen las cosas de manera oscura. Seguramente entre ellos hay también un amplio segmento que, realmente, trabaja para sacar adelante a su familia.
Pero lo que no se puede disculpar en ningún momento es la resistencia casi caprichosa de los vendedores de salir de las calles y que terminan en reacciones violentas de parte de grupos que manipulan la circunstancia tanto para causar desórdenes como para provocar destrucción en la propiedad pública y privada.
Si como sociedad estamos de acuerdo en que el centro debe ordenarse, también deberíamos abstenernos de politizar este problema. Lo importante aquí es comprender que solucionar esta situación contribuirá a aumentar la calidad de vida, tanto de los vendedores como de la ciudadanía en general.
Necesitamos un reordenamiento. Sí. Es urgente. Pero el reordenamiento no es una tarea exclusiva de la Alcaldía. No es un asunto concerniente sólo a la Alcaldía. Es algo que nos incumbe a todos.
(Para no perder la costumbre ni interrumpir el registro, esta fue la columna publicada el pasado 27 de junio 2010 en Séptimo Sentido de La Prensa Gráfica).
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